Jorge Carrión, editor de la antología Mejor que ficción, dialoga con Mundo Diners acerca de la crónica periodística como género y como posibilidad de experimentar con una tensión que canaliza el arte, la política, el amor: la lucha entre la realidad y la ficción.
Por Óscar Molina
Empiezan en México y terminan en África. Hay oraciones procedentes de Colombia, La Habana, Haití. Hay un chileno en Estambul, un argentino en Praga y una peruana en España. Hay 400 mujeres asesinadas, dos actos de sadomasoquismo, una nueva especie humana y huesos de desaparecidos que siguen sin aparecer. Hay, detrás de la unión de estas historias, un hombre: Jorge Carrión.
Él es el editor de la antología Mejor que ficción, Crónicas ejemplares, publicada por Anagrama y cuya primera edición apareció en marzo de 2012. Él, una tarde antes, escogió la hora y el lugar: 15:30, en Demasié. Carrión llega puntual. Viste un abrigo negro, similar al de otros transeúntes que evitan el frío. La cafetería es abrigada; huele a pastel recién horneado, a té de frutas, queso y perfume. El lugar, de paredes verde agua, es acogedor y reverberan, por igual, el tacto entre los platos, las carcajadas y la voz grave de Carrión. Estamos en el centro de Barcelona, en una mesa para dos.
—¿Cómo van las clases? —me pregunta. Carrión es profesor y coordinador académico del máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. También fue docente en la Universidad de Chicago (Estados Unidos), donde dio cursos sobre lengua y literatura españolas. Respondo que las clases van bien y él sonríe. Sin embargo, cuando activo la grabadora para hablar sobre la crónica, él adopta la misma seriedad que tiene cuando desarrolla una clase. Carrión dice que empezó a leer crónicas, con mayor interés, desde el año 2003. Un viaje que hizo por América Latina durante dos años tuvo algo que ver. En su recorrido por Chile, México, Bolivia, Argentina… leyó revistas como Gatopardo, SoHo y Etiqueta Negra. Además, compró libros sobre crónica y escribió unos cuantos.
En 2008 publicó La piel de La Boca, una crónica-ensayo sobre ese barrio turístico de Buenos Aires que, pese a su pobreza, posee una modernidad paralela. Carrión ha contado en entrevistas anteriores que Argentina le interesó por su tradición inmigratoria. España, donde nació, también tiene historias de movilización. En Australia, un viaje (2009), Carrión narra los desplazamientos de sus compatriotas hacia ese país.
La literatura de viajes lo mueve. Quizá tanto o más que las series de televisión. Lo he visto defender por igual, y con la vehemencia de un fan, un párrafo del escritor alemán W. G. Sebald o un capítulo de Breaking Bad. Es tan seguidor de las series que escribió el ensayo Teleshakespeare (2011), en el cual analiza las series estadounidenses The Wire, Los Sopranos, Six Feet Under… Incluso los protagonistas de su novela Los muertos (2010) son guionistas de una serie de televisión.
También he escuchado a Carrión, como en esta tarde, reivindicar a la crónica como género y como “un laboratorio de las tensiones entre lo real y lo ficticio”. Con esa convicción reunió a 21 autores en la antología. “En un principio, cuando estaba preparando el proyecto, tenía a 10 cronistas en mente, pero sabía que debía buscar otras voces. También escogí 21 como un guiño al siglo y porque no quería que el libro fuese físicamente muy pesado”.
La obra tiene 434 páginas y la lectura, en todo caso, no pesa en lo absoluto. Carrión seleccionó voces activas y premiadas como la de Leila Guerriero, Martín Caparrós, Jaime Bedoya, Juan Gabriel Vásquez, Pedro Lemebel… Buscó, dice él, distintos acentos, registros y técnicas. Eligió los textos sin dudar, con la misma seguridad que escogió el café cortado que tiene frente a él. Mientras esperamos a que las bebidas se enfríen un poco, Carrión responde:
—¿La crónica está de moda?
—La cuestión de la moda es muy peliaguda. Creo que la crónica es un género que gusta a los periodistas, un género sobre el cual quieren hablar. De modo que hay un deseo de que la crónica sea visible, y eso se puede traducir en reseñas, en artículos, en portadas. De lo que no estoy tan seguro es que la crónica literaria tenga mucho público. Sí que hay autores como Villoro o Caparrós, que son muy leídos, pero no estoy seguro de que el fenómeno tenga, realmente, un público. A mí me parece bien que esté de moda, porque es un género a reivindicar.
—Allí hay una paradoja porque la crónica, en principio, intenta dar una visión más amplia de la que suelen ofrecer los medios tradicionales y tendría que llegar a más público. ¿Cómo se puede ampliarlo?
—Das en el clavo en lo que respecta a la paradoja, porque a los periodistas les gusta hablar de la crónica pero, en cambio, a los dueños de los diarios no les interesa darle espacio. Tiene muy poco, cada vez menos. Ha ganado espacio la imagen y otro tipo de textos. Hay una falacia a ese respecto que dice que la crónica es cara, que la investigación es cara, pero creo que es una cuestión de prioridades, de intereses.
—¿Lo digital podría ser una vía para ampliar el público?
—Hay que tener en cuenta que lo digital, ahora mismo, no es viable. Un cronista tiene que cobrar por su texto. La vía va por hacer que el periodista investigue y trabaje en serio para publicar un texto en papel, con un precio que le justifique, después, dedicarse un tiempo adicional a hacerlo más extenso y multimedia para una versión digital. Creo que, además, deberían replantearse las tarifas de la prensa. La prensa paga más al que opina, que al que investiga y escribe crónica. Algunos de los que opinan, por ejemplo, cobran más por su nombre que por su texto. Pero, a priori, ningún género es más atractivo que otro. Es cuestión de cómo lo enfocas.
—A veces parecería que más público no se acerca a la crónica porque no le encuentra utilidad. ¿Para qué crees que sirve?
—La crónica tiene muchas funciones. Pienso en la palabra crónica en el sentido más extenso. Hay crónicas de distinto tipo. Pero la crónica de investigación, por ejemplo, que es extensa, tiene un componente de denuncia, de contrapoder. En América Latina y en España, los medios de comunicación se vinculan con partidos políticos y con Gobiernos, de modo que si quieres denunciar una injusticia, en un medio que no tenga esas vinculaciones, la crónica te lo puede permitir.
—¿Por qué nos importa la crónica ahora más que antes?
—La crónica ha estado de modo muy intermitente y fuerte en la historia de la cultura hispánica. Fue decisiva en la época del modernismo, en los años veinte y treinta. Fue importante en los sesenta con Walsh y García Márquez. No es que ahora es importante y antes nunca lo fue. Ha vuelto al auge por un factor de casualidad y, por otro lado, hay un factor institucional. García Márquez crea la Fundación de Nuevo Periodismo y eso impulsó la máquina. Después se creará la Fundación Tomás Eloy Martínez, en Argentina. Hay una serie de revistas: Gatopardo, Letras Libres, SoHo, Etiqueta Negra… que generan una dinámica. Se crean talleres, másteres, escuelas y también se crean premios. Eso, vinculado con momentos históricos de intensidad dramática, ha hecho que el género se reivindique. Seguramente, ahora lo que más se vende en México es la crónica sobre narcotráfico, de modo que la realidad es lo que llama el interés del público.
—A propósito, tú opinas que los cronistas deben contar la realidad y no la verdad.
—La verdad no existe. La verdad es un deseo, una intención utópica que el cronista, con suerte, inocula en el texto y este comunica un efecto de verdad, una sensación de verdad. En la verdad intervienen factores morales y de percepción mucho más extremos que en la realidad. Si tú haces un buen trabajo de campo, vas a dar cuenta de una realidad más justa.
—A veces parecería, por la cantidad de cronistas y de crónicas, que América Latina es más ‘cronicable’. ¿Es así?
—No. La crónica está en todas partes, es una cuestión de mirada, de que tú detectes la historia. También es una cuestión de antropología. El periodismo y la antropología nacen en la misma época y se parecen mucho. Y todo viene de la literatura de viajes, de la novela. En el libro hay una apuesta por otro tipo de crónicas. La primera es una crónica de Villoro sobre Japón y no habla sobre ninguna historia en particular, no habla sobre, digamos, ninguna atracción de feria. Y la última, que es de Caparrós, es una metacrónica literaria, en la cual persigue el rastro de Livingstone en África.
—Recientemente se editó, en México, un libro con crónicas sobre narcotráfico. Ese, como tú dijiste, es uno de los grandes temas, pero, ¿sobre qué más habría que poner atención?
—Creo hay un déficit de atención a la realidad española de la crisis. Todavía no he leído ninguna gran crónica al respecto. Supongo que, con el tema de los desahucios, el desempleo y la migración española a América Latina van a surgir muchas crónicas. Cuando haya más perspectiva, también habrá buenas crónicas sobre el chavismo o sobre Cristina Fernández de Kirchner. Hay fenómenos muy rabiosos, muy intensos que polarizan mucho a la sociedad, y que todavía falta un poco de distancia para que aparezca un texto definitivo sobre ellos.
—La crónica, para ti, es un debate, no un género. ¿Por qué?
—Porque no se puede definir. Con novela, cuento o teatro podemos llegar a una definición más o menos estable. Con literatura de viajes, con no ficción, con crónica es mucho más difícil, muchísimo. Y eso es importante, porque la vitalidad de la crónica está en su indefinición. Para mí el gran tema de fondo es la lucha que está entre la realidad y la ficción. Es lo que mueve el mundo. Lo que mueve los medios de comunicación, el amor, la política, el arte. Y la crónica es un muy bien laboratorio de esas tensiones, entre lo real y lo ficticio.
—En torno a la elaboración misma de una crónica hay debates. Uno de ellos es sobre si debe o no hacerse en primera persona.
—Los debates ya cansan. Llevamos demasiado tiempo con lo mismo. Hay que plantear nuevas preguntas y hay que pensar nuevos temas. Para ello también hay que trabajar y documentarse. La crónica no solo tiene que documentarse para crear una buena historia, también tiene que hacerlo para crear una buena teoría y pensarse a sí misma. Los cronistas más importantes de la lengua son mejores cronistas que teóricos, y falta que lean a teóricos para actualizar sus preguntas. Los cronistas son muy buenos documentándose para hacer entrevistas, pero no son tan buenos leyendo ensayo y leyendo teoría. Deberían también hacer un esfuerzo en ese sentido.
Su taza y la mía están vacías. Además de otras preguntas en mi cabeza, hay nuevos clientes en la cafetería. Carrión toma el esfero y, 40 minutos después, accede a mi petición. Antes de empezar la entrevista, le solicité que firmara mi ejemplar del libro. En tono bromista, él me dijo: “A ver si te lo ganas”. En la tercera página del texto, bajo su nombre impreso en letras negras, escribió una dedicatoria que finaliza así: “BCN. Demasié 10-1-2013”.