Hace poco participé de una cata de café, sin saber que el barismo es una suerte de secta religiosa. Esta gente cumplía rigurosamente con los rituales que les exige su fe. Mojar el filtro previamente era como la transustanciación de la hostia en el cuerpo de Cristo. Sus divagaciones sobre los sabores de cada muestra eran muy similares a la hablada en lenguas angélicas que ocurrió en Pentecostés. En fin, gente rara pero linda. Seguramente tienen algún ritual secreto que involucre sacrificios humanos, como el “Helter Skelter” de Manson y su familia, pero debo ser muy profano ante sus ojos, como para que de una lo compartan conmigo.
En dicha reunión me topé con el típico amigo de tus amigos que no es tu amigo. Un conocido con quien se puede conversar, dependiendo de cómo estén alineados el humor y los astros. Había perdido bastante peso. Le hice el típico y redundante comentario al respecto, lo cual no fue entendido como el reconocimiento a un logro. Al contrario, lo tomó como una ofensa. Se me acusó de gordo, pero lo bueno de emitir juicios sobre la figura humana es que es un campo plenamente subjetivo. Jamás habrá guerras entre gordos y flacos. Después de haber bajado de los 130 a los 100 kg, yo me identifico como flaco, y toditos ustedes están obligados a respetar mi identidad. Caso contrario, ¡los cancelo!
Bajadas las tenciones entre el panita y yo, este comenzó a hablar sobre las bondades del ayuno intermitente. Su discurso fue extenso, coqueteando en instantes con la prédica de mis amigos baristas. Habló de alcanzar la cetosis, como si esta fuera el nirvana de los flacos. Una lección muy bien aprendida que en el fondo no estaba destinada a explicar, sino a aparentar que se sabe.
No me convertí al intermitentismo, pero me puse a investigar sobre el asunto. Encontré una cantidad equivalente entre los papers a favor y en contra del ayuno intermitente. El estudio más afín que hallé al discurso, en mi escueta investigación, fue publicado en la Universidad de La Rioja, realizado por miembros de la Universidad Estatal del Sur de Manabí, en Jipijapa. Quizás debamos agradecerles a estas tremendas eminencias científicas nacionales por el misterio gozoso del maní en el cebiche.
Tuve dos conclusiones. La primera, relacionada con el famoso ayuno, es que este funciona bajo la convergencia de varios factores. No se puede negar de manera totalitaria sus casos exitosos. Si no, vean cuán fit quedó Jesús luego de esos cuarenta días.
Pero la otra conclusión va más allá de comer lechugas o padecer hambre por más de dieciséis horas. Nos hemos vuelto una sociedad donde la apariencia lo destroza todo. Es más importante aparentar que se sabe a saber. Décadas antes, el reino macabro de la apariencia se quedaba solo en la moda y el look. Ahora, la apariencia se ha infiltrado bajo la piel de los que supuestamente no quieren aparentar nada. Los que creen querer destruir los prejuicios de una sociedad caduca terminan insertando nuevos juicios de valor aún más exigentes y ridículos, haciendo en ocasiones que sus abuelitas beatas parezcan groupies en Woodstock.
Ya no se quiere generar mejoras a nuestra sociedad. Con aparentar que las haces, sobra y basta. Así las revoluciones de las tribus urbanas se quedan en eso, en el look, nuevamente. Las camisetas con la cara del Che Guevara son un gran ejemplo de nuestra patética situación.
¡Y pobre de aquel que cuestione los nuevos dogmas! Si alguien dice que algo es sostenible, ¡lo es! Nada de andar buscando la entropía oculta tras las buenas intenciones. No importa cuántos litros de agua se nos vayan en lavar los plásticos reciclados. El señor chambero nos lo agradecerá. El niño muerto de sed y con parásitos en la barriga puede esperar. Si dicen que la cúrcuma es un desinflamatorio, ¡hay que tomarlo! Eso cura el cáncer, sino que las farmacéuticas no te lo quieren decir. ¿Y para qué me pides papers académicos que lo ratifiquen? ¡Creí que éramos amigos!
Así dejamos que nos gobiernen los sesgos de confirmación, con tal de pertenecer a la manada. ¡Pilas, gente linda! Siempre hay un alfa en cada tribu, que se encarga de establecer los credos de la comunidad. Les invitaría a ejercer el milagro del pensamiento crítico contra ellos pero, si lo hiciera, ya sería parte de esos que quisiera delatar.