Por Manuela Botero Thiriez
Los desórdenes de la alimentación, llámense anorexia, bulimia u obsesidad autoinducida, están tomando fuerza en el Ecuador.
1.“La autopreservación es la primera ley de la naturaleza”, S. Butler.
2.“Si ubicamos la pornografía y la tiranía de la esbeltez la una al lado de la otra, tenemos las dos obsesiones más significativas de nuestra cultura y ambas están enfocadas al cuerpo de la mujer”, Kernin.
3. “… creo que, en secreto, todas las mujeres quieren ser delgadas… esa es la forma en que la sociedad nos tiene condicionadas. Y no pienso que solo sea culpa de los medios de comunicación, es culpa de todos nosotros…”, Cindy Crawford.
Desde la década de los 70 comenzó a extenderse por el mundo occidental una extraña epidemia que, por ahora, ataca especialmente a las mujeres. Y no a todas. Sus víctimas son por lo general vanidosas y urbanas. Para algunos, se trata de una de aquellas “epidemias culturales” que ahora estudian los antropólogos médicos.
A mediados de los 60, en un encuentro de psiquiatras que se llevó a cabo en Alemania, tuvo eco por primera vez el tema cuando se expuso que la anorexia nerviosa, una enfermedad que consiste en entregarse a la inanición, estaba en aumento desde la segunda guerra mundial, en particular en los dos países que más sufrieron las penurias de la post guerra, Alemania y Japón (escases). Sin embargo, la primera documentación formal de un incremento significativo de estas ‘enfermedades’ (que aún tienen el rango de ‘desórdenes’) no apareció hasta 1970, cuando el psiquiatra sueco Sten Theanbder publicó una monografía sobre el tema.
Desde entonces el tema no ha dejado de crecer. El doctor Richard A. Gordón en su libro “Anorexia y bulimia, Anatomía de una epidemia social” -que habla sobre las raíces sociales y culturales del explosivo incremento de estas afecciones en nuestros tiempos-, cuenta que en 1982 cuando asistió a su primera conferencia sobre trastornos en la ingesta de comida patrocinada por el Centro para el Estudio de la Anorexia y la Bulimia de la ciudad de Nueva York, se imaginaba que solo iban a asistir una cincuentena de médicos; fue grande su sorpresa cuando se encontró con varios cientos de profesionales de la salud.
Algo similar, guardadas las proporciones por supuesto, me ocurrió a mi cuando comencé a indagar el tema en Ecuador y fui encontrando que hoy en día este es un tema obligado para las madres con hijas adolescentes, que se dan regularmente conferencias sobre el asunto en colegios de estratos altos y en agremiaciones como el Club de Leones, que decenas de padres ecuatorianos han enviado a sus hijas al exterior a tratarse de esta especie de desnutrición voluntaria que es la anorexia, que la evidencia ha obligado a varios psicólogos y psiquiatras de nuestro medio ha meterse en el tema de los desórdenes de la alimentación y que incluso existen centros o proyectos de centros para tratarlo in situ. Hay mucho de realidad como uno se entera cuando habla con las mismas jóvenes, pero también puede haber algo de paranoia y de negocio, por eso es importante mantener el tema en sus justas dimensiones.
¡Atenti Ecuador…!
Contar Cuenca y Guayaquil
Según Mary Cruz Pérez, psicóloga de secundaria del Colegio Americano de Quito, “en los 90’s el tema de los desórdenes alimenticios llámense Anorexia, Bulimia y el ‘Binge eating’ –ingesta compulsiva de alimentos que puede llevar a la obesidad- tomó tanta fuerza en países como Estados Unidos, el Reino Unido, Chile y Argentina, que los psiquiatras se atrevieron a apodarlas ‘las enfermedades de fin de siglo”. “Hace unos 8 años estas enfermedades comenzaron a tomar fuerza en el Ecuador”.
El perfil de sus víctimas para los casos de anorexia y bulimia corresponde al cuadro común en otros países: mujeres de clase alta o media alta que tienen más acceso a los medios de comunicación y una presión fortísima en cuanto a su imagen corporal; con edades entre los 13 y los 18 años, lo cual, de acuerdo con varios psicólogos y psiquiatras consultados, tiene que ver con la importancia que los jóvenes le otorgan a su cuerpo en el proceso de construcción de su identidad.
“La percepción mía es que en los últimos 6 años estamos viendo cada vez más pacientes por anorexia y bulimia en la consulta privada, generalmente de clases altas o medias altas. Yo recibo un promedio de 2 ó 3 pacientes por mes”, señala el adolescentólogo Jorge Naranjo. Para comprobarlo, él y su equipo realizaron en 1997 el Test de actitudes alimentarias de Gardner entre 734 jóvenes (la mitad hombres y la mitad mujeres, de segundo a sexto curso) de cinco colegios de Quito: el Americano, el Einstein, el Shakespeare, el Letort y el Liceo Policial. Los tres primeros de clase alta y los segundos de clase media alta.
En toda la muestra se encontró un 2,6% de diagnóstico de anorexia y bulimia, con un ligero incremento en los colegios de clases altas. Un 11,9% de adolescentes con riesgo alimentario, 84 % de los cuales eran mujeres. En hombres encontramos la misma tendencia, en un 2,6 % en clases altas y 1,3 % en capas medias altas.
Las conclusiones de esta investigación son que “hay una cultura alrededor del esteticismo, que se está incrementando y que se expresa en cambios en la conducta alimentaria, como en el tipo de alimentación -el 87% hacen de la comida chatarra su comida principal-, la frecuencia –se saltan comidas especialmente el desayuno-, una restricción de calorías (la cultura del low fat), aumento en la información sobre dietas (en internet son especialistas), aumento de asistencia a centros de cirugía plástica, a gimnasios, en fin, todo lo que conlleva la cultura del cuerpo y el consumismo”, explica Naranjo, para quien esta es una expresión más de que vivimos en la cultura del “déficit y el exceso”. “No se puede olvidar –añade- que se calcula que el 46% de la población ecuatoriana sufre de desnutrición” (por falta de recursos y educación).
El psiquiatra Edwin Dávila es otro de aquellos a quienes el aumento de consultas por este tipo de desarreglos le ha llevado a meterse a estudiar el tema. En lo que va de este año ha recibido 15 casos y el año pasado apenas los contaba con la mano. Puede ser que antes la gente no consultara este tipo de casos, pero para él es innegable que hay una mayor o más aguda incidencia de estas enfermedades en nuestro medio por la confluencia de varias determinantes: 1. La influencia social de la importancia de la imagen de la mujer y últimamente también del hombre. 2. La cuestión psicológica y biográfica que se engloba en las preguntas “cuánto me quiero, qué tanto importo o cuánto me importo” y en la historia personal –relación familiar, escolar,etc-. Y en tercer lugar está la determinante neurobiológica o bioquímica relacionada con la alteración de la serotonina, el neurotransmisor más importante en la conducta alimentaria, que tiene una relación directa con los trastornos del afecto, la depresión y las conductas dependientes del licor o las drogas, por ejemplo. De hecho, la bulimia en especial se acompaña de un ánimo depresivo y en general en los desórdenes de la alimentación hay una conducta autodestructiva subyacente. Incluso las dos personas que dieron su testimonio para este artículo –una bulímica y otra anorexica- hablan de si mismas con la jerga de los alcohólicos o los drogadictos “Yo se que toda la vida voy a ser bulímica… me enfrento a ello todos los días”.
Aunque el tema ha comenzado también a tomar fuerza entre los hombres, incluso aquí, se han elaborado algunas teorías de por qué hasta ahora dichas afecciones han estado básicamente circunscritas al mundo femenino. Una muy interesante habla de que las mujeres están equipadas biológicamente para soportar mejor la inanición que los hombres. Para algunos psicoanalistas, esta niña sin pechos, sin vellos y sin formas, es una niña que se resiste a ser mujer por no abandonarle a su madre –y se me ocurre que la cultura andrógena y unisex puede tener mucho que ver en este asunto. De hecho, Twiggy, la modelo inglesa que llevó a las pasarelas la imagen anoréxica, era un símbolo de la indiferenciación sexual-. También llama la atención que el desarrollo de la anorexia coincide en muchos casos con la primera menstruación y que la primera consecuencia de esta enfermedad es precisamente la amenorrea o detención de los ciclos menstruales. En los casos de la bulimia y la obesidad también se pueden presentar, aunque no de forma tan severa, este tipo de alteraciones.
Mónica Guarderas y su esposo Andrés Portilla, fundadores de The Center: A place of hope, el primer centro dedicado enteramente al tema creado en el país, mediante una franquicia del Center for Counseling & Health Resources de Seattle (EE.UU.), consideran que en la raíz de estos desórdenes no pesan tanto los referentes externos sobre el cuerpo de la mujer como los patrones de madres o padres que abusan emocional, psicológica y físicamente de sus hijos. Y este abuso puede tener que ver tanto con conductas muy dictatoriales como con una falta de control y de fijación de límites.
La anorexia, así como la bulimia nerviosa, empieza generalmente con una dieta. No obstante, dadas las vulnerabilidades del desarrollo particular de las anoréxicas, estar a dieta comienza por ofrecer una sensación de control particularmente poderosa, debido tanto a razones internas como externas: internas, porque proporciona una sensación de dominio y de euforia a una persona que antes se sentía no sólo débil sino deprimida y vacía; externas, porque en una cultura que valora la delgadez, este logro representa un triunfo. La anoréxica también obtiene satisfacciones secundarias del poder manipulador que sus síntomas le dan dentro de su familia: en una situación en la que puede haberse sentido dejada de lado, el rechazo de la comida evoca una respuesta enérgica de los otros, una afirmación de su presencia que ya no puede ser ignorada, explica Gordón.
De otra parte, varias madres cuyas hijas se encuentran entre la población de riesgo de los transtornos alimentarios conformaron la Fundación Victoria para el tratamiento de estas enfermedades que por su complejidad requieren un equipo interdisciplinario de psiquiatras, psicólogos, nutricionistas, traumatólogos y gastroenterologos, entre otros. Debido a los altos costos que puede suponer un tratamiento individual (600 dólares diarios en Miami o aproximadamente 5.000 aquí) se trata de adecuarse a las capacidades de pago de las jóvenes afectadas, Por ahora el asunto está más centrado en Quito, sin embargo en Guayaquil un Grupo de pediatras se encuentra también trabajando en el tema y en Cuenca recientemente una ONG inició un estudio para conocer las dimensiones del mismo.
Una enfermedad cultural
“¿Porqué por ejemplo, tantas mujeres americanas sufren de Anorexia nerviosa mientras las mujeres de Papua casi nunca contraen esta enfermedad?”.
“El hecho de que ciertos síndromes surjan en ciertas partes del planeta y no en otras, sugiere que las formas que toma cada enfermedad mental están muy determinadas por el entorno”, explicaba recientemente un antropólogo médico consultado por The New York Times que sugería que los desórdenes de la alimentación podrían ser considerados como un ‘culture-bound syndrome’, esto quiere decir “desórdenes mentales inducidos inicialmente por la cultura y no por una patología física”.
Pero ¿puede la cultura producir enfermedades mentales en personas que en otros ambientes serían saludables? Para algunos la respuesta es positiva. Por ejemplo, las jóvenes americanas desesperadas por verse esqueléticas no se están inventando su obsesión con la comida, como escribe Kleinman en su libro “Repensando la psiquiatria” (1987) “las enfermedades mentales son asuntos reales pero como otras cosas en el mundo real, ellas son el resultado de la interacción entre asuntos físicos y simbólicos”. Así para las anoréxicas esta enfermedad no es algo que han creado en sus mentes. Es algo que está por fuera de su control.
Al igual que la Anorexia nerviosa, la incidencia de la Bulimia (ingesta compulsiva de comida para expulsarla luego mediante el vomito o el uso de laxantes) se ha incrementado en todo el mundo occidental y en particular en Estados Unidos desde la década de los 80’s. Según Gordón esto puede tener algo que ver con la alta prevalencia de la gordura mórbida en ese país y la ‘desocialización’ de los patrones de la ingesta de comida contemporáneos –comida rápida, el declive de la comida en familia o en grupo y el ascenso de los estilos de comida de ‘picar’-.
Según cifras de la Asociación Americana para la Anorexia y la Bulimia, más de 5 millones de estadounidenses sufren alguno de estos desórdenes de la alimentación, el 15% de mujeres jóvenes tienen sustancialmente alterados sus patrones alimentarios y 1.000 mujeres, óigase bien, mil mujeres, mueren cada año a causa de la Anorexia Nerviosa. Si a eso le sumamos que 80 millones de estadounidenses emprenden una nueva dieta cada año…
“Dada la relativamente más baja prevalencia en el mundo no occidental, parecería que los transtornos en la ingesta de comida son en su mayor parte un fenómeno de las sociedades industrializadas de occidente, o de naciones como Japón que ha sido fuertemente influenciadas por los valores occidentales. El problema no es tanto geográfico como cultural. Por ejemplo la Anorexia nerviosa muestra una prevalencia sustancial entre la población caucásica de Sudáfrica, entre familias judías o católicas en Estados Unidos y entre las clases socioeconómicas más altas de Santiago de Chile” señala Gordón. Igualmente la Anorexia, la más extrema de estas enfermedades alimenticias, ha sido considerada un trastorno de países ricos o al menos en los que el hambre no es una amenaza real.
TESTIMONIO #1
“La anorexia te puede llevar a la muerte”
Mayeli Obaco
19 años, ex alumna del Colegio Las Doroteas, estudiante de derecho en la Universidad Central.
Cuando pisé el consultorio del doctor Edwin era un cadáver. Pesaba 68 libras.
Todo empezó como un jueguito y acabó convirtiéndose en una pesadilla. Yo desde chiquita me crié con la idea de que tenía que estar superbien para que no me cambien. Comía algo y sentía que me iba a hacer inmensa. Al principio, quería que me miraran más, luego, quería desaparecer…
Nunca me preocupaba de dietas. Tenía la mano de amigas. Lo que sí fui es vanidosísima, quería que todo me quede bien, me quede ajustado. Esto empezó cuando entré al primer año de universidad. Yo tenía una amiga que se llama Katina y con ella éramos muy criticonas en lo físico, nos burlábamos de todo. Después quería una talla 6 y yo era 8. Dejé de merendar. Pasaba días con agua, agua y agua, entonces empecé a vomitar. En mi casa todos comemos en diferentes horas, entonces cada quien se calienta en el micro. El que se dio cuenta de todo fue mi papi. Yo pesaba entre 105 y 110 libras y en dos meses adelgacé hasta 90 libras. Cuando llegué a las 80 yo me sentía la mujer más realizada de este mundo. Comencé a ir a más fiestas, tenía varios enamorados, no paraba en la casa. Salía a trotar o a hacer aeróbicos. Después comencé a sentirme más débil. Dejé de salir con Karina. Comenzaron los fríos en la noche y se me bajaba la presión. Pasaba amarilla, pálida y ojerienta. Ya no tenía ganas ni de peinarme. Empecé a utilizar calentador y chompas largas. Llegué hasta las 70 libras. Solo tomaba agua tibia porque sentía frío. Ollas de agua tibia. Ahí comenzó el desgano. Ya no quería salir. Mi rendimiento académico era lo único que me mantenía. Pasaba llorando, no dejaba que me caiga una gota de aceite en el plato. De pronto sentí que toda la vida había dado problemas, me parecía que sentarme a comer era un excesivo gasto de tiempo. Comenzaron los calambres, la asfixia, la taquicardia, la bradicardia. No me podían dejar un ratito sola. Antes me gustaba mucho el licor y cuando estaba anoréxica ya no me provocó ni eso. Quería estar sola; encerrada todo el día sin hacer nada. Luego vinieron las culpas por los costos del tratamiento y los laxantes.
La gran lección que aprendí es que esto te puede llevar a la muerte y te hace sufrir a ti y a las personas que más quieres. La salud no es un juego.
TESTIMONIO #2
“Las ganas de vomitar eran más fuertes que yo”
Lola C.
No hay una fecha exacta para que yo pueda determinar cuándo mi cabeza empezó a tener estas obsesiones con la comida, el peso y el ejercicio. Desde que estaba en la secundaria, empecé a controlar lo que comía y a cuidarme haciendo ejercicio para mantenerme delgada y sin los típicos ‘rollitos’. Yo creo que fue a partir del 98 que estas obsesiones empezaron a dominar y controlar mi vida. A principios de ese año, me fui de viaje a Miami por tres meses. De la noche a la mañana, empecé a comer cada 24 horas y a trotar, según yo para mantenerme en forma y regresar al Ecuador sin ninguna libra de más. Para mi sorpresa, cuando regresé, estaba muy por debajo de mi peso.
Luego, algo no andaba bien con mi estómago, lo que comía me hacía daño, así que me fui al médico y descubrieron que tenía intolerancia a la lactosa, y eso, por mucho tiempo, fue el mejor pretexto que utilicé para justificar con la gente el porqué yo no comía. Obtuve mi primer trabajo a mediados del 99 y ahí empecé con la bulimia. Durante una conversación con una compañera del trabajo, me enteré de la existencia de los laxantes, para qué servían y sus efectos. Ese momento, sentí que durante tanto tiempo me había privado de tantas cosas ricas y que los laxantes podían ayudarme a no subir de peso y así poder comer lo que yo quisiera. ¡Era la solución perfecta! Probé todo tipo de laxantes y cada vez los usaba más a menudo. Llegué a tal punto, que los tenía escondidos en mi casa, en mi oficina y en mi auto, para asegurarme de que si los necesitaba, los tenía a la mano.
Me daban unos dolores de barriga insoportables, se me aflojaba y se me hinchaba el estómago. Se me cruzó por la mente que debía haber una forma más fácil de eliminar lo que había comido, sin tantos dolores, así que se me ocurrió la brillante idea de empezar a vomitar luego de que había comido en abundancia. No lo hacía muy a menudo porque tomaba mucho tiempo y tenía que hacerlo en algún lugar donde estuviera sola; por ese motivo, no pude dejar de tomar laxantes.
Las cosas se empezaron a complicar. A pesar de los laxantes y de vomitar, empecé a realizar unas dietas muy extremas, comencé a alimentarme solamente de fruta, yogurt, avena y bagels. Comía solamente 500 calorías diarias. A esto le sumé el exceso de ejercicio. Me sentía muy débil y no tenía fuerzas para nada, pero no podía dejar de hacer ejercicio. Y no entendía por qué, a pesar de todo lo que estaba haciendo, no me enflaquecía ni una libra. Pasaba entre cuatro y cinco días muriéndome de hambre, hasta que no aguantaba más y me comía todo lo que encontraba en la alacena y en la refrigeradora de mi casa, con la idea de que luego o me pegaba laxantes o vomitaba, o en casos extremos, las dos cosas a la vez.
Con el tiempo, físicamente vivía demacrada, pálida y ojerosa, no tenía energía para hacer nada, me mareaba a cada rato y tenía que pasarme sentada; tuve que dejar de hacer ejercicio. Tenía anemia e hipoglicemia. Decaí en el trabajo.
A principios del año 2000, por otra casualidad de la vida, me enteré de lo que tenía. Mi mejor amiga empezó a preguntarme si yo vomitaba o me pegaba laxantes cuando comía en exceso. Me contó que ella tenía lo mismo. Desde ese día, tuvimos más intimidad que nunca, ya que teníamos algo más en común. Solo hablábamos de eso y empezamos a crear una dependencia de nuestra amistad con la comida. Empecé a hacerlo cada vez con más frecuencia. Me di cuenta que esto ya no estaba en mis manos, y se me ocurrió contarle a mi mamá. Ella simplemente no lo creyó, por falta de información y por no aceptar que una de sus hijas tuviera eso. Se volvió tan fuerte la dependencia con la comida, que dejé de salir con mis amigos y de ir a las reuniones familiares o a sitios en los que sabía que iba a ver comida de por medio. Mi vida era mi trabajo, la soledad y la comida.
La bulimia es una adicción, así como lo es el alcoholismo o la drogadicción, yo sé que siempre voy a ser bulímica, pero ahora lo que voy a expulsar no es la comida, sino que comunicándome voy a botar de mi interior todo lo que me duele, lo que me hace daño, lo que me pone malgenio, lo que me molesta, lo que me hace sufrir. Esa es la forma cómo yo convivo y lucho a diario con mi bulimia.