
José Vacas
Quito, 2021
La historia empieza con la mirada fija en una momia de la que no se puede tener noción pues no hay indicios de su procedencia. Misterio. A partir de esta sensación, la lectura se desarrolla entre la vida de este viejo y sus enseñanzas, las reflexiones del autor sobre la existencia, el cuerpo, los dolores, los alimentos, la leve presencia de un ser que decidió renunciar a todo y recluirse. Está su paso ligero y a la vez intenso por la Tierra. Y la relación con Dios.
Todo sucede en la celda, entre muros, bajo un cielo encogido por la soledad y el vuelo infinito desde la meditación y la introspección, en un tiempo de acendrada religiosidad y búsqueda del Ser. La estructura del texto gira alrededor del viejo y su encierro, y de su historia familiar, sus visitantes, sus guardianes. Desde la simple observación de seres mínimos como mosquitos, mariposas, tallos, hojas, pájaros, el viejo mira la quietud y el silencio, siente la noche y el día, el verano y el invierno, “y comprende”.
Es un libro que conecta al lector con su propia divinidad y sus conflictos terrenales; con el amor perpetuo; con “la locura de estar vivo, viendo”. En un escenario de bosques y lluvia, de pan y milagros, de humedad y huecos oscuros, de llagas y desnudez se teje este cuerpo que respira y siente miedo, este cuerpo con hambre y cansancio. Pero en calma: “¿De dónde llega esta calma/ tan serena, tan quieta, tan sabrosa?/ Como un espejo en la superficie de una laguna./ Ni una arruga/ ni el viento parece toparla, porque también está quieto”.
Los textos están diseñados como hojas de un viejo manuscrito que conduce, entre retazos, a comprender el destino de cada uno.
(Jennie Carrasco)