Por Diego Pérez Ordóñez
Edición 460 – Septiembre 2020.
Fotografías: Shutterstock
Alejandría fundamenta su mito en razones históricas y en cuestiones literarias, en parecidas proporciones. Fue nada menos que Alejandro Magno quien la erigió e ideó con visión estratégica en la desembocadura del caudaloso Nilo. Esto, luego de haber derrotado a los persas y liberado a los antiguos egipcios, quienes lo nombraron faraón. Estamos, claro, en el año 331 a. C. La visión trascendental de Alejandro radicaba en la triple ventaja de la fundación de una ciudad en esa ubicación: la vigilancia militar del Mediterráneo, la creciente actividad portuaria y la fertilidad de las tierras vecinas de aquel generoso estuario.

La nueva ciudad no tardó en crecer, en destacar y en opacar al resto de Egipto, por sus suntuosos palacios de mármol, por sus diseños urbanos, por sus jardines, por su alta cultura helénica y por la vocación de sus élites en favor de las artes y el conocimiento. Como resultado de todo lo anterior, Alejandría quiso ser depositaria de todos los saberes del mundo antiguo, acumulados en su célebre biblioteca, también erigida en el siglo III a. C. y reconstruida hace poco para el futuro.
En 1989 inició la edificación, financiada por la ONU, de la nueva Bibliotheca Alexandrina. En 2001 se inauguró este nuevo espacio de ochenta mil metros cuadrados, de los cuales veinte mil corresponden a la sala de lectura, la más extensa del mundo. En la fachada de piedra uno puede notar grandes inscripciones alfabéticas de diversas civilizaciones del mundo. Estas fueron cuidadosamente realizadas con el artista Jorunn Sannes que utilizó para labrar las rocas con las mismas técnicas ancestrales que los antiguos egipcios.
Cuando el mundo occidental pasó de la influencia griega al control del imperio romano, la biblioteca de Alejandría entró en un proceso de deterioro y declive, graficado fundamentalmente por el incendio del año 48 a. C., aunque no ha sido determinado de modo concluyente si los fuegos la destruyeron definitivamente o si el incendio fue el primer capítulo para su progresiva desaparición posterior. En cualquier caso, imaginar la biblioteca de Alejandría abrasada por las llamas equivale al desvanecimiento de la memoria de la humanidad.
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