La Floresta quiere seguir siendo barrio.

Por Nathalie Moeller.

Fotografía J. Reyes | N. Moeller | Varios.

Edición 423 / Agosto 2017.

El barrio La Floresta, en el centro norte de Quito, se ha convertido en una especie de satélite de la ciudad donde las cosas funcionan de una manera distinta, acaso más cosmopolita y moderna. Una recién llegada le cuenta a Mundo Diners cómo se siente aterrizar por ahí.

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Dicen que en La Floresta los niños jugaban fútbol en las calles, que el lugar donde ahora se encuentra el Coliseo Ge­neral Rumiñahui era un gran patio de aventuras, y que cuando era hora de co­mer las madres gritaban por las ventanas con la esperanza de estar llamando al gua­gua correcto.

A este barrio tradicional del centro norte de Quito es donde acabo de mudar­me, cumpliendo el sueño reciente de vivir más de cerca la ciudad y no encerrada en la paranoia colectiva de las urbanizaciones alambradas hasta los dientes, más parecidas a una cárcel que a un hogar. Admito que este cambio ha hecho que me sienta como visitante en mi propia cancha, pero heme aquí.

 

La-Floresta-9El barrio quiteño La Floresta cumple 100 años, nada menos, y aunque a diario aparecen por ahí más cafés, bares y restaurantes poblados sobre todo por artistas, lo cierto es que se trata de una parte de la ciudad que aún se mantiene auténtica y segura, uno de los pocos barrios que lo sigue siendo.

El “florestino”

Aún quedan leves rezagos de esa re­mota vida de barrio de la que había oído hablar, pero como en toda ciudad cuya población va en aumento, la relación entre vecinos nuevos y antiguos no es aún muy usual. Quedan pocos de los que se conocen desde aquella época y son muchos los que han llegado en busca de un espacio amiga­ble. Está la caserita de la esquina que sabe exactamente qué compra cada vecino; el se­ñor de la zapatería que vio crecer a los niños de su calle; la peluquera que aún exhibe la revista de cortes de pelo de los noventa; el señor que infla las llantas frente a la plaza de las Tripas; la señora con el carrito de aguas medicinales y sábila que aparece todas las tardes cerca del redondel y la doña que en un pasillo minúsculo vende un mote con chicharrón por el que la gente espera en fila. Los personajes “florestinos” son tan diver­sos como amables.

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El niño nuevo de la clase

El nuevo grupo que se ha incorporado al barrio es uno joven, más milenial, con tendencias vegetarianas, aspiraciones in­telectuales y gustos caros para los que no tiene presupuesto. Es una generalización, sí, pero no muy alejada de la realidad. ¿De dónde viene esta gente tan cool y por qué La Floresta les atrae tanto? Muchos son artistas emancipados, parejas jóvenes y ex­tranjeros a los que les llama la conjugación de lo moderno y lo tradicional en una sen­sación de seguridad cotidiana. Este grupo de gente, un espécimen moderno también conocido como hipster,1 quiere vivir a lo europeo: caminar por las calles y tener al alcance de la mano La-Floresta-2distracciones más allá de sus necesidades básicas. Yo aprendí de la vida de barrio en el extranjero, me diluí en el ronroneo de calles lejanas y me dejé lle­var por sus corrientes. Al volver al Ecuador el síndrome de abstinencia fue inmediato. Como buena moderna, yo también empecé a buscar más que el almacén donde se sa­can copias de llaves o el mercado. Quería un café donde dejarme caer con un libro, un bar donde hubiera más oferta de cerveza que de comida o un cine en el que pasaran películas indie. ¿Quién no querría vivir en un barrio así?

Un barrio apto para (no tan) chirosLa-Floresta-5

Varios jóvenes emprendedores y exi­tosos viven cerca, en uno de los nuevos edificios de la siempre elegante González Suárez, pero no aquí. Aquí los alternativos hacen todo lo posible por no llegar a la vida adulta y por mantener un frente re­belde contra la presión social. ¿Qué hago yo aquí sino prolongar mi síndrome de Peter Pan?

En La Floresta, gracias al auge del ba­rrio, el valor de las propiedades se ha in­crementado. No es el barrio más barato de Quito y a él podría acceder una clase media alta. El alquiler de un departamento sin amoblar, de dos habitaciones, en un edificio nuevo, puede costar 600 dólares. Uno de las mismas características, en una calle menos agraciada, en un edificio más viejo, cuesta 400 dólares. Un departamento amoblado, de dos habitaciones y sobre una calle bonita como la Valladolid o Zaldumbide, cuesta alrededor de 900 dólares.

También se ha visto una tendencia de coworkers que alquilan entera alguna anti­gua casona y la convierten en un espacio donde comparten gastos y creatividad. La decoran con elementos eclécticos e inten­tan salir adelante con sus emprendimien­tos, ideas, películas, diseños, música o arte. Sin embargo, o gracias a esto, el barrio se mantiene pintoresco, y eso es mucho más de lo que ofrece el resto de la ciudad.

Carrera de obstáculosLa-Floresta-7

La Floresta tiene árboles en las veredas, aunque están igual de mal mantenidas y sucias que en el resto del país. En el Ecua­dor no se da prioridad al peatón y pare­cería que no existen basureros de ningún tipo. Por eso, no es extraño que las aceras estén esporádicamente cubiertas de fundas de basura derruidas por perros callejeros (o caseros) y sus respectivas cacas. Esto está cambiando y algunas personas tienen la educación suficiente para recoger los de­sechos de sus canes y dar el buen ejemplo. Claro que en ocasiones también he podido observar la buena intención de algún due­ño que recogió el desecho para luego aban­donarlo dentro de su respectiva funda en la misma escena del crimen. ¿Por qué alguien habría de tomarse la molestia de recoger mierda de perro para dejarla otra vez en la calle? Porque no hay basureros cerca y nadie quiere llevar en la mano una funda caliente y asquerosa.

Para todos los gustos

Alejándonos sutilmente del tema heces, La Floresta es un barrio con mucha vida. Tiene una plaza y dos pequeños parques, que incrementan la calidad de vida un cien por ciento. La oferta gastronómica también ha aumentado notablemente, trayendo consigo una ola de “turismo local”. Se ven más cafeterías bohemias y restaurantes de todo tipo y para todo bolsillo en los que se venden desde almuerzos a $ 3,50 el menú, a uno donde dos pedazos de sushi con foie gras cuestan $ 25. Existe una casa Okupa donde hay un mercado de pulgas. Está el Instituto de Cine, el Instituto Metropoli­tano de Diseño, las salas del cine Ocho y Medio, un par de galerías y tiendas de di­señadores de moda donde se fabrica el look del barrio.

Finalmente, están los habitantes ori­ginales, que le otorgan al lugar un senti­do de pertenencia y autenticidad que a los nuevos habitantes del barrio les gusta observar y del que, a su manera, quieren apropiarse. Sin embargo, no por esto se mezclan entre sí ni comparten los mis­mos intereses. En un barrio que parece haber sido ocupado por extranjeros na­cionales e internacionales, aún no he vis­to “florentinos de cepa” disfrutando de cine europeo o degustando un ristretto en uno de los lugares de moda.La-Floresta-6

Oficinas, comercios y restaurantes bus­can en La Floresta un espacio para desa­rrollarse por la sensación de estar en Quito sin estar en Quito. Llaman la atención sus casas bajas, árboles viejos y calles largas con poca inclinación. Además, está ubica­da cerca de importantes zonas laborales y universitarias como la 12 de Octubre, Vein­timilla, Orellana y Whymper. Estudiantes y ejecutivos salen hambrientos y cansados y encuentran en La Floresta el lugar perfecto para distraerse.

Arquitectura local

La-Floresta-10Es un barrio donde aún quedan casas de los años sesenta u ochenta, que hacen las veces de respiro en una capital que destru­ye y construye en un abrir y cerrar de ojos. La Floresta no se libera de esta ola masiva de edificaciones. Es usual ver casas que de­berían ser patrimonio arquitectónico de la ciudad, no por su gran estilo, sino por el va­lor que dan al barrio, que se botan sin pena ni remordimiento para ser suplantadas por estructuras invasivas que causan terribles calambres de ojo.

La-Floresta-4La riqueza del espacio público

La famosa plaza de las Tripas, donde to­das las tardes hasta muy avanzada la noche se ubican las caseritas a vender tripa mis­hki, choclos y demás platillos típicos, llena el barrio de energía y humos carnosos. Es una parada obligatoria para muchos capita­linos y turistas que pasan por ahí, ya sea por casualidad o a propósito. El espacio fue re­cientemente rehabilitado por el municipio y ahora presenta un aspecto más limpio y ordenado. En un principio habían conside­rado prohibir la venta de comida, que lleva años llevándose a cabo, para convertirla en una plaza simplemente peatonal. Por suerte algún iluminado pensó y se dio cuenta de cuánta actividad, seguridad, puestos de tra­bajo y atractivo se genera en la zona, gracias a la gastronomía informal.

Contradictoria modernidad

Parece un sueño ingenuo que haya un barrio en Quito, o en el Ecuador, donde no hicieran falta muros recubiertos de vidrios rotos y alambres de púas, pero La Floresta mantiene viva la esperanza de relacionarnos. Es cierto que una vez rompieron el vidrio de mi carro y en otra ocasión asaltaron a mi tío, pero a pesar de esto no se siente como un barrio inseguro. La gente camina, pasea con sus hijos, anda en bicicleta en las recién estrenadas ciclovías, sale a la tienda y espera tranquila en la parada del bus. Incluso hay una UPC en uno de los parquecitos y agra­dezco el falso sentido de seguridad que esto me provoca.La-Floresta-3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llevo en este barrio menos de un mes y el amorío no ha hecho más que empezar. Ob­servo con ternura el esmog de los buses en la Coruña inundando los pulmones de grandes y chicos. Los señores que salen caredormidos del trabajo esperan con paciencia en el paso cebra donde ni un auto se detiene. Los tran­seúntes sortean con apacible indiferencia la colorida basura que decora las aceras.

Por mi parte, puedo decir que desde hace unos días la tendera de la esquina ya me llama “veci” y que a una cuadra de mi casa, a modo de bautizo, pisé mierda de pe­rro. Sonrío. La Floresta me ha aceptado.

 

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