Las palabras congeladas

Milagros Aguirre

Acabo de escuchar en un audio, que me ha enviado un amigo que vive lejos, una antigua leyenda que dice que en una ciudad hacía tanto, pero tanto, tanto frío, que cuando las palabras se decían se quedaban congeladas en el aire. Que los habitantes no podían escucharse unos a otros sino hasta cuando llegaba el verano. Ahí, con el calor y, con el viento, las palabras se descongelaban y solo entonces, los habitantes de esa ciudad podían escucharlas. Estos días de silencio y recogimiento, que hemos vivido en el mundo entero por la peste global, parecen los de un frío e inusual invierno: las ciudades se han vaciado, los que han podido se han recogido en sus casas. Parece que se ha congelado el tiempo, que el planeta ha pedido una pausa. Y también, quiero creer, que se han de congelar las palabras, para que solo cuando salga el sol, en el verano, podamos oírlas y volver a ellas.

Se han dicho palabras bonitas durante la cuarentena (separando, claro, la paja del trigo y quitando, de ese mar de palabras, aquellas que no valen la pena: las noticias falsas, los insultos, los innumerables reclamos, las recetas que cada quien da según su verdad absoluta). En esta columna recojo solo un resumen de algunos de esos pensamientos y palabras positivas que parece que llegan cargadas de esperanza:

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