Las aventuras de Pancho Borja

Por: Pablo Cuvi  ////

Fotos: Juan Reyes y archivo de Francisco Borja ////

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Nos conocimos en los patios del colegio Americano de Quito. Luego, jugábamos billar en el tradicional American Club y hacíamos vaca en las largas tenidas de póquer que se armaban en su casa familiar de la Esmeraldas, donde colgaba una bula del papa Calisto III, el primero de los Borjas españoles que se convirtió en Borgia. Que de esa rama descienden los Borjas ecuatorianos, afirman algunos. Años después lo visité en Londres, donde se ganaba la vida como mesero y vendedor de un delicatessen, trabajos de los que siempre se ha enorgullecido. Y de los que vamos a hablar ahora que lo acaban de nombrar embajador en Washington.

—¿Cómo así fuiste al colegio Americano?

—Todos mis hermanos mayores fueron, me parece que en esa época el Americano era un colegio experimental y como mi padre era absolutamente ateo, no le gustaban los colegios de curas.

—¿Por qué seguiste Sociales? ¿No era como decía el dicho: “El que puede, puede, y el que no a sociales”?

—No, siempre me gustaba la discusión, el debate, los discursos, yo era del club de Oratoria, del club de Periodismo. Además, había esta tradición familiar de abogados: mi bisabuelo, mi abuelo, mi hermano mayor…

—¿Por eso entras a Leyes a la Católica.

—Primero a la Central, donde Mapahuira Cevallos fue mi profesor. Para mí la Central fue el descubrimiento de que había otro país. Empecé a entender un poco de cosas que antes no conocía.

—Cuando pasaste a la Católica, ¿fuiste compañero del Pájaro Febres, de Jorge Ortiz?

—Sí, compañero de aula del Pájaro Febres, del Jorge Ortiz, de algunos más que no recuerdo bien, pero no quise licenciarme en una carrera que ya no me gustaba.

—¿Por qué?

—Me parece que el abogado siempre tiene que hacer daño a alguien, tiene que quitarle los hijos a alguien, la casa a alguien, meterle preso a otro.

—Bueno, el abogado penalista.

—En general, penalista, civil o lo que sea, está litigando, está tratando de favorecer a uno para perjudicar a otro. El litigar no me gusta a mí, yo soy más bien un componedor, un tendedor de puentes más que un confrontativo.

(En esa misma época empezó a comentar en el Canal 8 las carreras de caballos del hipódromo La Carolina, que fue reabierto en 1968. Y trabajaba como mensajero en la Volvo).

—¿Cómo fue esa volcada en la que casi te matas?

—La Volvo había preparado unos autos de carreras; corría el Loco Larrea en uno de esos; en otro, Alfredo Santacruz; era la época de oro del automovilismo ecuatoriano. El gerente decidió que me fuera en el carro de abastecimiento a seguir a los autos, no manejando yo, de asistente de un señor de apellido Bedón. Al regreso de Manta, bajando a Alóag, hay una recta larguísima y este Bedón empieza a rebasar a otro auto, y el otro aceleraba y no se dejaba pasar. Cuando llegamos a la curva ya no pudo curvar, empezó a gritar: “No coge, no coge” el volante y nos elevamos como avioneta y vi las montañas al fondo; nos dimos como ocho o nueve vueltas de campana y cada vuelta me daba un golpe en la cabeza, yo viví la muerte, solo me faltó morirme, eran unos golpes que me cimbraba todo el cuerpo, yo pensaba: ‘En el próximo de estos golpes se me va a partir el cráneo en dos’.

—Como sandía.

—Como coco y ahí quedo. Pero no sientes angustia, solamente reflexionas: cuando esto pasa la gente se muere, qué mala suerte que voy a morir a los veinte años. Bedón gritaba: “¡A qué horas para, Dios mío, a qué horas para!”. Llevábamos ahí dentro llantas de emergencia, tuercas, llaves de ruedas, cajas de fierro con herramientas, todo eso golpeando porque era una station wagon Volvo. Hasta que al fin paró: yo estaba de cabeza en los pedales y Bedón estaba sentado en mi asiento y se abrió de golpe la puerta del piloto. Salté como sapo afuera, me empecé a tocar y no tenía ni una gota de sangre ni nada. La felicidad más grande de mi vida fue ese momento: “¡Estoy vivo!”, no lo podía creer.

Bedón gritaba: “¡Sáquenme de aquí!”, creía que le había explotado el corazón porque le dolía el pecho bárbaramente, se rompió dos costillas y la gente arriba, muchos curiosos al filo de la carretera, lo sacó. Yo, como estaba vivito, me quedé recogiendo las herramientas, las llantas, todo, hasta que me empezaron a crecer unos chibolos gigantes en la cabeza, eran como unas moras gigantes, cada golpe era un chichón de cuatro o cinco centímetros de altura y cinco de diámetro. Otra vez me agarró el pánico y dije ahora sí me morí porque sentí un calor en la cabeza. Yo había oído eso de que ni una gota de sangre afuera, pero un derrame interno y ahí quedas. Dejé todas las herramientas y salí a la carretera a jalar dedo. Ahí me paró un camión de la Williams Brother, la que construía el oleoducto, y me trajo a Quito.

 

DE MESERO A PERIODISTA

—¿Cómo así te fuiste a Europa en 1974?

—Un día salió en el periódico una noticia pequeñita que decía: “España ofrece becas para estudiar televisión. Requisitos: ser estudiante o periodista o trabajar en algún medio de comunicación”. Como yo calificaba, apliqué y me llamaron de la embajada de España: “Su beca está lista para ir a estudiar televisión cuatro meses en la Escuela de Radiodifusión y Televisión de la Universidad Complutense de Madrid”.

—Todavía estaba Franco.

—Claro, pero fue un curso súper interesante, había un profesor que daba televisión por cable, que era una cosa que estaba por venir. Luego me convencieron unos amigos de irnos a Suecia a trabajar en el verano, que era permitido a los estudiantes. Después tenía que volver porque era mensajero de la distribuidora de autos Volvo. En Suecia trabajé de lavaplatos en un restaurante, trabajo durísimo. Con eso agarré plata y me compré un Eurailpass de dos meses y viajé por toda Europa.

Cuando llegué a Londres, con cinco dólares en el bolsillo, me dejaron pasar porque eran otros tiempos. Mi padre me había mandado un giro de 300 libras esterlinas a la embajada, la única vez que le pedí porque se me había acabado todo. Cuando le averigüé al embajador Gustavo Icaza, me dijo: “No ha llegado ningún giro a su nombre, pero si usted quiere le puedo prestar plata”. Lo miré a la cara, como yo estaba bastante hippie, con pelo y barba largos, me pareció que el embajador creía que yo era un sinvergüenza que venía con el cuento del giro a sablearle plata. Entonces me llené de dignidad y le dije: “No, embajador, plata tengo suficiente, muchas gracias, simplemente venía a ver mi giro”.

Salí a la calle, diciembre, invierno, para calentarme y por el aguacero me metí a Harrods, que es el mejor almacén de Londres, la planta baja era toda una manzana de un delicatessen fastuoso: faisanes, jamones de York, prosciuttos, quesos, y yo con cinco dólares en el bolsillo, fue terrible. Compré un pan cortado, queso en láminas y un litro de leche. Dormí tres noches en la estación de Victoria y recorría la ciudad. Finalmente, conseguí trabajo de asistente de mesero; después ya llegué a ser mesero. Un día hasta cayó Caroline Kennedy en un restaurante italiano donde me fui a trabajar. Entonces recolectaba plata y me iba a viajar por Europa. Así me pasé cuatro años que fueron una universidad para mí, aprendí a vivir, a ser yo mismo, a enfrentar las dificultades, a soportar los malos tiempos.

—¿Algún rato fuiste a Le Mans con Ortega y Merello?

—Claro. Cuando ellos quedaron sextos en Le Mans, fue una epopeya nacional. Al año siguiente, me enteré de la carrera y fui a Le Mans con el Julio Moscoso. Entramos preguntando a los pits por Ortega y Merello, y no sé cómo pero pasamos. Adentro estaban Carlos Rodríguez Coll y Édgar Villarroel Caviedes de la Gran Colombia. Entonces estos dos gallos nos dicen: “Oigan, muchachos, ayúdennos en las trasmisión porque estamos solos”. ¿Te imaginas lo que es transmitir 24 horas de carreras, solos? (Transmitieron en contacto con Moncho Cevallos en Quito). Esto fue bestial, porque mi padre se comunicó con la radio, no había hablado conmigo en un par de años, en ese tiempo no había celular ni nada y llamar era carísimo, nunca llamé, y ahí hablamos y fue muy emocionante.

—¿Qué andabas buscando en esos viajes por Europa?

—Nada, experimentar, vivir, yo era soltero, estaba claro para mí que Leyes no era mi camino; tampoco seguir de mensajero en la Volvo. Dije: hay que vivir, ¿cuándo voy a volver a estar acá, soltero, joven, sin obligaciones?

—¿Por qué regresas el año 1978 al Ecuador?

—Porque mi hermano iba a ser candidato presidencial. Yo siempre mantenía contacto con él, hablábamos de política, me contaba que estaba formando el partido.Y porque ya no me quisieron renovar la visa en Inglaterra.

—¿Qué hiciste tú en esa campaña?

—Muy poco, era del grupo de jóvenes pegadores de afiches. Ahí hay otra coincidencia, mi vida ha sido llena de coincidencias: cuando llego al aeropuerto a los cuatro años, me agarra el fotógrafo que tenía una columna: “Desde el aeropuerto”…

—El Diablo Mena…

—… y me toma una foto y me pregunta qué vengo haciendo. Le digo: “Estudié televisión”; no le iba a decir que venía lavando platos. Publica y a poco me llama Benjamín Ortiz, director del noticiero de Ecuavisa: “Oye, ¿quieres ser reportero de Ecuavisa?” Ahí estaba Carlos Vera, tenía un programa de análisis político; también trabajaban Javier Barzola, María del Pilar Gaibor, Margarita Dávalos, Gabriel Espinosa era el anchor con Ana María Granizo. Éramos tres camarógrafos, tres reporteros y tres asistentes, porque en ese tiempo la cámara era enorme, eran unos baúles y entre los tres teníamos que hacer el noticiero de mediodía y el de la noche, y después, cuando empezó el de la mañana y el de las diez de la noche, o sea cuatro noticieros entre tres reporteros. Ahora un reportero hace una nota o dos a lo sumo, nosotros hacíamos seis o siete. Eran unas notas bastante elementales: íbamos, grabábamos un poquito, dos opiniones de alguien y nos íbamos a buscar otra, después otra y otra.

(Llegó a director del noticiero y pasó al naciente diario Hoy, adonde lo llamó en 1982 el mismo Benjamín Ortiz, para que fuera de editor político y editorialista).

—¿Cómo fue el principio del Hoy? ¿No fue el Gringo Mantilla el primero que computarizó el trabajo?

—Claro, el diario Hoy empezó con las nuevas computadoras, inmensas, que ocupaban un cuarto entero. Después vino la época de Febres Cordero, una época durísima.

—Pero fue la época de oro del diario.

—Así es. En el Cajón de sastre, estábamos siete sastres, si mal no recuerdo: Juan Cueva, Claudio Mena, Pájaro Febres Cordero, Simón Espinosa, Jorge Ortiz, Gonzalo Ortiz y yo. Eran unos cortos terriblemente duros y diarios.

—¿Qué hizo Febres Cordero contra el periódico?

—Amenazaba todo el tiempo, Benjamín Ortiz un día dijo: “Mi vida está en peligro”. Yo tenía guardadas dos o tres cartas furibundas de Febres Cordero con insultos de su puño y letra.

—Es decir, del gordo Torbay, que era el que le escribía las cartas. ¿Estabas contento como periodista ahí?

—Sí, era lo mío, pero para la campaña de 1988 dejé el periódico y me metí de lleno al buró político con Pedro Saad, Andrés Vallejo, Gustavo Darquea…

 

LAS TENTACIONES DEL PODER

—¿Qué pasó con tu vida cuando ganaron?

—Entré a trabajar indirectamente en el Gobierno.

—¿Por qué indirectamente?

—Porque era una oficina que teníamos con Germánico Salgado, se llamaba SIGMA, Sistema de Información para la Gestión Macroeconómica, el primer intento de hacer un sistema de información computarizado para que el presidente pudiera tomar decisiones sobre todo en materia económica. Éramos un equipo con alguna gente del Banco Central y en un proyecto financiado por el PNUD, ganaba 900 dólares y tenía mi oficina en el palacio.

—¿Qué tal fue la experiencia en el poder?

—Otro posgrado: primer posgrado fue Europa, cuatro años; segundo posgrado de cuatro años, la Presidencia. Creo que todos los periodistas deberían hacer una pasantía en algún sector del poder, porque solo así llegas a entender cómo se mueven las cosas. Desde la prensa tenemos nociones, ideas, prejuicios, ideas preconcebidas, y creemos que las cosas funcionan más o menos así, pero es bastante distinto lo que uno percibe desde adentro.

—¿Qué es lo esencial, cómo funciona?

—Por ejemplo, las motivaciones que tienen. Cuando veo que un presidente, o un ministro, toma una decisión, entiendo por qué la toma, pienso que debe haber pasado algo así y no debo estar muy lejano de acertar en eso. Las dificultades que debe haber encontrado, por qué se fue por este lado y no por este otro, uno lo entiende más cuando está abocado a ver cómo se toman decisiones en el día a día sobre los más variados temas. Porque la tarea de gobernar es complicadísima, todo repercute en la Presidencia de la República, si sube el petróleo, si baja el petróleo, si llueve o no, si se inundan los campos, si es que los inversionistas no invierten, si es que los indígenas paran las carreteras, todo llega allá, y cada día se acumulan problemas que está decidiendo, básicamente, el presidente. Ahí ves cómo se juega eso y ves también las tentaciones del poder, la gente que te pretende coimar, corromper, te sondean.

—Ahí es que dijiste que lo más difícil es salir pobre del Gobierno.

—No creo que he dicho eso, no creo que sea difícil, pero sí creo que es una tentación muy grande el estar ahí, porque es evidente que en el poder te puedes enriquecer con mucha facilidad y sin que se dé cuenta nadie, salvo que seas muy idiota. Las tentaciones son muy fuertes.

—Ya que mencionaste a los indígenas, uno de los eventos importantes fueron las marchas indígenas, los levantamientos.

—El levantamiento; pero eso fue casi, casi concertado, sabido. Nosotros conformamos una comisión de asuntos indígenas en la Presidencia de la República; éramos tres: Pedro Saad, Alfonso Calderón, que es un primo mío que trabajaba muchos años con los indígenas, y yo; nos reuníamos todas las semanas con la Conaie básicamente y otras organizaciones a resolver y a discutir problemas de tierras, de la educación intercultural bilingüe, conflictos de todo tipo y hasta pequeñas cosas como necesidades de las comunidades mal manejadas, de un camino, de una central telefónica, una escuela; teníamos reuniones todas las semanas, durante cuatro años.

—¿Ahí le dieron ya en comodato el edificio a la Conaie?

—Claro, y les dimos un enorme territorio a los waorani en la Amazonía; a otras comunidades también; creamos la educación intercultural bilingüe y los indígenas, que ya estaban empoderados, dijeron: vamos a hacer un levantamiento porque necesitamos hacerlo, sigamos dialogando, sigamos como estamos, pero tenemos que hacer el levantamiento para mostrar nuestro poder, legitimar a nuestra gente. Se hizo el levantamiento y les acompañamos con policía, con ambulancia, con vituallas, agua, sánduches, para que no hubiera problemas.

—¿Qué pasó al terminarse el Gobierno de Rodrigo Borja?

—Volví al diario Hoy a mi mismo puesto de editor político y editorialista. Ahí estuve más o menos hasta 1995, cuando Freddy Ehlers me invitó a ser gerente del programa La Televisión, además de hacer reportajes, me integré al programa La Televisión.

—Y vino la campaña del Freddy.

—Vino, y yo participe activamente en la campaña.

—Con tus amigos de Pachakutik.

—Claro, la ID también se incorporó a regañadientes. Ese es un capítulo que no ha sido aclarado, hay quienes creen que la ID y mi hermano Rodrigo fueron quienes impulsaron la campaña del Freddy Ehlers. Nada más alejado de la verdad, quien impulsó la candidatura de Freddy Ehlers fui yo, yo le llamé un día al Freddy y le dije: “¿Por qué no piensas en lanzarte a la política?”

—Un pensamiento que él había tenido desde mucho antes.

—Probablemente, pero nunca se había manifestado. La ID se juntó después a la campaña del Freddy y fue un apoyo tibio. Mi hermano no tuvo nada que ver con esa candidatura, absolutamente nada.

—Esa campaña fue extraña, se metió Bucaram por la tranquera.

—Y ganó. El Freddy estaba en segundo lugar hasta faltando una semana de la primera vuelta, pero Bucaram ya venía subiendo, subiendo, y el viernes antes de la elección ya le empató en las encuestas. Más el voto escondido que tenía, el voto vergonzoso de subida, el domingo le ganó con cuatro o cinco puntos.

—¿Qué hacías en La Televisión?

—Mientras el Freddy se fue a la política, me quedé encargado de todo, durante casi un año era el anchor del programa.

 

BUENOS Y MALOS NEGOCIOS

—¿Tú pusiste un puesto de hot dogs con salchichas importadas, no?

—Top-dog se llamaba, me iba muy bien con el primer local. Mi aspiración era poder tener un ingreso que no proviniera de la venta de mi fuerza laboral, sino de algún otro lado, para poder dedicarme a escribir, que es lo que siempre he querido. Trabajando de periodista no se alcanza, todo el día pasas en eso. Y Top-dog era un éxito en el primer lugar, en el Quicentro Shopping, generaba grandes utilidades.

—¿Y qué pasó?

—Que pensamos que podía ser más exitoso poniendo más locales y ahí vino la quiebra.

—Cuando dices “pensamos”, ¿con qué socio?

—Con mi esposa, mi cuñada, cosa familiar. Buscamos otros socios, más capital, abrimos tres o cuatro locales. Pero cuando creces así falla el control, entonces viene el desastre, falla la calidad, fallan las cuentas. Eso me costó mi casa, que tenía en el club Los Chillos, que habíamos construido con mucho esfuerzo, con el trabajo de mi esposa y mío. Tuve que venderla para pagar las deudas. En cambio, en La Querencia nos fue bastante bien.

—Pero tú eras accionista nomás, ibas a comer un cebiche el sábado. También tuviste una pizzería…

—Pasta y vino. Igual, lo mismo, falta de control, en un negocio de comida, tienes que estar ahí todo el tiempo, cuando entras a un local de comida y ves que está algo sucio, algo desorganizado, dices: el dueño no está aquí y no vuelves más.

—Siempre andabas dando vuelta a los restaurantes, ¿por qué no te hiciste chef?

—Me gusta, cocino bien, pero no, la idea era hacer lo mío y que los ingresos vinieran de otro lado, que no lo manejé yo, porque no estoy dispuesto a dedicarme a eso.

—¿También llegaste a poner una cebichería justo cuando estalló el cólera?

—Claro, se llamaba El Velero de Nicolás: además de la cebichería, el negocio central era guardar mariscos envasados al vacío, pelados y listos, conchas, camarones. Vender a mi familia que tenía muchos negocios de ese tipo, para ahorrarles el trabajo de ir a buscar los mariscos y pelarles, yo les procesaba y vendía al vacío. Eso fue en la época del Gobierno, le acompañé a mi hermano Rodrigo a Francia y allá vi en algún periódico una noticia chiquitita: “Estalló el cólera en el Ecuador”. ¿Cuál fue la consecuencia? Que todo el mundo dejó de comer mariscos, quebré otra vez. O sea, si compraba un circo, crecían los enanos.

—Viene la crisis de la dolarización, se forma un grupo y entiendo que ahí te contactas tú con Rafael Correa.

—Para empezar la crisis de la dolarización casi me acaba, porque yo tenía deuda en dólares de estos negocios mal hechos y ganaba en sucres. Yo soy uno de los grandes damnificados de esa crisis y mantenía mi deuda brutal en dólares que era casi impagable. Eso me costó muelas, tuvieron que pasar años para poder pagar esas deudas, años de trabajo.

Bueno, un día me llama Marco Erazo, intelectual, un tipo muy inteligente, y me dice: “¿Te interesaría incorporarte el Foro Ecuador Alternativo, donde alguna gente se reúne a cruzar ideas de política, de economía?”. Porque ahí había gente muy interesante, como Rafael Correa, a quien nadie conocía y que era profesor; estaba el Alberto Acosta, Eduardo Valencia, el Negro Vallejo, Luis Maldonado Tamayo, Marco Erazo, Raúl Moscoso, el Guagua Alcalde iba de vez en cuando, estaba haciendo sus primeros pininos en la política. “Yo me incorporo como oyente”, le dije, porque no me interesaba estar firmando comunicados sino escuchar. Ahí nos reunimos dos o tres años todos los viernes, de seis a ocho de la noche. Eran unas discusiones muy ricas, gente muy capaz, ahí hice una amistad muy fuerte con Rafael Correa. Hasta que tuve que retirarme porque entré a ser director del Metro Hoy.

—¿Este grupo estaba contra la dolarización?

—Sí, entre otras cosas, pero no era un grupo que tuviera mucha figuración pública. Estaban en contra por varias razones: por lo que está pasando ahora, la posible revalorización del dólar que podría incidir en la competitividad de las exportaciones ecuatorianas, y también por el riesgo de que en algún momento dejaran de entrar divisas en suficiente cantidad como para sostenerla.

—¿Estuviste de periodista en la caída de Lucio?

—Claro, y participé como forajido. Estuve la primera noche cuando el Paco Velasco convocó una marcha de cacerolas en Los Shyris. No éramos más de 300 o 400 personas, y alguien dijo: “Vamos a la Pichicorte a protestar, en la Amazonas y Naciones Unidas”. Nos fuimos para allá y después alguien dijo: “Vamos a la casa de Lucio”. Ahí ya no fui, me retiré nomás, y al otro día Lucio dijo: “Unos forajidos han venido a importunar a mi señora”. Después hubo la famosa marcha a San Francisco, enorme.

—Durante la primera campaña de Correa, tú estabas otra vez en Teleamazonas como director de noticias. ¿Participaste en un converio que firmaron con el Freddy y Correa?

—Firmaron un convenio la gente de la campaña de Roldós y Ramiro González con la gente de la campaña de Correa, por insinuación de Freddy, unos puntos. Estuve de testigo porque el Freddy me invitó a participar en esa reunión.

 

POSGRADO DIPLOMÁTICO

—¿Cómo así te nombró Correa embajador en Chile?

—Eso nunca lo supe, pero un día me llamó la secretaria de Palacio y me dijo: “El presidente quiere que venga ipso facto”. Fui y me dijo de sopetón: “Quiero que seas embajador en Chile”. Recuerdo que le dije: “Déjame pensar unos días”. Estaba de director de noticias, que es como el generalato del periodismo, pero a la salida del despacho, me acordé que mi hija vivía en Chile, que me había separado de ella cuando tenía seis años, cuando me divorcié de su madre, y vi que no tenía ninguna opción de decir ‘no’ a esa propuesta.

—¿Qué tal fue ser embajador, cómo fue el cambio?

—Otro posgrado, sin duda. Con Chile hay una relación muy fluida, una relación de amistad muy antigua, hay un comercio creciente que en estos años se incrementó mucho también, tenemos un convenio de asociación que no existe con ningún otro país, tenemos una gran relación entre nuestras Fuerzas Armadas con la Policía.

—Te tocó el tsunami también, al final del primer período de Bachelet.

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—Me tocó el terremoto y el tsunami. Fue terrorífico claro, 8,3 grados a las cuatro de la mañana, la casa parecía una canoa en alta mar, duró tres minutos, una eternidad, no paraba nunca.

—Peor que el volcamiento del Volvo.

—No peor, ahí no pensé que me moría, porque la casa era bien sólida, pero sí tenía recelo que uno de los edificios enormes de al lado me cayera encima.

—Entre tus muchas funciones, te tocó recibir a Correa algunas veces.

—Once veces en esos siete años que estuve.

—En una de esas hubo un impasse cuando habló de la salida al mar de Bolivia.

—Sí. Fue un malentendido eso.

—No le vas a echar la culpa a la prensa.

—No, no, no, es que hay diversas interpretaciones. Fue una interpretación extensiva porque el tema es si la salida es con soberanía o sin soberanía, porque sin soberanía la tiene ahorita también Bolivia, tiene un sitio por donde pueden salir al mar sin soberanía. Eso se puede perfeccionar de alguna manera y tener un corredor sin soberanía; la gran discusión es con soberanía o sin soberanía.

—Chile no le va a dar nunca la soberanía.

—Entonces, el presidente Correa nunca dijo que lo que había que darle a Bolivia es una salida soberana al mar, pero la prensa (de Chile) sí tituló: “Correa aboga por salida soberana de Bolivia al mar”. Después de reunirse con Bachelet, fue un poco de mala leche.

(Quiero saber cómo vivió él, periodista toda la vida, el problema de que el Gobierno le declarara el gran enemigo a la prensa. Dice que ha tenido algunas discrepancias con el presidente sobre ese punto, pero que no va a ventilarlas públicamente porque no sería leal. Pero cree “que las virtudes y los aciertos del presidente Correa son enormemente más importantes para el país”).

—El otro punto, el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, es muy sensible para la gente de izquierda. Y eso te va a tocar ahora en Washington.

—Nadie está en contra de defender los derechos humanos. Ahí lo que se ha planteado son cosas de sentido común. Si el Pacto de San José no ha sido firmado por algunos Gobiernos, no tiene mucho sentido que esos Gobiernos sean los que financien las comisiones de derechos humanos. El otro tema que merece discutirse es por qué la única relatoría que tiene financiamiento de oenegés y entidades de países europeos del primer mundo es la relatoría de la libertad de expresión, y no las otras.

—Durante años, cuando la CIDH defendía a los presos políticos y a los perseguidos por las dictaduras nos parecía que estaba muy bien, a nadie le importaba que financiara Estados Unidos. Los perseguidos son los perseguidos, en el Chile de Pinochet o en la Venezuela de Maduro: un político que va preso es un perseguido político.

—Claro, pero los tiempos van cambiado, se han creado instituciones latinoamericanas muy sólidas, como Unasur, como la Celac, tenemos una realidad distinta entre los países de América del Sur con los países de América del Norte, es lógico que nos juntemos para negociar, discutir, analizar los temas con América del Norte, con Europa, con Asia; somos un bloque que está unido por cultura, por tradiciones, por realidades socioeconómicas. Lo lógico sería también que tengamos instituciones de derechos humanos y de todo tipo en nuestra región.

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