Por: David Romero Macías
¿Por qué en las provincias de Guayas y Santa Elena existen apellidos como Clark, Morgan, Atkinson, Spencer y Sandiford? ¿Qué tienen en común el futbolista Alberto Spencer y el Ruiseñor de América Julio Jaramillo? Poco es lo que se conoce sobre la migración de cuatro mil obreros jamaiquinos hacia Ecuador a inicios del siglo XX, aunque sus huellas, aquí, son monumentales.

Llegaban uno a uno, familia por familia. Prácticamente todos tienen algo de África en sus rasgos y en sus genes. Sonríen, gesticulan y caminan por las antiguas rieles del ferrocarril. Martha Atkinson pide a Segundo Morgan que la ayude a subir a uno de los vagones. Una vez arriba extiende sus brazos y ríe a carcajadas; Segundo, a su vez, se sienta en la locomotora y, simulando ser un maquinista, juega a ponerla en marcha. Yo miro todo desde abajo y sonrío ante la escena mágica, genuina.
“¿Cómo te sentiste allá arriba?”, pregunto a Segundo Morgan, minutos más tarde: “Yo me sentí muy bien; en ese momento me sentí como una criatura ya que mi padre fue un ferrocarrilero, púchica, me sentí demasiado bien, correctísimo”. ¿Tienes alguna anécdota con respecto a tu apellido que quieras contarme? “Yo, cuando era niño, estaba en la escuela y me decían Morgan; se sorprendían mis compañeros… oye, ese apellido medio raro, me decían”.
Fue sin duda un momento único, emotivo e inolvidable; por primera vez, parte de las dieciocho familias de ascendencia jamaiquina que viven en el Ecuador, se reunieron en la Empresa de Ferrocarriles, en Durán, provincia de Guayas, para visitar la obra en la que trabajaron sus padres y abuelos.
En el cantón Durán conozco a la familia Clark Bolaños. Don Cirilo Clark recuerda con nostalgia a su abuelo jamaiquino, Mr. Philip Clark:
—Lo que admiraba de él era su carácter, su paciencia, su manera de tratar. A pesar de que hablaba poco español, se hacía entender. Por eso siempre que él llegaba a la casa yo estaba a su lado contemplándolo, porque era algo… algo (sus ojos se humedecen y adquieren el brillo de la nostalgia), no tengo palabras para explicarle… él era un caballero inglés, en verdad era un caballero.
Mr. Philip Clark fue un protestante jamaiquino que llegó al Ecuador a inicios del siglo XX para trabajar en la construcción del ferrocarril trasandino. Don Cirilo, enfatiza en que la herencia de Mr. Clark no fue material, pero sí de valores que perduran hasta hoy en su familia:
—Hay algo que heredó mi padre y que lo heredamos también nosotros.
—¿Qué fue eso?
—Que uno tiene que ser una persona de palabra. Que cuando usted ha empeñado la palabra, así salga perdiendo, tiene que cumplirla.
Pero, ¿ dónde queda Jamaica? ¿Por qué los jamaiquinos tienen apellidos ingleses?
Jamaica, junto con otros trece países, forman las Antillas o islas del mar Caribe. Sus primeros habitantes fueron los pueblos taínos y arahuacos; sin embargo, fue invadida por piratas y colonizadores.
Visito al abogado Eleodoro Portocarrero Clark, una pieza clave en esta historia, y quien ha investigado a fondo la semilla jamaiquina en el Ecuador. Le pido que me dé más detalles acerca de la historia de Jamaica: “Mire, hubo una guerra en la que Inglaterra confrontó a España; Inglaterra se quedó con Jamaica como su colonia; Inglaterra fue prácticamente la madre patria de Jamaica”.


El abogado Portocarrero Clark tuvo un propósito: todo el legado de sus antepasados debía pasar de la tradición oral a un documento escrito. Es así que, tras ocho años de investigación profunda, publicó el libro Jamaica en el Ecuador.
Es enfático en afirmar que sus ancestros llegaron al Ecuador como trabajadores contratados y con conocimiento pleno de sus derechos laborales… “La mayoría de ecuatorianos piensa que los jamaiquinos vinieron en condiciones de esclavos y, cuando hablamos de esclavos, pensamos que estamos viendo la película Raíces, o sea, con cadenas, con taparrabos, sin zapatos, y que les daban látigo para poder hacer las obras; pero no, los jamaiquinos llegados en 1900, probablemente a fines de noviembre, no llegaron en esa condición”.
Conozco al ingeniero industrial Arturo Atkinson, quien hizo su tesis sobre la infraestructura del transporte ferroviario. Su abuelo Natanel, fue parte de los obreros que llegaron al Ecuador en 1900, y su padre, Carlos Atkinson, trabajó años más tarde en la empresa de ferrocarriles.
Corría el año de 1900 cuando el general Eloy Alfaro puso en marcha una extraordinaria obra de ingeniería: el ferrocarril trasandino nacional. La construcción en la región Costa iba sobre ruedas, hasta que hizo falta personal. ¿Qué ocurrió entonces? Arturo me lo cuenta: “El mayor John Harman recibió la información de sus asistentes —los ingenieros que llegaron de Estados Unidos—, que necesitaban tener seis mil trabajadores en vía, pero solamente tenían 1500. Los nacionales no querían ir a la división de montaña: el que iba, y llegaba a Bucay, adquiría la malaria y fallecía”.
Entonces, fueron contratados cuatro mil obreros jamaiquinos que llegaron a suelo ecuatoriano como mano de obra calificada. Su salario era de sesenta centavos de dólar al día.
—Ingeniero, ¿cuál fue la razón técnica por la que los jamaiquinos fueron contratados para hacer la parte dura del tren, la de arriba?
—Ellos venían de construir un ferrocarril en Jamaica; aunque la geografía es totalmente diferente, ya tenían experiencia en construcción, en abrir terraplenes, en colocar las rieles, los durmientes, el balastro, que eran los elementos primarios para soportar el peso de una locomotora.
Los obreros caribeños debían enfrentarse al punto geográfico más complejo y peligroso de toda la ruta, un temido cerro conocido como la Nariz del Diablo. Sin duda, fue un durísimo escollo a 1219 metros de altura que los jamaiquinos, con su experiencia en el manejo de la dinamita, lograron superar. Sin embargo, no todo fue color de rosa, me comenta Atkinson: “Hay que decirlo: de los cuatro mil jamaiquinos, falleció la mitad. Y mire lo que a mí me deparó el destino: ahora soy especialista en seguridad y salud, que es lo que nosotros hacemos, una prevención para que no haya accidentes de trabajo”.
Como ya sabemos, más de la mitad de los obreros murieron en la obra y otros regresaron a Jamaica. Sin embargo, alrededor de trescientos se quedaron a vivir en el Ecuador.

Doña Ángela Clark es hija de don Heleodoro Clark Quishpe, nacido en Chunchi, provincia de Chimborazo. Eleodoro fue hijo de Mr. Philip Clark y de doña Mercedes Quishpe, una cuencana.
Heleodoro, junto con su padre, tomaron el tren para dejar la serranía ecuatoriana y quedarse a trabajar en un ingenio azucarero ubicado en la provincia de Guayas. La mayor pasión de Heleodoro Clark eran las locomotoras; las estudiaba día y noche y analizaba el funcionamiento de sus piezas con una dedicación única.
Se afianzó rápidamente en el ingenio, y pronto tuvo a su cargo la sección de locomotoras, así lo relata su hija, Angela Clark: “Mi papá, en el ingenio, no tenía horario ni de entrada ni de salida. Como era jefe, él tenía la responsabilidad de que las locomotoras estuvieran al día, mientras el ingenio molía. Si dormía dos o tres horas era mucho porque, cuando se dañaba una locomotora, lo iban a llamar y él enseguida tenía que salir a arreglar el asunto”.




Pero hubo otro grupo de jamaiquinos que llegó para trabajar en Ancón, provincia de Santa Elena. Producto de esa migración nació una leyenda del fútbol ecuatoriano: Alberto Spencer.
El popular Cabeza Mágica, considerado el mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos, forma parte de esa huella caribeña. En este caso los obreros llegaron para trabajar en la naciente explotación petrolera de 1911, manejada por una compañía inglesa. El padre de nuestro goleador, Alberto Spencer, fue un hombre de origen jamaiquino llamado Walter Spencer.
Visito a la historiadora Jenny Estrada en el museo Julio Jaramillo, en Guayaquil. Es que resulta que el más grande de nuestros artistas, el Ruiseñor de América, también habría tenido ascendencia jamaiquina, así me lo comenta Estrada: “Su padre era de Machachi, provincia de Pichincha, y su madre, guayaquileña, de ancestros jamaiquinos por una de sus raíces.
Entonces, esto hace una amalgama biológica y cultural interesantísima que le da a este hombre, a lo mejor, por el ancestro negro del lado de su madre, la configuración de su garganta, esa voz tan especial que nosotros admiramos tanto en la gente de raza negra, esos bajos: Julio Jaramillo fue un tenor extraordinario”.

De regreso en Durán, la tarde cae en forma de rayitos dorados sobre el río Guayas. Los descendientes de jamaiquinos me invitan a una noche cultural, el programa empieza con la participación de la joven Celia Cruz Atkinson quien interpreta el pasillo “El aguacate”. Me emociona ver cómo los descendientes de jamaiquinos están organizados y se reúnen todas las semanas para evocar su pasado y reivindicar su presente. Es una manera de celebrar el viaje que un día hicieron sus ancestros, tomando un tren desde el caribe hacia el cielo.