La narrativa gay ecuatoriana dialoga a través de la culpa y la muerte

Por Pedro Artieda Santacruz

Aunque la construcción de personajes homosexuales no ha sido permanente en la narrativa ecuatoriana, se registran importantes representaciones desde los años treinta del siglo XX. Desde que Pablo Palacio publicara en 1926 Un hombre muerto a puntapiés. Fundamental texto que evidencia el lugar que ocupaban las disidencias sexuales.

Son varios los elementos significativos que este texto ofrece: no se menciona la condición sexual de la víctima y el único término que se asocia con ella es la palabra “vicioso”. El personaje investigador de la historia interesado en descubrir las razones de su muerte se obsesiona por descubrir “qué clase de vicio” tenía el difunto, pues una crónica del Diario de la Tarde había hecho mención a ello. El vicio se encuentra claramente asociado a lo patológico, a lo inmoral, a la perversión (otro término que más tarde varios autores asociarán a sus personajes sexualmente diversos). En América Latina la homofobia se remonta a la Conquista, origen que dio lugar a la enfermedad y a la ilegalidad. En el Ecuador, la homosexualidad fue un delito hasta noviembre de 1997.

El deseo homosexual se encuentra entonces anulado. Es innombrable. Tras intuir el investigador la sexualidad del personaje dice: “No, no lo digo para no enemistar su memoria con las señoras…” No hay palabra que lo designe. ¿Por no cumplir con las reglas de la heteronormatividad? “Había mentido, había disfrazado la verdad; más aún, asesinado la verdad, y lo había hecho porque lo otro no quería, no podía decirlo”, escribe Palacio sobre la declaración de la víctima. ¿Otro aspecto simbólico a destacarse?: Ramírez es extranjero. El “mal” viene desde afuera, pues en la ciudad conventual no existe, bien puede leerse entre líneas, reforzándose aquello de la negación.

Con Cara E’Santo (1953), Rafael Díaz Ycaza da a vida a Julio Barbosa, teniente político homosexual de Samborondón, casado y con dos hijas. Irreverente cuento que liga el poder y el machismo con la homosexualidad en un pueblo de la Costa. Por su lado, el protagonista de la historia, Cara E´Santo, es un idiota convertido en una suerte de animal de carga del pueblo, representando la visible marginalidad. Pero si este personaje es un excluido por su condición, Barbosa también lo es por su sexualidad. Y viene el vínculo con la perversión: “Decían que se refugiaba días enteros en la cantina de los bajos de la Tenencia, y que había corrompido a muchos jóvenes”. Como en el cuento de Palacio, se sugiere una enfermedad, un mal moral. Pero luego de que Barbosa trata de seducir a Cara E´Santo y de que sus hijas se enteran de su sexualidad, aparece sobre el río “flotando, verde y repleto de agua”. Suicidio vinculado a la culpa que ha ahogado su deseo, debido a la imposibilidad de aceptar su condición. ¿Representaba a la norma y se fue contra ella? Las disidencias sexuales han estado en permanente confrontación con el poder (Estado, Iglesia). Antes de finalizar la historia, Cara E´Santo también desaparece: “Alguien lo había visto, río abajo a lomo de una balsa…” Ambos personajes sobre el agua, elemento que limpia, que elimina enfermedades. El mensaje parece ser claro: los excluidos, los otros, desaparecen.

El siguiente texto en esta pequeña “biblioteca gay” es Los señores vencen, de Pedro Jorge Vera (1969). Corto relato ambientado en el campo que pone en escena a un suicida, quien frente a la culpa y la vergüenza por ser homosexual termina igualmente con su vida. Pero el protagonista (Rafael), antes de morir, ha dejado una carta a su progenitor: “Padre: hace tres años asqueado, me empujaste a la muerte. Hoy, yo me horrorizo de mí. Pero igual horror siento por ti. Me fui porque comprendí que mi mal era incompatible con esa tu arrogancia de varón intrépido…” La homofobia del padre y sobre todo del protagonista marcan el texto. La discriminación en que ha vivido la población homosexual ha sido cotidiana y se encuentra en la cultura. Los seres humanos la interiorizan desde la infancia, independientemente de su orientación sexual.

En Angelote, amor mío (1982), Javier Vásconez escenifica la homofobia y el doble discurso en un estrato de la alta sociedad quiteña: “Con ojos atentos tu parentela seguía cada uno de mis pasos. Una vez más aparecía la mentira, el engaño, la hipocresía de todos ellos limpiando sus lágrimas con pañuelitos de seda”, confiesa Julián, amante de Jacinto el protagonista que yace en un ataúd el día de su velorio. Este amante bien representa la voz de la conciencia que denuncia aquel entorno violento. Los símbolos religiosos de Quito, objetos de adoración sagrada, son bajados de sus pedestales para mudar de significado. Irreverente Julián dice: “De tu agresiva Virgen de la Ciudad, aborreceré toda mi vida esa capacidad de disolverse como un arcángel en las sombras del callejón más cercano. Reina con alas de cemento durante el día. Puta crepuscular que visita los bajos de mi casa a medianoche”. Y, el muerto, cosificado, se torna en objeto de adoración profana. Es el ángel caído-diablo que se ha rebelado (contra el sistema heteronormado-judeocristiano) y que ha generado su propio rito: “Ahora eres angelón de retablo… Demonio de Ángel… Ángel con arreboles de puta… Has sido la Diabla en los abismos de la Alameda en esas noches donde aparece un hombre muerto a puntapiés, en el infierno de esta ciudad conventual”. De esta forma, Vásconez dialoga también con Palacio, le rinde su homenaje semejando hablar de la misma villa de 1926. Por su parte, el escritor Raúl Vallejo se conecta con la propuesta de Vásconez. En Astrología para debutantes (1999), construye a un “… ángel de la legión de los expulsados”. Rosendo, el protagonista, confiesa: “El Jota-Jota se convirtió en el paraíso endemoniado que parecía haberme esperado para la resurrección desde el instante cuando conocí ahí a Manuel… al abrir la puerta, el paraíso se me presentó en penumbras y con tres hombres condenados a la soledad después de abandonar ese otro paraíso del que habla la Biblia con el pecado original a cuestas”. Paraíso, resurrección, términos bíblicos que adquieren otro sentido en el texto.

Angelote, amor mío es, además vanguardista al ser un texto exuberante y voluptuoso. En el estudio Travestismo lingüístico sobre Sarduy, Eltit, Lamborghini y Hilst, Krzysztof Kulawik, habla de la presencia de una exuberancia discursiva ligada a la representación de personajes sexualmente diversos: “En un juego de identidad (es), con frecuencia aparecen en sus novelas y cuentos sujetos travestis, homosexuales, bisexuales, transexuales y andróginos a quienes se torna difícil atribuir rasgos masculinos y femeninos fijos. Esta frecuencia de aparición de rasgos sexuales equívocos coincide con una experimentación de técnicas narrativas y con una exuberancia discursiva: un estilo artificioso caracterizado por un uso rebuscado de la lengua”. Vásconez escribe: “… así te querían ver tus parientes. Reducido a ser el mascarón seráfico de un catafalco… jamás olvidaré el magnético olor de tu semen perlando el rostro de los santos como si fueran lágrimas… derramaré con abundancia de carnicero, vapores de sangre sobre tu espalda… purgarán tus ancas mi venganza cada vez que mis uñas se claven como mariposas en los sueños… De pronto, cuando seguía arqueando mi cuerpo, mortificando mi faca al cinto de tu estrecho Magallanes… entrando muy lentamente, mientras hundía aún más mi campanilla en tu altísimo campanario…”

La culpa y la muerte también se encuentran representadas en Exhumación (1998) de Yvonne Zúñiga. Su protagonista, un sacerdote cautivado por la belleza de un adolescente del colegio donde ejerce su labor, mata al objeto de su amor tras un acto compulsivo, enterrando su deseo. Ello marcará su vida hasta morir, cargando una doble culpa, tanto por sus sentimientos homosexuales como por el asesinato. La homofobia interna asalta nuevamente. Pero, desde el más allá, el religioso quiere redimirse: “Pervertí los caminos sustrayéndome a ciertos momentos de lo que llaman felicidad. Incapaz de sentir con los poros, con la médula de los huesos, viví muerto a esas sensaciones…” Con muchas significaciones, el corto texto muestra los principales elementos aparecidos en los textos gays del siglo XX: homofobia, culpa, violencia y muerte. Los símbolos católicos igualmente aparecen asociando, por ejemplo, al amor con el infierno, con el demonio: “ser caído para tentarme,” dice el protagonista. Clara alusión al texto bíblico cuando Satanás tienta a Jesús. Al finalizar el relato, Exhumación sugiere que el amor homosexual solo es posible en la muerte. Es importante enfatizar que, en 1987 (La Zorrilla del Cañaveral), Luis Miguel Campos habló ya de la homosexualidad en un colegio religioso. En 1999 María Auxiliadora Balladares da a luz su cuento En el sótano, revelando el amor entre el protagonista muerto, el tío Fede, y el padre de los niños coprotagonistas que descubren aquel secreto. En otro diálogo literario, este texto habla con el de Zúñiga. Un doble clóset se ha construido para estos “padres”. La iglesia donde el sacerdote se enamoró, mató a su pasión y escondió su secreto (un papel al interior de un libro) y el cofre que guarda la confesión, por una parte. Y el baúl donde también reposa el secreto del tío Fede (otro escrito que evidencia la relación con su cuñado), y el sótano de la casa de familia donde este es hallado.

Al iniciar el siglo XXI, la culpa y la violencia desmayan. Se da lugar a la naturalización del amor homosexual, al erotismo, a problemáticas existenciales y de pareja. En este cambio de discurso, cuando la comunidad homosexual empieza a fortalecerse, Lucrecia Maldonado establece un paradigma al narrar el amor entre Fernando (médico) y Miguel (poeta). Si bien es cierto que el padecimiento de una enfermedad terminal, es decir, el anuncio de la muerte, une a los personajes de Salvo el calvario (2005), el surgimiento del amor, su proceso de construcción definen al texto. Son muchos los aspectos que llevan a la reflexión en esta novela. Atrás queda la homofobia: “No quería nada de psiquiatras ni de cosas parecidas. Simplemente quería estar conmigo, dejar de latiguearme… por algo que, en fin de cuentas, no era mi culpa, que posiblemente ni siquiera era una culpa”. No hay sujetos encerrados. Las manifestaciones de amor fluyen espontáneamente, sin importar lo que otros escuchen o miren. Maldonado presenta nuevos enfoques sobre la masculinidad. Un proceso de metamorfosis se inaugura.

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