Una vez más, Leonardo DiCaprio emociona. Esta vez en su rol de Jay Gatsby, fascinante millonario, enamorado imparable, solitario y misterioso, que edificó de la nada su imagen y su imperio para poder conquistar un amor del pasado que lo obsesiona hasta el extremo. Con su sonrisa arrebatadora y perilla, guapísimo, alto, con traje negro y elegante, el actor nos confiesa, en una de las terrazas del exclusivo hotel Du Cap, sentirse muy satisfecho con su interpretación en la nueva versión cinematográfica del magistral clásico El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, en la que el director australiano Baz Luhrmann ha volcado toda su imaginería visual haciendo uso del 3D. Esta técnica hace que las imágenes superpuestas en planos infinitos transporten al espectador a un universo de falsos sueños, además de impregnar una atmósfera surrealista al filme.
Al igual que en el libro, la historia es narrada por Nick (Tobey Maguire), primo de Daisy (Carey Mulligan), quien está casada con Tom, un acaudalado arrogante, machista y racista. Son personajes que tienen momentos estupendos en medio de un gran circo de decorados y vestuarios, que incluye numerosos planos secuencia, compuestos de imágenes trepidantes, siempre impresionantes en las obras de Luhrmann (Moulin Rouge, Romeo y Julieta, también protagonizada por DiCaprio). No en vano el cineasta es considerado el maestro del derroche audiovisual, uno de los pocos directores que para muchos es garantía de placer con su sobredosis de estímulos y para otros es sinónimo de aturdimiento sensorial difícil de digerir. Es su inconfundible sello de autor que, desafortunadamente en esta ocasión, acaba por dejar sin alma el relato.
Esta versión de El gran Gatsby, dolorosa, irónica, poética, cruel y tierna, se centra en el drama de Gatsby, un individuo vacío, enfermo de sí mismo y de su propia insatisfacción. Refleja a la perfección el sentimiento trágico de su tiempo (que bien podría ser el actual), a la vez que muestra una de las más desoladas radiografías del absurdo y la frivolidad de la sociedad burguesa. No obstante, la película, que inauguró hace pocos meses la gran fiesta cinéfila del prestigioso Cannes, fue recibida con tibieza por parte de la crítica internacional. Pero, sin duda, sobresalen el talento y oficio de DiCaprio, este gran actor cuyos dones han mejorado con el paso del tiempo. Posee un carisma, un atractivo y una fuerza arrolladora que encajan a la perfección con la personalidad de Jay Gatsby.
—¿Qué recuerdos conserva sobre El Gran Gatsby?
—La novela es una lectura fundamental en el colegio en Estados Unidos. Cada línea tiene un mensaje y están llenas de simbolismos. Me encanta El gran Gatsby porque habla de la creación de un nuevo y mejorado estadounidense, de alguien semejante a un nuevo Rockefeller. Me emociona el romanticismo desesperado, casi místico, de este personaje que idealiza al extremo su amor por Daisy. Me fascina cómo en la novela se pasa de una historia de amor a una tragedia. Cuando Luhrmann me ofreció el papel, recordé la descripción de Fitzgerald de aquella luz verde al otro lado de la bahía que anuncia un milagro que nunca llega. Es la personificación romántica del sueño americano. Todos podemos identificarnos con Gatsby, porque es un joven de orígenes humildes del medioeste que usa la imaginación para reinventarse a sí mismo por reconquistar el amor perdido de una mujer. El espíritu de la obra es precisamente este hombre increíblemente vacío que lucha por encontrar sentido a su vida. Comparto con Gatsby esa pasión por convertir sus sueños en realidad.
—Fitzgerald describe espléndidamente una frenética Nueva York en los locos años veinte, una época ligera de moral, de un jazz deslumbrante, con reyes del contrabando y una bolsa que sube hasta las nubes. Realizar esta película dentro del contexto económico actual no ha sido entonces una coincidencia…
—Esa idea precisamente ha sido desde el principio el motor que ha impulsado a Baz Luhrmann. Fitzgerald describe un mundo efervescente que no quiere ver que su fin se aproxima, un mundo cuyos cimientos tambalean, pero se cree eterno. La referencia con la época actual es deliberada y evidente. El ciclo vicioso continúa. Es como un espejo que refleja nuestros tiempos modernos y sus luchas.
—¿Cree en el amor con la misma intensidad de Gatsby?
—Gatsby está obsesionado con la imagen que conserva de Daisy. Pero la Daisy que él adora no es real, es un ícono, un oasis. No sé si está realmente enamorado de ella o es un sueño más de los que se ha creado para sobrevivir. Gatsby construye un castillo para venerarla. Una de mis escenas favoritas es cuando la estrecha entre sus brazos y, sin embargo, está mirando hacia otro lado. Sigue buscando ese algo fundamental para sentirse completo y que jamás encuentra. Son esos detalles los que me animaron a encarnar al personaje. Su amor por Daisy, su particular visión del tiempo, su desarraigo y su soledad le convierten en un soñador incapaz de vivir en el presente. Por su parte, Daisy es una mujer que, a fin de cuentas, se halla tan necesitada de amor verdadero como plagada de superficialidad burguesa.
—Se han hecho varias adaptaciones cinematográficas de la novela, pero la única que se recuerda es la de Jack Clayton, de 1974, con Robert Redford. ¿Cree que la de Baz Luhrmann es más introspectiva?
—Cuando Baz me propuso este papel, volví a leerla. El Gatsby de mi adolescencia no se parece en nada al que descubrí cuando decidí rodar este filme. Mi visión de la novela se ha transformado. Me di cuenta de la gran tragedia de Gatsby, que vive obsesionado con un personaje, una mujer que ha perdido y que ha idealizado. Ya no es más, para mí, una historia de amor imposible, sino el triste destino de un hombre que domina al mundo con el poder de sus millones, pero se doblega por Daisy, la razón por la que convierte en realidad sus ambiciones. Necesita volver a poseerla, suprimir el pasado para vivir el presente. El libro me fascina porque el corazón de la obra es un hombre increíblemente vacío que lucha por encontrar sentido a su vida. Gatsby es la versión americana de Shakespeare. Luhrmann se ha centrado en los pasajes más oscuros de la novela, con el fin de revelar lo que no está escrito. Curiosamente, Fitzgerald culminó la novela aquí en la Croisette, mientras su esposa Zelda mantenía un affaire amoroso, justo en la playa al lado del Palacio del Cine.
—Este año ha pasado de Django desencadenado a El Gran Gatsby, de Quentin Tarantino a Baz Luhrmann, dos universos muy peculiares en el cine.
—Quiero estar en películas que las próximas generaciones sigan admirando. Y para conseguirlo solo conozco una manera: trabajar con directores que no tengan miedo a innovar. Tarantino y Luhrmann son dos geniales aventureros que aman el riesgo, muy capaces de crear un universo propio, con una imaginación que desborda. No tienen barreras. Son únicos en su género. No es factible para ellos hacer un filme de estudio. Son los estudios que deben adaptarse a ellos. ¡Parecen dos encarnaciones de Gatsby!