Juan Carlos Holguín Maldonado: un prisma de muchas facetas

Por Elisa Sicouret Lynch.

Fotografía: Juan Reyes y archivo J. C. H.

Se suponía que un partido de fút­bol de una liga barrial organizada en el sector de La Vicentina, en Quito, iba a ser una de las típicas salidas familiares de fin de semana con su padre. Pero la rutina dio paso al horror cuando, una vez terminado el juego, cinco perros atacaron brutalmente a su papá y casi le causan la muerte. Juan Carlos Hol­guín Maldonado tenía apenas catorce años y esta tragedia le dejó lágrimas y sufrimiento, pero también fue la llama que encendió a muy temprana edad su vocación innata por el trabajo y el em­prendimiento.

“Luego del accidente, mi padre, Carlos Holguín, estuvo cerca de un año en el hospital y la vida de nuestra familia cambió completamente. Él dejó de trabajar en la ingeniería civil, que es lo suyo, y tuvimos muchos problemas económicos en la casa, a pesar de que fuimos siempre afortunados y mucha gente nos apoyó. Mi dinámica era salir del colegio Alemán, donde estudiaba, para ir por las tardes al hospital a ha­cer mis deberes allá y todo. Después de clases iba a almorzar al centro comer­cial Iñaquito y mi sueño era trabajar en algo de deportes, porque siempre me habían gustado.

Un día tuve la audacia de ir a pedir un empleo en Marathon Sports para trabajar las tardes y no me aceptaron por muy joven. Pero un pe­queño local deportivo, llamado Soccer, me dio la oportunidad. Trabajé ahí has­ta que me gradué del colegio”, cuenta Juan Carlos (Quito, 1983), quien aún no cumple cuarenta años, pero debido a que se inició en el campo laboral en la adolescencia, hasta el momento ha creado veintiséis empresas en diferentes ámbitos a lo largo de su carrera, siendo la más reconocida el Grupo Link, con­formada por compañías dedicadas a las telecomunicaciones, la transformación digital y la innovación en el turismo y el deporte.

—A los catorce años ya estaba inte­resado en trabajar. ¿Por qué prefirió una ocupación productiva en lugar de las tí­picas actividades de los adolescentes?

—Bueno, siempre tuve el ejemplo del trabajo duro de mi padre. Él sigue activo, aunque cada vez menos. Me acuerdo de que cuando era muy peque­ño nos regaló a sus tres hijos una caja para limpiar zapatos a los miembros de la familia porque, si algo queríamos, él nos inculcó que había que ganárnoslo. En las vacaciones nos fomentaba mu­cho el deporte también, en mi caso, academias de fútbol, y después de las prácticas nos llevaba a alguna obra en construcción donde nos enseñaban algo. Además, mi abuela, Isabel Dávi­la de Maldonado, fue muy trabajadora también y tuvo una historia de vida muy dura, empezó como dependienta en un almacén de telas y después lo compró. Trabajó siempre de lunes a sábado, sin parar, hasta los noventa años.

—¿Es cierto que, además, favoreció al trabajo por encima de una carrera uni­versitaria?

—Sí. Cuando me tocaba graduarme del colegio, venían todos estos tests voca­cionales que nos decían lo que teníamos que ser como profesionales, pero yo no estaba muy seguro. Me encantaba el de­porte, la industria del deporte, también la sociología, y en ese momento eran ca­rreras que prácticamente no existían. Mis padres se preocupaban porque creían que de eso no iba a poder vivir.

Al final, con el esfuerzo de mi papá, tuve la oportunidad de ir a aprender inglés a Estados Unidos apenas me gradué del colegio, pero nun­ca dejé de trabajar porque enseguida de obtener mi título entré al canal Gamavi­sión, donde escribía para una página de fútbol y seguí haciéndolo desde Monta­na, donde viví en una reserva de nativos estadounidenses, una experiencia única. Terminé regresándome al Ecuador jus­to en la época en que la selección había clasificado a su primer Mundial de Fút­bol, yo había comprado un dominio en Internet y ahí se me ocurrió la idea de lo que fue mi primer proyecto personal: una página web llamada futbolecuador. com, y, claro, yo quería dedicarme solo a eso.

Pero mi abuela siempre me decía: “Sin un título no eres nadie”. Así que entré a la Universidad San Francisco de Quito a estudiar Derecho, que era lo que más se acercaba a lo que me gustaba, pero no era lo mío. Como antes de empezar la carrera ya estaba trabajando en el sitio web, no pasó ni un semestre que decidí dejar la universidad para dedicarme a empren­der. Sin embargo, una vez tuve una con­versación con una persona a la que esti­mo mucho, que me aconsejó que podía trabajar y estudiar por Internet.

Fui parte de una de las primeras promociones de la Universidad San Francisco que se educó online, seguí Comunicación y me gradué en 2008. Tengo, además, una maestría en Políticas Públicas por la Universidad de Georgetown, Washington (2013); otra maestría en Gerenciamiento del Desa­rrollo por la Universidad Nacional de San Martín, Argentina (2017), y en 2017 empecé mis estudios de doctorado en Gobierno en la Universidad de Navarra, España.

—¿Cómo fue el proceso de crear esa primera empresa y de ser pionero en lo digital?

—Para mí el fútbol siempre fue muy importante. Veníamos de una de las cri­sis económicas más grandes de este país, habíamos salido de la guerra contra Perú también, y mientras todo era pesimismo, la selección de fútbol que había clasificado a su primer Mundial para mí era lo positi­vo del Ecuador, el “Sí se puede” que tuvi­mos en esa época. Ese equipo me motivó a encontrar la oportunidad de acercar un poco este deporte a los migrantes ecuato­rianos, que en ese momento eran cerca de tres millones viviendo en Europa y Estados Unidos. Futbolecuador.com fue un pro­ducto pensado para acercar esta pasión de­portiva a quienes estaban afuera. Pero ve­níamos de la quiebra de los punto.com en Estados Unidos, así que cuando empecé el proyecto todo el mundo me decía que era un error, que no iba a ser una oportunidad. Finalmente lo fue y es un emprendimiento que me llenó mucho en lo personal, aun­que vendí mis acciones en 2008.

A los seis años en la cancha del futbol
del antiguo Colegio Alemán en Quito.
En 2012 en Washington, con su título
de maestría en Políticas Públicas de la
Universidad de Georgetown.
En 2017 en Pamplona, donde cursa su
doctorado en Gobierno en la Universidad
de Navarra, con sus papás Carlos Holguín
y Amparo Maldonado.

La tecnología y la pandemia

Además de postularse para la Alcal­día de Quito en 2019 por el movimiento CREO, Juan Carlos Holguín mantiene al momento nueve compañías: cinco en el Ecuador y cuatro con operaciones en Colombia, Panamá, República Domi­nicana y Estados Unidos. Sus secretos para poder hacer malabarismo entre tantas actividades empresariales es la organización y apoyarse en un buen equipo de colaboradores.

—La tecnología es una de las bande­ras de emprendimiento que ha liderado con el Grupo Link. ¿Qué le atrae de este rubro?

—Viniendo de una generación que, en mis últimos años de adolescencia, creció ya con Internet y con la compu­tadora como principales herramientas de nuestro día a día, y con el primer paso de los celulares en nuestra socie­dad, para mí fue muy claro que esa era la tendencia que había que seguir. Tuve entonces la oportunidad en 2002 de involucrarme en una de mis primeras empresas del área de las telecomunica­ciones, y esa fue la apertura a un mundo que abrió muchísimas puertas para en­tender que los cambios y las oportuni­dades que vendrían en los años siguien­tes estaban en la tecnología.

—Con la tecnología se puede ayudar, y mucho, durante estos tiempos de pan­demia. ¿Han realizado proyectos de este tipo?

—Al principio de la pandemia, junto a la organización Endeavor, en su capítulo Ecuador, nos unimos junto con otro em­prendedor local para ver cómo podíamos apoyar al país. Decidimos donar al Ecua­dor una aplicación que permitió al prin­cipio crear los cercos epidemiológicos y, más adelante, generar la aplicación de trazabilidad de contagiados. Este proyec­to contó con el apoyo del Banco Intera­mericano de Desarrollo (BID), que ayudó a que nuestra empresa pudiera tener un soporte internacional para hacer el pro­yecto y que este tuviera costo cero para el Estado. Es un proyecto que partió de tener una vocación de ayuda y servicio, que creo que es parte de la naturaleza de hacer empresa.

—¿Por qué es vital que el Ecuador al­cance un desarrollo tecnológico a la par de otros países?

—El Ecuador no está tan atrasado en términos de tecnología. Fuimos uno de los primeros países que logró una pene­tración importante de la tecnología ce­lular, por ejemplo. Las empresas de tec­nología celular han jugado un papel pre­dominante para lograr el bautizo digital de los ciudadanos. Somos, de hecho, una de las naciones con más alto índice de penetración de telefonía inteligente en este momento y hay más celulares que habitantes en el país. Esos son pun­tos importantes para saber cuáles son las oportunidades que tenemos. Pero, ¿qué sucede? Que hay un exceso de re­gulaciones en el campo de la tecnología.

Es absurdo que, en el año 2020, el Ecua­dor no tenga todavía aprobada una ley de protección de datos de los usuarios, aunque el tema ya se está discutiendo en la Asamblea. Esa falta de legislación, sumada al exceso de regulación que nos dejó especialmente la última década, ha impactado en que no haya una ma­yor penetración de la tecnología en los consumidores. El futuro de nuestro país parte de que la conectividad sea masiva, pero que sea una buena conectividad; que el 5G realmente se piense como una política de Estado; que los nuevos ámbitos de las economías “naranjas”, la economía colaborativa, sean parte de una visión de innovación del Estado, y creo que para lograr todo eso se requie­ren políticos distintos.

Soy una persona que piensa firmemente que los cambios siempre se dan en la política. Uno no puede desentenderse del ámbito público porque en la vida como empresarios po­demos hacer mucho; pero hay cambios fundamentales que ni siquiera el trabajo social, el voluntariado, las misiones fi­lantrópicas pueden lograr.

—¿Considera que por la pandemia, con el boom del teletrabajo, los e-com­merce y los estudios virtuales, hemos acortado esa brecha digital?

—Completamente. El mundo ade­lantó sus procesos en general, pero esto ocurrió de manera especial en nuestros países. Tuve la audacia de participar en una campaña electoral hace poco tiem­po como candidato a alcalde de Quito y utilicé la frase: “Innovar para cambiar”. Al principio, incluso internamente, fue supercriticada porque me decían: “Na­die come de la innovación”, “nadie va a votar por la innovación”. Yo quería mantenerme firme en lo que creo y en las cosas que me mueven para entrar en ese campo. Y cuando hablaba de tele­medicina, me decían que nadie enten­dería eso; cuando hablaba de que con el celular era posible educarse, me decían que todos quieren aprender en una uni­versidad. Considero que el mundo de hoy da una serie de oportunidades que la pandemia simplemente nos ha per­mitido visibilizar con más concreción y adelantar los tiempos.

El fútbol y la vida

Una presencia constante en su vida ha sido el fútbol, que se ha manifestado de diversas formas: como la disciplina que lo conquistó desde niño cuando iba a los partidos del Deportivo Quito, el equipo de sus amores; como el pasa­tiempo de su infancia cuando entrena­ba en academias durante las vacaciones; como la primera actividad económica a la que se dedicó y que años después re­tomó al convertirse en mánager de An­tonio Valencia; incluso como un amar­go recuerdo indeleblemente conectado al accidente sufrido por su padre luego de una tarde en la cancha. También ha sido fuente de análisis y reflexiones que plasmó en el libro Juego limpio, que pu­blicó en 2018 y relata las lecciones que este deporte le ha dejado para la vida y para el emprendimiento.

—¿Qué lo hizo amar tanto al fútbol para llevarlo de una pasión a una profe­sión?

—Este deporte siempre ha sido un símbolo importante de la realidad de las sociedades. Tiene la practicidad de po­der ser la ventana de lo que somos, en lo bueno y en lo malo. Si analizamos el gran escándalo de corrupción del Fifa­gate (donde dirigentes de la Federación Internacional de Fútbol Asociado a nivel mundial fueron acusados de malos ma­nejos y algunos fueron encarcelados) y lo trasladamos a la administración pasada de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, y comparamos con lo que fue la época del correísmo, encontramos muchas similitudes.

Y creo que el “Sí se puede”, para los que venimos de esa generación nacida a partir de 1980 en adelante, fue la muestra de que el Ecuador, a través del deporte, podía tener una serie de demostraciones de cosas positivas. Es lo que hoy vemos adicionalmente demos­trado con lo que hizo Jefferson Pérez en la marcha, con Richard Carapaz o esta nueva camada de ciclistas. La pasión creo que me la dio no solo el hecho de que mi papá era muy deportista y muy ligado al deporte, sino que cuando te­nía seis años me llevó a un partido del Deportivo Quito y a raíz de eso fui un apasionado del fútbol, hincha a muerte de ese equipo al que me tomó mucho tiempo verlo campeón.

Esa pasión por un equipo representativo que no gana­ba, pero que tenía una hinchada con mucha afinidad, me dio esas ganas de querer estar en esta industria. Después de que empecé el proyecto de futbole­cuador.com, conocí a Esteban Paz (di­rectivo de Liga de Quito) y él me abrió las puertas de su oficina, me dio una mano muy grande y quizás fue mi pun­to de apoyo más importante para empe­zar a emprender. Me hizo la propuesta de trabajar en Liga como pasante y, a pesar de que era el equipo contrario al del que soy hincha, no dudé un minuto en ayudarlo porque me apasionaba lo que él hacía y el mundo del fútbol.

—¿Pero el corazón sigue siendo del Quito?

—Tengo que ser sincero: la pasión por el fútbol se me ha ido porque este deporte, así como te da muchas alegrías, también te decepciona. Cuando te em­piezas a encontrar con temas como el Fifagate, te das cuenta de que el fút­bol requiere cambios fundamentales. Y mientras más me acercaba al fútbol, más me alejaba de esa pasión. Cuando mi esposa (la cantante Alejandra Bayas) me contó que estaba embarazada de mi primer hijo, ese día escribí una carta a algunas personas relacionadas con esta disciplina porque me había enterado de que alguien había comprado a un árbitro en el campeonato ecuatoriano para ganar un partido.

En esa carta yo dejaba el fútbol para siempre. Pero a los pocos días la vida me llevó a conocer y a trabajar con Antonio Valencia, y él fue una de las personas que me dio esa es­peranza de que el fútbol puede cambiar a las personas y la importancia de poder ayudar precisamente a que muchos más ciudadanos, sobre todo los menos favo­recidos, tengan oportunidades de desa­rrollo, ya no solo desde el fútbol, sino desde el deporte en general.

—¿Qué recuerdos tiene de esa época en que Antonio fue capitán del Manches­ter United?

—Cuando hice mi primer viaje a Manchester, apenas aterricé, tomé un taxi y el conductor me preguntó de dón­de era, le respondí que del Ecuador y él me dijo: “Antonio Valencia”. Ahí te das cuenta de lo que significa el Manchester United para la historia del fútbol inglés, en el país donde se inventó este depor­te, en la ciudad donde está el museo más importante del fútbol mundial, y lo que significa que un ecuatoriano haya llega­do allá.

Entrar al Old Trafford (el estadio del Manchester United) y ver la bandera del Ecuador era magnífico, un orgullo enorme. Y después la consideración que le tenían a Antonio, fruto de su historia y de cómo llegó hasta allá, fue enorme. Tuve la oportunidad de estar junto a él hasta cuando terminó su etapa en el Manchester. Antonio ya no está jugando, pero sigo manteniendo una relación de amistad y profesional muy fuerte con él.

Si puedo nombrar personas a las que el fútbol me ha llevado a tratar y a admirar estarían Álex Aguinaga y Antonio, sobre todo, así como también conocer de cerca historias como las de (el futbolista Iván) Kaviedes, (la marchista) Glenda More­jón, (la golfista) Daniela Darquea, (la ajedrecista) Carla Heredia, que son per­sonas a las que he llegado a admirar mu­cho, he visto lo que el deporte ha signifi­cado en sus vidas y el impacto positivo que ellos pueden tener en las sociedades.

—¿Por eso decidió representar a es­tas figuras como su mánager?

—Junto con algunos amigos y socios decidimos hace un tiempo crear un pro­yecto que tiene una función sobre todo social de apoyar a deportistas fuera del fútbol para lograr que el Ecuador pueda tener más medallas olímpicas. Así deci­dimos generar un proyecto de apoyo a deportistas en el mundo de la marcha, golf, ajedrez, que podrían dar una nue­va alegría al Ecuador.

A los 18 años entrevista a Alex Aguinaga
para el portal www.estaentodo.com.
Junto a Antonio Valencia, de quien es
Representante de Imagen, con la copa ganada
por el Manchester United en 2016, como
campeón de la FA Cup en Londres.

La política y los cambios

Un presidente de la República puede generar rechazo o aceptación de manera colectiva, pero es poco común que moti­ve un cambio de vida radical de manera individual y personalizada en un ciu­dadano. Es lo que le pasó a Juan Carlos Holguín con Rafael Correa, ya que deci­dió abandonar el país durante su man­dato. No obstante, el correísmo también contribuyó a dejarle algo positivo: una determinación por intentar transformar el país desde la función pública.

—Un parteaguas en su vida fue la consulta popular de 2007 que ganó Ra­fael Correa. ¿Por qué?

—Uno de los momentos que mar­có una inflexión sucedió antes, fue la victoria de Correa en 2006, cuando ganó la presidencia. Él era una persona a quien le ganó la ambición del poder para llegar a cualquier costo a gobernar. La historia y el tiempo han demostrado que muy poco de lo que él decía y nos hacía creer como ideología es lo que practicaba, y eso ha pasado en muchas dictaduras, en los totalitarismos, en los populismos y en el socialismo especial­mente, donde a esa clase de políticos lo que más le mueve es el dinero y el poder.

Yo me cuestioné muchas cosas cuando él fue candidato y cuando ganó. Creía que estaba mintiendo absoluta­mente. Tuve una experiencia muy parti­cular y muy pequeñita porque coincidí con Correa cuando era candidato en un viaje a Panamá, el que, pocos días des­pués en su campaña, negó haber hecho. En ese momento tenía veintitrés años y me preguntaba: “¿Cómo puede mentir un tipo que va a llegar a la presidencia? ¡Si yo hablé con él en el avión, tuvimos una conversación!”. Siempre creí que quien miente en lo poco miente en lo mucho. A mí me dolió mucho su vic­toria; como dije, me cuestioné muchas cosas en lo personal. Pero debo decir que, por la política y por muchos temas de esa campaña, terminé conociendo a mi esposa y creyendo en Dios.

—Por eso le hablaba del tema de la consulta popular, porque según ha de­clarado, fue un momento en el que usted se desencantó completamente y decidió irse a vivir a Argentina…

—Si usted recuerda, Correa decía en su campaña que era católico practicante y se declaraba misionero, y el candida­to Álvaro Noboa decía que era enviado de Dios. Yo en ese momento tenía una fuerte raíz agnóstica y, claro, me cues­tionaba mucho más este asunto con es­tos dos candidatos en la política. El día que ganó Correa en la segunda vuelta, estaba en la Ciudad de México y frente al cuadro de la Virgen de Guadalupe, con la ira de que había ganado esta per­sona que yo consideraba un mentiroso, seguía cuestionando por qué él y Noboa hablaban de Dios. Así que esta situación me generó muchas más iras sobre la fe y la religión.

Poco tiempo después Co­rrea ganó la consulta popular y, sí, efec­tivamente al día siguiente de eso tomé la decisión de irme del país porque me dolía mucho lo que pasaba. Así que en quince días estaba viviendo en Buenos Aires. Me fui a vivir allá con la excusa de terminar mis estudios y me surgió la oportunidad de hacer un posgrado sobre la FIFA. Empecé a leer mucho de política y a pensar en que verdade­ramente tenemos que prepararnos no­sotros en este tema porque, si uno no ocupa estos espacios, las personas que uno critica son los que los ocuparán. Decidí terminar la universidad por In­ternet en ese año, culminé el diplomado de la FIFA también y al mismo tiempo encontré a Dios, que para mí fue algo muy importante en mi vida. Conocí a mi esposa yendo a misa después de diez o doce años de no haber ido a la iglesia.

—¿Correa despertó ese interés por la política? ¿O ya existía antes?

—Creo que la política es una voca­ción que tiene que ser bien entendida y trabajada. Si uno entiende una actividad como vocación, uno comprende que es servicio, y ese servicio requiere una responsabilidad de formarse y, sobre todo, de tener claros los objetivos que se buscan. Si el objetivo es servir y generar bien común, vale la pena aceptar y tra­bajar esa vocación. Pero si ese no es el objetivo, sino el ego, la vanidad o el di­nero fácil, como en la mayoría de casos que hemos vivido, es lamentable.

Tengo desde pequeño la vocación por ayudar, por servir, que me viene en la sangre. Hace pocos días, organizando unos do­cumentos viejos, encontré un viejo de­creto presidencial en el que (José María) Velasco Ibarra desterraba a mi abuelo, Víctor Hugo Maldonado, a quien no conocí, por actividades conspiradoras contra el gobierno. La vida muchas ve­ces pasa por esa ejemplaridad que tam­bién viene en los genes.

Esa vocación la he sentido por mucho tiempo y me ha hecho mucho daño también, porque la mayoría de personas no está de acuer­do con eso; de hecho, quienes más te aman nunca van a querer que tú entres en la política. Sin embargo, pienso que hay que tratar de hacerlo hasta donde uno puede, sin forzar las cosas. Así que para mí no es difícil una decisión si al­guien me invita a participar en lo pú­blico, como me pasó cuando Guillermo Lasso me dio la oportunidad de aspirar a la Alcaldía de Quito. A pesar de que era un candidato desconocido, acepté sin dudarlo porque tengo muchas ex­pectativas de que en algún momento pueda llegar a servir.

—¿Cómo califica el trabajo realizado por Jorge Yunda en la Alcaldía de Quito?

—Me cuesta mucho dar una opi­nión sobre el alcalde porque, si lo vemos desde el punto de vista de Jorge Yunda candidato, no todo lo que ofreció en su campaña se ha cumplido. Un candida­to tiene que ser auténtico y coherente desde sus propuestas: si ofrece, como lo hizo él, vías de doble piso que iban en contra de toda la tendencia de sosteni­bilidad que hay que observar, pero ganó por eso, uno esperaría que lo haga. Pero en este tema de la movilidad debo decir que él, gracias a Dios, no se fue por esa línea y tuvo cambios importantes.

Eso denota en todo caso que no hubo un proyecto de ciudad, que no ha habido una visión. Quito viene de un vacío de muchos años, de un vacío de liderazgo, de un vacío de decisión de hacia dón­de vamos. Me parece que la corrupción que se ha evidenciado solo nos mete y nos hunde más en un hueco del que va a ser muy difícil salir. Un alcalde cues­tionado en el mundo privado por cómo obtuvo las frecuencias de sus radios es un alcalde que me parece que va a ser cuestionado sobre su transparencia y su actuar. Eso es lo que ha pasado hasta este momento en Quito.

En la campaña política como candidato
a la alcandía de Quito en 2018.

La familia y la felicidad

En 2011 Juan Carlos Holguín se casó con Alejandra Bayas, y tienen tres hijos: Gabriel de ocho años, Irene de seis y Se­bastián de cuatro. Si bien en ocasiones puede ser complicado dedicarle tiempo por sus múltiples ocupaciones profesio­nales, su hogar es su mayor orgullo y su prioridad absoluta.

Con su esposa Alejandra Bayas el 11 de
julio de 2011 día de su matrimonio.

—¿Cómo es la vida al lado de una ar­tista de la música como su esposa?

—Cuando la conocí ella estaba lan­zando su primer disco de jazz en Ar­gentina. Siempre digo que en algún mo­mento yo tengo que retribuir el esfuerzo que ella hizo de dejar en ese momento el mercado de Buenos Aires, que para el jazz es muy importante, para volver al Ecuador, y ayudarla para que vuelva a tener el foco en su carrera profesional. Aunque Alejandra nunca ha dejado de estar en el ambiente de la música, ella vive de eso, sigue en los escenarios, si­gue componiendo, sigue tocando. Ad­miro mucho a mi esposa, es una mujer con un talento enorme, un talento que también veo que se traslada muchas ve­ces a mis hijos, quienes la admiran asi­mismo por lo que hace.

—¿Fue difícil llevar una relación a distancia?

—En Argentina estuvimos cerca de un año juntos, luego llevamos una re­lación a distancia cuando estuve en el Ecuador y en Washington haciendo mi maestría. Pero aprendimos de esto que, mientras más distancia hay, más afian­zable puede ser el amor, que es algo que esta pandemia también nos ha enseñado.

—¿Cómo se define?

—Como una persona complicada, porque las personas que tendemos a te­ner muchos sueños, muchas ganas de hacer cosas, podemos ser complicadas para quienes nos rodean. Pero me siento amado, me siento una persona afortuna­da, una persona que ha hecho muchos amigos de verdad. Me siento una perso­na afortunada por lo que Dios y la vida me han dado; una persona que trata que sus dones y talentos puedan servir a los demás.

Una persona con muchos errores y defectos, que quizás eso es lo más im­portante para reflexionar: que todos los días de la vida hay que ir corrigiendo y tratando de mejorar. Una persona que ha conocido el valor de la amistad, al igual que la traición, pero que también ha cau­sado daño. Entonces, siempre hay que reflexionar sobre cómo cambiar y cómo ayudar a que el paso de uno por la vida de las demás personas deje una huella siempre positiva.

Juan Carlos con su esposa Alejandra y
sus tres hijos: Gabriel, Irene y Sebastián.
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