Fotografías: Juan Reyes / Archivo José Hernández.
Edición 434 – julio 2018.
Cuando andaba dedicado a mi libro de artesanías, en 1994, empecé a oír de una pareja de colombianos que estaban modernizando El Comercio. El diseñador tenía un nombre exótico, Ponto, y le gustaban los caballos. Del editor, José Hernández, se iba armando poco a poco una leyenda: unos colegas decían que era un maestro serio y exigente; otros, que era autoritario y creído; los terceros, que tenía muy buen ojo para el arte; a mí me gustaba sobre todo su oficio como reportero y su capacidad para el análisis político (aunque en esta charla confesará que no le gusta la política, sino el arte y la cerámica).
Años después, cuando llegó el vendaval Correa, fue uno de los valientes que denunció la corrupción rampante, enfrentó pico a pico al abusivo caudillo y sufrió las consecuencias. Pero la mayoría de lectores seguía sin conocer su historia personal. Por eso, aquí nos embarcamos en un recorrido que empieza en la Europa de los años setenta y llega hasta el destacado blog 4pelagatos, donde sigue denunciando las trampas del poder sin pelos en la lengua. Perdón, en las teclas.
—¿Cómo así fuiste a dar a París?
—Cuando terminé el colegio me fui a España. Para un chico de dieciséis años era otro mundo y sentí el peso del franquismo, era muy asfixiante. Trabajé en muchas cosas, en la costa de España, en Playa de Aro, con un catalán aprendí a trabajar el cuero para hacer maletas, cinturones, sandalias y resulta que nunca más volví a hacerlo. Viajé, conocí España. Al segundo año estudié Antropología y después decidí irme a Francia.
—¿Qué encontraste en París?
—Primero, aprendí la lengua yo mismo en el Centro George Pompidou, ahí había cursos gratuitos, no con profesor, había todo un piso donde se aprendían las lenguas.
—¿Dónde estudiaste Periodismo?
—En la Escuela de Periodismo de París, pero antes había hecho una licenciatura en Lingüística, Literatura y Civilización Francesa, así se llamaba. Ya desde la propia escuela empecé a trabajar, me hice corresponsal de El Mundo de Medellín, fue mi primer trabajo. Después, Plinio Apuleyo Mendoza, que era el agregado cultural de Colombia, me llamó porque quería llevarme a El Tiempo, donde él escribía. Con Plinio y con Ponto Moreno hicimos el plan de crear Semana.
—¿En París te tocó cubrir la subida de Mitterrand al poder?
—Claro, toda esa época. Y me dediqué a trabajar mucho para la prensa europea. En mi escuela tenía algunos profesores que eran periodistas de Le Monde, de Libération, de L’Express; tenían buenos contactos, me daban los teléfonos de gente muy importante. Entonces trabajé el tema cultural y tuve muchísimas entrevistas con gente latina o europea.
—¿Ahí ubicaste a Luis Caballero, el gran dibujante colombiano?
—Claro, él estaba en París, el primer libro de arte que hice fue sobre Luis. Iba todos los viernes de cinco a siete a entrevistarlo, durante un año, y producto de esas charlas se editó el libro tiempo después.
—¿Cómo se hizo la transformación de El Tiempo?
—Plinio Apuleyo convenció a los Santos que debían renovar el periódico, que estaba muy viejo, muy quedado, que daba una información demasiado administrativa, no había análisis ni valores agregados.
—¿Cuáles Santos eran esos? ¿Estaba el tío del presidente actual?
—Hernando Santos, el tío, era director y era un hombre progresista; el editor era Enrique, el papá de Juan Manuel, un hombre totalmente reaccionario, terriblemente duro, incluso había defendido en su juventud a Mussolini. Pero los hijos salieron un poco al revés: Enrique, hermano de Juan Manuel, había creado Alternativa con García Márquez y por eso tenía casi amistad con Fidel.
—¿Cuánto poder tenía El Tiempo? La anécdota es que el presidente de Colombia llamaba cada mañana a ver qué pasaba.
—No tanto, pero sí tenía mucho poder. Se hablaba de que los ministros temblaban cuando el presidente se reunía con don Enrique Santos Castillo, y era verdad. Cuando yo trabajaba allí hubo el secuestro de Pancho Santos, yo lo reemplacé y hacíamos el periódico con el jefe de redacción secuestrado por Pablo Escobar.
—¿Cómo ascendió tanto Pablo Escobar que llegó a ser senador alterno? ¿Los colombianos se hicieron los locos, como aquí ahora, no querían ver lo que estaba pasando?
—El fenómeno de Escobar fue conocido primero por la clase política y por el periodismo, pero no se sabía mucho. Cuando todo esto ocurrió, Pablo Escobar ya tenía poder, ya tenía una organización, pero no habían empezado los grandes crímenes. Cuando el narcotráfico quiso de alguna manera meterse a la política y pensó en hacerse con el Estado, ahí empezó la gente a tomar conciencia.
—¿La guerra abierta contra el narcotráfico empieza con Virgilio Barco?
—Hubo varias etapas, pero cuando yo volví a Colombia, en 1986, ya había una guerra con ellos.
—Eran los carros-bomba y las amenazas y todo eso.
—Nos tocó eso, mucha gente vivía con guardaespaldas. Se descubrió un túnel que atravesaba la avenida de El Dorado y estaba bastante cerca del periódico, para hacer saltar a El Tiempo. Eso se descubrió en la época en que mataron al director de El Espectador, Guillermo Cano, la época en que desapareció tanta gente de la Unidad Patriótica, cuando hay dos frentes para el Estado: la negociación con la guerrilla, por un lado, y la guerra contra el narcotráfico, por el otro.
—Finalmente dan caza a Escobar y se divide su organización, pero el negocio sigue floreciente. Antonio Caballero escribía desde los años ochenta que eso no se iba arreglar con la guerra, él está por la legalización.
—Es un debate internacional, no creo que ningún Estado pueda echarse al hombro solo esa práctica. ¿Qué hace, cómo legaliza un Estado?
—Bueno, Uruguay legalizó la marihuana.
—Pero la marihuana.
—Así es como empiezas, nueve estados en Estados Unidos ya han legalizado la marihuana.
—Pero fíjate tú cuántos años llevó y el debate que hubo en el Uruguay sobre el tema. No hemos llegado a tener una conciencia básicamente compartida en el mundo de que es una guerra inútil, porque se muere un narco y hay cientos de otros.
Nosotros tuvimos en El Tiempo un montón de material, que era absolutamente alucinante, sobre la cantidad de dinero que entraba, hicimos una investigación sobre los pilotos del narcotráfico, encontramos a pilotos que contaron su experiencia…
—Recuerdo una gran crónica sobre los primeros pilotos que introducían droga a Estados Unidos, cuando volaban muy bajo para que no les detectaran los radares de la costa.
—De eso hay cantidad de libros. Los narcos crearon un sindicato, y si uno de esos pilotos era cogido, ellos se ocupaban de pagar religiosamente el salario a toda su familia, proteger al tipo y pagarle abogados, tenerlos ahí hasta que volvieran a su casa.
—Eso era también para que no hablaran.
—También, pero ellos contaban cómo hacían tres viajes llevando coca y un vuelo trayendo billetes; cómo había casas en ciudades en Colombia donde pagaban a gente cuyo trabajo era sacar los bultos de billetes al sol, a orearlos todos los días…
—Para que no les cayeran hongos.
—Y volverlos a guardar. Lo que pasó cuando se desbordó un río por el lado de las propiedades de Rodríguez Gacha; todavía circulan esas fotos por ahí, y el agua sacó ene número de canecas de billetes y era un río de billetes. Entonces iban los campesinos a vender un bulto de dólares al mercado. Eso no está en ninguna novela de García Márquez, eso ocurrió.
SOY EXIGENTE, NO AUTORITARIO
—¿Cómo llegas a Quito a renovar El Comercio?
—Guadalupe Mantilla había oído hablar del cambio que hicimos en El Tiempo y mandó allá a Eduardo Galárraga, uno de los subdirectores de El Comercio en esa época. Él pidió hablar conmigo y después contó varias veces la anécdota de haberse encontrado con un tipo en jean, en un corredor; yo era el chico y a él le asombró. Entonces Guadalupe me llamó para una asesoría, yo vine algún sábado, unas horas y dicté un curso, di unos talleres y a ella aparentemente eso la sedujo. Pero yo me fui a vivir y a escribir en Nueva York.
De izq. a der.: • Con Yasir Arafat, dirigente político palestino en una entrevista en Túnez. • Con el músico Astor Piazzolla, París.
• Con el escritor Julio Cortázar en su apartamento en París, 1978. • Con el pintor Fernando Botero en su taller en París, 1985.
—¿A escribir novelas o reportajes?
—Un poco de todo. Escribí bastante, sobre todo para El Tiempo. Ahí apareció Guadalupe y hablamos mucho sobre lo costoso que iba a ser para un periódico volverse cuestionador, tener otro tipo de relación con el empresariado, con la clase política, porque le dije: su periódico no tiene ninguna polémica, no va para ningún lado, es una suma de boletines publicados. Ella estaba de acuerdo.
—Era una diario normalmente gobiernista.
—Eso no sé porque no estaba acá. El día que hicimos el acuerdo hablamos once horas, caminamos por Manhattan, comimos en algún bar irlandés; en fin, ahí es cuando decidí venir.
—¿Y trajiste a Ponto Moreno?
—Vinimos juntos, claro, siempre hemos trabajado juntos, siempre. En París también creamos un medio: Américas. Luego hicimos Semana juntos y después El Tiempo.
—¿Qué hacía Ponto en París?
—Era un gran caricaturista de Le Monde, publicaba todos los domingos media página con una ilustración inmensa, hacía mucha caricatura para medios, era un gran grafista, tenía mucho trabajo, vivía muy bien en París, de entre nosotros era el que mejor vivía.
—¿Cuándo empezaste a hacer reportajes políticos?
—Llegué por casualidad; es decir, cuando uno es corresponsal, toca, pero no era mi onda la política, en lo absoluto, y sigue sin serlo, la gente cree que eso me apasiona, a mí me apasiona el arte. Acá empecé a hacer los análisis por pedagogía, para enseñar a los chicos de Política a hacer cosas.
—Estamos en El Comercio en los años noventa…
—En 1994 hicimos el cambio y pasamos de tres secciones a dieciséis, hicimos varias revistas y El Comercio tuvo un gran repunte por la enorme valentía que tuvo Guadalupe: ella impuso un cambio a su familia, al directorio, aceptó cambiar hasta el logo, le pusimos color al logo, animamos ese periódico, lo volvimos juvenil, creamos secciones para chicos, para el campo, para la mujer, para el agro, el mar; se hizo una sección económica fuerte y una revista económica. Guadalupe compró una rotativa nueva y se cambió totalmente la redacción, el estatus de todos los periodistas, se subieron salarios…
—Pero se sacó gente también y ahí empezó la leyenda de que eres un tipo autoritario.
—(En tono de réplica). Autoritario no he sido, lo que he sido es eficiente, en eso ando sin rodeos. Hay mucha gente que en los procesos se queda y no quiere caminar, ese es su derecho, pero el derecho de la empresa no es quedarse ahí. Cuando uno dice innovación, sacude un montón de costumbres, de conceptos. Uno les dice: “Ahora tenemos que hacer las cosas así”. “¡Ah, no me vas a imponer!”. “No te estoy imponiendo, te estoy diciendo que eso es lo nuevo que vamos a hacer”.
Se formó una suerte de leyenda, pero lo que la gente no dice, y que sí me lo han dicho muchos periodistas años después, hablemos de Guillermo Corral, el fotógrafo de El Comercio, que me dijo un día: “José, cuando tú llegaste éramos toma-monos. Tú nos volviste periodistas, fotógrafos, y hoy pertenezco a la Asociación de Fotógrafos, hago exposiciones y estoy orgulloso, eso te lo debo”.
Olga Imbaquingo no me despidió en El Comercio el día que me iba a trabajar en Bolivia. Después, cuando yo estaba en Gamavisión, un día pidió verme: “José, desde que te fuiste nadie me ha dicho si mis trabajos son buenos o no”.
La exigencia es el mejor respeto que puedes tener por otra persona, y el periódico ganó premios internacionales por ese equipo que trabajó con esa gran exigencia; esa era nuestra marca, que no era dictatorial ni autoritaria, sino muy profesional.
EL MUNDO DEL ARTE
—¿Empezaste a coleccionar pintura aquí o en Colombia?
—Empecé muy jovencito, apenas llegué a Europa compraba cositas, sigo teniendo cositas.
—¿No tienes Boteros todavía?
—Si tengo alguno, es porque con Fernando tuve el agrado de compartir muchas horas… Conozco su taller en Colombia, en Francia, en Italia y su casa en Estados Unidos. Tuvimos muchísimas charlas, que tengo grabadas. Cuando perdió a su hijo Pedrito, de siete años, fue una época muy dolorosa. Yo me encontraba por casualidad hablando con él, porque me invitaba muchas veces a almorzar.
—He visto un cuadro muy grande de Pedrito en el museo de Medellín, me parece…
—En varios cuadros tiene a Pedrito,
—Después hubo el escándalo de su hijo mayor, Fernando Botero, con la plata de la droga en el Gobierno de Samper.
—Fernando era ministro de Samper, pero nunca se supo qué hizo y qué no hizo exactamente.
—Pero Samper se salvó.
—Porque Estados Unidos prefirió tener a un tipo caído, sostenido, que a un nuevo tipo. Ese señor es otro impresentable, se salvó por muchas causas, lo que no quiere decir que fuera inocente.
—¿Qué te interesaba del arte?
—Tal vez hubiera sido un gran galerista, digo, es lo que creo, porque realmente me encantaba, he pasado muchas horas en los talleres de los artistas; conocí a Roberto Matta, a Wifredo Lam, a José Gamarra, a Julio Le Parc.
—Fue cuando París todavía era el centro cultural…
–Sí y Matta estaba ahí, estaba vivo. Lo conocí cuando Jack Lang, ministro de Cultura de Mitterrand, hizo la gran exposición de Roberto en el Centro George Pompidou. Trajeron obras de todo el mundo, era realmente conmovedor.
—¿Cómo encontraste el arte cuando llegaste al Ecuador?
—Decir esto es molestoso, pero toca decirlo: aquí hubo generaciones enteras que no mataron al papá; para superar a Picasso se sobreentiende que toca matar a Picasso. Cuando llegué aquí, el gurú todavía era Guayasamín y toda esta pintura que la gente aprecia. Incluso si uno la pone en contexto histórico, si uno va a mirar qué pasaba en el arte en ese momento: Guayasamín nunca fue contemporáneo para su época.
—Eso fue lo que le dijo Marta Traba en los años sesenta.
—Marta Traba hizo ese favor en Colombia, mató generaciones enteras de artistas y gracias a esa muerte simbólica emergieron gentes como Negret, Ramírez Villamizar, Hernández, Salcedo, que es la generación anterior a Caballero, y son conceptuales, geométricos, abstractos y tienen cabida siendo tan jóvenes, porque tuvieron a esta gran matrona con su programa de televisión. Impresionante: en 1955 se inauguró la televisión en Colombia y dos años después la señora tenía un programa de una hora de cultura, y pudo hacer ese trabajo porque hay que romper las épocas para que emerjan las nuevas generaciones.
—Pero en los años noventa estaba Marcelo Aguirre, él ganó el Premio Marco, prometía mucho.
—A ver, no quiero decir que no había artistas, lo de Marcelo uno puede apreciar, lo de Stornaiolo, lo de Jácome, por supuesto. La Galería hacía un trabajo comercial interesante, con una sala que era preciosa, y tenía esa historia de haber expuesto a Le Parc, a Soto, a Cruz Diez, a Hernández, a Piza, un montón de artistas; era fantástico eso. Lo lamentable es que eran como islas en un mundo muy parco donde no había crítica.
Por ejemplo, Jácome tenía un excelente trabajo; recuerdo una exposición en que la sala de La Galería, estaba fantástica, abajo estaban unos trabajos estupendos; pero arriba estaba lo que había hecho en la Amazonía y era lamentable. Eran islas y había artistas, pero no estaban unidos a un movimiento ni a un coleccionismo criollo, nacional.
—Pero hubo un auge de las galerías en esos años, eran los bancos los que compraban hasta la crisis de 1999, ahí se acabó todo.
—Uno veía trabajos muy buenos, pero había huecos, desfases y la poca crítica no estaba bien vista, porque los artistas no siempre aceptan; no hay esa cultura de aceptar.
ENFRENTANDO A CORREA
—¿Cómo nació la revista Vanguardia?
—Cuando terminaba mi año de asesoría en Expreso, le conté a Galo Martínez que quería hacer una revista semanal en Quito. Dijo “cuenta conmigo”. Visité a otra gente, a Andrés Crespo, entraron también los Vivanco y se hizo Vanguardia, que respondía a la necesidad de hacer otro periodismo. Otra cosa, Pablo, nunca me he quedado muchos años en el mismo sitio, me gusta generar estos pequeños retos…
—Como Pep Guardiola, hay que ir cambiando de equipo.
—Cuando un equipo ya está armado no debe depender de quién lo armó sino de la institución. El Comercio podía caminar solo y yo tenía que irme.
—Te tocó el ascenso de la revolución ciudadana. ¿Por qué piensas que surgió Rafael Correa?
—Correa es el producto de un montón de temas represados. Fue un imaginario que llegó al poder. Llegó la gente que había querido estar en la Sierra Maestra y no estuvo, la gente que siguió a Helder Cámara y la Teología de la Liberación y no conoció a Helder Cámara, los sindicatos y movimientos sociales que tenían muchas cuentas atrasadas con la oligarquía, los que eran antiimperialistas, los católicos que querían obra social, la clase media que no había accedido al poder. Y Correa era este boy scout que supuestamente había triunfado en el exterior y supuestamente hablaba kichwa, inglés y francés. Muchas cosas, ninguna determinante, construyeron esta suerte de ícono que se volvió casi religioso.
—Nadie podía imponerse a los otros y él concentró todo el poder.
—Todos los partidos estaban en desbandada, los viejos líderes ya no daban, al movimiento indígena le había pasado el momento. En ese vacío de representación, con una sociedad expectante, este montón de grupos construyó un imaginario que decía no al establecimiento, no al imperialismo, no al capitalismo. Desde antes de llegar al poder, Correa comenzó a tener gestos autoritarios y a nadie le importó.
—Desde el desplante de no jurar sobre la Constitución, eso era ya un golpe de Estado.
—Exactamente. Y Vanguardia empezó a criticar esos hechos y le molestó mucho, les dijo irónicamente que debían invitar a Hernández al buró político, eso le evitará hablar con ustedes que le cuentan todo lo que pasa adentro (me río pero él continúa serio su relato). Porque nosotros le seguimos el paso de cómo fue creciendo el autoritarismo desde Montecristi.
Y Alberto Acosta tiene responsabilidad en eso: yo fui cada semana allá a ver los debates y hablar con la gente; le dije: Alberto, están haciendo un monstruo, si tienen el 80% del país, ¿cuál es el pánico de sacar las contradicciones para que el país pueda ver qué tendencias hay? Le daba el ejemplo del Partido Socialista francés, donde había cinco tendencias que debatían públicamente y con la sociedad, como hacen los partidos modernos. “No, la reacción se va a aprovechar de nosotros”, decía Alberto.
En una entrevista con Gustavo Larrea, ministro: ustedes ya destruyeron todo, ¿dónde está la construcción?, le dije, cuando alguien está demoliendo un edificio, la gente que pasa pregunta: ¿qué van a construir aquí?, no dice que van a seguir demoliendo eternamente. Ustedes están usando a Correa para demoler las instituciones: ¿es necesario? Ellos usaron a Correa…
—Creyeron que usaban a Correa.
—Correcto. Y después de demoler todo, los que creyeron que usaban a Correa se quedaron sin pan ni pedazo.
—Pero hubo gente que sí sabía: Bustamante, Falconí, Ponce, Carvajal, no eran ingenuos. ¿Por qué cerraron las entendederas, como se decía antes?
—Hay varios libros en otras partes sobre el papel de los intelectuales y la traición de las élites. Acá terminan sin saber por qué sirvieron a un caudillo autoritario, por qué ayudaron a construir esto cuando se les advertía, pero tenían esta percepción absurda: “Nosotros no llegaremos hasta allá, no somos Chávez, nuestra vía es otra”. Pero no sabían cuál era y terminaron como el curita Vega, diciendo: “Hemos hecho un pequeño monstruo y ahora el monstruo nos quiere comer”.
—¿Por qué exigimos a los intelectuales que sean mejores que los políticos o los otros profesionales?
—Porque el oficio del intelectual es crear alertas, y eso no hubo con Correa hasta los últimos años en Internet. Correa tuvo intelectuales a su servicio, gente que estaba en la academia, no sé qué tan intelectuales serán porque a la gente que le fue funcional a Correa yo no le respeto como intelectuales, sino como burócratas que fueron a darle viada y coartadas a un poder autoritario. El intelectual es la persona independiente, anarquista, librepensador, que sin prejuicios y sin dueños crea espacios de reflexión, genera alertas. Eso no hubo.
—¿Y los periodistas?
—Correa dijo que éramos políticos disfrazados. Nos volvió sus interlocutores y generó una teoría de que éramos actores políticos partidistas pagados por la CIA, etc.
—¿Con qué pretexto les incautaron las computadoras?
—Cuando sacamos el primer trabajo que hubo sobre los negocios de los Alvarado, donde denunciamos el montaje que estaban haciendo para robar, solo en la parte de la publicidad, meses después nos asaltaron con pistola, un viernes por la noche cuando estábamos en el cierre, se metieron detrás de la persona que nos traía la pizza, se llevaron cinco computadoras y eso no se investigó.
El equipo de Vanguardia hizo un enorme trabajo para mostrar cómo se estaba construyendo un movimiento totalmente autoritario: analizamos la música, el ritual, las poses de Correa, su sicología, el discurso, la publicidad…
—¿Ese trabajo continuó en 4pelagatos?
—Es otra cosa. Los pelagatos surgen porque algunos periodistas nos quedamos sin trabajo. Siempre hemos hablado claro, y hablar claro durante el correísmo hacía que su Gobierno tomara represalias contra los medios. La presencia de Roberto Aguilar, Martín Pallares o la mía era un problema para cualquier medio. Entonces surgió como un grupo de blogueros sin salario que terminó haciendo periodismo de opinión.
—¿Cómo fue el nuevo choque con Correa?
—Hubo la demanda contra Martín, los seguimientos que nos hicieron en auto, las cadenas, las amenazas y las campañas de todo tipo de trolls miserables en las redes: pusieron las direcciones de nuestras casas con fotos, los teléfonos privados, celulares, correos electrónicos, diciendo aquí viven estos tipos. Correa mismo nos incluyó entre los agentes de la CIA, acuérdate, en ese reportaje de Telesur, y a Martín le dijo que era un enfermo que se aprovechaba de eso.
DÉCADAS DE DROGA
—¿Te imaginaste la voltereta que iba a dar Moreno?
—En 4pelagatos pusimos como pregunta si Moreno iba a ser el Santos de Uribe. En este trabajo, una de las herramientas más importantes es estar informado desde adentro y habíamos hablado con gente muy cercana a Moreno, que no iba a hacerse cargo de un muerto en economía. Pero Moreno no da el vuelco porque quiere sino porque le toca, no podía socapar la corrupción del Gobierno de Correa, pero el tema de Glas no lo destapa el fiscal ni Moreno, lo destapan en Estados Unidos y Brasil, y él se ve obligado a devolverse, a darle trámite.
El equipo de Vanguardia hizo un enorme trabajo para mostrar cómo se estaba construyendo un movimiento totalmente autoritario: analizamos la música, el ritual, las poses de Correa, su sicología, el discurso, la publicidad…
—¿Cómo ves el estallido del narcotráfico en esta supuesta isla de paz?
—El país todavía no hace conciencia de la gravedad del problema. Huelga decir que en 2009, en la revista, sacamos un informe: “Ecuador pierde el norte”, hecho con reportería en Mataje, San Lorenzo, etc. Ahí constatamos que había bandas, que la población trabajaba para los narcos, que los militares decían que la gente no hacía la diferencia entre trabajar para un delincuente o hacer un trabajo formal.
Desde Manabí ya estaban instalados los corredores, los contamos, para paso de precursores, de elementos médicos y vituallas para la guerrilla. Estaba generalizado el cobro de la vacuna a los comerciantes de San Lorenzo, y había los prestadiarios, este negocio de los narcos de prestar dinero hasta en los barrios de Quito. Contamos cómo la guerrilla tenía un sistema de inteligencia con la gente que les avisaba de las redadas. Hay regiones enteras que han convivido con el narcotráfico desde hace lustros.
—¿Cómo reaccionó el Gobierno?
—Esa investigación se hizo con la ayuda de Javier Ponce, ministro de Defensa ese rato, que dio instrucciones para que los militares de Esmeraldas nos recibieran y dieran información, no protección. Me reuní con el mando, me mostraron la sala de estrategia y eran conscientes de lo que estaba pasando. Le pregunté después a Javier si Correa sabía, si había leído. Dijo que no había encontrado el tiempo para dedicarle a este tema.
—Está claro que lo que sucede no es el coletazo de la paz en Colombia pero, ¿qué pasa si gana Duque, ergo Uribe? Ellos están contra la paz.
—No están contra la paz. Uribe es un señor autoritario al que tengo bien catalogado (separa el aire con la mano), pero la paz se firmó de forma chueca y esta gente tiene armas, tiene una capacidad de desestabilización muy alta. Si gana Duque habrá revisión de algunos puntos del proceso de paz. El presidente Santos fue demasiado rápido porque quería el Premio Nobel, porque quería pasar a la historia, y no quedó bien cerrado el tema. Pero no creo que el coletazo sea más grave de lo que está. Me parece que el fantasma de Colombia no debe servir acá para seguir ocultando la verdad.
—Para terminar, cuando no estás peleando con el poder, ¿con qué te relajas? Me han contado que haces cerámica.
—Sí, me tocó aprender. En el taller de cerámica de mi esposa, cuando no tenía trabajo, dejé de escribir un tiempo, nunca he contado la situación personal pero fue brutal, cosas que nunca me habían ocurrido, como deber la pensión del colegio de mis hijos.
—¿Tu mujer y tus hijos son ecuatorianos?
—Claro.
—¿Te nacionalizaste?
—Esa es una historia larga del tiempo de la partidocracia, doce años pidiendo la nacionalización y nunca me la dieron. Pero en el taller me puse a hacer y pintar cerámica, una actividad que todavía mantengo, ya no como negocio porque nos tocó cerrar la tienda, mantenemos eso para los amigos que saben.
—¿Qué ves para adelante?
—Queremos pasar de un blog a un medio digital. Soy alguien, Pablo, que me tocó ir a las redes, cotejarme fuertemente y tener ahora un proyecto para un medio digital que ponga el interés público por delante, querer que el país vaya rápido, se entronque mejor con el mundo, sea un país de oportunidades, más tolerante, con mayor educación, que entienda que la democracia es el respeto a las minorías. Eso.