Por Fernando Larenas.
Edición 457 – junio 2020.

Un compositor de dimensiones titánicas, ubicado en la fase tardía del Romanticismo, es lo primero que se puede decir de Gustav Mahler (1860-1911), nacido en Kaliště, Bohemia, entonces bajo dominio del Imperio austríaco y que en la actualidad pertenece a la República Checa. Viena, donde murió tras una prolongada enfermedad cardíaca, era considerada la capital mundial de la música, y allí vivió y creó la mayoría de sus nueve sinfonías y fragmentos de una décima inconclusa, además de lied (canciones) a la Tierra y a los niños muertos.
La obra de Mahler es una ruptura total con lo clásico, con lo romántico, que habían dominado el mundo musical durante un par de siglos. Lo titánico se explica por el nombre que se le dio a su Primera sinfonía (Titán), en la cual ya comienza a notarse el abandono del contrapunto, que fue la principal característica de la técnica musical, con Beethoven como su máximo exponente.
Ese giro tan dramático generó odios, a lo que se suma su origen judío, al que renunció para dirigir la ópera de Viena. “Soy un bohemio en Austria, un austríaco entre alemanes, un judío en todo el mundo, por más que me haya convertido al catolicismo… y soy un director de orquesta a quien muchos no quieren aceptar como compositor”, así explicaba algunas de sus frustraciones a Alma Schindler, su esposa.

La frágil e inestable convivencia entre Alma y Gustav se vio afectada por un inesperado acontecimiento que hizo tambalear los cimientos de un matrimonio ya de por sí bastante deteriorado a priori. Gustav Mahler descubrió una carta en la que el joven arquitecto Walter Gropius (el mismo que años después fundaría Bauhaus) detallaba con todo lujo de detalles los momentos de intimidad vividos en la relación sentimental que sin duda mantenía con Alma Schindler. Se trataba de una carta que por error llevaba como destinatario al señor Mahler en lugar de la señora Mahler, tal vez un desliz freudiano de Gropius. A partir de este infortunado descubrimiento, Mahler se sintió aterrado ante la posibilidad de que su esposa pudiera abandonarlo. Fuente: www.psyciencia.com
Prolijo director musical de óperas, no escribió ninguna, y prefirió el repertorio sinfónico. ¿Qué es una sinfonía?, le preguntaron.
Componer una sinfonía es “construir un mundo con todos los medios a tu alcance” (…) una sinfonía es un mundo espiritual propio, que debe abarcar todos los aspectos de la experiencia humana; entre ellas “la alegría, la tristeza, lo trivial y lo trágico, lo profundo, la violencia y la dulzura”; así explicaba su pasión por este género musical.
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