Por Milagros Aguirre.
Ilustración ADN Montalvo E.
Edición 429 – Febrero 2018.
Acabo de leer El monarca de las sombras, de Javier Cercas. El autor estuvo hace poco en el Ecuador y pudimos conversar, con café en la mesa, acerca de las herencias y los legados familiares, de esos bultos pesados que a veces hemos de cargar de generación en generación y que, de alguna manera, hay que quitarse de encima para andar más ligero de equipaje. Cercas —lo confiesa en su libro—cargó ese fardo pesado durante años. Ese peso se llamaba Manuel Mena, un tío abuelo suyo que, con apenas diecinueve años, murió en la Guerra Civil española, que perteneció a la Falange, un niño inoculado con ideas equivocadas como tantos niños que son utilizados para ser carne de cañón en las guerras en nombre de la defensa de Dios y de la patria. Hablar sobre una historia familiar puede ser penoso y delicado. Cercas, para ello, inventa un narrador que toma distancia y que incluso le corrige y lo interpela. No quiere escribir esa historia pero, a la vez, sabe que es la historia que tiene que escribir. Tiene miedo de encontrar cosas terribles en el baúl de los recuerdos familiares y encuentra bandos que tienen la razón política y no tienen la razón moral o que tienen la razón moral pero no tienen la razón política.
La historia de Cercas sobre la Guerra Civil española no se hace lejana; pasa, “hasta en las mejores familias”: gente que se equivoca creyendo en un ideal y no hace sino construir un infierno, niños que van a la guerra, historias tejidas de medias verdades y medias mentiras, madres que lloran a sus hijos, soldados perdidos en guerras ajenas.
Un sorbo de café expreso y la conversación con Cercas toma distintos rumbos: de la literatura o el periodismo al concepto de patria, palabra que puede convertirse en semilla para el odio, que lleva a los niños soldados a morir por la nada… patria… palabra cuyo significado tiene valor solo cuando es sinónimo de hogar, cuando Quijote y Sancho, después de sus aventuras llegan a casa, palabra causante de muerte y miseria. La patria… esa palabra que se ha inventado para quienes necesitan crear la ilusión de no estar solos.
Otro sorbo de café y volvemos a las herencias, a ese poco de cada uno de nuestros antepasados que va armando, como un rompecabezas, nuestra propia existencia, a esos rasgos que van dejando unas vidas en otras, a la necesidad de hurgar en ese pasado para poder construir un futuro y de exorcizar, de alguna manera, esas presencias familiares que pueden ser tormentosas porque encarnan aquello que uno aborrece, como el autoritarismo, el conservadurismo, la esclavitud, el machismo o el racismo.
En resumen: menos mal que existe la literatura para sobrellevar la realidad, para enfrentar las historias personales y las historias colectivas, para reír de ellas o llorar con ellas.