Foto: Jorge Gutiérrez
“Seguramente tengo otros más costosos, pero este es el que más me gusta”, dice, respecto al cuadro junto al que posó para la foto. Lo que a primera vista parecen flores amarillas sobre un fondo azul son, de cerca, pequeñas mantarrayas elevándose en el mar. “Lo compré en un evento que recaudaba fondos para controlar especies invasivas en Galápagos, fue una donación de un artista galapagueño, me encantó apenas lo vi”. Pero nunca pudo recordar el nombre del pintor. Lo saca de la pared, trata de entender la firma, es en vano. “Capaz la revista llega a manos del artista y lo averiguamos”, especulo. “Ojalá”, desea Inés Manzano. Estamos en un décimo piso, en el centro de Guayaquil. Inés Manzano tiene 40 años y es una de las más respetadas abogadas especializadas en derecho ambiental del Ecuador. Desde esta oficina maneja el estudio jurídico Manzano & Asociados junto a su padre, Bernard, dirige la consultora ambiental Asesores Ambientales Latinoamericanos, edita la revista Verde y el Boletín Jurídico Ambiental, y gerencia Co2mpensa, su más reciente empresa “la pionera, la niña sacrificada, la que me tomó más tiempo porque es algo nuevo en el país: medimos la huella de carbono (la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por una organización o producto). Estamos capacitados internacionalmente con los mejores en esto”, explica.
Las funciones públicas no son ajenas a su experiencia: fue consultora del Municipio de Guayaquil en la alcaldía de Febres Cordero, asesora de la ministra de Ambiente Lourdes Luque, durante el Gobierno de Gustavo Noboa, y subsecretaria de Calidad Ambiental de aquel ministerio. Ha declinado otras propuestas: “Ya di mi aporte al Estado ecuatoriano, ahora dedico mi energía a hacer una diferencia desde el sector privado”, dice. Cuando habla del tema ambiental se apasiona, cita con comodidad fechas, leyes, cifras, referencias. Sus opiniones sobre quiénes y cómo manejan la política medioambiental desde el Gobierno y los municipios son directas, y pueden resultar polémicas, así como su visión acerca de los grandes contratos mineros y el ecologismo radical. Durante esta entrevista, igual de clara y sincera, hablará además del luto de su separación, de concursos de belleza, métodos de fertilidad y de su fe religiosa…
Manzano sostiene que, en materia legal ambiental, el Ecuador es uno de los más avanzados de la región, pero acepta que falta compromiso en las empresas, y además, señala otros graves problemas.
—¿Cómo estamos respecto al comportamiento del consumidor frente a temas ecológicos?
—El ciudadano no tiene una norma como consumidor, el Código de Salud le prohíbe tirar basura a la calle, claro, pero tiene algo mucho más importante: el poder de decisión. Trece millones de ecuatorianos tenemos el poder de elegir productos y servicios públicos de empresas responsables. Es verdad: no hay recolección separada, toda la basura va a dar a un mismo lugar, pero se puede reciclar en casa, y se puede comprar inteligentemente, premiando a la empresa que tiene un comportamiento ambiental diferente. Sin embargo, esto no se ha explotado todavía. Tony lo hace, pero no con todos sus productos, sino de forma institucional; Pronaca también hace algo así, son dos empresas que me gustan mucho, como me gusta mucho el cambio de Adelca, en Quito, que ahora es una empresa sostenible. Son marcas que no tienen nada que ver con nuestras compañías, las puedo nombrar con libertad. Y está Holcim, que provee casi el 80% del cemento de todas las construcciones del Ecuador, una empresa extraordinaria que incluso mantiene un de bosque protector, Cerro Blanco.
—Pero Holcim es una empresa de explotación minera… ¿Hay minería sin contaminación?
—No, no hay. Ese es el sacrificio del progreso. Siempre habrá un impacto: que te bajes el cerro, los residuos… Yo soy ecologista, pero no de esos verdes recalcitrantes que dicen no a todo, pero les encanta la tecnología, por ejemplo, y resulta que el iPod tiene adentro cobre y otros materiales que se obtienen de la minería. La ropa también proviene de una industria, y la industria textil es una de las más contaminantes, pero el ecologista extremista no anda desnudo, y se moviliza en bus, en avión, en carro, y todas esas cosas tienen un impacto en el ambiente. Hay que tener coherencia, entender que son actividades que tienen que darse, pero con todos sus impactos ambientales medidos, para que se pueda prevenir, mitigar, compensar y tener un plan de contingencia si algo falla. Lo que sí hay que aceptar es que no somos muy educados en temas ambientales y consumimos más de lo que debemos. Somos exagerados: compramos cinco bananas, nos comemos dos y las otras tres se pierden, y van a dar a un relleno sanitario.
—¿Es una característica de los ecuatorianos?
—De los latinoamericanos, los europeos no son así. Mi papá es francés, nació en la Segunda Guerra Mundial, era trillizo y murieron sus dos hermanas, la una al nacer y otra a los ocho meses, él sobrevivió y conoció los estragos de la posguerra… Mi papi tiene una formación que le dice no a los excesos, en mi casa nunca los hubo. Me dieron la mejor educación, pero nunca tuvimos televisión en el cuarto, por ejemplo. La primera vez que vi una telenovela fue en el cuarto de mi mami cuando estuvo embarazada y el médico le mandó reposo. Tenía nueve años, empezamos a ver Emilia pero no la terminamos, porque nació María Gracia…
Inés recuerda una infancia feliz con largas vacaciones en la hacienda de los abuelos franceses, en Vinces, cabalgando entre las plantaciones con sus hermanos mayores, Bernardo y Ana María, cuando todavía era la gordita de los cuatro, y a la que menos le gustaba el deporte. “Sobre todo me molestaba competir —confiesa—. Me acuerdo de un campeonato de natación en Ambato, la piscina era temperada, el vapor me empañaba los lentes… No aguanté, salí de la piscina bravísima y le dije a mi papi: “¡Nunca más!”.
Lleva al cuello un rosario de piedras turquesa que, a pesar de una sugerencia de la productora, no se quiso quitar durante la sesión de fotos. También lo tiene puesto durante la entrevista, perteneció a su bisabuela, ella misma se lo dio como regalo para su primera comunión. Pero es hace menos de un año que lo usa a diario —aclara—. Aunque siempre ha sido creyente, fue a partir de una inesperada participación en un proyecto episcopal y el encuentro con un sacerdote en particular, que ha intensificado su fe y prácticas católicas.
—¿Cómo fue eso?
—El Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Guayaquil es como un banco de segundo piso, recibe productos que las empresas desechan pero que son utilizables, para distribuirlos a fundaciones, en vez de que terminen incinerados o en el relleno sanitario. Me enganché del componente ambiental de este proyecto y, por medio de Lourdes (Luque, la exministra), quien tiene mucha influencia en las cosas positivas de mi vida. Monseñor Arregui, que es un personaje, es muy duro, quiere hacer las cosas a su manera y nos impuso un ritmo que me abrumaba. ¡Misericordia de Dios!, decía, increíble que pueda tener esta interacción con este ser humano. Pero más increíble fue haber encontrado a monseñor Walter Maggi, el segundo a bordo, un sacerdote italiano que ahora es obispo de Ibarra, su llegada a las personas es sencillamente espectacular… al final del día, gracias a la paciencia de él, he vuelto a ser muy practicante, y me encanta. Uno nunca pierde el contacto con Dios, pero sí es importante escuchar en los ritos que tiene la Iglesia a ese Dios bondadoso.
—¿Cómo ves el tema de residuos y procesamiento de desechos en el país?
—La regulación está, pero en esto estamos mal porque nos falta control e infraestructura para disposición final de los desechos. El horno de Holcim acopia lodos industriales (desechos peligrosos) de, por ejemplo, Petroamazonas, que hacen todo el viaje desde la Amazonía, porque es un horno que trabaja a más de 1 800 grados y está controlado en sus emisiones. Pero al ser tan responsable en su operación no acepta más de lo que puede procesar. Existe otra empresa que hace lo mismo que se llama Gadere, está Incinerox, y no hay más. ¿Qué estarán haciendo con todos los desechos que no llegan a esta disposición final adecuada? ¿Estarán yendo a los cuerpos hídricos? ¿Al suelo? Si hubiera un mapeo o una noción de cuántos desechos peligrosos producimos en el Ecuador, sería posible que más empresas se metan a ese negocio, pero no tenemos esos datos.
Los municipios se han quedado de año, un ejemplo es nuestro relleno sanitario, que ya tiene menos de cinco años de vida útil. No sé dónde el alcalde de Guayaquil va a meter más desechos. Y al relleno Las Iguanas se le ha acortado la vida útil sencillamente porque no existe reciclaje ni separación, todo lo que podría ser útil para otro tipo de proceso productivo va a este relleno, que ha de tener unos 20 años y fue el mejor de Latinoamérica en su momento. Guayaquil absorbe inclusive los desechos de Playas, en algún momento esto va a ser un colapso total. Samborondón… ¡Samborondón tiene un botadero a cielo abierto! Miserables, perdón por la expresión, pero a estas alturas, que no puedan hacer algo mejor es el colmo.
—¿Cuál es tu postura respecto a la minería a gran escala?
—La actividad minera es la que menos me gusta. La pequeña y mediana minería contamina mucho. Aquí, en el cantón Guayaquil, cuatro ríos bañan una parroquia rural, Tenguel: los ríos Chica, Gala, Siete y Tenguel, y todos están contaminados por la minería informal de Camilo Ponce Enríquez, que es de Azuay pero perjudica a los que viven aguas abajo. La minería grande, sin embargo, es la que más cumple la normal legal. Creo que estos contratos mineros que se están firmando van a ser mejor regulados. El Estado debe solucionar el problema del minero pequeño y mediano, porque el grande no necesita apoyo financiero, necesitamos que el Gobierno sea más creativo en esto.
—¿Y sobre la Iniciativa Yasuní-ITT?
—Es una buena idea, pero una mala propuesta. Tenemos desde julio de 2007 con lo mismo, se quería llegar a los 100 millones de dólares al cierre de 2011, y lo que hay son promesas. Pero es una buena idea, y hay que apoyarlos, así se equivoquen 10 veces. Creo que Ivonne Baki (jefa del equipo negociador) es bastante entusiasta, pero es una ignorante en el tema ambiental de principio a fin. María Fernanda Espinoza (ministra coordinadora de Patrimonio) tiene mucho más conocimiento, y es una excelente técnica, aunque no tenga esa energía. Pero Baki es tan fatua… Dice: “Voy a llamar a Bill Clinton, voy a llamar a Bo Derek”. Ya tiene dos años allá. ¿Y qué es lo que ha dado Clinton y todos sus artistas? Nada. Y ella en virtud de eso se pasea por todas partes… Esa no debería ser la visión, y esta una opinión que se la he compartido a Fander Falconí (secretario nacional de Planificación y Desarrollo), alguien a quien yo admiro y estimo mucho. Él es un amigo incondicional, una buena persona, colabora con la revista Verde, es un tipo que sabe, habla de planificación desde la visión de un economista ambiental; me encanta tener discusiones con él, aunque a veces no coincidimos, tenemos ideologías diferentes, pero es muy respetuoso con la mía y yo con la de él.
—¿En qué tipo de cosas no coinciden?
—Con Fander nunca nos pondremos de acuerdo respecto al mercado. Él no cree en el mercado como regulador, como una opción para fondear la conservación, y yo sí, fervientemente, lo veo como la solución para apalancar los recursos necesarios.
A pesar de que pueda tener palabras elogiosas para la gestión ambiental de Rafael Correa y algunos de sus colaboradores, hace dos años tuvo un amargo “impasse” con el presidente, quien desde su programa sabatino la llamó “mentirosa”. Manzano solicitó el derecho a la réplica, aunque luego desistió del trámite. El tema venía desde 2007, cuando se firmó el decreto ejecutivo que regula las artes de pesca. Desde entonces Manzano ha advertido los peligros que para la especie y el ecosistema significan la permisibilidad y el deficiente control en la “pesca incidental del tiburón”.
—¿Cómo manejaste aquello?
—Yo aprendí a trabajar en lo que me gusta sin desmayar… pero sí fue algo me golpeó. Estaba segura de lo que decía, tenía las pruebas, los documentos técnicos. Realmente no entiendo al presidente en estas cosas. Yo no quería pelearme, sino decirles: esto de aquí lo están haciendo mal. Y gente que antes decía lo mismo que yo, y que ahora está el Gobierno, miraba hacia un lado. El decreto ejecutivo de 2007 era increíble: cambió las artes de pesca, aplicó controles, salvo en la parte que permitía estos abusos. Es triste lo que está pasando acá, cuando por ejemplo, en California, un estado que es la quinta economía del mundo, se prohibió a inicios de enero la venta de aletas de tiburón.
Inés es una mujer muy guapa —guapa en serio: fue Miss Ecuador para Miss Mundo. Cuenta que hasta los 14 fue gordita. Gordita y feliz—, aunque de niña no era popular, esbelta, ni excelente deportista como sus hermanos, se sentía amada, leía mucho. Pero su mamá había decidido que tenía que debutar en el Club de la Unión, delgada. Así que la llevó al médico y la trataron con unas inyecciones que ella consideraba “un veneno” que la estaba volviendo flaca. En su adolescencia leyó sobre la capa de ozono y se negó a usar aerosoles. Ir a las fiestas sin el alto copete modelado al espray —de rigor en los ochenta— fue su declaración de principios: “Mi primera campaña ambiental”, bromea. Luego estudió Leyes, en Guayaquil, y un máster y un doctorado en Legislación Ambiental, en España. Hoy, cuando no está viajando por trabajo, a las 7:30 ya está sentada en su oficina. Le gusta el squash, caminar, ir al gimnasio. “Me pongo la crema de la mañana, la crema de la noche… pero como a deshoras y no duermo lo suficiente, en cualquier momento, todo eso me pasará factura”, dice, descomplicada.
—¿Qué piensas de los concursos de belleza?
—Yo llegué al concurso de Miss Ecuador por mi voluntariado en la Fundación para la Adopción de Nuestros Niños (FANN), que ese año era la beneficiaria, Isabelita Noboa me convenció. Pero hay momentos en la vida en que los que vas escogiendo caminos, y para mí los reinados no eran una opción, además, a mi papi nunca le gustó, creo que no me habló un mes. Yo lo acepté como un compromiso con FANN. Los concursos de belleza no son malos si lo ves como una ventana para hacer el bien, pero el bien organizado, no entiendo por qué todavía las mises se desgastan en tantos proyectos, cuando pueden tener uno con un buen cronograma.
Hace un poco más de ocho años se casó con el hermano del alcalde de Guayaquil, José Nebot. “Tuve una relación larga, pero mi matrimonio fue muy corto, duró tres anos…”, resume. “Estoy separada hace cinco, en proceso de divorcio. Por ahora vivo con mi mamá, mientras se construye mi nuevo departamento. Me llevo muy bien con mi ex, porque yo he querido llevarme muy bien con él. Creo que eso es lo sano, te permite seguir adelante. Una separación es un proceso, un luto, y el mío ha sido de luto de cinco años, me he tomado tiempo para estar sola, para meditar. Pero ya pasó, sencillamente hay que tener la fe de que en algún momento va a llegar la persona indicada”.
—Eres cariñosa con tus sobrinos, ¿cierto?
—Son mi pasión…
—Por eso te pregunto, ¿tienes algún interés en la maternidad?
—Hace cuatro años me operé de un mioma y el doctor se dio cuenta de que tenía obstruidas las trompas de Falopio desde el inicio, la única opción que me dio fue in vitro. Eso fue en agosto de 2009, encima separada, y cuando te dicen eso, si realmente te gustan los niños… No tengo apuro, nunca lo he tenido, pero uno siempre quiere saber lo que pasa con el cuerpo. Me puse a investigar lo de in vitro. Viajé a Estados Unidos y visité dos clínicas, una en Connecticut y la otra en Florida, pero mientras los doctores me explicaban el proceso yo decía: no puedo, éticamente, siento que no puedo. Obviamente la Iglesia católica no está de acuerdo. Es un proceso en que descartas o congelas (embriones). Alguien escoge cuál implantarte…
Pero el año pasado descubrí un instituto que trabaja con la Iglesia, el instituto Pablo VI para el estudio de la reproducción humana. Yo no había tratado el tema abiertamente porque es algo muy personal, pero si por medio de esta entrevista puedo llegar a otras mujeres que están en esta situación, les diría que si quieren ser mamás primero opten por buscar estos métodos que son mejores y con mayores probabilidades de éxito que in vitro. Trabajan en esto desde hace muchos años, a mí me van a hacer nanocirugía; conocer todas estas cosas hacen que descartes totalmente el in vitro. Estoy siguiendo el sistema, fui a México, hablé con la persona que está haciendo las cosas para Latinoamérica, en tres meses más o menos tengo la entrevista con el doctor, y me operan…
Después de cerca de tres horas de entrevista, Inés Manzano tiene que irse, su mamá la espera, han quedado en almorzar juntas, son más de las 15:00. “Estás en tu casa”, dice al salir de su oficina que de un lado decora el lienzo marino de autor desconocido y del otro cuelga un cuadro de la Virgen María.