Jorge Carrión, un escritor nada artificial

Artífice de títulos imprescindibles de la literatura contemporánea, de artículos tanto del arte como de la cultura popular, y viajero, comparte sus coordenadas íntimas e intelectuales en una charla global.

Fotografía: Santiago Fernández

Cuando Jorge Carrión ingresó a la librería Cosmonauta, en Quito, su mirada fue la de un niño. Sus ojos eran un telescopio en busca de algún libro, de un universo nuevo. Antes de entrar allí, recorrió las librerías Kosmos y Tres Gatos, y en breves horas estaba próximo a presentar su novela Membrana en la librería Tolstói junto a la escritora Natalia García Freire.

“¿Saben de más poetas ecuatorianos que hayan escrito sobre Galápagos, además de Jara Idrovo?”, preguntó este camaleón de la cultura que le entra a la crónica y al ensayo, que es investigador académico y docente universitario, columnista de los más prestigiosos periódicos del mundo y uno de los escritores y críticos más reputados en la actualidad.

Su curiosidad fue de pasadita. Iba rumbo a las Galápagos, con artistas y científicos, en un buque de National Geographic como parte del proyecto Quoartis. “La idea es hacer una exposición en Madrid, imágenes y textos, de esta experiencia colaborativa y multidisciplinaria”, dijo este viajero nacido en Tarragona, España.

—¿Qué te llama la atención de las librerías independientes?

—En un mundo estandarizado, donde en las grandes cadenas encuentras los mismos libros, las librerías de autor son las alternativas y los espacios de curación. Encuentras la mejor literatura local y libreros que son libreros.

—Mencionaste que en una librería uno puede enamorarse. ¿Te has enamorado en alguna?

—(Sonríe antes de responder). La librería es un espacio erótico. Cuando era muy joven y un viajero sin compromisos (indica su aro de matrimonio), evidentemente en las librerías pasaba muchas horas y, en una tarde, como la de ahora, donde te atrapa la lluvia, aparecen las miradas que pueden conducirte a algo sentimental.

—En tu obra Librerías hay el apartado “Libros y librerías del fin del mundo”. Parafraseando, si hoy fuese el fin del mundo, ¿con qué libro y en qué librería quisieras estar?

—Ese capítulo es sobre Sudáfrica, Australia, Argentina y Chile. En esos lugares me sentí al límite. El límite, como metáfora, se aplica a lo apocalíptico, y esto tiene que ver con lo climático. La verdad, no leo en e-book, pero, al igual que mis personajes de Los huérfanos, si me tocase estar encerrado en un búnker, quisiera uno de estos artefactos cargado de libros y con una fuente de energía interminable. No puedo elegir un libro.

—¿Y una librería?

—Debería ser equivalente a un e-book. Miles de libros. Una librería de autor me causaría claustrofobia. Hay varias librerías, pero podría ser la Finestres de Barcelona.

Con Membrana, Carrión ganó el Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro 2021. También quedó develado que es una especie de Goethe contemporáneo, consciente de que para entender el presente y construir un futuro se necesita conocer el pasado.

Membrana es una obra de ciencia ficción, pero es una propuesta realista.

—Hay dos dimensiones. Por un lado, todo lo que ocurre antes de 2020, la prehistoria y la historia, que sucedió, y esto la hace una novela documental. Este pasado, su registro, permite construir un futuro acelerado. La otra dimensión tiene que ver con la inteligencia artificial, que por ahora no es particularmente creativa, sino que solo analiza brutalmente la información para establecer patrones de predicción. Se reflexiona sobre el delegar al big data la memoria de la humanidad. Se construye un futuro de inteligencia artificial basado en un pasado registrable, algo tan interesante como peligroso.

—En el libro hasta la inteligencia artificial necesita del arte y del alma. ¿Por qué sin ambas hay vacío?

—El arte está muy presente junto a la tecnología, porque en un museo es donde se crean relatos a partir de objetos tecnológicos y de arte. El museo que planteo es la gran obra maestra de la inteligencia artificial, pero desde la intrínseca carencia y afán de trascendencia, hasta ella sabe que algo le falta: el alma.

—El libro es un catálogo de museo, pero su estructura es como un programa de TV.

—Intento no repetir conceptos ni estructuras en cada libro. En Los muertos hay mucho de la estructura de TV y en Membrana traté de huir, por eso, la escribí más en código. Pero con las frases y los apartados cortos hay una sensación de zapping, que se debe a dos motivaciones: la una, que recorremos una sala de museo; la otra, la voz de la narradora es muy asfixiante.

—Hablando de Los muertos, el personaje es una especie de Terminator. Ciencia ficción, lo futurista y, sobre todo, la cultura pop está presente desde el inicio de tu obra.

—Lo pop, lo popular, es determinante. En mi cerebro no hay diferencia: leo a Homero, paso a cómics de superhéroes, después voy a Borges, escucho un pódcast de ciencia ficción, me doy una vuelta por un museo o visito una galería contemporánea y termino viendo un capítulo de Stranger Things. No creo en las jerarquías. En Los muertos trabajo sobre la imagen y hay mucho de series de TV, pero aparecen Walter Benjamin y Adorno; en Los huérfanos hay un apego a Thomas Mann, pero invento redes sociales.

Escribiste el ensayo Lo viral por el confinamiento. ¿Crees que desde el aislamiento se incuban las ideas que pueden viralizarse?

Membrana la empecé en el primer semestre de 2019 y la publicaba en 2020. Llegó la pandemia, me dio un ataque de pánico, metafórico, y pensaba que el mundo se acababa tal como lo conocíamos. Pensaba que venía un colapso editorial y no quería publicar hasta saber qué ocurría. Llevo veinticinco años escribiendo un diario que, por cierto, no pienso publicar, pero empecé a escribir un registro paralelo de lo que pasaba. Me di cuenta de que millones de personas escribían un diario de confinamiento y pensaba en cómo hacer publicable el mío. Entonces, hice una reconstrucción de la pandemia, leía informes de la ONU y la OMS y diarios chinos, y buscaba literatura sobre la viralidad. Así fui reconstruyendo un tejido, varios hilos, y nació el libro. Pero la idea más viral fue compartir mi biblioteca con mis vecinos, porque gente de todo el mundo lo replicó. Me atrae la viralidad, lo que se replica.

—Por eso te atrae tanto [la cantante] Rosalía…

—Ella es viralidad. Es muy interesante reflexionar sobre cómo ha logrado que el mundo replique sus bailes.

—El artista crea y en Membrana has inventado arte. ¿Te sientes un artista?

—Creo que he conseguido algo, y cuando eso se siente es raro. Desde niño, quise ser escritor. Con el tiempo, me he convertido en guionista de cómics y pódcasts, curador de exposiciones, periodista. Pienso que la literatura se expande. No me interesa la literatura literaria, sino la que se comunica con todo. Si el arte es expandirse, pienso que hay una sensibilidad artística. Pero esto va más allá de una etiqueta.

Carrión cree que la verdadera pedagogía está en la lectura: “Leer los ensayos de Piglia es un modo superior de aprendizaje”, dice. También cree que es estúpido pensar que todo se encuentra en Internet, pero igual de inconsecuente es renegar de la tecnología, pues es caer en la contradicción, y nuestra humanidad son nuestras contradicciones.

—Publicaste Contra Amazon y escribes en el Washington Post. Ambos son negocios de Jeff Bezos y ambos venden credibilidad. ¿No crees que la credibilidad está sobrevalorada?

—Uff. ¡Vaya pregunta! Pienso que en la actualidad buscas marcas y criterios fiables. Yo los encuentro en cuentas de Twitter o en algunos libreros. Lo del Post es interesante, porque Elías López me llamó para escribir en el New York Times, y cuando cerró se fue para el Post y me volvió a llamar. Yo tenía cierta sospecha de publicar ahí por Bezos. Pero resulta que mi confianza se torna endeble con el Times al descubrir que no respalda la cultura en España, al contrario del Post, que continúa con una apuesta sólida, más allá de traducir textos, los produce y es increíble su independencia. Todos tenemos contradicciones, quizás escribir en el Post es una de las mías y vender mis libros en Amazon es otra. No puedo decir dónde vender a mis editores.

—Leías desde niño pero, ¿los juegos de roles te marcaron?

(Risas). Era un lector voraz, me interesaba mucho la ciencia, pero los juegos de rol me permitieron mundos de fantasías e imaginar historias. Mi primera columna fue sobre juegos de rol, pero que ahora son la historia de mi tiempo.

Con el pódcast Solaris vas de la palabra escrita a la oral. ¿Por qué la necesidad de esa voz?

—Ese ensayo sonoro fue un reto y un aprendizaje. Me ha dado nuevos lectores, una audiencia global y sin límites. Para que un libro llegue al Ecuador hay muchas fronteras burocráticas. Con esta escritura desde lo sonoro, quien me lee podía conectarse al minuto de publicar cada material. Pero Solaris fue un proyecto que se fue desgastando y terminó. Ahora trabajo en un nuevo pódcast.

—Con Los turistas planteas que uno se encuentra e identifica en un viaje. ¿En qué travesía te encontraste con Jorge Carrión?

—Mi viaje a Australia fue determinante, y en Argentina y Chile encontré mi estilo. Pero en Barcelona he encontrado a mi esposa. Encontrar a alguien a quien amar, vivir la paternidad, formar una familia, son grandes viajes. Puede sonar cursi, pero es algo muy real.

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