La poesía y los fluidos del lenguaje

Diners 467 – Abril 2021.

Por Jessica Zambrano
Fotografías: Roberth Mendoza

Un poeta que ha apostado todo por una vocación se enfrenta a su obra reunida y descubre que algunas cosas tienen sentido y otras, como las aguas de un río, son simplemente incontenibles. Hay versos que podrían ser abrazos y otros que podrían ser cuchillos.

Roy Sigüenza (Portovelo, 1958) publicó Cabeza quemada, su primera compilación de poemas, en una hoja de papel bond tamaño A4, doblada en cuatro partes. La edición se repartía en un sobre kraft, el mismo material con el que se hacían las invitaciones a velorios, bautizos y fiestas infantiles. Tenía treinta años y algunos poemas guardados. Recuerda que le asustaba un poco mostrar sus poemas porque la poesía era un género poco leído que podía generar malentendidos, aunque había obras —casi siempre religiosas y colegiales— en el extinto teatro Colón Jaramillo Vega, se escuchaba charleston en las salas de baile del Blueberry Club y él leía novelitas de Gogol en una de las primeras bibliotecas de Portovelo, la ciudad al sur del Ecuador que aún habita.

Su primer tiraje tuvo solo treinta ejemplares y se imprimió en la única imprenta que sobrevivía en el pueblo, la que, para su suerte, administraba una amiga. “Me tenía cariño y cuando le hablé de lo que quería hacer me dijo: ‘Haz lo que quieras’”.

Discutieron el material textual, metió manos en la letra manuscrita que en esa época se usaba para condolencias y otras invitaciones sociales, estaba bien que se intercalara ese estilo dentro de los textos: “No fueron todos lo que quise porque era una simple página de papel despintado (…). No había costumbre de publicar poesía, era un salto grande publicar una invitación para la fiesta de cumpleaños de la chiquita de la casa a una obra poética, pero el servicio te lo ofrecían”.

Al poco tiempo se sorprendió con la noticia de que su poemario artesanal había circulado en Quito, donde se acumulan los poetas, el dinero de incentivos económicos, los encuentros literarios y donde Roy decidió estudiar Literatura por un tiempo. Algunos conocidos le habían sacado xerocopias —porque no había otra opción— a su trabajo para distribuirlo y leerlo.

Después de treinta años y de nuevo en Quito, quienes dirigen el proyecto Severo Editorial —gente obsesionada con el libro como objeto de arte— encontraron una edición malgastada de aquel primer intento de Roy, guardada con el cuidado de un bibliotecario, en el Centro Cultural Benjamín Carrión. Desde entonces se han dedicado a desandar el camino para construir una antología que recoge los pasos del poeta solitario, que no quiere marginarse de las formas de pensar la escritura, aunque en el Ecuador se entienda aún muy poco cómo un hombre es capaz de escribir poemas de amor a otro hombre.

La poesía de Roy Sigüenza ronda por el sigilo de la noche, la fuerza del galope de los caballos, un espíritu en trance y el estado de solitud generado por el amor. Desde hace treinta años, cuando empezó a escribir poesía —o al menos fue consciente de ello—, su trabajo ha estado desperdigado, publicado en editoriales de México, Chile y en pequeños intentos locales.

La gestora cultural Rosa Manzo, a quien Roy llegó para ofrecerle su trabajo de escritura para el suplemento cultural de diario El Nacional, que circulaba en Machala —ciudad que queda a dos horas de Portovelo—, recuerda ser una de las primeras lectoras de los borradores de la poesía de Sigüenza y la primera en guardar su trabajo en su biblioteca personal.

Desde que apareció Cabeza quemada quiso tener su obra completa, pero el poeta llegaba siempre en busca de algún ejemplar para leer en alguno que otro encuentro literario, sin darle ninguna garantía de que los libros volverían a su lugar. “Él mismo me descompletaba la colección de su obra. Roy no es un autor que se queda guardado en las perchas, todo se vende y lo que no publica se le pierde con sus libretas”, me dice Manzo sobre la poesía de su colega.

En este año pandémico apareció su poesía reunida por primera vez en una edición ecuatoriana que le hace honores a su Cabeza quemada y vuelve a poner en escena su agotada Tabla de mareas. Severo Editorial y la Universidad San Francisco de Quito coeditaron Habilidad con los caballos, Poesía reunida 1990-2020. “En esas pocas páginas está la vida verdadera del autor y considera la fragilidad de aquello”, me dice Sigüenza en una llamada telefónica. Él, desde el pequeño cantón de la provincia ecuatoriana de El Oro, Portovelo, viendo y distrayéndose con el agua del río y los pajaritos que lo sobrevuelan. Yo, desde el puerto central de este pequeño país, Guayaquil, habitando el teletrabajo.

A través de la palabra, el poeta se transforma en quien busca las manifestaciones que tiene el amor, la animalidad de la noche, la humedad y los fluidos que por naturales pasan desapercibidos. Su poesía se inventa lugares, hace apuntes del lenguaje que crea el cuerpo desde el deseo, y lo mezcla con las coincidencias que le deja el habla popular en su tránsito desvelado.

“Llueve para mi gusto de estar triste, solo, escribiendo como un buscador, no como alguien que escribe —cuando un escritor escribe sabe que escribe, el que busca no, no sabe. No hay certidumbres ni dioses que la den”, dice Roy en “Mi vida es como si me golpearan con ella”, dedicado a Fernando Pessoa, el autor portugués que escribió escondido en tantos nombres como pudo.

Le pregunto si acaso, como dice el poema, él está del lado del escritor que escribe o del que busca. “Intentaba hacer un biopic, una lectura personal después de leer todo lo que pude de Pessoa y de haber entendido muchas cosas de su propuesta, creo que hay una especie de conflicto, entre la búsqueda de una expresividad y la forma en la que esa expresividad fluiría”, dice Roy.

Sigüenza coincide con Pessoa en la búsqueda del ser que se resuelve con el uso de la palabra. “Soy una cosa confusa a veces. Lo que hice fue una búsqueda de horizonte, de salida, una búsqueda de la llave para abrir la puerta y expresarme”.

Aun así piensa que llamarse poeta puede ser un exceso: “Cuando empiezo a escribir un texto no tengo conciencia, hay un momento en el que no sé cómo llamarlo. Quizás sea un estado de brillantez, de lucidez que surge de la terquedad de la escritura, hay un proceso incluso de levitación”.

He puesto allí, sobre tus piedras,

la rama de mi amor

para que la vuelvas a la espuma.

Para la poeta María Auxiliadora Balladares, “los cuerpos de los amantes y de los amados, así como sus acciones, se dibujan en los poemas de Roy como si habitaran un mundo que ha sido creado para ellos, para su gozo, para una permanencia en la que todos se afectan mutuamente”.

Cuando empiezo a escribir un texto no tengo conciencia, hay un momento en el que no sé cómo llamarlo…

Fausto Rivera, el editor que antologó a Roy, dice que la palabra no es lo que se dice, es lo que hace en tu cuerpo, “la plasticidad en el lenguaje de Roy se instala en ti de una manera muy personal. Hay partes en su poesía que afectan físicamente tu lectura, tu cuerpo, como cuando te topas con versos en cursivas y esa gestualidad, esa materialidad de la palabra, te quiebra en el momento en que te tiene que quebrar”.

Roy no milita por la idea de ser marginal, aun cuando la ciudad en la que reside está fuera de todos los circuitos culturales del país. Para él no es una fatalidad quedarse, volver cada vez que ha podido estar en otro lado; tiene que ver con la intención de trabajar desde la memoria histórica de su ciudad, que fue el primer campo minero del país y que dejó su rastro, más allá de la diferencia de clases que existía entre los estadounidenses que llegaron a explotar la zona y los locales, en la infraestructura cultural, que en su momento fue la más grande de la región sur del Ecuador.

En Portovelo cohabitan, como en la poesía de Sigüenza, todos los fluidos posibles que aparecen como sinónimo de libertad. “A Portovelo lo exprimes y cae agua, mineral, salada, negra, porque tenemos una vertiente. Esa mitografía que debe tener el agua, cuando escribes está pensando en el mito, solo la escribes, es algo que se inserta. La aspiración al agua es una aspiración a la vida libre, a la libertad”.

Así como los líquidos se funden, en la tierra y en la poesía, aparecen rasgos del lenguaje antiguo de los campesinos que reviven cuando escuchas saludar a la gente. “Solo es cuestión de sintonizarlas y es una aparición entre casual y azarosa, que uno va encontrando, no sé hasta qué punto se es consciente en la escritura de tu vínculo con la comunidad”, dice Roy.

el atún la albacora los perros de agua
Desovaban preguntas por la arena

Sus dudas sobre la poesía que debe ser publicada, y que a veces termina corrigiendo hasta cambiarla, persisten por las murallas que le ha tocado picar para seguir respirando, “porque estas declaraciones de amor homoerótico si tú quieres —yo me resisto a veces a esas expresividades porque siguen marginando— se trabajan en soledad, en solitud, es un material que no había”.

A pesar de que su trabajo convive con el habla popular que se rehace y deshace en la calle y la inocencia de elaborar una forma estética sin que lo pretenda, está consciente de que socialmente hay una resistencia hacia su manera de elucubrar con el deseo. “Todo el texto cultural que tiene el amor es una lectura interrumpida, el amor encuentra demasiados obstáculos para que pueda llegar hasta donde quiere, pero depende de cómo lo vivas”.

Piensa Roy que el amor está en un arrabal patriarcal, aun desde la literatura. Desde allí se dirige al amor heterosexual como ritual y celebración, como fin último de la naturaleza humana. De allí que su decisión para escribir y buscar formas de amor a otro hombre radique en el lenguaje. “Creo que dentro de la potencia del texto poético está la búsqueda de la verdad, quizá la verdad como una búsqueda de la filosofía pero que también tiene que ver con la verdad poética, cuando esas cosas ocurren…”. (Silencio en la línea). “Ya me perdí, estoy aquí al lado del río viendo los pájaros”.

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