Hay quienes tienen animales salvajes como mascotas, hasta que les crecen los dientes o las garras. Hay quienes tienen gatitos o perros, hasta que se cansan de ellos, los ignoran o los abandonan. Y hay quienes ven en los animales una continuación de la vida, los protegen, los cuidan y los salvan.
Por: Solange Rodríguez Pappe
La relación de los seres humanos con los animales suele ser ambigua, culposa, llena de desconocimiento y manipulación. Un ejemplo de esa afirmación ha sido el sonado caso de un indigente chileno, Nelson Vergara, quien, en 2013, luego de ver la película de Walt Disney 101 dálmatas, se dedicó a la empresa de recoger y reproducir perros para lograr tener ese número. Vergara fue desalojado de su hogar por los problemas que los canes causaban a sus vecinos y acomodado por medio de la ayuda social en un terreno mucho más grande.
Si bien Vergara recibía donaciones, el alto costo de su empresa lo agotaba y requería mucha más ayuda que sacos de alimento. Durante un tiempo, se negó a recibir visitas, pero cuando algunos de los perros murieron tuvo que permitir el ingreso de veterinarios que constataron el estado deplorable de los perros con los que convivía. Y hasta allí el hilo de la noticia que un sector de la prensa tomó con humor, otro le dio tintes de heroicidad y melodrama, y otro lo enfocó desde una óptica donde que Vergara estaba “haciendo algo” por las mascotas y, por lo tanto, su acción merecía apoyo. Nadie pareció ver lo que había detrás: la reproducción irresponsable y la acumulación de seres vivos como si fueran objetos muertos o lo que en las patologías psicóticas se llama síndrome de Diógenes.
Según el psicólogo alimentario Paúl Rozin mencionado en el libro de Hal Herzog Los amamos, los odiamos, los comemos acerca del comportamiento humano con otras especies, quizá el origen de la sensación de cercanía hacia los animales está en que compartimos con ellos el mismo letal destino: ir inevitablemente hacia la muerte.
Salvajes y libres
El veterinario de especies exóticas y silvestres David Bravo, por su trabajo, suele estar atento a la fauna urbana de Guayaquil. Recuerda cuando observó en un ceibo de Víctor Emilio Estrada la presencia de veinte catarnicas verdes comiendo tranquilamente las semillas. Eran tantas que el árbol se remecía con su peso en medio de una enorme estridencia. Para Bravo esas apariciones son milagrosas en una ciudad con escasísima vegetación si la comparamos con la que había una década atrás. “Pasa igual con el único manglar del malecón Simón Bolívar”, dice. “Aunque es un ramaje pelado, los fines de semana se lo puede apreciar lleno de garzas y de otras diez especies de aves que ya no tienen dónde posarse a descansar debido a que el cemento ha ganado terreno en la ciudad”.
Bravo recuerda que hace tiempo Guayaquil era un gran espacio pantanoso donde podían encontrarse fácilmente cocodrilos y culebras. En ese entonces, toparse con animales exóticos conviviendo con humanos era natural. Ahora esto sucede solamente cuando se dan casos de mascotismo irresponsable, que no es tan raro. Pese a las sanciones instauradas, muchas especies exóticas se encuentran en cautiverio ilegal debido a que sus captores las retienen por razones afectivas y de estatus social.
Pese a que el Ministerio del Ambiente ha procurado regular su tráfico y su caza penalizándolo como un delito de hasta cuatro años de prisión, mensualmente a la Unidad de Policía de Ambiente (UPMA) se reportan numerosos episodios de animales exóticos fuera de su hábitat. Muchas personas siguen buscado irresponsablemente su domesticación, ignorando que los cachorros, una vez alcanzada la madurez sexual, se pueden volver muy agresivos; entonces solicitan a veterinarios sin escrúpulos procedimientos como cortar sus falanges, limarles los dientes, cercenar sus cuerdas vocales y muchos otros recursos desesperados en busca de su docilidad.
Para Bravo la dignidad animal empieza por respetar su condición salvaje y libre, porque los animales tienen instintos que son muy diferentes a los parámetros que desea imponerles nuestro ego. Más allá de la idea romántica de reinsertarlos en sus espacios naturales una vez rescatados, es necesario considerar que en la mayoría de casos Estos se hallan muy débiles y su readaptación es difícil.
“No es como abrir la jaula y que se vayan”, explica. “Son animales disminuidos en su comportamiento porque no han recibido de sus padres las enseñanzas naturales que les permitan desenvolverse en sus medios y están relacionados con personas a quienes asocian con alimento y cuidado. Además, han estado expuestos a enfermedades humanas contra las cuales su sistema inmunológico natural no posee defensa alguna. Salvas un individuo pero puedes matar una población entera”, afirma el veterinario. “Uno piensa que puede lograr la excepción a pesar de que todos los manuales dicen que es difícil que sobreviva y es desgastante cuando se falla”, concluye.
Encanto y decepción
Gabriela Maizel tiene a su cargo un pequeño zoológico con once perros: Julia, Antonio, Chimenea, Ñoqui, Cocacola, Fideo, Murci, Joaquina, Dante, Facundo y Mía; dos gatos: Delfina y Sawyer; los burros Zapatero y Sabanera; las yeguas Pregonera y Fiona; los cerdos Cismo y Canterano, más la vaca Sofía Café; distribuidos todos en dos terrenos ubicados en Tumbaco y Checa, en Quito. “Aquí se recibe a cualquier animal que no es bienvenido en otro lado”, dice, admitiendo que siente una responsabilidad profunda hacia los que se cruzan en su camino. A los 34 años se volvió vegetariana, luego de ver el documental Earlings y empezó su activismo en redes sociales cuando se dio cuenta de que, aparte de ella, había una gran cantidad de personas interesadas en ayudar a los animales en el Ecuador.
En la actualidad es subcoordinadora Observatorio Nacional de Respeto a la Fauna Urbana, organismo que es parte del Consejo de Participación Ciudadana, encargados de presentar proyectos y hacer que se cumplan leyes como eliminar la venta de animales en las calles e incentivar su esterilización.
Gabriela ha recorrido un largo camino de encanto y decepción con respecto a los grupos animalistas y por ahora prefiere hacer una labor independiente pero no por ello menos convencida, luego de hartarse de las pequeñas guerras internas entre los movimientos y de cómo para muchas agrupaciones los animales no son más que una forma de lucro. Para Gabriela, todas estas pugnas desvían a los sectores de su fin principal. “Si te interesan los animales no buscas las pajas en el ojo ajeno y simplemente los cuidas”, sostiene.
Que en la Asamblea se esté discutiendo actualmente el destino de la Ley Orgánica de Bienestar Animal (LOBA), la que tras años de trabajo por parte de varios colectivos ha podido ser estructurada en varios puntos básicos como violencia interpersonal, temas de salud pública, derechos de la naturaleza, bienestar y buen vivir, hace que los animalistas consoliden un frente común para sensibilizar sobre temas de ética y empatía e insistan en que la LOBA pase íntegra en todos sus aspectos y no se funda con el código orgánico ambiental (COA)
Gabriela piensa que la LOBA tiene muchas más posibilidades de ser aprobada que el proyecto de ley similar que se presentó 2013 y que entró a la Comisión de la Biodiversidad, donde fue reducido solo a los casos de perros y gatos, y terminó archivado tras el tercer debate. Esta vez, hay signos de buen augurio, pero aún hay mucho camino por recorrer hasta su aprobación a mediados de 2015. Sobre todo, Gabriela piensa que la socialización de la LOBA puede calmar temores con respecto al cambio social que implica el establecimiento de un verdadero respeto animal. Ella sabe que hay muchos intereses detrás de su comercio y exhibición, e incluso el miedo al cambio por parte del ciudadano común: “Su explotación se ha visto como lo normal hasta ahora, pero no es lo correcto”, concluye. “Sí, hay maldad hacia los animales, pero lo que más existe es ignorancia”.
Mascotas mimadas
El gato Francisco, panza arriba, toma el sol en una silla. Se sabe amado por Jessenia Fernández, quien lo alimenta y sujeta entre sus brazos cada vez que puede. Para Jessenia este es el tercer Francisco. El primero fue enterrado en el Campo Feliz (http://www.campofeliz.com/pages/home.jsf), cementerio de su propiedad, donde la lápida reza “Recuerdo de su esposa e hija”. El sol ha deslucido parte de la fotografía y de las letras, pero los Franciscos se parecen en el color dorado y el espeso pelaje. Este fue rescatado hace poco tiempo y ha recibido el mismo trato cariñoso de sus antecesores. Si fallece, tendrá también un lugar en el primer camposanto para animales de Guayaquil.
Jessenia fue la pionera de un proyecto que empezó en 2012 como un homenaje a su mascota de doce años, Keiko, y a estas fechas ofrece servicios de traslado del cuerpo, cremación, sepelio, exhumación y certificados de sanidad, por un valor que llega hasta los 600 dólares. Ella consideraba que cubrir de tierra el cadáver y dedicarle un par de lágrimas no era suficiente, deseaba un verdadero espacio para la memoria y la supervivencia del sentimiento.
Su esposo, Édison Burgos, es propietario de un terreno en el km 16 de la vía a Daule y es allí donde ambos fueron para dar sepultura solemne a su querida mascota. A partir de esa experiencia, se les ocurrió que su pérdida no debía ser única y que seguramente varias familias debían tener la misma necesidad de un espacio donde darle un adiós a sus compañeros y llorar por ellos sin ser catalogados como hipersensibles o cursis. Así es como decidieron construir en ese mismo lugar un camposanto donde ya son 110 los animales que descansan allí.
Campo Feliz está dividido en tres áreas: perros, gatos y animales exóticos, categoría que incluye desde conejos hasta serpientes. En un país donde no existe una cultura con respecto al tema y donde los animales muertos van a parar usualmente a los carros recolectores donde son triturados, la tenacidad y la convicción han sido los principales soportes del matrimonio que realiza su labor con profundo respeto a la conciencia del luto. Jessenia ha tenido que consolar en persona a muchos de los deudos durante los entierros y desde su corazón, como dice Édison, salen unas palabras lindísimas que reconfortan.
También buscando romper los paradigmas de las relaciones usuales con los animales, Sandy Raad decidió ofrecer el servicio de hospedaje de mascotas Puppy Tail House, luego de sus estudios de Psicología canina (Etiología) en Italia, para aprender cómo educar correctamente perros terapistas y canalizar su empatía en actividades de rehabilitación. El hospedaje casero que oferta junto con Patricia, su madre, consiste en lograr que las mascotas no estén encerradas en jaulas o en espacios reducidos, sino que circulen con libertad en lugares de la casa adecuados para su desenvolvimiento y paseen por el amplio jardín donde también viven aves.
La conveniencia de la socialización entre los huéspedes es “como cuando un niño va al jardín”, dice Sandy. Los animales pueden interactuar entre sí y descargar energía. Ella considera que muchas veces la adquisición irresponsable de mascotas puede ser comparada con los juguetes que los niños quieren poseer por impulso: tras el entusiasmo inicial, la responsabilidad del dueño desaparece y el animal queda solo. Sandy también apunta que muchos dueños consienten de manera equivocada a sus mascotas, ocupándose únicamente de lo material, como vestirlos con trajes graciosos, sin percatarse de sus necesidades afectivas. “Nosotros los tratamos como parte de la familia sin olvidar que son gatos y perros”, señala.
Además, Patricia de Raad cree en el poder sanador del amor de las mascotas y pone de ejemplo a Juancho, un can mestizo de mirada dulcísima que ha sido entrenado para pet terapy, él es uno de los ocho residentes fijos de la casa. Juancho se aproxima y ofrece su cuello para un abrazo tan entregado que es imposible no conmoverse. El sueño de ambas es poder llevar mascotas capacitadas a casas de salud para mejorar el estado de depresión en el que se encuentran quienes padecen largas enfermedades, también ofrecer compañía para la soledad de algunos ancianos y oportunidades afectivas para quienes padecen autismo.
Olvidar al perro en la terraza
Al igual que el doctor David Bravo y Gabriela Maizel, los miembros de Protección Animal Ecuador, (PAE), un organismo de rescate y adopción de mascotas con sede en Quito y con extensión en varias ciudades del Ecuador, coinciden en que urge despertar conciencia sobre el beneficio de la esterilización de las mascotas, ya que su sobrepoblación alimenta el círculo de abandonos y no hay suficientes voluntarios para sus adopciones. Santiago Prado, veterinario de PAE, señala que hay tres condiciones básicas para tener de forma consciente una mascota: poseer un espacio adecuado, porque muchas veces es abandonada a su suerte en la terraza o en el patio, y debe soportar excesivo calor o frío; tener recursos suficientes para mantenerla, incluyendo la inversión en medicina preventiva, desparasitación, etc., y encontrar tiempo para su educación y afectividad.
Por su parte, Lorena Bellolio, presidenta de PAE y una de las impulsoras de la ley LOBA, considera que el error está en la tenencia inadecuada de mascotas que se buscan casi siempre por razones equivocadas, ya que cuando estas enferman o empiezan a incomodar, son vistas como un estorbo del que hay que deshacerse. A Lorena le entristece que luego organizaciones como las que ella lidera terminan siendo señaladas por la sociedad como las que deben hacerse cargo del problema y de la irresponsabilidad de otros.
Lorena aclara que PAE y otros grupos animalistas no son lugares para abandonar perros, sino organismos que procuran su bienestar buscándole un nuevo hogar, pero con más de 70 abandonos a la semana, es muy difícil hallar soluciones. Sin embargo, no se desanima porque sabe que su lucha y la de todo su equipo de rescatistas tienen su fortaleza en la convicción. Aunque no pueden salvar a todos, intentarán hacerlo apasionadamente con los que puedan, ese lema es su bandera de lucha.
A la Ley Orgánica de Bienestar Animal le espera un largo camino de socialización y debate en la Asamblea, donde tal vez varios de sus puntos sean eliminados y otros se transformen; sin embargo, estamos claramente frente a un camino revolucionario que los ecuatorianos no habíamos explorado nunca antes. Aplicar términos como afinidad, solidaridad y no violencia para con seres que deseamos cuidar, pero a la vez sometemos y consumimos, habla de la postura contradictoria de nuestra especie, una especie que parece relacionar todo lo que toca con amor o destrucción, sin conocer puntos medios.