El patriarca de la familia Pillajo, uno de los cultores de la agrupación musical que nació hace cien años con obreros de la construcción, falleció el pasado marzo por covid-19. La actual sede de la banda está en el barrio La Magdalena y suma veinticinco integrantes, la mayoría jóvenes.

“Cómo están, jóvenes; pasen, pasen. Sean bienvenidos”. Y los músicos, con los estuches de sus instrumentos en mano, ingresan a la casa Oe5-94 de la calle Viracocha del sector La Magdalena (sur de Quito). Allí es la sede de la Banda de Música del Gremio de Albañiles. Es sábado, día de los repasos de esta agrupación que nació hace cien años.
Quien recibe a los artistas es Graciela Pillajo, mánager y guardiana de la tradición familiar de músicos populares. Tras recibirlos se hace a un lado de la puerta de la modesta vivienda de una planta para que accedan al corredor apostado por algunas sillas de madera. No se sientan, en su lugar acomodan sus maletas y esperan a que sean la 09:30, hora del ensayo.
Mientras llegan más compañeros, doña Chelita —así la llaman cariñosamente— camina hacia una habitación donde están los recuerdos del origen de la agrupación fundada por sus antepasados y solo con el talento de maestros de la construcción. El espacio de no más de quince metros cuadrados está lleno de cuadros con fotos y diplomas, instrumentos, atriles e imágenes religiosas.
“Venga, mire, conozca a los fundadores”, dice la mujer cuando señala uno de los primeros retratos que cuelgan de la pared verde agua. Allí, con profundo orgullo, ubica a su abuelo Magdaleno Pillajo y a su padre, Santos Pillajo. Los dos se muestran serios, ataviados con sus uniformes azul marino y sosteniendo sus instrumentos: un bombardino y un barítono, respectivamente.
En otro cuadro se observa una fotografía de la banda en pleno, data de 1942 y aparecen dieciocho músicos, aunque para ese tiempo sumaban cuarenta y todos tenían el oficio que hace honor al nombre: albañiles o maestros mayores, apunta Fabián Chinchero, hijo de doña Chelita, director de la agrupación y docente del Conservatorio de Música.
En la actualidad los intérpretes más antiguos del Gremio superan los 65 años y ya dejaron atrás la profesión de sus antepasados, ahora son joyeros; mientras que los más jóvenes, entre veinte y treinta años, son expertos en redes sociales y —apostilla Chinchero— músicos estudiosos y empeñados en que su arte sea reconocido en el país.
“Acérquese por acá, aprecie los instrumentos con los cuales actuaban mi abuelito y mi papacito”, sostiene la mujer de trato delicado. En uno de los rincones del cuarto están esas querencias que, con la luz de los focos, parecen de oro; pero también hay tubas, saxofón barítono y alto, bombos… De entre todos, solo uno suena, por eso, los planes de la familia son restaurarlos.
Todo esto —añade doña Chelita— es “mi particular tesoro” y rompe a llorar. Tras ese arrebato de sensibilidad, agrega que siente un profundo orgullo por ser parte de una familia talentosa que, sin importar la falta de estudios, supo escribir canciones. “Mi papacito (Santos Pillajo) apenas tuvo segundo grado de escuela y leía partituras a la perfección”.
Al otro extremo de la pieza está un aparador con varias imágenes religiosas. De entre todas, destaca la Virgen de la Luz, patrona de la agrupación; se trata de una escultura de aproximadamente sesenta centímetros de alto y a la cual todo músico que ingresa al Gremio debe jurarle fidelidad. La talla está rodeada por el Niño Jesús, Divino Niño y san Jerónimo.
Ya son las 10:00 y aún no llegan todos los músicos que fueron convocados para los repasos, pues se requiere dejar a punto el repertorio que la banda tocará en todos los compromisos que están pactados para lo que queda de año; por ejemplo, retreta por el Día de Difuntos en el cementerio comunal La Magdalena. En su agenda también figuran conciertos por fiestas de Quito en la Casa de la Música (el 4 de diciembre); Navidad y Fin de Año.
Hubo un tiempo, incluso antes de la pandemia, en el cual la banda se silenció y mucha gente pensó que había desaparecido, pero “solo estaba callada, rearmándose, tratando de renacer de nuevo”, apunta Chinchero.

En ese momento, su madre lo interrumpe para hacer un recuento de los orígenes de esta pasión familiar que lideró su abuelito Magdaleno: “… jamás puede morir una tradición que nació un 6 de julio de 1921, en el Centro Obrero Católico, ubicado en la iglesia El Robo”. Solo en 1975, cuando “comenzaron a perderse las partituras y los instrumentos, mi padrecito (Santos Pillajo) decidió trasladar la sede al barrio La Magdalena”.
Cuando menciona a su padre, por segunda vez, doña Chelita solloza. Será por la pena que aún la embarga, pues hace unos meses —el 26 de marzo de 2021— su progenitor falleció por la covid-19.
El drama de aquellos días fue doble, ya que un día después del fallecimiento del patriarca de los Pillajo, también murió su esposa, María Concepción Pillajo, por la misma enfermedad. Durante el funeral, la banda interpretó algunos temas, a más de las clásicas marchas fúnebres, también se escuchó la tonada “Píllaro viejo”, uno de los temas preferidos por don Santos.
Con su partida las bandas populares de Quito perdieron a uno de sus mejores cultores, explica su nieto. Y dice más: “hasta lo último cuidaba con celo unos baúles con 450 partituras, las que pretendo rescatar del olvido e identificar cuáles son de la autoría de la banda”. Por el momento solo ha logrado ubicar al fox incaico “Aflicción”, el pasodoble “Gustavo” y el sanjuanito “Mi linda”.
De allí que —como admite Estuardo Rivadeneira, investigador y director musical— hay mucho por descubrir. Por el momento, trata de posicionar al Gremio más cuando hace poco cumplió cien años y, por su gestión, la Asamblea Nacional le condecoró con la medalla al mérito artístico Vicente Rocafuerte.
“Si solo se habla de las bandas más antiguas del Distrito Metropolitano de Quito, la del Gremio está en tercer lugar, tras la de Alangasí con 130 años y Píntag que suma 101”, recuerda Rivadeneira. Pero matiza: “solo la del Gremio tiene documentación que da fe de su antigüedad; de las otras tenemos datos por verificar”.
Por toda esa riqueza identitaria de las bandas populares, al ser transmisoras orales del patrimonio sonoro, en 2011 el Concejo Metropolitano de Quito oficializó su declaratoria de Patrimonio Cultural Intangible del Distrito. Con esa designación, el municipio abrió la Casa de las Bandas en el barrio La Tola.
Actualmente, en la capital existen unas 220 agrupaciones de este tipo y una de las más ilustres es aquella fundada por la familia Pillajo —confirma Mario Godoy, musicólogo, que actualmente vive en Washington (Estados Unidos)—. Lo dice porque de esa dinastía de músicos, según información que ha recabado, hay referencias desde inicios de la Colonia, pues de ella desciende Juan Pillajo, uno de los primeros compositores quiteños formados en el colegio San Andrés (San Juan Evangelista).
Es más —continúa Godoy—, la Banda de Música del Gremio de los Albañiles contribuyó para el proceso de reestructuración de aquella que perteneció a la Policía al prestarle veinte instrumentos. Otro dato: “La Banda Municipal de Quito se fundó con el apoyo de la del Gremio”.
A la pequeña habitación donde están los recuerdos de los Pillajo también se dan cita Gonzalo y Marcelo Pillajo, hermanos de doña Chelita. Ellos son los músicos más antiguos que quedan en la agrupación y son personajes clave de la percusión y, acota don Gonzalo: “para prender el humor de la fiesta”.

Antes de la pandemia, una hora de música con el Gremio costaba cien dólares e incluía treinta temas, desde un fox incaico hasta cumbias, huaynos… En la actualidad los integrantes están concentrados más en presentaciones en escenarios y eventos especiales, tal cual lo hicieron, en lo que va de 2021, en la Asamblea Nacional (julio) y en el Teatro Sucre (septiembre).
Pero no menosprecian un contrato, de allí que en todas las redes sociales están activos y tienen algunos paquetes promocionales para interpretar los mejores temas de su repertorio por doscientos dólares la hora.
Doña Chelita sale de la habitación para llamar por teléfono al músico que hace falta para arrancar con los repasos, aunque no estén todos. Antes brinda un refresco a quienes llegaron puntuales, para aplacar la espera; también les dice: “Vayan nomás acomodándose en el cuarto”.
Se refiere al espacio donde están las querencias de la banda y, de vez en vez, sirve como sala de ensayos. Sin embargo, como la agrupación ahora tiene veinticinco integrantes, se prefiere repasar en el espacio de atrás de la casa para evitar aglomeraciones.
Con afán llega la joven que interpreta la flauta piccolo. “Venga, mijita, el resto de sus compañeros ya está listo para el repaso”, le dice doña Chelita y le permite pasar a la pieza, porque apenas han llegado nueve integrantes y sí caben todos. Una vez ubicados, comienzan a afinar sus instrumentos: clarinete, saxo, trombón, barítono, platillos, bombo…

Tras un breve silencio, uno de los presentes pregunta: ¿Con cuál tema comenzamos? “Píllaro viejo”, dicen al unísono. Suenan las primeras notas, mientras doña Chelita —en el dintel de la puerta— se afana por grabar ese momento con su celular y en media tonada sus ojos se humedecen porque recuerda a su padre, uno de los músicos más queridos y guardián de la Banda de Música del Gremio de Albañiles.