La Garbatella: el barrio romano de los jardines

La forma en la que se planificó este suburbio romano, a partir de grandes bloques multifuncionales con un amplio espacio compartido, se entrelazó con la idea de comunidad e identidad en la Roma de la posguerra.

Texto y fotografías Tamara Izco

Roma es como una muñeca rusa: apenas has visto la parte de encima cuando descubres que debajo hay otro estrato, que, a su vez, esconde otros tantos más. En la capital italiana se solapa la historia continuamente y su caótica cotidianeidad se abre paso en medio de ruinas, villas, palacios, obeliscos, frondosos jardines, acueductos, panteones, coliseos, mercados y bares. No hace falta cerrar los ojos para imaginarse en otros tiempos mientras uno camina por una de las ciudades más bellas del mundo. Para conocerla bien hace falta visitarla muchas veces y, aun así, la dejas con la sensación de haber visto tan solo la punta del iceberg. Cada desvío lleva a algún templo inesperado y ni falta hace investigar para entender que prácticamente todos los espacios en los que uno acaba en Roma documentan sin parangón un momento clave de la historia.

En una de estas visitas a la Ciudad Eterna decidí aventurarme más allá del centro para descubrir uno de los barrios populares más interesantes de la capital. Después de algunos rodeos en el metro —es famoso el hecho de que moverse en Roma no es muy sencillo— conseguí llegar a la Garbatella. Me acompañaba la primavera.

Ya a la salida de la estación me encontré con un lugar peculiar: un restaurante a mi izquierda rodeado de un jardín florido y algunas mesitas escondidas sobre el césped. Con vistas a las vías del tren por un lado y a la carretera del otro, parecía un oasis de calma en medio del barullo de los autos. La Casetta Rossa —descubrí más tarde— es uno de los lugares de referencia en el área y un sábado como aquel no quedaba ya ningún sitio libre para la hora de la comida. Ese restaurante es una buena introducción al barrio: belleza y ajardinada calma en medio del tumulto.

La Garbatella

Ubicado en la zona industrial de Ostiense, el barrio está emplazado en las colinas sobre la basílica di San Paolo Fuori le Mura, entre la vía Ostiense y la vía Cristoforo Colombo. Aunque inicialmente debería haberse llamado Remoria, en honor a Remo, ya que el lugar coincide con el punto donde este mítico personaje debería haber fundado la ciudad, o Concordia, porque marcaba el comienzo de un período de paz, Garbatella fue el nombre que se le dio en los años veinte cuando se levantaron sus famosos edificios con un plan urbanístico que hoy es admirado y estudiado alrededor del mundo. Esta última y definitiva nomenclatura tiene su origen (según cuenta la historia) en una gentil posadera llamada Carlotta que daba comida a los constructores que levantaban las casas donde vivirían los trabajadores ferroviarios y portuarios con sus familias. Eventualmente, el alojamiento de Carlotta fue apodado “garbata ostella” —que significa hostal agradable— y de ahí se acortó a Garbatella.

Ciudad jardín

El barrio fue fundado el 18 de febrero de 1920 en un edificio homónimo y con fondos del Instituto de Vivienda Popular. La parte más antigua del área está dividida en unidades llamadas lotti y cada una de ellas contiene varios edificios construidos en torno a un amplio jardín común. Este tipo de diseño proviene del movimiento inglés de “ciudad jardín” promovido por Ebenezer Howard. Ese espacio verde, así, sirve de zona informal de encuentro para las familias que viven en los edificios, promoviendo y acogiendo la interacción comunal en cada lotto. La Garbatella se expandió rápidamente y en 1930 tenía la densidad de población más alta de Roma. La forma en la que se planificó este suburbio romano, a partir de grandes bloques multifuncionales con un amplio espacio compartido, se entrelazó con la idea de comunidad e identidad en la Roma de la posguerra. Así, el modelo arquitectónico no solo se inspiró en el variado y rico pasado de la ciudad, que a su vez continúa siendo una amalgama de identidades e historias, sino que contribuyó a que algunas de las zonas populares de esta pudieran ser planificadas a dimensión de las personas que las habitarían, respetando sus necesidades.

Hoy en día la Garbatella es uno de los barrios más pintorescos para visitar fuera de la ruta clásica de Roma. Con un amplio abanico de agradables restaurantes donde comer una clásica cacio e pepe (tradicional pasta romana con queso y pimienta), degustar unas alcachofas típicas y tomarse una copa de blanco a precios decentes, durante los meses más cálidos; es también un rincón ideal para disfrutar del olor de las rosas y los jazmines que florecen en medio de los pintorescos bloques de edificios. Y es que allí parece fundirse la ciudad con el pueblo: si uno se cuela en uno de los espacios comunales, se verá a una señora colgando su ropa al sol, mientras un chico escucha la radio sentado en las gradas de su portal, una pareja juega sobre el césped con su niño y un gato se pasea entre los árboles hasta acurrucarse bajo alguna sombra. Parecen otros tiempos y reina un tipo de calma, donde la vecindad parece ser la base de todo: nadie parece esconderse tras su ventana y entonces se recupera una interacción hoy casi invisible en los edificios de las grandes ciudades.

Los lotti y la comunidad

Sobre todo en estos tiempos de confinamientos domiciliarios, me comentó una de las habitantes de un lotto que este tipo de espacio cobra mucho sentido: unos se apoyan a otros y nadie está realmente solo nunca. Y es que la gran ciudad presenta siempre una dualidad: uno puede estar enajenado y acompañado al mismo tiempo. Esto me recordó a la escritora estadounidense Vivian Gornick y su fantástico libro La mujer singular y la ciudad, en el que, además de pasear al lector por una Nueva York muy personal, la autora se detiene en un momento a contemplar lo que es vivir sola en aquella gran metrópolis: “Cada noche, cuando apago las luces de mi salón en la decimosexta planta experimento un golpe de placer mientras veo los cientos de ventanas con luces encendidas levantándose hacia el cielo, agrupadas en torno a mí, y yo me siento abrazada por la congregación anónima de aquellos que viven en la ciudad. Estas colmenas humanas, también suspendidas en el espacio, es el diseño de la Nueva York que ofrece una conexión genérica. Encuentro que el relajante placer que esto provoca está más allá de cualquier explicación posible”. Los jardines de la Garbatella, de alguna forma, juegan el papel del cielo con ventanas suspendidas que describe Gornick.

Este barrio romano ofrece compañía a sus moradores, muchos de los cuales han ido heredando los apartamentos de su familia desde que se desarrollara el barrio más de cien años atrás. No es fácil encontrar una casa en alquiler en la zona, aunque de vez en cuando hay algún anuncio y comienza a haber cierta rotación de inquilinos, con todos los potenciales conflictos que eso —más los cambios generacionales— puede conllevar. Pero al menos durante mi visita, a cada paso, reinaba la paz bajo el sol.

Durante el paseo me detengo también en algunos de los edificios emblemáticos del barrio: el famoso teatro Palladium construido por Innocenzo Sabbatini, la basílica de San Paolo Fuori le Mura (una de las cuatro basílicas más antiguas de Roma) y los murales que decoran algunas de las paredes de la zona. Y un poco más allá, del otro lado del puente Settimia Spezzichino (que se ve desde la Casseta Rossa), llego a la Centrale Montemartini, un espacio para el arte en la antigua central eléctrica. Allí está la mayor parte de fábricas donde trabajaban los residentes de la Garbatella; muchos de estos espacios hoy en día están siendo transformados en centros culturales, entre otras cosas. Dejo las catacumbas de Commodilla, situadas relativamente cerca, para otro día.

Me he quedado con ganas de volver muchas veces a la Garbatella y de imaginarme viviendo en uno de sus edificios, leyendo un libro por las tardes en el jardín. No por nada decía Nanni Moretti en su famosa película Caro diario, mientras recorría Roma en su motocicleta: “barrio que más me gusta es la Garbatella”. Aunque la nube que se plantó sobre todos en 2020 aún no ha pasado del todo, pienso en mi propio paseo por aquel sitio y un relajante placer como el que describía Gornick me invade: es quizás entonces que parece otra vez fácil seguir andando.

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