La izquierda.

Por Salvador Izquierdo.

Ilustración Diego Corrales.

Edición 451 – diciembre 2019.

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Cuenta la leyenda que con tres trotskistas ya hay dos tendencias. Una de las virtudes de la izquierda es su afán por desacomodarse, es una fuerza inquietosa que duda y va reptando constantemente. El lado negativo de esto es que, en su indecisión, con frecuencia, opera bajo modelos acusatorios. La izquierda es un mecanismo sofisticado para demostrar al mundo que solo unos pocos, y sus amigos, tenían la razón. La culpa de que estemos así de mal es de los demás, los que no se unieron a la causa, los tibios. Pero ninguna de esas personas (ni sus amigos), hasta donde he podido constatar, está dispuesta a asumir públicamente que contribuye al mismo sistema que pretende desestabilizar. ¿Por qué será que la izquierda es así de unívoca? Quizá por eso mismo está fracturada.

No creo que queden muchos trotskistas en el Ecuador pero el espíritu de la izquierda pervive. ¿Cuántas tendencias hay dentro de esa izquierda nacional? Se podría hacer una lista larga y muy curiosa. Sería un ejercicio fantasioso y humorístico como la lista sobre los animales que Borges encontró en cierta enciclopedia china (pero no tan bueno); así que, por favor, no se ofendan o por lo menos no me lancen piedras, sobre todo si ustedes son autoridades públicas, pues, técnicamente, tenemos derecho a burlarnos de ustedes. Es sano.

Las tendencias de izquierda en el Ecuador se dividen en: a) la del torero lambón y la abogada feminista de derechos humanos a cargo de la Policía Nacional; b) la de los ecologistas que protestan contra el alza de los precios de la gasolina; c) la del que me acaba de lanzar una piedra; d) la de los movimientos indígenas cuyos líderes vociferan y se golpean el pecho sobre una tarima, pero deslindándose de cualquier acto de violencia que pueda ocurrir después; e) la del que lanzó una piedra a la cabeza de un periodista inmediatamente después de eso; f) la de los exfuncionarios de Correa que opinan, poéticamente, que el Gobierno actual es vendido y persigue a la oposición; g) la de cineastas protestando contra el FMI después de concursar por fondos públicos millonarios que les permitan hacer sus películas (malas); h) la tendencia radicalosa que vive en grandes casas en el valle con jardín y empleada doméstica y sostiene que la Conaie ha dado una lección de ética al país; i) la que no votó por el candidato a alcalde de Pachakutik hace un año; j) la que acaba de usar un smartphone y Facebook para denunciar el neoliberalismo; k) la que consume cocaína pero clama por prácticas laborales justas; l) la que recibe coimas; m) la de los académicos que retan a todo el mundo como madres castigadoras; n) la de los artistas contemporáneos y sus curadores que, tarde o temprano, colgarán algo en la pared de un museo o una galería y lo llamarán “arte político” (mientras toman un coctel con coleccionistas privados); ñ) la de los indefinidos (¿periodistas?, ¿editores?, ¿artistas?, ¿productores?, ¿hipsters profesionales?) que acaban de sumarse a algo que otra gente ha estado haciendo durante años y exigen que los dejes de seguir en redes sociales si no te sumas también (ok); o) la que viene del campo a destruir la ciudad más cercana; p) la que destruye el campo todo el año desde la ciudad; q) etc.

Yo también soy de una de las tendencias porque soy Izquierdo (no me apedreen, qué mal chiste). Pero al menos admito que contribuyo al sistema porque hago mis compras en el Supermaxi y no quiero que un guerrillero me meta un tiro al cruzar la calle (ni que un fanático me lance una piedra). Podría decir que, a pesar de que pertenezco a una de esas tendencias, no ambiciono el poder, pero no sería genuino. Dada la oportunidad de imponer mi criterio sobre el resto lo haría (tibiamente).

Pero me aburriría rápidamente del protocolo y yo aburro rápidamente también.

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