La piedra en el zapato.

Por Milagros Aguirre.

Ilustración: ADN Montalvo E.

Edición 451 – diciembre 2019.

 Firma--MIlagros-2

Vivo en un edificio de pocos vecinos. Apenas si saludamos y nos sonreímos cuando nos cruzamos. No sabemos casi nada unos de otros, pero mientras la vida sea tranquila y mientras nadie se meta con nadie, todo va bien. A veces nos reunimos, aunque las reuniones siempre son una lluvia de quejas y disgustos, de inconformidades y de desaguisados. Esta pequeña comunidad, indiferente, está conformada por algunos especímenes: la persona solitaria, la que más se queja, aquel que vive pendiente de la seguridad, aquella señora que tiene la voz con un timbre alto, la chica que hace fiestas y mete bulla, la familia que tiene el perrito casi escondido para que no le molesten los demás, el tímido que apenas sonríe cuando sale a botar la basura, el comedido que siempre está tratando de arreglar los desarreglos y que se lleva las quejas y reclamos de los demás. Pero hay uno, que es una piedra en el zapato: no paga la mínima cuota que exige vivir en comunidad.

El hombre ha dado mil excusas. La primera es algo que recita y que se le debe haber pegado de la revolución: “¡Vivimos en un Estado de derecho!, ¡debe haber un reglamento y unos estatutos y, mientras eso no exista, no pagaré ni un centavo!”. El hombre quiere un reglamento para normar la vida de los no más de diez habitantes del pequeño edificio, pero no quiere pagar ni un centavo. No ha pagado un año, pero pide cuentas de dineros ajenos, de lo que pagan los demás.

Si se pone su nombre en la cartelera, como deudor moroso, amenaza con abogado porque eso, según la ley que recita, es acoso, difamación y desprestigio. Cuando uno se encuentra con él en la puerta, no saluda. Se lo incluye en el chat del edificio y abandona el grupo. Se golpea a su puerta y no abre. La pequeña comunidad de vecinos no sabe qué hacer para que pague lo que debe.

Preguntando por ahí, me dicen que esta especie no es única. Que es común encontrarlos en muchos edificios y condominios de la ciudad. Ese, que no paga, suele estar a la defensiva, amenaza con abogados, indispone a los vecinos, se esconde.

Esa indiferencia colectiva es metáfora del país. Y ese que no paga, ni le importa, es espejo de muchos ciudadanos. Ese, que no quiere pagar impuestos, que saca la placa del auto para circular pese a las restricciones y que es, por supuesto, el más machito, es ejemplar común. Es el mismo que bota la basura a cualquier hora y, por lo general, la deja junto al árbol. El que parquea en la vereda, jamás da paso al peatón y se lanza contra el ciclista, habla por celular mientras conduce, pone sobreprecio en sus contratos y tiene la jeta para reclamar. Ese es una piedra en el zapato. Y no deja caminar.

 

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