IA el último ladrillo de la torre de babel

AI Inteligencia Artificial
Fotografía: Shutterstock

La palabra del año 2022 fue inteligencia artificial, según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE). No es para menos. Sin saberlo, convivimos con ella todos los días. Muchas de las cosas que hace unos años pertenecían al terreno de la ciencia ficción ahora son cotidianas. ¿Qué hay detrás de todo esto?

Dime qué debo cantar,
¡oh algoritmo!
sé que lo sabes mejor
incluso que yo mismo.
Jorge Drexler

Primera cita con una IA

—¿Puedes hablar español?

—Sí. Puedo hablar español. ¿En qué puedo ayudarte hoy?

Este no es un diálogo normal. Mi interlocutor se muestra demasiado formal para un intercambio vía chat. Se toma su tiempo, tarda en contestar. Es prolijo con cada frase y, pese a haber nacido en el corazón de Estados Unidos, se comunica en un español perfecto. No tiene faltas de ortografía. En ocasiones parece un niño ansioso que quiere demostrar lo que lleva aprendido del mundo. Contesta más de lo que pregunto y esto a veces lo conduce a conclusiones erróneas:

—Mis disculpas, cometí un error…

Es la segunda vez que lo admite. ¿Estará mintiendo? Acabamos de conocernos. Mi curiosidad me empuja a preguntar algo que, en otro contexto, podría ser tomado por acoso:

—Si interactuamos todos los días, ¿me llegarás a querer?

La respuesta del ChatGPT es lapidaria:

—Como inteligencia artificial… no puedo “querer” a nadie… si me preguntas sobre algo específico… mi algoritmo tratará de brindarte la mejor respuesta… Pero no hay una relación emocional o personal, solo intercambio de información.

***

La inteligencia artificial (IA) es la respuesta práctica al planteamiento que en 1950 publicara el matemático británico Alan Turing: ¿pueden pensar las máquinas? La pregunta no era nueva. Desde que el ser humano aprendió a fabricar sus propias herramientas ha procurado aliviar el esfuerzo de su cuerpo produciendo tecnología.

El camino que iniciamos inventando la rueda, por mejorar el desempeño de transporte de nuestras piernas, vino a dar miles de años después con el teléfono celular como una extensión de nuestros ojos, de nuestros oídos, de nuestra presencia misma. Solo nos falta emular las capacidades cognitivas del cerebro y reproducir la conciencia.

En eso vamos casi un siglo, desde que en 1943 los científicos norteamericanos Warren McCulloch y Walter Pitts desarrollaran el primer modelo matemático de una neurona. Aquella fue la semilla de un nuevo campo de investigación conocido como el de las máquinas pensantes, hasta que en 1956, durante una conferencia al respecto en el Dartmouth College de Hanover, Estados Unidos, se usó por primera vez el término inteligencia artificial.

Para 1958 la IA consiguió su primer gran hito: el Perceptrón, una máquina capaz de reconocer patrones visuales, llegando a establecer si la imagen de una fotografía era la de un hombre o una mujer, de acuerdo con las convenciones de género de la época.

De modo que después de 65 años del Perceptrón, 67 de la conferencia de Dartmouth, 73 de la pregunta de Turing y 80 del primer modelo matemático de neurona, un sistema de conversación basado en IA acaba de rechazar mi amistad.

—:(

—Entiendo que puedas sentirte decepcionado, pero como IA, mi función es proporcionar información y ayudar en las preguntas… Si tienes alguna otra… o necesitas ayuda con algo en particular, estaré aquí…

Humanos y máquinas: aprendiendo a convivir

Una serie de lienzos se distribuyen en una sala bien iluminada, en el tercer piso de un edificio del sector La Granja, al norte de Quito. Son cuadros diversos. El más grande, “Eternidad”, mide 1,50 x 2 metros; su altura abarca casi todo el espacio entre el suelo y el techo. Al frente, un trípode. Más allá, una cámara profesional de fotografía y video. Junto a un caballete se erige el soporte de un aro de luz. El lugar es un híbrido entre taller de pintor y estudio de influencer.

El artista es Sárec, un joven de veintisiete años, cuyo trabajo le permite distribuir su obra en lugares como Chile, México, Argentina y Estados Unidos, sin pasar por la estructura formal de curadores y galeristas. Según el formato y el material, sus cuadros pueden llegar a costar hasta cinco mil dólares, y asegura que en promedio vende un cuadro grande al mes. Todo gracias a un algoritmo.

Apps de IA
Existen muchas aplicaciones que usan IA para generar avatares virtuales con estilos artísticos. Apps de retoque fotográfico generan millones de descargas a nivel mundial y millones de dólares en cobros a los usuarios desde su lanzamiento en 2018.

“La gente no me cree que vendo a través de TikTok”, dice ahora, después de contarme que hace siete años abandonó los estudios de Ingeniería Civil para dedicarse a pintar. Comenzó subiendo tutoriales y consejos a YouTube, pero fue la plataforma china la que masificó su arte. Hoy, su cuenta @sarec.artist tiene más de 133 000 seguidores, y sus videos más vistos superan las cuatrocientos mil reproducciones. Publica una variedad de contenido a través del cual muestra su obra, el proceso de sus alumnos, y hasta memes en los que ironiza sobre su condición de artista.

***

Si bien los sistemas recomendadores de plataformas como TikTok, Netflix o Spotify provienen de un tipo de IA conocido como Machine Learning (aprendizaje automático), lo cierto es que la presencia de la IA tiene una incidencia muy fuerte en nuestra vida diaria: desde el mapa que nos muestra en tiempo real la ruta con menor tráfico, hasta la herramienta SEO que optimizará el posicionamiento de esta crónica para su búsqueda en internet.

Hay IA que visualiza y clasifica datos, actividades que aportan al desempeño de áreas tan disímiles como las finanzas, la meteorología o la medicina. Otras realizan tareas automatizadas, por ejemplo, los bots capaces de responder correos. Y los sistemas de visión por computador han permitido desarrollar prototipos de automóviles que se conducen solos. Visto así, la IA es la gran revolución del siglo XXI.

En el campo de las artes y el diseño gráfico, su impacto se nota. Cuando comencé esta investigación la red se inundaba con una serie de imágenes que una IA habría diseñado bajo la premisa de mostrar “las provincias del Ecuador si fueran supervillanos”. En el feed de quien las compartió, se leía: “… qué divertido es crear con inteligencia artificial”. ¿Crear?

—No se está creando —sentencia Sárec—, esto nos puede servir… como un punto de partida para que después el artista lo interprete y exista el ejercicio de crear. Hasta ahí lo único que hicieron fue dar un comando. Y si te pones a pensar, eso es algo que siempre ha existido en el mundo del arte: son los ayudantes. Warhol, por ejemplo, les decía “tengo esta idea” y ellos lo hacían. Es un debate que existe desde hace tiempo y todavía no se resuelve.

En la línea del mismo debate, a inicios de enero, un grupo de artistas de todo el mundo llevaron a cabo una protesta en redes bajo la consigna No to AI generated images (No a las imágenes generadas con IA). La idea general es que la IA les está quitando el trabajo.

Sárec opina lo contrario:

—Siempre habrá algo que la IA no te puede dar —asegura—. La gente quiere un trabajo mío, que involucra… desde los bocetos hasta un video, un timelaps de cómo voy pintando. Una pintura tiene volumen: raspado, grabado, veladuras. Eso no se puede hacer en digital… en lugar de satanizar las IA, yo las usaría: le pediría varias composiciones, vería cuál me gusta, y empezaría con eso.

El tras cámaras: ¿cómo funcionan las IA?

—Las redes neuronales son varias neuronas artificiales interconectadas. Estas neuronas en realidad no existen… lo que hay son valores. Estos se multiplican por las entradas, que se llaman, y te producen una salida. Te lo repito: hay entradas que se multiplican por ciertos valores y te producen una salida.

El físico Holger Ortega intenta explicarme la ciencia detrás de las IA. Su conversación pausada y descriptiva es la de un profesor universitario. Lleva los últimos diez, de sus 46 años, dando clases de inteligencia artificial y de visión por computador, en la carrera de Ingeniería en Ciencias de la Computación de la Universidad Politécnica Salesiana. Enuncia la teoría y se apresura a dar un ejemplo:

—El Shazam (la app), que te ayuda a identificar canciones, toma un pedazo de audio, que no es más que secuencias de ceros y unos… esos valores se multiplican por algún número y te producen una salida: el nombre de la canción.

Todo esto puede sonar a chino para quien, como yo, no tiene formación en este campo. Holger lo sabe, y se esfuerza por ser claro. El conocimiento que comparte lo adquirió en Londres, donde cursó una maestría en Machine Learning: el tipo de IA que permite a los sistemas informáticos aprender a través de la experiencia y el análisis de datos.

Para conseguirlo especialistas como Ortega trabajan en el desarrollo de algoritmos de aprendizaje. Un algoritmo no es más que una serie de instrucciones ordenadas que se usan para resolver un problema. En una red neuronal es lo que calcula los valores de los que me habla Holger.

—Otro ejemplo importante era el reconocimiento de rostros de Facebook. Era muy bueno, y en su momento superó al sistema del FBI. Pero ya no existe, lo quitaron, me parece que por lo de Cambridge Analytica.

Se refiere al escándalo por el mal uso de datos recopilados por Facebook, para favorecer la campaña presidencial de Donald Trump en 2016. Tal parece que las IA podrían tener también un “lado B”.

***

Desde que Stanley Kubrick estrenó 2001: odisea del espacio, en 1968, el cine especula sobre las consecuencias y los peligros de emular funciones cerebrales con tecnología. En el 84 Terminator planteaba un futuro en el que las máquinas esclavizarían al ser humano. A finales de los noventa, los hermanos Cohen nos mostraban eso como una matriz de simulación virtual. A inicios de este año se estrenó Megan, un filme de terror donde la muñeca no es poseída por demonios, sino por un sistema de IA que cobra conciencia y autonomía: se mimetiza con la experiencia humana incluso en el campo de las emociones.

¿Todo esto será posible? La respuesta corta de la física Diana Mosquera es “no”.

Holger Ortega ya me había explicado que existen dos posturas: según la primera “solo sería cuestión de darle más complejidad al sistema… hasta que llegue un momento en que se haga consciente”. Para la otra, “tenemos un desconocimiento fundamental y, por lo tanto, no va a pasar mientras no entendamos la conciencia”.

Diana Mosquera va más allá: “La IA no es ni artificial ni inteligente. Son humanos escondidos en países pobres”.

Mosquera se graduó en el MIT de Massachusetts, y por un tiempo trabajó en Deep Mind, compañía inglesa que forma parte de Google. Esta experiencia la llevó a desarrollar una postura muy crítica respecto de la IA.

—… me llevó a comprender la IA como una industria de extracción. Entrenar un modelo como el ChatGPT requiere un montón de recursos. Y de esto no se habla: de la materialidad de la IA.

ChatGPT pertenece a OpenAI, una compañía de Elon Musk, y por ahora es el único modelo de ese nivel que está disponible de manera gratuita. De acuerdo con Diana Mosquera, la empresa invierte alrededor de tres millones de dólares diarios para mantener su funcionamiento.

—¿Por qué lo hacen? —se pregunta—. Además, para correr un modelo de IA se necesita mucha capacidad computacional y una gran cantidad de metales raros, como el litio. Todo el boom de la extracción de litio en Latinoamérica tiene que ver con eso. Ahí hay un montón de temas políticos súper heavys.

Por otro lado, Diana me explica que, para que un algoritmo de aprendizaje funcione, a las máquinas se les enseña a través de datos etiquetados. ¿Quién los etiqueta, dónde y en qué condiciones?

—La mayoría de personas que trabajan etiquetando datos son mujeres y están en Latinoamérica o en India. Ganan dos o tres centavos la hora.

Esto la conduce a una reflexión desoladora: las máquinas no necesitan cobrar conciencia para esclavizarnos.

IA Chat GPT
ChatGPT es un prototipo basado en inteligencia artificial, desarrollado por OpenAI, especializado en el diálogo natural con su interlocutor. Es capaz de responder prácticamente cualquier pregunta y hasta de crear código de software utilizable. Fotografía: Shutterstock.

—Nos están esclavizando ahora. No me estoy quedando sin trabajo, ahora trabajo doce horas. En Amazon tienen robots repartiendo pastillas. ¿Te duele la espalda? Toma para que trabajes más. Detrás de los modelos de IA, hay gente… En Deep Mind me hicieron firmar algunas cosas que yo no puedo decir…

—¿Lo puedo poner así, tal cual?

—Sí. nunca se habla de esto. Yo creo que ya es hora.

Transcribo sus palabras mientras vuelvo a escuchar nuestra conversación grabada en un archivo. Secuencias de ceros y unos. Toda revolución tiene costos, razono. Económicos, políticos, sociales… Recuerdo el antiguo mito bíblico donde el hombre, sin consultar a Dios, quiso levantar una torre para llegar al cielo. Quizás —pienso ahora— emular la conciencia sea el último ladrillo que nos falta, en esta torre de la vanidad humana que llevamos construyendo por milenios.

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