Jaime Breilh: “Nos vamos a extinguir como los dinosaurios.
Por Pablo Cuvi.
Fotografías Hugo Pavón E.
Por sus investigaciones, su cátedra y sus conferencias internacionales, Jaime Breilh era muy conocido en el campo latinoamericano de la medicina social desde los años ochenta, pero saltó a la escena política nacional cuando le encargaron una papa caliente: el rectorado de la Universidad Andina. Ahí le tocó “poner el pecho a las balas”, es decir, enfrentar diariamente la persecución desatada por el Gobierno desde que no consiguió imponer en el rectorado a Raúl Vallejo. Nacido en 1947 en una familia de artistas e intelectuales, Jaime Breilh asistió al Colegio Americano, donde se educaba la high quiteña. Pero al ingresar a la universidad descubrió un camino distinto. Camino que lo ha traído, medio siglo después, hasta la oficina del rectorado donde nos sentamos a conversar. Por coincidencia, las antiguas instalaciones del Americano quedan enfrente, cruzando la calle Toledo.
—¿Cómo fue el paso del Colegio Americano a la Facultad de Medicina de la Universidad Central?
—Hasta ahora recuerdo al colegio con mucho afecto porque siempre me permitió pensar y expresarme. Yo tenía algunos indicios de un pensamiento social crítico porque en mi familia se había vivido así, pero claro, salía a una universidad que estaba completamente conectada con la temperatura política del país; era el hallazgo de una realidad nueva.
—¿Ahí descubriste el marxismo?
—En ese momento la economía política y una filosofía crítica de la realidad me dieron un bagaje en mi tema que era la justicia en salud. Y la universidad estaba conectada con Extensión Universitaria, salíamos a hacer trabajo en las colectividades vecinas de la zona de Pichincha.
—¿Te metiste en la política universitaria?
—Estábamos en la lucha de la autonomía universitaria y se recordaban los tiempos de la reforma de Córdoba, era la Segunda Reforma Universitaria de Manuel Agustín Aguirre, leíamos sus textos. Después fui nombrado presidente de la Asociación Nacional de Estudiantes de Medicina del Ecuador.
Ya en tercer curso fuimos a una zona que entonces era rural y con nuestras manos construimos una escuela. Fue una experiencia muy formadora porque hicimos exámenes parasitarios y empezamos a vivir la experiencia de una universidad que rompía los muros y se abría a una formación en el campo.
—¿Qué fuiste a estudiar en México en los años setenta?
—Fui a hacer mi maestría en Medicina Social, otra experiencia de enorme influencia porque era el México donde tenías el exilio más refinado de toda América Latina; los pensadores en educación, en teoría del Estado, en teoría social, en los campos más importantes de las ciencias sociales estaban ahí.
Llegué a la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco, que era la primera que empezaba el diseño de universidad por problemas, rompía con las cátedras y se organizaba por áreas problemáticas en relación con la sociedad. Entonces hubo una pequeña crisis ideológica con algunos estudiantes mexicanos porque querían algo más médico, nosotros queríamos algo más social. Yo, un muchacho sin mayores experiencias, fui audazmente a hablar con Bolívar Echeverría que ya para ese entonces era un brillante maestro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Le dije: “Bolívar, soy ecuatoriano, te invito a ser maestro de la Universidad de Xochimilco”. Me dice: “¿De qué área?”. “De medicina social”. “¿Y yo que sé de medicina social? Estás loco”. “Es que necesito que nos des teoría social, economía política”. Fue y nos dio un seminario maravilloso que a muchos de nosotros nos cambió la vida. También estaba Agustín Cueva, a quien también le pedí que fuera y nos dio un taller maravilloso. Ahí hice mi tesis, que ahora se considera como uno de los textos fundacionales de una nueva disciplina, la epidemiología crítica. Ahí empezó mi lucha en este campo.
—Tú decías que primero hay que definir qué es la salud.
—Normalmente nos hemos formado en facultades donde salud es igual a medicina y consiste en aquella disciplina que atiende personas en sus trastornos psicobiológicos para curarlos; es asistencial, individual, biofísica; es el modelo biomédico que te impide ver todo lo que es parte de la salud pero que no está en el hospital ni en el consultorio.
Por ejemplo, si vas a Cayambe o a cualquier zona de producción agroindustrial donde se utilizan agrotóxicos masivamente, y estos contaminan tanto a las personas que trabajan en esas áreas de producción como a las escuelas, o si hay una fumigación, a la red de agua, etc., todo ese conjunto de químicos que generan cáncer, toxicidad, lo que fuera, eso no has visto en el hospital porque allá te llega ya el producto, el enfermo.
Esta disciplina que empecé a trabajar rompe el concepto de que la enfermedad es individual y pasa a considerar la salud colectiva y lo que tiene que ver con el modo de vivir, con tu modo de enfermarte o de estar sano, en esta lucha entre lo saludable y lo destructivo.
—¿De ahí pasaste a una crítica del sistema de acumulación capitalista como el causante de estos problemas?
—Lo que pasa es que el modo de reproducirse de una sociedad es el que determina la lógica de esta sociedad, su relación con la naturaleza y los modos de vivir de quienes radican aquí. ¿Y cuál es el modo de reproducirse en nuestra sociedad? Es acumular, acumular capital y eso no era cuestión de una declaración lírica sino que había que traducirlo en términos teórico-metodológicos, estudiables y trabajables en investigación y en docencia. Ese fue nuestro trabajo.
—¿Adónde fuiste luego?
—A Londres, a hacer un curso de especialización en las técnicas de la epidemiología, en la London School of Tropical Medicine and Hygiene Epidemiology.
—Eso era más técnico, ¿no?
—Ahí hice voto de silencio (se pone el dedo en los labios), dije voy a entender la parte de la técnica, no voy a ponerme a discutir porque no es el escenario.
—¿Era bueno el curso?
—Muy bueno, en esa parte práctica, tradicional, de técnicas, muy bueno. Luego volví al Ecuador y fundamos con otros colegas el Centro de Estudios de Asesoría en Salud (CEAS).
AFUERA NOS HACEN MÁS CASO
—¿Qué estudiaron en los años ochenta?, ¿cuáles fueron los principales temas aquí en el Ecuador?
—El CEAS que era una ONG ínfima, de poca gente y con recursos limitados, pero empezamos a generar un pensamiento diferente y a proponer un nuevo paradigma, empezamos a producir libros, nos dedicamos a desarrollar un análisis crítico de la mortalidad infantil, demostramos que, en Quito, la mortalidad infantil era dramáticamente distinta entre los barrios suntuarios donde era de nivel europeo; en los sectores de clase media donde era un poco mayor, y en las zonas periféricas donde tenías la peor mortalidad del mundo. Publicamos el libro Ciudad y muerte infantil que tuvo mucho impacto. También estudiamos el aborto.
—¿Y logró tener algún impacto en las políticas del Estado ecuatoriano en ese momento?
—La resonancia fue en el exterior: México, Brasil, Argentina, Colombia, pero en el Ecuador muy poco. Sacábamos a una feria del libro en el Ecuador unas cinco cajas de libros, en la exposición se vendía un libro; días después, yo llevaba eso a São Paulo o a Río a un Congreso de Medicina Social Brasilera y enseguida estaban todas las cajas vendidas.
—¿Por qué en el Ecuador no se interesaban en eso?
—Aquí había una visión muy cerrada, muy tradicional o, como éramos jóvenes y con las calenturas, a lo mejor aparecíamos como muy agresivos, no sé, quiero ser también autocrítico, pero tenía un desencanto luego de tanto esfuerzo. Aunque sí logramos ir formando de a poquito a algunas camadas puntuales de gente.
—¿Y la investigación sobre el aborto qué descubrió?
—La tesis del Estado era que para evitar el problema del aborto hospitalario había que dar información y educación a la mujer. Pero nosotros demostramos que la clase social que más generaba el aborto provocado como una manera de control de la natalidad era justamente la más informada, eran sectores medios los que estaban abortando. Y demostramos que era el modo de vivir el que hacía que una mujer que entraba en el mundo de la actividad profesional tuviera una dificultad para la crianza. En cambio una campesina trabajaba con el guagua en la espalda y un niño era dos brazos más en el nivel agrícola o campesino. Dijimos que no es solamente un tema de información de métodos anticonceptivos; es un tema de la cultura, del modo de vivir de los distintos grupos.
—¿Cuál fue tu opinión sobre la actitud de la Asamblea cuando vetaron la despenalización del aborto para las muchachas violadas?
—El ser humano debe tener libertad de opción, y he sido siempre contrario a que eso es algo que se puede condicionar desde el poder político o desde el poder religioso. Creo que los seres humanos tenemos que optar por aquello que encaja mejor en nuestra manera de entender armoniosamente la vida y, por tanto, la mujer debe ser dueña de su cuerpo y no debe dictársele conductas sobre aquello.
Ahora, soy muy respetuoso del pensamiento religioso, tengo grandes amigos que son figuras de la iglesia latinoamericana con los que mantengo una relación maravillosa. De tal manera que no me hago bolas por ese lado, yo soy una persona que me siento en plena compatibilidad con otras formas de ver el mundo. Los mecanismos que busca el ser humano para vivir bien son múltiples y en los países más evolucionados se lleva esto de una manera humana, sin traumar a la mujer ni a la familia ni a nadie, sin inventar prenociones de tipo fundamentalista, de una lectura muy empobrecedora de la religión. Creo que la religión es una maravilla en la humanidad y por tanto no hay que empobrecerla a un decálogo fundamentalista de prohibiciones. Todas las culturas de la prohibición han sido culturas nefastas, han sido culturas fascistoides, y yo soy un humanista de ruptura, de emancipación, por lo tanto, jamás puedo estar de acuerdo con aquello.
LOS QUÍMICOS NOS ESTÁN MATANDO
—¿Qué ha pasado en estos últimos diez años en salud?
—Si es que como salud entendemos lo convencional, los médicos, los hospitales, los equipamientos, el desarrollo de la tecnología médica es una maravilla, el cambio de la robótica en cirugía…
—¿Te refieres al Ecuador?
—Hablo en general del mundo. El Ecuador va a reflejar eso en pequeño también, es decir, hay una contradicción entre los avances científicos, tecnológicos puntuales en varios campos, que han revolucionado el tratamiento. Cómo vamos a negar la importancia de las nuevas formas de endoscopía gástrica, o los nuevos recursos de la cardiología o la robótica en cirugía, o los descubrimiento de nuevos componentes para el tratamiento de tumores. Pero el hecho de que todo esto haya sido controlado por la lógica de la acumulación de capital hace que esas potencialidades maravillosas se conviertan en herramientas de instrumentos de la medicina comercial para élites.
Por otro lado, han copado la salud, dejando a un lado el estudio de cosas que nos están matando masivamente. Si alguien me preguntara cuáles son las grandes transformaciones de salud que deben hacerse, yo diría: cambiar la agroindustria y la minería, porque en este tipo de contextos es donde se generan masivamente problemas de salud de todo tipo: cáncer, intoxicaciones, que llevan a un conjunto de secuelas enormes.
—¿Que sería el caso del banano, por ejemplo?
—Sí, es un ejemplo. Ahora tenemos un proyecto en Machala para demostrar que el banano no necesita recurrir a la revolución verde para ser productivo, para ser competitivo. Si queremos hacer una producción bananera racional, saludable, se puede recurrir a un modelo agroecológico.
—¿Y eso sería rentable?
—Es rentable y es lo que estamos demostrando en nuestro estudio, se está haciendo una econometría comparada donde tienes la producción de una plantación agroexportadora grande, convencional, que utiliza full químicos; la pequeña y mediana producción convencional que utiliza químicos; y tienes pequeña y mediana producción agroecológica. En estos tres escenarios se puede calcular cuánto se gasta en insumos, cuánto en el ciclo productivo y cuánto se obtiene. Así se mide la eficiencia.
Pero, ¿qué pasa si en el un caso logras mayor rentabilidad lanzando una tonelada de químicos tantas veces al día desde una avioneta sobre escuelas, ríos, zonas de comida animal, etc.? ¿Quién paga lo que cuesta la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad, el calentamiento climático que produce una enorme cantidad de insectos que agudizan en las ciudades el problema de dengue, etc.? El rato que transparentas y sinceras la contabilidad a la real contabilidad humana y social, la utilidad cambia.
—¿El uso masivo de agroquímicos está directamente relacionado con las epidemias de dengue, de zika, o sea con los mosquitos?
—Claro, siguiendo con Machala: es una ciudad hermosa y me gusta mucho trabajar ahí, pero está rodeada de un mar de banano y camarón. Qué maravilla para esa zona rica, productiva, nadie está cuestionando la producción de banano; pero es un monocultivo que no combina el banano con el cacao, con otras frutas, sino que ha roto la biodiversidad al tener un ecosistema monótono, solo, y utilizando químicos, plásticos, toneladas de contaminantes.
Lo que planteamos es ir a un sistema productivo racional, como en las fincas agroecológicas donde el banano tiene el cacao y otras plantas al lado; donde se defiende ese territorio mucho mejor de la sequía pues conserva el agua y se reduce el problema de plagas, no utilizas plaguicidas, simplemente haces un control de manejo integral de plagas sin químicos.
¿Adónde va la humanidad con estas plantaciones gigantes, como en Argentina con esos mares de soya transgénica que están inundando de químicos y están matando de cáncer a las ciudades de la zona? Vamos a un suicidio y el calentamiento climático es fruto de eso.
—Suicidio acelerado por Donald Trump. La cosa va a ser aún peor si la potencia más grande del mundo está retrocediendo lo poco que había avanzado en el control climático.
—De acuerdo. Trump tiene en su gabinete a cuatro de los grandes pensadores de que no hay que creer en el cambio climático, y por ahí va a venir un tsunami de problemas gravísimos para la humanidad.
El actual modo de producir agrícola no está hecho para alimentación, está hecho para negocio, y el negocio significa que mucha de esa producción va inclusive para cosas que no son de consumo humano. Esos océanos de monocultivos son los grandes calefactores del planeta. De tal manera que, si no cambiamos eso, la humanidad va a un despeñadero, el calentamiento climático no es broma.
—¿Cuándo empezaste a dar clases?
—Empecé muy joven, porque me casé súper joven, me casé con una persona que fue una de las grandes suertes de mi vida el haberla conocido. Ella es nieta de Isidro Ayora y yo soy nieto del presidente de la Junta Revolucionaria Juliana, el general Luciano Paz y Miño, los dos que lideraron el proceso juliano, nunca se imaginaron que sus nietos se iban a casar.
Nos casamos y para sobrevivir empecé como ayudante de cátedra en la Facultad de Medicina y enseñaba también en Enfermería. Me encantaba la Escuela de Enfermería, porque es una profesión muy noble, de mucho pensamiento humano y social, la enfermera es el sostén humano del equipo de salud. Después enseñaba metodología de la investigación, tenía pasión por la investigación desde entonces.
—Hablando de tus abuelos, ¿tú escribiste un ensayo sobre la importancia de la transformación juliana?
—Sí, en ese libro sostengo una hipótesis de la que algunos historiadores no están convencidos: que el movimiento juliano fue un salto hacia la generación del Estado social, un giro que pasaba del Estado de la beneficencia a un Estado del derecho social. En mi libro explico cuáles fueron las aportaciones; entres esas, haber sido un escenario que permitió que se generen las primeras ideas del socialismo, porque ahí estaban imbricados ya pensadores de pensamiento social avanzado como Ricardo Paredes (legendario secretario del Partido Comunista que se fundó en esos años) y otros más. El doctor Paredes era alumno de Isidro Ayora, él le dirigió su tesis.
Y mi abuelo Paz y Miño que fundó varios de los campos científicos: la geografía, la lingüística, la antropología, y que en su novela Farinango pinta a ese joven que sale de una tienda de Cayambe, viene a Quito, empieza a enrolarse en la universidad y pasa creo que a ser parte de una célula conspirativa. Esos eran los primeros balbuceos y venía la influencia del anarquismo y de las primeras ideas sociales del Ecuador de entonces.
—Para seguir en la familia, ¿su hija Germania, tu mamá, era escultora?
—Mi madre, pintora y escultora. Según Benjamín Carrión, una de las primeras que da el salto al arte moderno del siglo XX ecuatoriano con su permanente innovación, primero trabajando madera, luego metales y piedras, ganó varios premios Aguilera y fue una de mis más importantes influencias en el pensamiento social, porque en mi casa se discutía de Atahualpa y se reunían Benjamín Carrión, Jorge Icaza, Eduardo Kingman, Diógenes Paredes porque mi madre era presidenta de la Asociación de Artistas. Desde pequeñito yo escuchaba estas ideas sobre lo social, sobre el muralismo mexicano que tanto influyó en el pensamiento de mi madre que ya en la Escuela de Bellas Artes de Quito cuestionaba ese arte excesivamente religioso y planteaba una ruptura, un arte distinto.
—Pensar en el indigenismo me hace acuerdo de una conferencia en la que tú hablabas de la interculturalidad y que la ciencia, la salud y todo debe estar atravesado por este enfoque. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que creo que la epistemología de punta, la más avanzada en los foros donde se discuten los temas de pensamiento científico, muestra que aquel reinado absoluto del positivismo sobre el pensamiento, y de que todo lo que no sea cuantificado, altamente matematizado, no es ciencia dura, eso está cayendo.
En nuestra experiencia de vivir junto a la colectividad y hacer una ciencia de terreno, queríamos entender cómo el modelo agrícola había influido sobre la vida tanto de la naturaleza como del ser humano y hacíamos reuniones con los campesinos; ellos tenían una información espectacular sobre el comportamiento de especies porque su práctica ancestral de estar cerca de la naturaleza y de seguir los movimientos de los insectos, de los animales, les hacía dar cuenta de potentes observaciones. Por ejemplo, observar que los sapitos de cierto tipo, como los jambatos, eran víctimas muy temprano de la agricultura química.
Por otro lado, si la idea es transformar este mundo a una lógica y una economía de la vida, de una sociedad para la vida, de la urbanización para la vida, no para el negocio; si tú quieres construir eso, tienes que cuestionar la sociedad actual que está ligada a una economía de la muerte, a una economía de la concentración y de la reproducción inequitativa de todo.
—Bueno, eso era la revolución socialista.
—Dale el apellido que tú quieras, pero lo que necesitamos es cambiar eso. ¿Qué hago yo como médico investigador si sé que todas las enfermedades que se siguen acumulando masivamente son producto de esa lógica que yo debo cuestionar? A cambiar eso llámale como tú quieras, pero lo que yo concibo como socialismo involucra cosas tan distintas de lo que fue la práctica de la Europa del socialismo real, peor todavía estos socialismos del siglo XXI que nos quieren vender, que no es más que una burocratización de algunos términos para vestir lo que en el fondo es modernización de lo mismo, una modernización del capital. Se necesita que todos entendamos que esto no da para vivir; si no cambiamos esto, vamos a extinguirnos como los dinosaurios.
—¿Y cómo le convences a la industria farmacéutica que cambie?
—No a la industria farmacéutica, sino al pueblo a que entienda que podemos vivir sin ese tipo de visión de la industria, sino con algo que fue una posición interesante en el comienzo de esta América Latina progresistoide y que abortó. ¿Por qué? Porque si se hubiera hecho un acuerdo para utilizar medicamentos genéricos de alta calidad, de producción nacional, utilizando un control racional y lógico de patentes, hubiéramos podido tener medicamentos para todos a la tresmilava parte del precio, eso es factible.
Busquemos cuáles son las nuevas ideas de transformación, pero si esto no cambia, mi nieto no va a poder vivir, las nuevas generaciones tendrán un mundo de terror. ¿Qué va a pasar el rato que el cambio climático llegue a un punto en el que a todas las ciudades de puerto en ciertas zonas las cubra el mar?
HAY QUE DEFENDER A LA ANDINA
—¿Qué puede hacer la universidad, qué puedes hacer tú como rector?
—No conozco lo que es gobernar la universidad en paz sin que me monten una ofensiva injusta, proterva, ilegal, inconstitucional. Soy un coordinador de la defensa, me mantengo firme en los principios, y lucho y doy la cara y pongo el pecho, pero no me siento guerrero, me siento un hombre de paz porque, además, veo que los métodos violentos han engendrado salidas mucho peores. Ojalá pronto pueda ser rector de una universidad en paz.
Ya tenemos en camino varias ideas, varias cosas que ofrecimos hacer. Por ejemplo, Cayambe tiene 45 guarderías que son administradas por el gobierno autónomo descentralizado (GAD), lo que antes era la alcaldía, y nos llamaron a ayudar en ese plano; estábamos la Universidad Central y nosotros. Les hemos dicho: primero, estudiemos qué pasa con la situación de esos niños, son dos mil y pico de niños que están en esa zona agroindustrial; ya hicimos los primeros muestreos y encontramos tóxicos en la leche materna, ¿cómo te parece?
—Les están envenenando desde el principio.
—A niños lactantes que tienen vulnerabilidad en su sistema nervioso total. Nosotros somos defensores de la lactancia materna pero tenemos que alertar sobre eso. Y ver cómo hacemos para fortalecer a los productores agroecológicos que tienen una organización muy buena, para que ellos sean los proveedores asegurados de alimentos de esa zona, y también de los comedores de esta universidad, quiero hacer una alianza con los productores para obtener alimentos seguros porque muchos alimentos que compramos en el supermercado tienen antibióticos, hormonas o químicos.
—¿Pensaste algún rato que ibas a terminar de rector?
—No, para nada, mi pasión está en la investigación, pero claro que me conmueve el proceso que hemos vivido y una vez que me he visto irremediablemente metido, tengo que ponerle buena cara y salir adelante con este proyecto. Me ayuda mucho pensar, primero, que aquí hay un ambiente humano muy agradable y lo estamos protegiendo de esa manera, y, segundo, que es una universidad que sí hace cosas buenas para el país. Hay que defender eso.
—¿Cuando tienes algún rato libre qué te gusta?
—El deporte. Tuve la suerte de ser de la selección de básquetbol del colegio y fuimos campeones intercolegiales. Ese mismo equipo se transformó después en el Wesco y ganamos el campeonato de Quito. El básquet me encanta. Eso, mi familia, la música, excursiones, y tengo una compañera maravillosa y unas hijas de película.
—¿Cuando termines esto a qué piensas dedicarte, si es que te alcanza la vida?
—¿Qué será?, me gusta mucho el campo. Tengo una propiedad pequeñita, una huerta, y me gusta estar muy cerca de la naturaleza, tengo un par de perros, vivo una vida relativamente sencilla, aunque viajo mucho porque me invitan por todo lado y tengo ahora una avioncitis aguda pero vale la pena ese esfuerzo porque uno llega a horizontes distintos y me siento orgulloso de que un paisito pequeño tenga muchos profesores y profesoras distinguidos que son invitados afuera. Y de saber que nuestros libros están siendo usados en doctorados afuera.
—¿También publicaste un libro sobre Eugenio Espejo, no?
—Otra de mis pasiones es Espejo, ese es un monstruo espectacular que se adelantó cien años a Europa con el pensamiento médico social, es un fundador de la epidemiología crítica porque ya tenía un pensamiento social porque, además de ser un médico, era un revolucionario, tenía una idea crítica sobre la sociedad, quería cambiar esta sociedad, por eso hacía la ciencia que hacía y el periodismo que hacía, y por eso tenía las ideas sobre la universidad que tenía. Creo que Espejo es realmente una de las grandes figuras que el Ecuador ha producido para la humanidad