Por Yvonne Zúñiga
El 30 de julio de 2007 Bergman falleció en su casa de El Färo, lugar predilecto del director sueco para concentrarse en una labor creativa de muchas décadas, allí concibió sus guiones y una obra cinematográfica que hoy está ubicada entre los clásicos del cine junto a los grandes de la cinematografía: Fellini, Antonioni, Stanley Kubrik, y algunos otros notables cineastas del siglo XX.
Nació un domingo 14 de julio de 1918 en Estocolmo, su niñez y juventud las pasó en Upsala. El padre, vicario de la iglesia cristiana, educó a sus hijos con un método tan estricto que llegó al maltrato sistemático, aspecto que dejó honda huella en la sensibilidad de Bergman e influyó en una personalidad compleja que, lejos de buscar la evasión, ahondó en los aspectos más intrincados y abismales del espíritu humano. El don maravilloso de la creación artística le ayudó a exorcizar la terrible experiencia infantil de un padre fanatizado por la religión y que representó para Bergman el aspecto tenebroso de muchos de sus personajes. La madre significó el punto luminoso con el cual decía identificarse más, y de los recuerdos rescataba aquellos que formaron parte de su desarrollo artístico, pues existió en el claroscuro de su niñez el genio de la imaginación unido a las posibilidades que tuvo de conocer la música, el teatro, la literatura, iniciándose en la infancia con la práctica del teatro de títeres.
La presencia de la abuela y de esa gran familia matizaban los recuerdos que aparecieron en su obra fílmica posterior: Fanny y Alexander y que recoge parte de esos sueños y memorias.
El Silencio (1963)
Los filmes de Bergman están teñidos por el escepticismo, brotan desde una visión filosófica particular y un vasto conocimiento de la cultura clásica. Ponen en primer plano las complejas relaciones entre universos humanos cargados de soledad y sumidos en la incomunicación, temas especialmente reflejados en sus filmes El silencio y Persona. La experiencia histórica de las sociedades europeas y sus repercusiones en esa parte casi aislada del continente han vulnerado el alma del habitante nórdico invadido por el frío y el silencio. La culpa, originada en la religión y como resultado en el peso implacable de la conciencia, presiente la mirada de un dios severo y frío como sus inviernos. La perplejidad existencial y el vacío infinito son cuestiones que abordan las películas y obras teatrales de Bergman, llevadas con una profundidad estética que ha estado presente no solo en la maestría de sus guiones, sino también en la poesía de la imagen, en cada escena trabajada en forma obsesiva hasta conseguir la atmósfera que requería su propuesta estética, para representar la intensidad del sufrimiento humano atrapado en sus laberintos mentales.
Para un director cinematográfico como Bergman era necesaria una visión totalizadora del arte. Fue un intelectual que sondeó y se nutrió del pensamiento universal, conocedor profundo de lo más valioso de todas las expresiones del arte universal: la dramaturgia, la filosofía, la literatura, la plástica y la música. Con todo ese material asimilado puso en juego sus facultades de creador. Hay en su obra cinematográfica una conjunción entre la música, los silencios, la imagen y el tempo poético, que marcan como en Tarkowsky (cineasta ruso) el ritmo tenso de sus historias.
Escribió los guiones originales de casi 50 películas para el cine y la televisión, y para siete filmes de otros directores, entre ellos Antonioni y Dino de Laurentis. Además, fue director de teatro y ópera durante 60 años.
La fuente de la doncella, El séptimo sello y Las fresas silvestres corresponden a su primera etapa como cineasta. Películas de un nivel poético deslumbrante, con fotografía en blanco y negro.
Persona (1966)
El tema predominante en El séptimo sello, filme de la primera etapa, es la búsqueda de Dios, la imposibilidad del protagonista de abarcarlo con los sentidos, pues solamente percibe un gran vacío y el tormento de sentir a Dios como un miedo indescriptible. “Quiero adquirir conocimiento, no quiero la fe”, dice el caballero cruzado. El escenario apocalíptico de esta película en sepia contrasta con la escena pastoril e inocente del comediante y su familia: el caballero cruzado contempla el amor de aquellos seres sencillos en su hogar ambulante, y siente nostalgia por esos sentimientos para él perdidos, pues sabe que su fin está cerca. El filme muestra la Edad Media con sus terrores religiosos.
La conciencia del paso de la vida, los fracasos en las relaciones afectivas y el intento de recuperarlas están presentes en Las fresas salvajes: el recuerdo de la niñez con su candor, sus primeras ilusiones y desilusiones amorosas. La vejez como una amenaza y la cercanía de la muerte, el cuestionamiento de sus errores pasados, la conciencia del desamor y de la indiferencia entre los seres humanos son fantasmas que persiguen al protagonista de esta película deslumbrante por su intensidad poética.
Cuando Ingmar Bergman habla de los demonios que persiguen al artista se piensa a sí mismo como un hombre suspicaz, y habla acerca de su lucha contra los elementos que ha debido controlar para poder realizarse en su trabajo como cineasta y como director de teatro. En la extraordinaria película La hora del lobo pone en escena el intenso drama de los demonios del artista y los tormentos que engendran aquellas visiones, que en esta obra finalmente se apoderan del protagonista y lo aniquilan. La mujer representa en la película el lado luminoso: el amor y la posibilidad de salvación que nunca alcanza.
En el cine de Bergman siempre hay ese contraste entre las sombras y la luz, tanto en la fotografía como en las historias que cuenta y en la caracterización de sus personajes.
La hora del lobo (1968)
La perfección que persigue en el manejo de cámaras, en el color y en los contrastes de la escenografía, en la brillante interpretación de sus personajes, son elementos que hablan de la genialidad de este cineasta irrepetible y eterno, pues el arte tiene esa categoría y como el maestro decía: “lo más doloroso e intolerable para mí, sería que mi producción quedara olvidada y no sirviera para nada”. Pero quienes conocemos y admiramos su legado, sabemos que será imperecedero como toda obra maestra que ha profundizado en los abismos y elevaciones del alma humana.