Fotografías Juan Reyes.
Edición 428 – enero 2018.
El tatuaje no ha dejado de evolucionar desde los orígenes del ser humano, que siempre ha manifestado su inquietud por resaltar su identidad a través de la modificación corporal. ¿Cuál es la formación de los tatuadores? ¿Cuál la idea que impulsa a los tatuados? Aquí, un recorrido a flor de piel.
La piel, el órgano más extenso del cuerpo humano —ocupa aproximadamente dos metros cuadrados— se puede transformar en un lienzo, en una hoja de papel, en un manuscrito e incluso en un álbum de fotos. La piel se viste de tinta, y mientras a unos les resulta hermoso, a otros les causa rechazo. Al margen de gustos y cánones estéticos, ¿por qué pervive el tatuaje en constante evolución desde los más remotos orígenes?

“Llegó a mi estudio una chica de diecisiete años que quería ocultar una enorme cicatriz, producto de una peritonitis. La marca era muy gruesa y cruzaba su abdomen. El regalo de cumpleaños de su madre, que entró con ella en el estudio con cara de desconfianza, era un tatuaje. La cicatriz se tapó con flores. Cuando ella miró el resultado, lloró de emoción”. Su vida empezaba a ser otra desde entonces, y “esa fue la experiencia que me hizo quedar dentro del tatuaje”. En definitiva, “arreglar la vida a la gente a través del arte y hacer del tatuaje una experiencia terapéutica”. Esa es la reflexión de Sebastián Manríquez, de Atelier Muyuqi, para explicar por qué se dedica a esta profesión.
“El espacio que ocupo no solo está dedicado al tatuaje, también es una galería de arte”, explica Manríquez. En la primera planta se mantiene una exposición de obras y la sala, donde realiza los tatuajes, está decorada con pinturas bastante originales.
Cuenta con formación de artista plástico y ya lleva una década tatuando. Proviene de una familia de pintores: “mi papá fue alumno de Guayasamín”. Manríquez se ha especializado en minimalismo y tiene preferencia por el watercolor tattoo, es decir, el estilo acuarela. “Quiero que el resultado sea el equivalente a una obra de arte hecha en acuarela”.
“He sido pionero en algunos aspectos. Entre otras cosas, he tatuado en museos”. Participó en Tattoarela, un festival de tatuajes en vivo que se celebró en el Museo de Acuarela y Dibujo Oswaldo Muñoz Mariño, en el barrio de San Marcos.

Los comienzos de cada profesional son tan diferentes como los estilos y técnicas que practican. A Marvin Quelal le surgió la vocación a partir de su experiencia en el expenal García Moreno. “Me senté y vi a un man dibujando. Recordé que yo hacía retratos de mis compañeros en el colegio, y en cuanto pude me dediqué a dibujar en mi celda”. Para Quelal, “el mejor tatuador es alguien que se desenvuelve en todos los estilos posibles, y después de los años elige uno: el suyo”.
Cuando finalizó su condena, Quelal buscó a un tatuador que cumpliera esos requisitos y encontró a Mauricio Naranjo, “mi maestro”, dice. La escuela de Naranjo es dura, exige un mínimo de dos o tres años como aprendiz antes de empezar a tatuar. Sin embargo, las ganas de iniciarse en el oficio apremiaban a Marvin. Tan solo llevaba tres meses recibiendo su enseñanza y la escasez de recursos económicos no le permitían comprar equipo alguno o material básico para empezar. “Rompí una rebobinadora antigua de casete y saqué el motor. Esa fue mi primera máquina. Después martillé un alambre, que me sirvió de aguja, y me hice un tatuaje en el antebrazo izquierdo”, explica, mientras muestra ese recuerdo.
A partir de ese momento no ha parado. Sigue aprendiendo, se reconoce autodidacto, y tiene amplios conocimientos en historia del tatuaje, anatomía, bioseguridad, estilos, etc. El tatuaje me aleja de full cosas malas, afirma. Más adelante le gustaría ser maestro, pero todavía es pronto para pensar en eso. Considera fundamental “ayudarnos entre artistas, porque el egoísmo destruye y el arte construye”. Su principal fuerte es el retratismo, aunque también trabaja otros estilos, como el new school, el puntillismo y agua tinta, lettering y neotradicional, entre otros.
Respecto a las técnicas, destaca el freehand, o lo que es lo mismo, tatuar sin plantilla, algo que muy pocos pueden hacer, teniendo en cuenta la precisión y destreza que requiere dibujar directamente sobre la piel. La estética de Marvin Quelal no pasa desapercibida: luce un curioso tatuaje en la mitad derecha de su cara, que “corresponde a un indigenismo”, comenta. Fue su propio maestro quien le tatuó el rostro.
Mauricio Naranjo lleva más de veinticinco años tatuando en Quito, y considera que se ha encargado de la formación de aproximadamente 60% de los tatuadores del Ecuador. No solo eso, Naranjo también es conocido por su trabajo con una inusual técnica denominada escarificación. De hecho, en este momento es el único que la practica en el país.
“Cortar, remover la piel, escarificar (levantarla) y retirarla”. Mauricio Naranjo define así este proceso que se realiza con un bisturí quirúrgico del número dieciséis, el que podría utilizar un cirujano según qué casos. ¿Duele? Por supuesto que sí, quién lo duda, pero quienes lo piden “lo disfrutan”. El resultado es un dibujo en la piel que quedará para siempre a modo de cicatriz queloide.
Hasta que sane la herida pueden pasar “de ocho a diez meses para que el queloide pueda verse en su estado definitivo, aunque se le puede añadir limón y azúcar para acortar el proceso y que cicatrice en tan solo dos meses”. Hay otros trucos, como “emplear el limón para exagerar el efecto de la escarificación o poner vino para que adquiera una tonalidad rojiza”. Todo a gusto del cliente.
La escarificación es una modificación corporal, al igual que el tatuaje, solo que en una forma más extrema. “Es el arte más antiguo en América, y tuvo lugar en la Costa andina, como ornamentación para el cuerpo”, explica Mauricio Naranjo.

Aunque se sabe que su origen es muy anterior, el tatuaje tiene su reconocimiento en el proceso colonizador de la Polinesia, en el siglo XVII. Se establece así en el colonialismo y el encuentro de los marineros con los nativos, entre los que se produjo un intercambio cultural: los nativos —que ya practicaban el tatuaje desde tiempos inmemoriales— mostraban aspectos entre los humanos y la naturaleza. Por su parte, los marineros empezaron a hacer uso de esta práctica para representar cuestiones relacionadas con la navegación: brújulas, estrellas, líneas rectas, etc. De esta forma, la difusión del tatuaje se inició en Europa, y más tarde en América, cuya práctica se inició en las clases bajas, en concreto, en las calles, en las cárceles y en las fuerzas armadas, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Por otro lado, y respecto al indigenismo del Ecuador y la contextualización del tatuaje en el pasado y en la actualidad, “como representación simbólica es un arte cuyos aspectos se van reproduciendo de acuerdo al avance de la globalización”, según Juan Francisco Castillo, antropólogo social, quien explica que “la relación con aspectos étnicos en las culturas andinas y amazónicas se establece en la aplicación de pintura en el cuerpo sobre aspectos relacionados con su ambiente, con figuras naturalistas”, aunque “no implican procesos perennes como el tatuaje”.
Mientras que “las mujeres kichwas amazónicas utilizan aceites de palmas y decoran el rostro para consumar el matrimonio en la selva, los shuaras se preparan para la guerra con pinturas que representan animales como la boa y el jaguar”. Por su parte, los waoranis usan tinta colorada derivada del achiote (un fruto rojo de la selva) para dibujar motivos selváticos en la región de los ojos”, afirma el antropólogo. En resumen, “la relación cultural de la pintura en el cuerpo en las etnias amazónicas no tiene que ver con el proceso cultural producido por el tatuaje originado en Polinesia”, corrobora.
1939 – 1945
Los soldados americanos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial solían tatuarse el nombre de la persona amada dentro de un corazón o símbolos patrios que los inspiraran y recordaran no desistir durante la batalla.
A lo largo del siglo XX y también del XXI, el tatuaje no ha dejado de evolucionar. Sebastián Manríquez comenta que “se ha producido un claro cambio de época, ya que el tatuaje ha pasado de ser excluyente en la sociedad, a convertirse en una tendencia que ayuda a incluirte”. Hace tan solo unos diez años, “el medio del tatuaje era un tanto underground. El oficio estaba mal visto y existían muchos prejuicios al respecto. Hasta que se popularizó en todo el mundo y el tema comenzó a difundirse a través de realities, convenciones y otros medios”.
Hoy en día, a la hora de tatuarse, “el adulto tiene una motivación, mientras que para el joven implica un estatus”, ya que “más allá de tener el último modelo de smarthphone, que en cualquier momento te lo pueden robar, un tatuaje realizado por un profesional de renombre implica un gasto con el que refleja una buena posición económica”, asegura Manríquez.

En Quito hay unos 70 estudios de tatuaje abiertos al público. Uno de los locales que lleva más tiempo funcionando es Precision Tattoo, que recientemente conmemoró veinte años en el medio. Al frente de esta empresa familiar en la que trabajan tres hermanos, está Christian. Recuerda que, en sus comienzos, “venían a casa a tatuarse, o se hacía en la calle. Principalmente eran hombres y lo que más pedían era escorpiones, corazones, cristos…” “Desde hace más o menos una década las mujeres se sumaron a esta moda, y hace unos años, se incorporaron al oficio las primeras tatuadoras”, prosigue.
Christian lleva gran parte de su cuerpo tatuado y tiene una filosofía muy clara: “Mientras tenga historias vividas y otras todavía por contar, me seguiré tatuando”. El más curioso que luce es un alien que se tatuó a sí mismo, y el que considera más especial es “un árbol de la vida que le tatué a un amigo en una costilla”.
Otra cosa que tiene muy clara es que “todo aquel que lleva un tatuaje siempre será una persona que está loca. Eso será toda la vida”, matiza Christian, y recuerda: “trabajamos con sangre”. Tal vez no exagere si pensamos que a un tatuador se le da confianza para dejar una marca de por vida, una identificación, un recuerdo imborrable en la piel… a costa de pasar varias horas en la misma posición mientras una aguja perfora la dermis. ¿Será que para ello hay que estar loco?
Locos o no, algo que se les escapa a los buenos profesionales es la bioseguridad. En Precision Tattoo, por ejemplo, organizan cursos sobre este tema, y cuentan con el apoyo del Ministerio de Salud Pública. No obstante, no hay ninguna regulación legal de esta actividad, mientras que en Europa y Estados Unidos sí existe legislación al respecto, se exigen licencias y se imponen cuantiosas sanciones en el caso de que se incumpla la ley.
En palabras del abogado Arturo Alarcón, “debería legislarse, al igual que en otros países, porque cada vez hay más jóvenes que se tatúan, y existen riesgos”. Los locales deben cumplir ordenanzas municipales de acuerdo a su actividad y, en este caso, contar con un permiso del Ministerio de Salud, que es la institución encargada de verificar el uso adecuado de los equipos o, en caso contrario, clausurar el establecimiento. “Hasta ahí, todo va bien, ¿pero qué ocurre si algún usuario se ve afectado por un mal trabajo o incluso por un contagio del VIH?”. En ese caso, Alarcón contempla la posibilidad de iniciar acciones penales establecidas en el Código Orgánico Integral Penal por negligencia o imprudencia”. Sea como fuere, “el abanico de situaciones es un interesante tema”, concluye.
Y tanto interesa, porque el tatuaje es una expresión, un hecho comunicativo —alguien los produce y produce un efecto en la sociedad—, argumenta el antropólogo Juan Francisco Castillo, para quien “puede tener un sentido compartido y cultural, y a la vez apelar a procesos identitarios propios”, y así generar diversidad.
Por eso confluyen tantas tendencias como motivaciones o sentimientos para estar en cualquiera de los dos lados: tatuador o tatuado. Blackwork, geométricos, puntillismo, trash polka, realismo fotográfico o hiperrealismo, realismo abstracto o surrealismo, acuarela o watercolor, old school o tradicional americano, neotradicional, new school, irezumi o tradicional japonés, celta y maorí (polinesios), bosquejo, o ilustración, por citar los más importantes. Y del mismo modo, las representaciones son infinitas: militarismo, feminismo, romanticismo, dragones, hadas, samuráis, felinos… O lo que es lo mismo, “dime qué tatuaje tienes y te diré quién eres”.