
Los emakimono son una forma de arte japonés, que consiste en largos rollos de pergamino, de papiro o de seda, sobre los que se pintan dibujos muy detallados de una historia y se leen desenrollándolos con la mano izquierda y enrollándolos con la derecha, de tal manera que solo se puede ver una secuencia a la vez.
Esta novela de Murakami, de voluminoso cuerpo, que apareció en español en 2006, me produjo la impresión de estar viendo un dilatado emakimono, repleto de imágenes, seres humanos que toman Pepsi y se movilizan en deportivos Mazda, entre los cuales aparecen y actúan demonios perversos o espíritus bienhechores, mientras el destino hace prevalecer sus poderosas fuerzas.
No obstante su complejidad, no es una literatura para iniciados, la narración es llana, cualquiera la leerá con interés y hasta con deleite, pero hay que estar preparado para bregar con un enorme cúmulo de referencias que incluyen la literatura japonesa medieval, como el Genji Monogatari del siglo XI, y la más moderna de Natsume Sōseki y sus gatos pensantes.
A pesar del frecuente recurrir a la mitología y religiones japonesas, es el mito griego de Edipo el eje central de la novela, cuya historia de parricidio e incesto es llevada a las últimas consecuencias. A esto hay que añadir las obsesiones personales del autor, como la música clásica, más símbolos crasamente comerciales como marcas de whisky o de pollo frito, sin que obviemos el fondo de literatura occidental.
Kafka en la orilla perdería gracia si se revelara anticipadamente su intrincada trama, llena de pasajes sorprendentes y giros inesperados. Pero podemos hacer un esquema que no traicione el asombro permanente al que nos somete. La acción arranca desde un extraño suceso a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando un grupo de escolares de paseo por una montaña sufre un desmayo colectivo que no será explicado. Todos vuelven en sí pronto, salvo uno que es evacuado, del que no sabrán más.
Pasamos a la historia de Kafka Tamura, seudónimo de un adolescente cuyo nombre no conoceremos, que escapa de su casa. Simultáneamente, se desarrolla la historia de Satoru Nakata, un discapacitado mental que, no obstante, puede conversar con gatos. Estos personajes, cada uno por su cuenta, parten del barrio de Nakano en Tokio hacia la isla Shikoku. A pesar de estar ligados por lazos metafísicos, los dos no interactúan. Los capítulos impares están narrados en primera persona por Tamura, salvo cuando aparece el “joven llamado Cuervo”, que habla en segunda persona y se imprime en otra tipografía. Los capítulos pares narran en tercera persona la historia de Nakata.
Se ha calificado a la literatura de Murakami como “realismo mágico”, aunque esta expresión ambigua puede llevar a confundirla con la corriente así denominada de la literatura latinoamericana, que es muy distinta. Más bien cabe encasillarla en la literatura fantástica, advirtiendo, sí, que la intensidad de lo fantástico varía notoriamente de una a otra obra, pero en esta cuadra perfectamente.