Por Iván Lucero, S. J. ///
¿Cómo fue posible que la Compañía de Jesús, una orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola en 1540, “ante todo para atender principalmente a la defensa y propagación de la fe y al provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana” se distinguiera en varios campos científicos —con mayor fuerza— entre los siglos XVII y XVIII?
Respondo a esta pregunta desde mi experiencia como jesuita y versadas opiniones que entregan historiadores de la ciencia sobre el rol jugado por la Compañía de Jesús. Lo esencial se remonta a Ignacio, vasco, nacido a fines del siglo XV, educado en cortes castellanas, con hermanos batallando y sirviendo a la corona de España en medio mundo, caballero converso, deseoso de morir en Jerusalén, y más tarde, peregrino en Barcelona, Alcalá de Henares, Salamanca y París.
Autor del libro Ejercicios espirituales que concede un modo nuevo de sentir y ver las cosas con Dios y desde Dios, usando todas las potencias humanas. Los ejercicios espirituales influyeron en los jesuitas que consideraron que la misión de la Compañía de Jesús no conocía fronteras. La Compañía debía cumplir el encargo de Cristo de “conquistar todo el mundo y todos los enemigos” como lo exige la reconocida contemplación del rey eternal. Se cuenta que en una de sus pláticas, el P. Jerónimo Nadal, jesuita de la segunda generación y cercano a Ignacio de Loyola, pedía a la Compañía que notara que “el mundo es nuestra casa”. Dos siglos más tarde (1759), encontramos en un libro impreso del jesuita mexicano Ignacio de Paredes la siguiente frase “Unus non sufficit Orbis”, “Un mundo no es suficiente”. La casa-mundo de los jesuitas se había hecho pequeña y soñaban con otras.
La vocación científica de la Compañía de Jesús como lo ha demostrado Steven Harris en sus estudios sobre ciencia jesuítica fue algo natural a la orden desde los primeros años de su fundación. Harris afirma que la ciencia jesuítica —incluida la cartografía— se originó en los sistemas de administración de larga distancia y el contexto religioso de la Contrarreforma.
Aplicando la teoría de los sistemas de administración de larga distancia, en los cuales es fundamental la comunicación entre el centro del poder y la periferia a través de instrumentos, agentes muy bien formados y documentos, la Compañía de Jesús aplicó exitosamente dicha teoría —con ciertas modificaciones— a la administración de las obras y misiones que se encontraban alejadas del poder central de Roma.
La mayor modificación introducida por la Compañía en la teoría de los sistemas de administración de larga distancia fue la radical importancia dada a la comunicación escrita entre la curia general de Roma y los jesuitas repartidos en los cuatro puntos cardinales. Las constituciones de la Compañía claramente especifican que el general debe estar periódicamente informado por los provinciales de lo que ocurre en las jurisdicciones provinciales con los jesuitas, obras y novedades, y a la vez, tiene la obligación de escribir a los provinciales su parecer sobre asuntos de gobierno de la orden.
Además, cada provincial tenía la obligación de escribir anualmente a Roma un reporte edificante de las obras de la provincia, principalmente, de las misiones en las Cartas Anuas. La curia romana editaba dichas cartas en forma de reportes que eran publicadas anualmente para información de los jesuitas y bienhechores seglares. Los reportes edificantes —que eran escritos en primer lugar por los misioneros— fueron el origen de la ciencia jesuítica, gracias a la propia petición de Ignacio de que dichas relaciones contuviesen datos geográficos y astronómicos para satisfacción de los protectores de la Compañía:
“Algunas personas principales, que en esta ciudad [Roma] leen con mucha edificación suya las letras de las Indias, suelen desear, y lo piden diversas veces, que se escriviese algo de la cosmografía de las regiones donde andan los nuestros; cómo sería, cuán luengos son los días de verano y de invierno, cuándo comienza el verano, si las sombras van sinistras, o a la mano diestra. Finalmente, si otras cosas hay que parezcan extraordinarias, se dé aviso, como de animales y plantas no conocidas, o no in tal grandeza, etc.”.
A los pocos años de esta petición, los reportes ya habían tomado un cariz científico que fue rápidamente apreciado en la academia europea. Los casos del P. José de Acosta y el Hno. Manuel Tristao son paradigmáticos sobre la evolución de los reportes edificantes a tratados científicos de primera categoría. Acosta publicó su Historia natural y moral de las Indias en 1590 y Tristao escribió Historia del Brazil que fue publicada en 1624.
Esta doble comunicación hacia dentro y fuera de la orden fue patente en la cartografía de los jesuitas de la Provincia de Quito —región administrativa de mayor dimensión que la Real Audiencia— desde el primer mapa delineado por Samuel Fritz en 1689. Fritz lo dibujó como parte de un informe interno para los superiores de la orden que necesitaban conocer las nuevas misiones de los omaguas. La información contenida en los mapas también interesó a los superiores de la Compañía que debían tener un claro conocimiento de las comarcas en que laboraban los misioneros.
Los superiores provinciales nunca visitaron las misiones, excepto Carlos Brentano que fue misionero por algunos años, y los dos visitadores Diego Francisco Altamirano y Andrés de Zárate, quienes, por razones de su cargo, tuvieron la obligación de hacerlo. En tales circunstancias, los mapas permitieron a los superiores visualizar las reducciones y otros detalles de la cuenca amazónica sin poner un pie en dichas regiones. No conocemos hasta qué punto la cartografía influyó en la toma de decisiones por parte de los superiores provinciales sobre el envío de misioneros y la fundación de nuevas reducciones. Sin embargo, es posible suponer que los mapas no fueron simples estadísticas sobre las misiones, pero documentos estratégicos que los iluminaron sobre las necesidades de refuerzos en cada reducción.
Caigamos en cuenta que la mayoría de mapas fueron delineados en las misiones con todas las dificultades que esta tarea conllevaba. Es decir, que son cartas geográficas realizadas desde la periferia y no desde Quito u otro centro urbano.
En los otros mapas de Fritz y de los siguientes cartógrafos, la comunicación con los superiores también estuvo presente, pero pasó a ocupar un segundo plano por las peculiares características de las misiones de Maynas. Los aspectos científico y político ganaron rápidamente importancia sobre el informativo o edificante, conformando a la cartografía quiteña en una obra científico-política de singular importancia. El valor científico de la cartografía quiteña fue reconocido en su propio tiempo por aquellos que tuvieron la oportunidad de apreciar las cartas y la amistad de los jesuitas. El caso más destacado fue el de Juan Magnin que brindó su apoyo científico a Carlos de La Condamine y fue admitido como miembro correspondiente de la Academia Francesa.
Otros cartógrafos también fueron apreciados por la calidad de sus mapas como ocurrió con Brentano, Veigl y Velasco. El caso de Fritz fue algo paradójico, pues el mapa delineado en 1691 permaneció en el anonimato hasta que La Condamine lo conoció en 1743. Recién con su mapa de 1707 y la reproducción de las Cartas edificantes de 1717, Fritz alcanzó reputación como cartógrafo en América y Europa.
El aspecto político en la obra cartográfica jesuita resulta llamativo por su aparente contradicción con una labor desarrollada por religiosos. Al igual que en el tema científico, el asunto político fue algo específico a la Compañía, debido al carisma apostólico y educativo de la orden que afirmaba el uso de medios humanos para alcanzar el fin divino. Harris afirma que “la estrategia ignaciana era conquistar el mundo a través del mundo; es decir, conquistar el mundo para Cristo usando tácticas mundanas”.
Además, en las misiones americanas, los jesuitas y los miembros de las otras órdenes religiosas estaban bajo la autoridad directa del rey de España. Esto significaba que cualquier actividad evangelizadora conllevaba al mismo tiempo la afirmación de la autoridad del rey sobre los nativos evangelizados que pasaban a ser súbditos de la corona.
Sin embargo, el asunto político distintivo de la cartografía quiteña fue el largo conflicto entre España y Portugal por el dominio de la cuenca amazónica. La cartografía fue uno de los mejores medios para reivindicar los derechos de la corona española y así detener el avance de los portugueses hacia el oeste del continente. Los mapas de Fritz enfatizaron el aspecto geopolítico, porque fueron dirigidos a las autoridades españolas que tenían la responsabilidad de resolver el asunto de la frontera amazónica.
Los siguientes mapas reflejaron la tensión política de diferente manera que los de Fritz. El ejemplo más interesante se encuentra en la cartografía de Velasco que fue producida cien años más tarde que el primer mapa de Fritz. El asunto político que interesaba a Velasco a fines del siglo XVIII era el afianzamiento de las fronteras de la Real Audiencia de Quito que habían sido vulneradas por los portugueses y los Gobiernos de Lima y Santafé de Bogotá. Poco pudo hacer Velasco que sobrevivía en el extrañamiento europeo para prevenir la catástrofe que se originó en la expulsión de los jesuitas de Maynas y el traspaso posterior de las misiones a la administración eclesiástica limeña. En mucho sentido, la cartografía política de Velasco fue profética de los hechos que sucedieron en el nacimiento de las repúblicas independientes.
Este breve repaso por los cien años de producción cartográfica de los jesuitas quiteños (1689-1789) demuestran que su apostolado en las misiones de Maynas y en las horas del injusto exilio fue una simbiosis de fe, ciencia y política. Llenos del espíritu de Ignacio de Loyola, miembros de una orden de alcance global y conscientes de su responsabilidad histórica cumplieron una admirable tarea que pervive hasta los tiempos actuales.
¿Será posible replicar en estos tiempos una tarea similar? Cierto es que los tiempos han cambiado, pero el espíritu de Ignacio sigue vivo. Doy fe de que lo he visto en acción en muchos jesuitas que siguen creyendo que la proclamación del evangelio se lleva muy bien con la ciencia y la lucha por la justicia.