La gran helada

Por Jorge Ortiz.

Edición 457 – junio 2020.

Hizo mucho frío esa Navidad. Y mucho viento. En realidad, todo ese mes las temperaturas habían estado muy bajas, mucho más de lo habitual, y había caído poca nieve. Pero el frío y el viento de ese 25 de diciembre superaban lo que la gente de las ciudades y los pueblos, incluso los más ancianos, podía recordar. Y, claro, muy pocas personas se atrevieron a salir de sus casas: saludos, abrazos, enhorabuenas y brindis quedaron para más adelante, cuando las temperaturas subieran y los vientos se calmaran. Tal vez para el Año Nuevo. Sí, toda Irlanda esperaba que el año por venir, 1740, fuera benigno, con un clima más sosegado y mejores cosechas.

(El mundo, pero de manera especial el hemisferio norte, vivía por entonces la que sería llamada la ‘Pequeña Edad del Hielo’, de un descenso generalizado de la temperatura planetaria, que había empezado junto con el siglo XIV. Los datos son imprecisos porque recién a comienzos del siglo XVIII, en Holanda, el ingeniero —y, sobre todo, soplador de vidrio— Daniel Gabriel Fahrenheit, un polaco de ancestro alemán, había inventado el termómetro, por lo que los registros previos de climas y temperaturas son estimaciones, referencias o mediciones posteriores. La ‘Pequeña Edad del Hielo’ terminó a mediados del siglo XIX.)

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