Por Fernando Larenas.
Edición 459 – agosto 2020.
La guerra ya estaba perdida para los alemanes, la orden era destruir documentos, apurar el exterminio de judíos en las cámaras de gas. En Theresienstadt —Terezín en checo— uno de los campos de concentración judíos, Joseph Mengele, conocido como El ángel de la muerte, entrevistaba a quienes serían deportados a Auschwitz para ser exterminados en aquellas cámaras que él mismo había ordenado construir después de comprobar su eficiencia letal.
Eran pocas preguntas y un chequeo médico superficial para determinar los presos que sobrevivirían. El criterio, a veces, dependía del buen o mal humor de Mengele. En una de esas jornadas, el ángel llegó silbando una melodía de la ópera Lucía de Lammermoor de Donizetti. Uno de los prisioneros, tal vez para tratar de congraciarse con el personaje, también comenzó a entonar la obra del compositor italiano.
Se inició un diálogo entre el prisionero y el nazi, este le pidió que cantara el aria. Ante la mirada impaciente de Mengele, el preso comenzó a cantar con una voz débil, no lograba controlar sus nervios, le temblaba la voz; y de repente, cuando tenía que subir a la escala sol, de su garganta salió un gallo espantoso que indignó al militar, que también fungía de médico.
El improvisado tenor tuvo que colocarse en la fila de los deportados directos a Auschwitz, de acuerdo con el relato escrito en el libro Los prisioneros del paraíso de Xavier Güell, quien detalla con mucha precisión el hecho de que allí confluyeron músicos, cineastas, pintores, todos de origen judío.
Según el libro, Mengele detestaba la música contemporánea, defendía rabiosamente que toda composición posterior a Richard Wagner no tenía el menor interés, una idea que también era defendida con vehemencia por herr Hitler.

Entre esos personajes del gueto destaca Hans Krása, a la sazón cerca de cumplir cuarenta años, quien era muy conocido en el ambiente musical europeo por sus obras para piano y operísticas, una de ellas fue estrenada, en junio de 2012, en Quito, por la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE) que entonces dirigía Nathalie Marin.
En una coproducción entre la OSNE, el Teatro Nacional Sucre y el Conservatorio Franz Liszt se presentó la ópera para niños Brundibar, que cuenta la historia de un malvado organillero que persigue a unos niños que salían a las calles a pedir unas monedas para comprar leche para su abuela enferma. En la obra presentada en Quito Brundibar aparece vestido con un traje similar al uniforme de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

La ópera fue exitosa, tuvo buenos comentarios de quienes asistieron al teatro Sucre; pero en Terezín tuvo un desenlace terrible —según el libro— porque todos los niños del campo de concentración que participaron en la obra fueron deportados a Auschwitz. Quien llegaba ahí no regresaba a ninguna parte.
El bien y el mal
En la novela Güell aborda a un personaje que refleja acertadamente la personalidad de los militares nazis. El comandante del gueto Sigfrid Seidl (el nombre fue tomado por sus padres de la ópera Sigfrido de Richard Wagner) estudió música, pero fue reprobado por el maestro vienés Arnold Schoenberg, cuyas obras fueron calificadas de degeneradas por el partido nazi, lo que lo obligó a emigrar a Estados Unidos en 1933. Quería ser discípulo del vienés, pero solo le alcanzó para ingresar en las filas del ejército nazi.
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