Por Daniela Merino Traversari ///
Fotos Cortesía Art Basel ///
Sin duda, se trata del paraíso para los grandes poderes del mundo del arte. Es un paraíso orgiástico, de proporciones romanas, donde una vez al año se juntan las mejores galerías del mundo para exhibir sus joyas más preciadas a los mayores coleccionistas. No necesariamente está el mejor arte del momento actual, pero sí el más caro. De cualquier manera, Art Basel funciona como una gran vitrina para ver obras de los artistas más cotizados del mundo del arte moderno y contemporáneo.
Esta feria ostentosa, donde hay mucha diversión, tiene tres sedes en el mundo: Basilea, Miami y Hong Kong. Art Basel, en Basilea, funciona como el centro de operaciones de compra y venta de obras en toda Europa; Art Basel Miami, como el punto de unión del mercado norteamericano con mercados centro y sudamericanos, y Art Basel Hong Kong, como la conexión entre Oriente y Occidente.
Para el detective y para el connoisseur del arte, es decir, para aquellos que siguen los pasos de alguna obra estrambótica o legendaria que se esconde en algún castillo de Europa o en un penthouse de Nueva York, puede ser la única oportunidad para verlas salir de su encierro (y tan solo por un par de horas pues enseguida son compradas por algún otro millonario). Para los espectadores comunes y corrientes, aquellos que saben algo, pero no mucho de arte, puede resultar excesivo, agobiante y hasta ofensivo —dada la coyuntura política, social y ecológica del planeta Tierra— escuchar en el corredor de una de las galerías una conversación como esta:
—¿Cuánto por el Calder?
—Dos millones novecientos mil.
—¡Ok, me lo llevo!
Al cabo de unas horas, al público en general le puede resultar empalagoso y desproporcionado con relación a la vida real, pero para los grandes coleccionistas de arte es un festín, pues todo el circuito está pensado para atraer a gente con grandes recursos económicos. Según The New York Times, a una galería el stand le cuesta $ 80 000, sin contar gastos de transporte, alojamiento, seguro y personal de trabajo, de modo que no se pueden exhibir obras de arte con precios moderados: en las paredes de Art Basel cuelgan 3 000 millones de dólares en obras de Picasso, Chagall, Magritte, Ernst, Miró o Rothko, por citar los nombres más conocidos.
Entre los coleccionistas adinerados se hallan los conocedores más serios, los más apasionados, aquellos que conocen la historia, el significado y la prominencia de una pieza dentro del contexto global y no se enfocan necesariamente en su valor económico, que entienden el arte de coleccionar casi como el arte de vivir; pero también se incluye a aquellos multimillonarios que buscan una obra suntuosa para decorar las salas y los corredores de sus mansiones alrededor del mundo, entre ellos, estrellas de cine como Sylvester Stallone, Brad Pitt o Leonardo DiCaprio, y se encuentran los jeques árabes y los magnates rusos y estadounidenses que desean colocar sus activos en obras de arte y no únicamente en bienes raíces, quienes no necesariamente poseen sólidos conocimientos de arte, pero buscan invertir sus fortunas en bienes que difícilmente se devaluarán.
En general, estos coleccionistas no tiemblan frente a las cifras estratosféricas que proponen los galeristas. Cuentan con una tarjeta negra VIP first choice, y esperan a que los agentes de seguridad anuncien que el mercado se abre, mientras desayunan ostras y toman champaña a las once de la mañana. Sin embargo, la gran mayoría del público que visita la feria se irá con las manos vacías, pero con la mirada llena, saturada de lo último de los trends artísticos.
La edición Miami
En 1970 la feria de Basilea concretó la visión de tres galeristas suizos: Ernst Beyeler, Trudi Bruckner y Blaz Hilt. Estos tres entrepreneurs del arte reunieron a los artistas que ellos mismos representaban, pero también a coleccionistas, curadores y críticos de todas partes del mundo en la ciudad suiza. Aquella feria fue todo un éxito. Asistieron más de 16 000 personas.
Miami Art Basel es una réplica de la original en esta ciudad que, de por sí, es imán para turistas de toda América Latina. A principios de diciembre, desde el año 2002, un cierto aire eléctrico flota sobre la metrópoli y la vuelve más glamorosa y sofisticada con la feria Art Basel. Precisamente por su posición estratégica, tanto cultural, como geográfica, Miami se convirtió en el segundo destino para concretar esta visión en el centro de convergencia para los mercados artísticos de Norte, Centro y Sudamérica. Diez años después y con la misma idea, Art Basel abrió su tercera sede en otra ciudad estratégica: Hong Kong.
Dentro del Miami Convention Center, 47 mil metros cuadrados se destinan para obras de arte. “Es el lugar por excelencia para mostrar”, dice Robert Fontaine, el director de la galería Robert Fontaine en Wynwood. “Es el centro de atención de lo más nuevo de lo nuevo. Los artistas están produciendo las mejores obras de sus carreras para mostrarlas en la feria”. Los críticos más serios no creen que se trate de las mejores obras de un artista, pero sí de las más espectaculares. Tal fue el caso de la instalación de Jimmie Durham: Still Life with Xitle and Spirit (2007), que consistía en un carro aplastado por una roca gigante como si fuera un meteorito.
Su historia es ilustrativa: ese año un coleccionista de Ciudad de México comisionó al artista para la realización de esta pieza. Durham escogió un carro negro marca Dodge Spirit (el vehículo preferido por los policías mexicanos encubiertos) y utilizó una grúa para lanzar una roca volcánica (del volcán Xitle) sobre el techo del auto. El artista también dibujó una cara en la piedra, a la que se le atribuyó su herencia indígena.
Junto a obras contemporáneas como esta de Durham, se ven pequeñas joyas extrañas, de artistas conocidos, que no son fáciles de encontrar en los museos y que no necesariamente definen al artista por aquello que es conocido. Tal es el caso de Mujer y pequeños pájaros (1967), una escultura de Joan Miró, más conocido por sus pinturas surrealistas. Así se informa al espectador americano que el artista español tuvo una práctica escultórica prominente, y la pieza es particularmente contemporánea; se trata de un molde en bronce pintado de un objeto encontrado sobre otro, y el resultado es un faux readymade (un falso readymade), un poco como las grandes creaciones de estudio de Cy Twombly o los ensamblajes de artistas contemporáneos como Margaret Lee. ¿Su precio?: tres millones de dólares.
Durante la feria, el Miami Convention Center se divide en siete secciones —Galleries, Nova, Positions, Edition, Kabinett, Public, Film y Magazines— que permiten a los visitantes navegar y vivir en un lugar las diferentes experiencias del arte moderno y contemporáneo. Por ejemplo, la sección Galerías presenta el trabajo de varios artistas que estas representan; la sección Posiciones consiste en stands que exhiben trabajos de un solo artista, mientras que Nova es la sección donde se descubren los nuevos talentos en el mercado actual.
Una de las secciones más atractivas es Public, de entrada libre, pues se concentra en el parque Collins en colaboración con el Bass Museum of Art. En esta sección se encuentran esculturas al aire libre, instalaciones para sitios específicos y arte performático. Al igual que la sección Public, Film presenta trabajos al aire libre (además de los que se presentan en el Centro de Convenciones) en el New World Center´s SoundScape Park, que proyectan trabajos en cine o videoarte en una pared de 650 metros cuadrados.
El cine y el videoarte son parte de la curaduría de Art Basel desde sus inicios, con la idea de abrir la feria a nuevas audiencias y mercados. El año pasado se presentó un único largometraje: Troublemakers – The Story of Land Art, una obra que documenta el trabajo de un pequeño grupo de artistas pioneros en el land art, quienes, en los años sesenta y setenta, evitaron lo convencional e hicieron del desierto americano un lienzo gigante para crear sus obras. “Realmente pensamos que el trabajo que hacíamos iba a terminar con las galerías”, dijo Vito Acconci, uno de los artistas del documental. Parece irónico que la propia Art Basel presentara un documental así en el año en el que rompió su récord de ventas, en especial con Reak de Jean-Michel Basquiat (5,6 millones de dólares), lo que contradice enérgicamente las predicciones de este artista.
En conclusión Art Basel responde a los deseos, excesos y discordancias de nuestro tiempo. El arte no es inocente, mucho menos su mercado. En una feria como esta se la presenta al público como un bien suntuario, importante, pero no indispensable, solo para aquellos pocos. A través de los trends y del ambiente fashion, su propósito se banaliza y su valor se vuelve únicamente económico. En el mundo actual, donde todo se mezcla, se reconfigura, se distorsiona y se relativiza, esta feria ayuda a que el talento artístico se vuelva una exuberancia que puede terminar guardada en alguna caja fuerte de otra mansión de Europa, América o Asia.