La amante de Bolzano, de Márai, o ese bicho llamado amor.

Por Gonzalo Maldonado Albán.

Edición 424 – septiembre 2017.

“Te debo ver”. Es todo lo que dice la carta que el conde de Parma entrega a Giacomo Casanova en su habitación de la Posada del Ciervo, el lugar donde el admirado y, a la vez, temido seductor se hospeda hace ocho días. Llegó allí desarrapado y muerto de hambre, tras huir de Los Plomos, la mazmorra de Venecia donde la Santa Inquisición lo confinó durante dieciséis meses por disoluto.

Casanova pudo haber ido a Múnich o a París, donde hubiera sido acogido con aplausos porque toda Europa había recibido con asombro —y también con algo de humor— la noticia de su heroica fuga. En lugar de aquellos destinos gloriosos, decidió refugiarse en Bolzano, un pueblito a la vera de los Alpes, donde se hablaba alemán e italiano por igual.

¿Por qué fue allí? Ni siquiera Balbi —un cura renegado, fiel compañero de correrías de Casanova— lo sabía. Solo el conde de Parma conoce las secretas intenciones de Giacomo y lo que acaba de entregarle es la nota que Francesca, su jovencísima esposa, ha escrito para el famoso personaje, tras enterarse de su arribo a Bolzano.

Casanova había conocido a Francesca cinco años atrás, en Pistoia, cuando ella ya estaba casada. El conde les sorprendió jugueteando solos, junto a un muro semiderruido: ella atrapaba unos aros de colores que el hábil seductor le lanzaba con la ayuda de una vara dorada.

Giacomo peleó bravamente pero estuvo a punto de morir a manos del conde, un habilísimo espadachín treinta años mayor que él. El conde le perdonó la vida tras hacerle prometer a Casanova que jamás se acercaría a su esposa. Si lo hacía de nuevo, le cortaría el cuello de un tajo.

Pero el conde no había ido a la Posada del Ciervo para matar a Casanova. Estaba allí para entregarle la misiva que había interceptado a su esposa y también para ofrecer al seductor un trato: “Te daré diez mil ducados y una letra canjeable en París. ¿Te parece poco? Te daré una carta de acompañamiento para tu viaje (…) que será igual de válida que si estuviera viajando el mismo monsieur Conde en persona a la corte del príncipe elector, que por otra parte estará muy satisfecho de oír personalmente la historia de tu fuga”.

A cambio quiere que Casanova asista a la fiesta de disfraces que su esposa y él ofrecerán en pocas horas más. El conde desea que Giacomo pase la noche con Francesca y que al amanecer parta para siempre de Bolzano; quiere que Casanova rompa el corazón de su esposa, porque esa es la única forma que tiene para retenerla consigo. Porque Francesca está verdaderamente enamorada de Giacomo y la misiva de apenas tres palabras lo prueba: con la palabra “Te”, Francesca individualiza a Casanova, lo pone por encima de todos; le da una condición superior a la de los demás hombres. Con la palabra “debo”, ella expresa necesidad, ese deseo inaplazable que solo los verdaderos enamorados sienten. Y con la palabra “ver”, Francesca expresa la condición más sublime del amor que es la luz; el rostro y el cuerpo del ser amado expuestos para que puedan ser disfrutados por el otro, explica el cuque.

¿Por qué se enamoró Francesca de Casanova? Por ninguna razón en especial, asegura el conde. No fue por su rostro —más bien tosco— ni por su cuerpo —algo chato y falto de gracia— ni tampoco por su inteligencia. La gente se enamora porque es presa de una fuerza mucho mayor a su entendimiento que le obliga a quedarse con ese ser amado a pesar de cualquier circunstancia. (Claro que el marido no es, precisamente, un crítico objetivo).

¿Acepta Casanova la propuesta del conde? Sí y no. Francesca hará su única aparición en la novela para resolverla con maestría.

 

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Sándor contra el totalitarismo

Nació en 1900, en Eslovaquia. Murió en 1989, en California.
Estudió periodismo y escribió en húngaro, su lengua materna. Fue un crítico acérrimo del nazismo y del comunismo.
Entre sus obras más destacadas están: El último encuentro y Confesiones de un burgués.

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