Los Reyes Católicos, buscando la unidad religiosa de sus dominios, seguían la estela de otras potencias europeas que también habían expulsado a los judíos con anterioridad.
Por Cristóbal José Álvarez López
Profesor de lengua española, Universidad Pablo de Olavide

El 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron en Granada la expulsión de los judíos. Según el texto de los edictos —hubo varias versiones y múltiples copias—, el pueblo judío tenía hasta finales del mes de julio de ese mismo año para abandonar los territorios de las coronas de Castilla y de Aragón.
“Por ende Nos, con consejo y parecer de algunos prelados y grandes y cavalleros de nuestros reynos y de otras personas de sciencia y consciencia de nuestro Consejo, haviendo havido sobrello mucha deliberacion, acordamos de mandar salir todos los dichos judios y judias de nuestros reynos, y que jamas tornen ni vuelvan a ellos nin a alguno dellos; e sobrello mandamos dar esta nuestra carta, por la qual mandamos a todos los judios y judias de qualquier edat que sean (…) que fasta en fin del mes de julio primero que viene (…) salgan todos de los dichos nuestros reynos y señorios”.

Los Reyes Católicos, buscando la unidad religiosa de sus dominios, seguían la estela de otras potencias europeas que también habían expulsado a los judíos con anterioridad, como era el caso de Inglaterra en 1209 o Francia en 1306.
El antijudaísmo en la península ibérica
Pero el movimiento antijudío no era nuevo en la Península. En junio de 1391, el arcediano de Écija, Ferrán Martínez, había promovido el asalto a la judería de Sevilla. En los meses siguientes, la misma suerte corrieron otras comunidades judías, como las de Córdoba, Jaén, Valencia, Toledo o Barcelona. Miles de judíos tuvieron que elegir entre la conversión o la muerte.
Estas conversiones suscitaron durante todo el siglo XV un gran recelo por el ascenso social de los nuevos cristianos. Muchos de ellos fueron acusados de judaizar en secreto y de ahí surge la instauración de la Inquisición en 1478. Aun así, los Reyes Católicos estimaban que la presencia judía era una mala influencia para los conversos, por eso decretaron la expulsión.
La diáspora sefardí
En torno a cien mil judíos se dispersaron por el norte de África, los Países Bajos, Italia y, en especial, el Imperio otomano. Allí fueron muy bien recibidos por el sultán Bayaceto II, cuyo imperio estaba en plena expansión. La población judía —ducha en el comercio, la incipiente industria, la artesanía, las ciencias, la medicina, etc.— supuso un revulsivo para la consolidación del Imperio otomano. Se cuenta que el propio Bayaceto II se burlaba de la falta de ingenio de Fernando el Católico, que había empobrecido su reino al expulsar a un grupo social de tanto provecho.
El destacado papel de los sefardíes en el Imperio otomano quedó reflejado en la Historia Pontificial y Catholica, de Gonzalo de Illescas:
“Lleuaron de aca nuestra lengua, y toda via la guardan, y vsan della de buena gana, y es cierto que en las ciudades de Salonique, Constantinopla, Alexandria, y en el Cayro, y en otras ciudades de contratación, y en Venecia, no compran, ni venden, ni negocian, en otra lengua sino en Español. Y yo conosci en Venecia Iudios de Salonique hartos, que hablauan Castellano, con ser bien moços, tambien y mejor que yo”.

En rojo durante los siglos XV y XVI, y en negro durante los siglos XVII y XVIII.
“Yiddish and Judeo-Spanish, a European Heritage” por Prof. Haïm-Vidal Sephiha, Université Paris Sorbonne Nouvelle.
Según esta crónica, a comienzos del siglo XVII el español servía como lengua franca del comercio mediterráneo. Por paradojas de la historia, 1492 se recuerda como el año del “descubrimiento” de América, pero cayó en el olvido colectivo que también fue el año de la expulsión de los judíos. Al mismo tiempo que la lengua española viajaba a Occidente en las carabelas de Colón, también hubo un viaje clandestino menos conocido en nuestra historia: los judíos llevaron nuestra lengua a Oriente y la continuaron empleando y transmitiendo en las florecientes comunidades sefardíes del Imperio otomano.
La expulsión olvidada
Salvo casos aislados, como Illescas, durante varios siglos apenas hubo referencias a la expulsión de los judíos. En 1860, con la toma de Tetuán por parte del general O’Donnell, se dio un primer contacto con las juderías marroquíes. Pero habrá que esperar hasta comienzos del siglo XX para que la opinión pública española conociera la existencia de las comunidades sefardíes de Oriente.
El senador Ángel Pulido Fernández, por azar, entró en contacto con los sefardíes en uno de sus viajes. A partir de ahí, comenzó una campaña filosefardí en la prensa nacional. Se ponía el foco de atención en esos “españoles sin patria” que habían sido injustamente desterrados. Pero esta campaña no llegó a tener el respaldo social deseado y se quedó en buenas intenciones por parte de unos pocos idealistas.
La nacionalidad española para los sefardíes
La restitución de la deuda histórica con el pueblo judío es reciente. Con la promulgación de la “Ley 12/2015, de 24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España”, los judíos descendientes de los expulsados en 1492 tienen la posibilidad de que se les reconozca su origen español. Pero los trámites son complicados y costosos, de ahí que no sea fácil obtener la nacionalidad. La ley tiene más valor simbólico que práctico.
A pesar de todo, la expulsión de los judíos sigue siendo un episodio poco conocido en la historia de España. El 31 de marzo debe ser un día de recuerdo en el que conmemorar la expulsión de una parte importante de la población española. Así, con la restitución de la memoria, podremos sumarnos a las palabras pronunciadas por el rey Felipe VI: “¡Cuánto os hemos echado de menos!”.
(The Conversation)
Los sefardíes reconocidos en el Ecuador
Los descendientes de los sefardíes expulsados de la península ibérica también llegaron a América durante la Colonia, cuenta la abogada especializada en propiedad intelectual y socia de la firma Corral Rosales, María Cecilia Romoleroux, y fue una migración importante, al punto de que, aunque actualmente “es difícil calcular la cantidad de ecuatorianos con ascendencia sefardí, nos sorprenderíamos si todos nos hiciéramos una prueba de ADN”.
La prueba se hizo a nivel latinoamericano, y los resultados se publicaron en la revista Nature Communications, editada en Reino Unido, en 2018. El estudio, liderado por el científico colombiano Juan Camilo Chacón Duque, se enfocó en los genomas de 6500 personas en ciudades colombianas, chilenas, brasileñas, mexicanas y peruanas, y se comparó con los genomas de otras 2300 personas alrededor del mundo. En la muestra no se analizaron zonas rurales, donde se sabe que hay mayor población indígena, sin embargo, los resultados fueron reveladores: en 23 % de los latinoamericanos analizados se encontró una huella genética sefardí.
María Cecilia Romoleroux indica que los sefardíes que llegaron al Ecuador se asentaron sobre todo en Loja. Durante la Colonia esta comunidad no podía acceder a cargos importantes ni tenía permitido viajar a América, ¿entonces cómo emigraron? Para evitar la discriminación y persecución, explica la abogada, las generaciones anteriores tuvieron que maquillar su pasado, cambiar de fe y de apellido, de modo que muchos de sus descendientes actuales no tienen idea del origen y la cultura de sus antepasados. María Cecilia tampoco lo sabía. Su búsqueda empezó cuando su hijo, que estudia en Estados Unidos, le contó que varios compañeros latinoamericanos se habían acogido a la ley reparatoria emitida por España en 2015, con el fin de obtener la nacionalidad de ese país y sus beneficios como parte de la Unión Europea.
María Cecilia indagó en el proceso legal y en los orígenes de sus ancestros, empezando desde su bisabuela, Inés Riofrío Pallares, quien le había contado que su familia era una de las más antiguas del Ecuador, pero nada acerca de orígenes judíos. Con un equipo de cinco abogados investigaron en bibliotecas y archivos históricos, se pusieron en contacto con genealogistas y lograron reconstruir su árbol genealógico, certificado en un folder con cerca 500 páginas, entre partidas de nacimiento y otros documentos debidamente notarizados.
“Nos acompañó una suerte increíble —apunta la abogada—. Quito es una ciudad que nunca fue destruida, tiene mucha genealogía y documentación invaluable”, lo que ayudó a que la investigación se hiciera en “un tiempo récord, dos semanas”. Así lograron determinar que su familia tuvo un antepasado sefardí expulsado de España, Juan López Jorge, nacido alrededor de 1450 en Astrana, en la comunidad de Cantabria, quien se había cambiado el apellido a López de Santacruz. Para llegar a ese hallazgo tuvieron que analizar información del Ecuador y de España. Una de las pruebas más contundentes es un documento emitido por un grupo religioso y militar conocido como la Orden de Santiago, en el que se indica que Jerónimo de Chiriboga de Córdoba era parte de la sexta generación de Juan López Jorge y su ascendencia judía está documentada desde el siglo XIV. Martín de Chiriboga y Garzullo, uno de sus familiares, llegó al Ecuador en 1647, según los documentos encontrados por María Cecilia y su equipo.
Con esa investigación María Cecilia pudo obtener un certificado sobre su ascendencia sefardí otorgado por la Federación de Comunidades Judías de España, que es uno de los requisitos probatorios que consta en la ley emitida por ese país y, debido a la complejidad documental del proceso, uno de los más difíciles de conseguir. El segundo paso consistía en aprobar el examen CCSE (prueba de Conocimientos Constitucionales y Socioculturales de España) y, en el caso de no tener pasaporte de un país de habla hispana, un examen de idioma. Finalmente, resume la abogada, había que probar mediante un Acta de notoriedad (emitida por un notario español) la autenticidad legal de los documentos que respaldan la ascendencia sefardí. Una vez obtenida el acta, María Cecilia agrega que es muy poco probable que el proceso sea rechazado, pero debido a procedimientos informáticos y conocimientos sobre términos legales, “había que saber cómo subir la documentación a la página web” del Ministerio de Justicia Español, y esperar la resolución y entrega del pasaporte, que puede tardar más de un año.
En marzo de 2019 María Cecilia fue la primera persona en el Ecuador en llegar a esta parte del proceso. Incluido un viaje que tuvo que hacer a España, calcula que invirtió cerca de siete mil dólares, aunque una vez que aprendió cómo hacerlo, cuenta que las personas que han contratado sus servicios han invertido menos: “alrededor de cuatro mil”. Los países latinoamericanos con más solicitudes en espera de la resolución final y concesión de la nacionalidad española, según estadísticas de ese país, son México (14 365 solicitudes), Venezuela (12 129), Colombia (8873) y Argentina (3729). Del Ecuador existen 632 personas que han llegado a esa instancia. El plazo para solicitar la nacionalidad española mediante la ley en cuestión culminó en 2019, pero continúa abierta la posibilidad para los descendientes de sefardíes expulsados de Portugal.
Además de la investigación con la que María Cecilia probó la ascendencia sefardí del apellido Chiriboga, cuenta con investigaciones sobre los apellidos Cepeda, Tinajero de la Escalera, Hurtado y Villagómez, y está convencida de que hay muchos más apellidos con los mismos orígenes y que podrían aspirar a la nacionalidad portuguesa. El proceso portugués es un poco más complejo debido a cuestiones técnicas y la minuciosidad requerida en la búsqueda, según la abogada. Una de sus clientas, quien por motivos personales prefirió que no se publicara su nombre, asegura que la búsqueda del apellido Chiriboga por medio del que espera que su hijo pueda obtener la nacionalidad portuguesa requirió documentación de doce generaciones anteriores. Su motivación para invertir tiempo y dinero en este trámite, dice, es la calidad de los estudios en la Unión Europea y la posibilidad de que su hijo trabaje en alguno de esos países.
(Javier Gómez)