Hay un punto que destacar de estos meses, que los papás con hijos de ocho y diez años recién se hayan dado cuenta de la cantidad de tareas domésticas existentes.
Por Mariela Rosero Ch.

Bañar todos los días al bebé Gabriel, cargarlo unos minutos, mientras trabaja frente al computador; ver sus sonrisas y ser testigo de berrinches y de “gracias”. Luis Fernando Endara ha disfrutado todo lo que otros padres se pierden, a menos que alguien les comparta fotos o cortos videos a través del infaltable WhatsApp.
A toda la humanidad la pandemia le cambió la vida. Pero hay quienes no pondrán una “x” sobre la temporada de confinamiento en sus memorias. Es el caso de los asesores de impuestos, Luis Fernando y Verónica Peña, de 35 y 38 años, respectivamente.
Ambos pueden ver más allá de las restricciones, de la crisis económica, de la enfermedad y muerte, provocada por ese virus (SARS-CoV-2).
Luis Fernando vive la mejor secuela del encierro: la paternidad. Pero una especial, marcada por la posibilidad de superar los quince días de la licencia, para compartir con su bebé, que otorga el Código de Trabajo.
Jamás, en otro escenario, habría podido criar a su hijo, sin deslindarse de ninguna responsabilidad. La pandemia —anota— le ha otorgado tiempo de cantidad y calidad, le ha permitido verlo crecer en diferentes momentos del día. “Esto que vivo junto a mi esposa es único, quisiera que ningún padre se perdiera cada etapa”.
Cuando pasen los años quizá este papá recordará con más calma el jueves 28 de enero. Era el día programado para la cesárea de Verónica. Su ginecólogo, Andrés Calle, había planificado recibir al bebé en una clínica privada de Quito. Como en otros centros de este tipo, los padres se sometieron a la prueba PCR (con muestra nasofaríngea) para ingresar.

La angustia llegó en forma de resultado positivo para este coronavirus, que en el Ecuador bordea los cuatrocientos mil contagiados. Verónica, sin haber presentado síntomas, estaba infectada y por eso le informaron que no podían atenderla en el centro médico. Además, su doctor fue puesto en cuarentena. Se quedó sin el profesional que la había atendido en el embarazo y sin un espacio para traer a su hijo al mundo.
La recomendación fue que esperara a tener contracciones, para ingresar de emergencia a otro lugar. Eso pasó al siguiente día, desde las 18:00. Para entonces los hospitales estaban llenos, efecto de las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
Luis Fernando tuvo que mantener la cabeza fría, para manejar el auto de un lado a otro, con su esposa estresada. El ginecólogo Calle les telefoneaba, informándoles sobre clínicas que podían admitirla.
Pasaron cuatro horas y hallaron una cama. A las 00:05 nació Gabriel. Todos los médicos y enfermeras atendieron a la madre y al bebé con esos pesados trajes, de varias capas, mascarillas y visores.
En los primeros quince días de vida del pequeño, Verónica relata que su esposo “se puso la casa al hombro”. No solo porque ella se recuperaba de la cesárea sino porque le ordenaron aislarse junto al bebé, usando siempre mascarilla. El padre se encargó de cuidarlos, cocinar y limpiar todo, sin contar con el apoyo de nadie externo.
Luis Fernando no resultó contagiado, tampoco el bebé. Cuando Verónica superó el coronavirus el momento más especial fue retirarse los cubrebocas y besar a un hijo, que llegó luego de siete años de matrimonio, cuando dejaron de preocuparse por engendrarlo.
Antes de la pandemia, la pareja trabajaba de 09:00 a 18:00, ahora la jornada no tiene una hora final fija. Pero estar en casa les permite cumplir con las actividades de oficina y manejar de forma flexible el tiempo, para el cuidado del niño.
“No me imagino regresando a la oficina. Mi esposo siempre usaba traje, hace un año que no se pone una corbata. Muchos clientes devolvieron las oficinas que arrendaban, volverán ciertos días a la semana para temas puntuales a lo presencial”, cuenta Verónica.
Ahora que tienen al bebé han descubierto que hay más vida lejos de la oficina. Ellos —precisa Verónica— por su profesión no tienen horarios de salida rígidos, en ciertas temporadas, cuando hay que presentar información al SRI. Así que la pandemia les ha permitido confirmar que se puede trabajar por objetivos. “Cambió el paradigma, no es necesario ver al equipo, controlarlo. No es que la gente se queda en pijamas en casa, está laborando”.
Más tiempo en casa, más roces
En otros hogares, con hijos de varias edades, como el de Andrés Hermann, especialista en tecnología aplicada a la educación, la pandemia replanteó más que los roles de padre y madre. La posibilidad de tener más tiempo en casa —reflexiona— cambió la distribución de las tareas y le permitió implicarse más en temas que, por pasar fuera, estaban en manos de su esposa.
Durante la entrevista, el profesor de la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE) estaba en la cocina. Antes del confinamiento se trasladaba desde su vivienda en San Rafael hacia esa universidad, en el norte de Quito, y se quedaba hasta las 16:30. Luego, tres días a la semana, iba a la Universidad de las Fuerzas Armadas (ESPE), hasta las 20:30.
En definitiva, llegaba para ver a sus hijas, Isabella, Luciana y Camila, de cuatro, ocho y diecinueve años, respectivamente, ya dormidas. Los fines de semana estaba fuera de la ciudad, en clases de posgrados o algún tipo de consultoría. El 13 de marzo de 2020, cuando se dictó el estado de emergencia, se encontraba dando clases en Cuenca. Alcanzó a llegar un día antes de que cerraran el aeropuerto.

Ahora tiene un horario flexible, que le permite, por ejemplo, llevar a sus hijas al dentista de la zona; también se encarga de lavar platos, arreglar la cocina, sacar la basura. No les gusta su sazón, su esposa cocina.
Sin embargo, él no oculta que la convivencia ha hecho que tenga roces con sus hijas porque ahora está más presente. En una ocasión su hija mayor se molestó porque no permitió que la visitara su novio, por temor al contagio. Con las más pequeñas hay fricciones porque no estaban acostumbrados a tenerlo tan presente en casa, poniendo normas sobre tiempo frente al televisor, por ejemplo, o relevando a su esposa Shirley, cuando no cumplen con algún acuerdo.
Más que colaborar, ser corresponsables
Al abogado y oficial del programa de protección de Unicef, José Luis Guerra, la pandemia lo ayudó a encontrarse con él mismo. Logró entender cómo relacionarse con sus hijos, conocer sus rutinas diarias y aprender a participar de un espacio compartido las veinticuatro horas, toda la semana.
Él, de 39 años, ha intentado generar una nueva forma de vivir la parentalidad, bajo la lógica de un trato amoroso, para lograr comportamientos que se adecuen a las condiciones establecidas por el confinamiento y las clases virtuales.
Estar en casa todo el día —opina— puede ayudar a deconstruir no solo el rol de la paternidad, sino el de género, para vivir una relación equitativa.
En su caso en particular su hija de dos años, lo tiene a él, su papá, en casa. Sabe que está ahí, para lo que necesite, al igual que su mamá.
Algo particularmente interesante, dice, es que su esposa tuvo que volver al trabajo presencial unos días. Y él se queda más tiempo en el hogar con su pequeña y su hijo de cinco.
“Su mamá es una mujer maravillosa. Pero mis hijos entienden que cualquiera de los dos puede cumplir con el rol de cuidado. Crecen sin el concepto equivocado de que el padre solo tiene que ‘colaborar’. Hay que ser responsables en igualdad de condiciones”.
Sin embargo, Guerra admite que la convivencia no ha sido fácil. La pandemia —comenta— nos invitó a cambiar todas las rutinas, a organizarnos para trabajar y cuidar a los hijos. “Es complejo y es algo que se tiene que admitir. He escuchado a parejas que dicen que les ha ido perfecto y que todo está bien. Me encantaría creerles, pero sí hemos sufrido agotamiento, ‘bournout parental’. No estábamos acostumbrados a encargarnos todo el tiempo de los hijos, sobre todo en edad escolar, es muchísima responsabilidad; el Estado debe garantizar medidas de prevención de la violencia”.
Desde Unicef desarrollan programas de acompañamiento parental, indica, y ven que una guía para que los padres cuiden mejor de sus hijos puede generar un cambio. “Alguien me contó que sentaba a su hija frente a la computadora, que le pegaba si no hacía deberes y esa no era una buena respuesta; la niña estaba estresada”.
Por eso cree que la pandemia encierra riesgos para los niños. Y más trabajo para los padres, que se han desvelado, llorado, sentido angustia y ansiedad. “Quisiéramos tener todas las respuestas, pero no es posible; de todas formas, el tiempo en casa nos ha brindado enseñanzas maravillosas, ha creado un vínculo, los niños se han acostumbrado a la presencia más constante de sus padres, a disfrutar de cosas sencillas; nunca antes podía jugar al mediodía con ellos, ahora sí”.
La naturalización de sobrecarga para la mujer
Para la psicóloga Alexandra Serrano hay un punto que destacar de estos meses: que padres, con hijos de ocho y diez años, recién se hayan dado cuenta de la cantidad de tareas domésticas existentes. “¿Dónde estuvieron antes? ¿No sabían qué pasaba en casa? ¿Sus esposas estaban a cargo de todo 24/7? Hay que cuestionar cómo hemos naturalizado que los hombres no se involucren, no sean parte de la red de cuidado”.
Cuando se controle a la covid-19 la pregunta es qué pasará. Habrá hombres —anota Serrano— que decidan vivir una paternidad diferente; otros se sentirán felices y aliviados de no tener más obligaciones domésticas y de volver a las oficinas. Lamentablemente, cree, la sobrecarga de trabajo doméstico no se ha distribuido mejor entre hombres y mujeres.
“El teletrabajo se ha comido el poco tiempo familiar que se tenía antes; el sistema productivo se organiza con el supuesto de que los trabajadores están disponibles 24/7, que no tienen niños que cuidar. ¿Qué ocurrirá con las trabajadoras interesadas en mantenerse laborando desde casa? ¿Cómo reaccionarán frente a esas demandas?”.
Para Alexandra, quien se convirtió en madre en medio de la pandemia, no es tan adecuado hablar de pandemia y “ma-paternidad”, sino de involucramiento en el cuidado. “Es una parcelita de la maternidad bien conflictiva, demanda que los hombres participen más en el trabajo doméstico”. Su bebé nació en septiembre, su esposo es docente universitario. Ambos teletrabajaban, hasta que nació el bebé. Ella dejó la cátedra, tomó una licencia sin sueldo pues, debido a la pandemia, perdieron a la empleada doméstica y la posibilidad de contar con redes familiares para el cuidado de su hijo.
“Antes de la pandemia, en la casa teníamos nuestro tiempo de descanso, pero ahora todas las actividades se desarrollan en ese espacio, es difícil organizarse. Mi esposo pensó en involucrarse en el cuidado de nuestro hijo, pero su carga laboral es alta; ambos estamos en el baño del bebé, él nos hace el desayuno y compartimos el almuerzo, pero su día no termina a las 18:00, es difícil separar hogar y trabajo”.