La talla grande de Botero

Por Milagros Aguirre A.

Fotografía: cortesía de Centrocentro de Madrid.

Edición 464 – enero 2021.

No necesita presentación. Fernando Botero (Medellín, 1937) es seguramente el pintor vivo más expuesto en el mundo y uno de los artistas más cotizados. Es conocido por los voluminosos y redondos personajes que protagonizan sus pinturas y esculturas. Ahora, el CentroCentro de Madrid expone, hasta febrero de 2021, una retrospectiva de este latinoamericano de talla grande. 67 obras —además, de gran tamaño— forman parte de una muestra que está dividida en siete amplios temas y que recoge siete déca­das del camino recorrido del famoso artista colombiano.

Botero fue etiquetado, en sus primeras exposiciones, como un pintor naíf. Hoy es considerado uno de los mayores artistas de la vanguardia latinoamericana.

“Soy el pintor del volumen, no de las mujeres gordas”, ha aclarado el artista en innumerables ocasiones. Y sí. Lo suyo es la redonda redondez, el espejo deformante del mundo, la fantasía y el placer. El mundo que Botero ha ido creando es enorme. Sus figu­ras, hinchadas y redondas. Sus personajes y las cosas que forman parte de sus cuadros se desbordan. Todo en sus cuadros es abun­dancia y llenura.

Botero ha reiterado que no es ni pin­tor de “gordas” ni “naturalista”. Que lo suyo es el volumen y que los personajes —y sus bodegones o naturalezas muertas— no provienen de modelo alguno, sino que así habitan en su imaginación, en el mundo que ha creado y que ahora tiene el nombre de boteriano. El resultado de estos setenta años de trabajo es una nutrida producción compuesta por más de tres mil óleos, más de doscientas esculturas y más de doce mil dibujos a lápiz, carboncillo, pastel y san­guina.

La calle, óleo sobre lienzo, 2000.
Santa Gertrudis, óleo sobre lienzo, 2014.

DE LA MANDOLINA A LA GLORIA

El artista colombiano empezó a los dieciséis años, pintando toros, paisajes y naturalezas muertas. Luego los persona­jes fueron apareciendo en sus cuadros. Lo primero que hizo verdaderamente boteria­no fue una mandolina, ese instrumento de cuerda más redondo que la guitarra. “En el momento de trazar la cavidad del sonido, la hizo muy pequeña. El contraste entre el contorno generoso y el detalle minúsculo del centro hizo que el dibujo explotara en su monumentalidad y deformación, y en ese momento entendió con claridad absoluta que había descubierto algo importante para su trabajo, una respuesta contundente a su búsqueda incansable. Este sería el inicio de un camino que lo llevaría a consolidar su propio estilo, su propio lenguaje, único y reconocible, fruto de la experimentación continua, la reflexión y el cuestionamien­to inagotable, reflejo de sus convicciones artísticas y de su capacidad de transformar años de enseñanzas asimiladas en algo nue­vo, fresco y propio”, dice Cristina Carrillo, curadora de la exposición, en el catálogo de la muestra.

Luego, esos seres enormes y robustos, esas mujeres carnudas, esos rostros redon­dos, esas piernas rellenas, fueron colmando su mundo de manera casi obsesiva. Y el mundo de Botero se pobló de esas figuras monumentales y volumétricas, incluso si hacía referencia a otros cuadros y otros artistas, como en sus homenajes a pintores renacentistas. Botero encontró su lenguaje propio, su huella y su camino en el volumen y en el color.

Botero es un artista amado y también muy criticado. Es, sin duda, el pintor más expuesto de América Latina. Su técnica, su estilo propio, la factura de sus obras, su capacidad de trabajo, la impronta inconfun­dible, lo hacen uno de los grandes artistas latinoamericanos.

Sus críticos argumentan que mientras que, en un primer momento, Botero pare­cía un alma salvaje, llena de una atrevida y radical experimentación sin precedentes en el arte colombiano, pronto fue sometido a una marchitación forzosa por el auge de los precios, por las exigencias de los colec­cionistas (esos que deseaban ver colgadas en sus casas obras de arte fácilmente reco­nocibles), por el sentimiento nacionalista que nubla el juicio crítico (sí, “Botero, el mejor artista colombiano” o “el más costo­so del mundo”) y por el ditirambo de los medios de comunicación alrededor de su figura.

Las voces más críticas prefieren que­darse con el primer Botero, el de la audacia de los años cincuenta, con una paleta más desordenada a la que llamaban feísta, que al Botero de los cielos azules, prados verdes, vestidos apastelados, detalles pintorescos y familias felices del pintor de fines de los años setenta: los volúmenes empezarían a ser escenificados de forma repetitiva, hasta dar lugar a lo que se llamaría el estilo bo­teriano, pinturas de personajes enormes y redondos, formatos ampulosos y monu­mentales.

A pesar de ser uno de los artistas más vistos, más expuestos y más criticados, su obra siempre resulta sorprendente porque Botero ha impuesto en el mundo del arte su visión del mundo.

Gente del circo con elefante, oleo sobre lienzo, 2007.
Picnic, óleo sobre lienzo, 1989.

HOMENAJE A LOS MAESTROS

Vida Latinoamericana, Versiones, Na­turaleza muerta, Religión, La Corrida, Circo y Acuarelas sobre lienzo son los sie­te tramos del recorrido planteado en Cen­troCentro de Madrid. En el último tramo obras recientes e inéditas.

En la sección Vida Latinoamericana están sus raíces como tema central de su creación. En ese espacio rescata, con humor, los recuerdos de su infancia y juventud. Sus lienzos son habitados por personajes coti­dianos: músicos, bailarines, monjas, milita­res, señores de la alta sociedad, hombres de poder y hasta prostitutas.

Entre las obras que se pueden admirar en estas salas se encuentran “Mujer senta­da” (1997), “El presidente/La primera dama” (1989), “El final de la fiesta” (2006), “Mujer cayendo de un balcón” (1994) y la célebre “Bailarina en la barra” (2001), que es la por­tada del catálogo.

El interés religioso se halla en otra de las salas y fue una excusa para explorar pic­tóricamente las situaciones, las formas, los colores, el vestuario y el mundo plástico y poético del clero, abordando sus personajes con humor y sátira como ocurre en sus obras “El baño del Vaticano” (2006) y “Cardenal durmiendo” (2004). Botero toma imágenes religiosas y las adapta a su imaginario, como es el caso de su famosa “Nuestra Señora de Colombia” (1992) también presente en la exposición.

La tercera sección comprende las obras que el artista ha realizado en homenaje a los grandes maestros de la historia del arte uni­versal como Diego Velázquez, Piero della Francesca, Jan van Eyck y Pedro Pablo Ru­bens, entre otros, cuyas obras le cautivaron desde su primer viaje a Europa en 1952.

Para Botero la contribución más gran­de que puede hacer un artista al mundo del arte es su estilo, que es su forma única y personal de expresarse. En Versiones se puede ver cómo el maestro se apropia de te­mas que han sido recreados por otros y los transforma con su estilo en una obra de arte propia y singular. Tal es el caso de “La For­narina según Rafael” (2008), “Los Arnolfini según Van Eyck” (2006) y el díptico “Según Piero de la Francesca” (1998), que son parte de la exposición.

“Naranjas” (2008), “Pera” (1976) y “Flo­res” (2006) se encuentran en el espacio de­dicado a la Naturaleza muerta, uno de los temas constantes de su obra. Dice el maes­tro colombiano: “A través del volumen se produce una exaltación de la vida. Con la deformación se genera un desequilibrio en el arte que hay que restablecer, y solo me­diante un estilo coherente se recupera la na­turalidad de la deformación”.

El baño del Vaticano, óleo sobre lienzo, 2006.
The Arnolfini según Van Eyck, óleo sobre lienzo, 2006.

TOROS, CIRCO Y ACUARELAS

Cuando Botero era niño su tío lo ins­cribió en la escuela taurina del banderillero Aranguito. A los quince años su entusiasmo por ese mundo era tal que lo llevó a pintar una serie de acuarelas de la que vendió la pri­mera obra de su vida. Descubrió en este tema una infinidad de posibilidades plásticas que le permitieron jugar de manera sorpresiva con la composición, el color, la luz y las formas. Eso forma parte del recorrido de la exposi­ción a la que las curadoras han llamado La Corrida. Además, el mundo taurino inspira una de las épocas más prolíficas en la vida del artista, siendo el tema central de varias de sus más importantes exposiciones. “El arrastre” (1987), “La muerte de Ramón Torres” (1986), “Caballo de picador” (2002) y “Rafaelín y su mujer” (2012) son parte de esta sección.

De los toros al circo no hay más que un paso. Grandes maestros de la pintura han hecho del mundo circense un motivo de sus pinturas. Picasso, Matisse, Renoir, Degas, Toulouse-Lautrec, Léger, Seurat y Chagall, entre otros, han retratado personajes y si­tuaciones alrededor de la carpa de un circo. Botero también. Con “Payaso de blanco” (2008), “Contorsionista” (2008), “Músicos” (2008) y “Circo” (2007), el privilegiado es­pacio de CentroCentro de Madrid completa la retrospectiva.

Al final del recorrido hay obra inédita. Con 88 años, Botero no ha dejado de pintar. Por ello, Acuarela sobre lienzo, su reciente producción de una serie de acuarelas de gran formato, iniciada en 2019, es parte de la retrospectiva. “Carnaval”, “Picnic”, “Una pareja de músicos” y “Familia” son solo al­gunas de las piezas incluidas en la sección.

En definitiva, la gran exposición de­muestra la coherencia del estilo de Botero y pone el foco sobre el carácter icónico de esos cuerpos orondos y redondos, conoci­dos en todo el mundo. La organización y el montaje de la muestra, curada por Cristina Carrillo de Albornoz con el apoyo de Lina Botero, hija del artista, fue toda una odisea, teniendo en cuenta el tamaño de las telas —casi todas de más de 150 x 100 centíme­tros y en muchos casos superiores a los 200 x 150—, y las dificultades especiales para trasladarlas bajo las restricciones de la pan­demia. El asunto es que Botero sigue siendo un artista de talla grande. Muy grande.

Flores en azul, óleo sobre lienzo, parte de un tríptico, 2006.
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