Irene Cazar se busca a sí misma.

Por Milagros Aguirre.

Fotografía: cortesía de las artistas.

Edición 455 – abril 2020.

SORPRESA, SORPRESA…, óleo sobre lienzo, 2007.

Si hiciera falta una ficha inicial, diría: Irene Cazar (Quito, 1978) trabaja en series. Su obra es realista. Pone énfasis en la figura y tiene una fuerte y consistente paleta. Es, además, educadora: tiene un taller de arte para niños. Formada en las aulas de la facultad de Artes de la Universidad Central y ganadora del Premio Coloma Silva 2004, Cazar también tiene una maestría en Pintura en la Staatliche Akademie der Blindene Künste Stuttgart, Alemania, y un diplomado en la Universidad Complutense de Madrid.

Entre sus propuestas sobresalen los autorretratos. Por medio de ellos intenta encontrar y entender quién es y cuál es su lugar en el mundo. Explora en el rostro sus expresiones, sus ojos, sus emociones, el grito y la risa. Trabaja mucho en eso porque le gusta la indagación psicológica. Pintarse, dibujarse, encontrar sus rasgos y descubrirlos, es como hacer catarsis, encontrar su identidad, sondear en sus propios rincones y sentimientos. Nueve cuadros —óleos sobre tela— en formato mediano forman parte de las versiones de sí misma, en una serie titulada Mis virtudes en las que Irene Cazar quería mostrar la ira, el enojo, el aburrimiento; es decir, los rostros que, por lo general, se ocultan. Mostrarse sin máscara. Buscar en su interior y exponerse. Otra serie, titulada Autorretratos, es, a decir de la artista: “la expresión de una necesidad que surge en el individuo en el momento en que toma conciencia del yo, un yo que nos lleva a transitar misteriosas facetas donde nuestra intimidad más guardada resulta expuesta”.

DESCONTROL, óleo sobre lienzo, 2008.

La obra de Irene Cazar ha sido expuesta en la Galería Sara Palacios de Quito (2016) y en el Museo Nahím Isaías de Guayaquil (2017). Su obra forma parte de la colección Imago Mundi de Benetton y del libro Ecuador: Light of Time, Contemporany Artists from Ecuador. En 2018 expuso Añorando mi infancia en la Alianza Francesa de Quito y en 2019 en el Centro de Estudios de la UNAM, sede Gatineau, Canadá. En 2011 creó el taller de arte Bluu para niños, que dirige actualmente. En su hoja de vida hay muchas exposiciones colectivas e individuales en el Ecuador, Perú, España, Estados Unidos, Canadá, Alemania y Holanda.

ENCUENTROS, óleo sobre lienzo, 2006.

En el recorrido por su obra el espectador se encuentra con una serie de objetos y juguetes infantiles. El carrito de helados, el triciclo, el caballito de madera… recuerdos de infancia. Los juegos están vacíos, esperando que el espectador recuerde, mediante esos objetos, su propia infancia, los momentos alegres que tiene la vida. Una serie en donde la nostalgia aparece y contagia… ¿Quién no recuerda el caballo en el parque o el sonido de la presencia del carrito de helados a los que acudíamos como moscas a la miel? En esta serie de cuarenta cuadros de pequeño formato, los objetos están solos, se traducen en un guiño.

Hallazgos y reflejos

Cada serie exhibe un mundo propio y particular. Los infiltrados, por ejemplo, tiene mucho de cómic, mientras que Retratando es mucho más realista. En Infiltrados, Cazar dibuja escenas apocalípticas de ciudades solitarias y despobladas.

Coloca en sus calles y veredas personajes del mundo Lego. Ellos deambulan por las ciudades que ha recreado la artista, como si estuvieran descubriéndolas, como si fueran intrusos, seres de otro planeta o personajes misteriosos. En Re-tratando, en cambio, explora personajes y relaciones familiares. Ahí ella también se retrata, pero junto a personajes de la familia, para mostrar las relaciones padre-hija, hermano-hermana, tía-sobrina. Quince cuadros medianos y trece pequeños, pintados al óleo. En esta serie Irene se convierte en una miniatura, un juguete que dialoga con sus personajes familiares.

En 2006 la artista exploró ventanas, espejos y transparencias en las ciudades en una serie a la que tituló Reflejos; en la que buscó que el espectador pusiera sus sentidos en descubrir qué hay tras las ventanas o dentro de las vitrinas y hurgue en las líneas, en los trazos, en las veladuras.

A Irene Cazar le atrapan las ciudades. En ellas encuentra motivos para su obra, como en Historias, en las que muestra escalinatas, rincones de piedra, callejones solitarios. Y se pregunta cuántos pasos, cuántos transeúntes, cuántas historias esconden esos rincones. Uno puede imaginar a la pareja de enamorados, al mendicante, a la niña que corre a la escuela, al ladrón que, agazapado, espera a su víctima. En sus escaleras no hay nadie, están vacías, pero se perciben las presencias, se pueden sentir los murmullos e intuir las historias que han pasado por ahí.

También ha pintado una serie sobre estaciones de tren, soledades, esperas y silencios. En esta serie, llamada Encuentros, quiso plasmar los momentos de espera, tanto en las estaciones como dentro del tren donde, a pesar de haber mucha gente, uno puede sentirse increíblemente solo, “un fantasma que apenas se reconoce en una silueta humana”. La geometría, la línea, la arquitectura son protagonistas de su obra, y el óleo, su mejor aliado. Toda una obra que debería ser más conocida por los ecuatorianos.

 

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