Un estudio noruego demuestra que el coeficiente intelectual de su población ha dejado de subir e incluso decrece, o que ha generado preocupación por el desarrollo de la inteligencia de las nuevas generaciones.

Hace algún tiempo, una colega del trabajo me decía: “Estos chicos de ahora ya no les gusta hacer un esfuerzo físico o mental, los padres les han hecho unos inútiles”. Mientras ella hablaba, en mi cabeza no dejaba de sonar la canción del grupo cómico Les Luthiers: “Los jóvenes de hoy en día ya no tienen ideología/ Solo piensan en las drogas, en el sexo y en orgías”, y me reía al reconocer el típico discurso de un adulto que no quiere aceptar que el mundo ya cambió. Cuando encuentro generalizaciones sobre los jóvenes en una conversación, siempre intento cuestionar los estereotipos, pero en 2020, cuando la BBC publicó un artículo titulado “Los nativos digitales son los primeros niños con un coeficiente intelectual más bajo que sus padres”, casi doy mi brazo a torcer ante la abrumadora evidencia científica.
En 2004 un equipo de científicos noruegos había observado algo extraño sobre el efecto Flynn en el país escandinavo. El efecto Flynn es un fenómeno del siglo XX, que implicó un incremento del cociente intelectual de una generación a la siguiente, posiblemente debido a la mejora de los sistemas de salud y educación. Sin embargo, ya en el siglo XXI, las pruebas registraban su estancamiento y caída en las nuevas generaciones. Puntuaciones similares se habían registrado en Francia, Suecia y en otros países desarrollados.
La cobertura mediática en redes no se hizo esperar: aparecieron artículos sobre “cretinos digitales”, “niños idiotizados” y humanos cada vez más estúpidos. En estas noticias se alertaba sobre un futuro preocupante en el que la inteligencia humana se desvanecería generación tras generación.
Sin lenguaje no hay pensamiento
Lo primero que había que hacer, ante tal noticia, era determinar las causas. El investigador suizo Christophe Clavé publicó un artículo sobre la relación que podía tener la decadencia intelectual con el empobrecimiento del lenguaje: “La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre al presente, limitado en el momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. La simplificación de los tutoriales, la desaparición de mayúsculas y la puntuación son ejemplos de ‘golpes mortales’ a la precisión y variedad de la expresión”. Sin un buen manejo de la lengua, es imposible tener pensamiento crítico, sostenía.
Sin embargo, el empobrecimiento de lenguaje no se ha podido reconocer como un fenómeno global. Para empezar porque cada lengua tiene una evolución distinta: no es lo mismo estudiar el vocabulario que usa un angloparlante que el de un kichwahablante, pues se deben tener en cuenta variantes relacionadas con el contexto.
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Luego, está la dificultad de determinar qué es lo que se quiere medir. Por ejemplo, se dice que el español ha tenido una reducción de vocabulario en los hablantes porque Cervantes utilizó veintitrés mil palabras diferentes para escribir El Quijote, mientras que una persona en la actualidad usa aproximadamente cinco mil. Sin embargo, calcular el vocabulario que alguien posee es una de las tareas más complejas que hay, porque uno es el banco de palabras que se utilizan cotidianamente, y otro el de palabras cuyo significado reconoce. Para establecer el estado de nuestra lengua, la Universidad Nebrija y el Basque Center on Cognition, Brain and Language han realizado un estudio en el que determinaron que el hispanohablante promedio puede reconocer alrededor de treinta mil palabras, es decir, dos tercios de las palabras registradas en el Diccionario de la lengua española, aunque no las use en su cotidianidad.
Pero, ¿qué pasa con el léxico de los jóvenes? La disminución del tiempo dedicado a la lectura, la falta de inmersión en la cultura escrita, el contacto con el inglés y la simpleza lírica del reguetón, ¿no son elementos suficientes como para intuir que hay un empobrecimiento de su vocabulario? Según el estudio mencionado, efectivamente los jóvenes tienen un corpus lingüístico menos extenso que el de los adultos, pero esto se debe a que tienen menos años de experiencia con la lengua y menos tiempo de exposición al sistema educativo. Es decir, tienen menos vocabulario, porque son más jóvenes (de hecho una persona de ochenta años llega a conocer 35 000 palabras). Por otra parte, se comprobó que el contacto con otras lenguas enriquece el léxico en lugar de empobrecerlo.
Sin duda, la popularización de Internet y de las redes sociales ha cambiado la forma de leer y de comunicarnos. Quizás las nuevas generaciones no lean tantos libros como nosotros y tengan más dificultad para escribir textos largos. Definitivamente se aproximarán a la información de un modo distinto al que se hacía en el siglo XX. Por tanto, cabría preguntarse: ¿todavía es pertinente seguir midiendo la inteligencia con tests de razonamiento verbal diseñados en otro tiempo? ¿No es posible que, tras una revolución cognitiva, necesitemos otras herramientas de medición de la inteligencia? Ole Rogeberg, miembro del equipo noruego, admite que las pruebas utilizadas podrían estar dando cuenta de cambios en las habilidades de los niños, más que de su inteligencia.
Finalmente, si nuestra generación creció escuchando canciones con letras como “no es merengue, sí es merengue” o “cómete un chicle” y eso no afectó su coeficiente intelectual, es evidente que el fenómeno tiene otras causas.

Globalización, contaminación y pantallas
Si la simplificación lingüística no explica los valores decrecientes en el coeficiente intelectual, ¿qué está sucediendo realmente?
Se debe tener en cuenta que los resultados presentados no atañen a la población mundial, sino que están restringidos a ciertos países desarrollados. En otras regiones geográficas el efecto Flynn se mantiene, como señala el investigador español Roberto Colom, por lo que no se trata de una tendencia global. Es posible que en esos países se haya llegado a un límite de crecimiento que no se puede sostener de forma prolongada y esa sea la única explicación.
De cualquier manera, mantener o potenciar la inteligencia de las nuevas generaciones no es algo que se deba descuidar y esto nos hace preguntarnos cuáles podrían ser los verdaderos riesgos para el crecimiento intelectual de niños y jóvenes.
Varios estudios han dirigido su atención a otro factor que se ha detectado que puede afectar el intelecto humano: algunas investigaciones relacionan el uso de pesticidas en la agricultura con afecciones al cerebro infantil. En Colombia y Argentina se han desarrollado investigaciones que vinculan las fumigaciones con glifosato con graves alteraciones neuronales.
Otras investigaciones han abierto la discusión sobre las consecuencias que puede tener la exposición a pantallas a edades tempranas. Desde la aparición de la televisión, ya se cuestionaba su incidencia en el aprendizaje y se advertía que podía afectar negativamente a los niños. Desde entonces, diversos estudios han vinculado la exposición a las pantallas con problemas como el déficit de atención, el sedentarismo y la obesidad, una mayor predisposición al estrés y la ansiedad. Estudios como el publicado en 2019, por la revista JAMA de pediatría, demostraban la relación entre un retraso en el desarrollo del lenguaje y un aumento de tiempo en pantalla, en infantes menores de dos años. Es interesante señalar que algunos estudios también detectan ese retraso cuando no es el niño sino los padres quienes pasan mucho tiempo conectados, pues dejan de interactuar con los pequeños y no estimulan sus capacidades verbales.
Si bien todos estos riesgos mencionados están latentes en la sociedad actual, ninguno ha demostrado provocar una caída significativa en el coeficiente intelectual de la población global. Quizás más que preocuparnos por una disminución de la inteligencia de las nuevas generaciones, debamos concentrarnos en entender mejor el mundo que como adultos hemos creado para ellos, y aceptar que necesitan otras habilidades, fortalezas y valores para poder sobrevivir.