Salieron del armario a través de las pantallas 

Por Mariela Rosero Changuán

Ilustración: Juan Reyes.

No todos ven a la pandemia como sinónimo de restricciones. Jael, Lucas y Cheryl sienten que el confinamiento les permitió encontrar finalmente una salida. Las actividades telemáticas fueron la oportunidad para que los tres jóvenes transgénero decidieran dejar de esconderse y mostrarse como son.

“Hola. Estoy inscrita como Bryan, pero por favor llaménme Cheryl. Soy una chica trans y solo les pido que me respeten”. La muchacha, de veintiún años, recuerda que no se sintió nerviosa ni avergonzada al presentarse así el primer día de sus clases virtuales en la Universidad Central.

“No hay nadie perfecto en este mundo. Siempre dirán algo sobre ti, seas quien seas. Pero yo me he sentido genial”, relata. Y es que ella enfrenta desde su hogar, en Ibarra, esa transición de género, por la que dejó una vida como niño, como hombre, y pasó a ser tratada como lo que siente que es: una mujer. Eso le trae felicidad.

Frente al espejo y sosteniendo la esponja con la mano izquierda, Cheryl inicia un ritual de belleza. Los puntos que la base líquida deja en su rostro desaparecen en segundos.

Su timbre de voz, gracias a las hormonas, es más suave; sus manos rematan en uñas largas perfectamente arregladas y sus ademanes, como el de peinarse el cabello que ya le llega hasta los hombros, han sido siempre muy femeninos.

Lucas

Meses antes de que la covid-19 llegara, Lucas estaba resignado a llevar dos vidas paralelas.

Desde muy chico recuerda haberse sentido incómodo en su cuerpo femenino. Pero en la niñez pudo sortear mejor esas molestias. No usaba vestidos sino camisetas y short. En una juguetería no había lío si dejaba de lado barbies y se llevaba un PlayStation y carros.

En la pubertad sintió una voz interior que le gritaba que no le gustaba cómo lucía. Pero no podía hacer mucho. Estudió en un colegio católico femenino.
En la universidad sintió libertad: no tener nunca más que llevar una falda fue sensacional.

En esa época empezó a buscar información sobre su identidad en Internet. No tuvo el valor (pese a haber descubierto que era un transmasculino) de hablarlo con su familia. Así terminó la carrera, en su título aparece un nombre femenino que ya no reconoce.

En el campus conoció a una muchacha de quien, ya como “él”, se enamoró. Describe esa época como un “renacimiento”. Incluso abrió una cuenta en una red social como Lucas y en ella bloqueó anticipadamente a todos quienes lo conocían como chica.

Lucas veía historias de personas trans. Sin embargo, le parecían muy lejanas, hasta que dio con la Fraternidad Transmasculina Ecuador (FTM), surgida hace cinco años. Se trata de un programa del Proyecto Transgénero, que existe desde hace diecinueve años.

Apenas se contactó, charló con uno de sus miembros. “Tenía el deseo de iniciar mi transición y cuando decidí ‘lanzarme’, el Ecuador sufrió un desabastecimiento de testosterona”.

Lucas tuvo que esperar hasta febrero de 2020 para su primera inyección. Un mes después se anunció el decreto de emergencia sanitaria y con eso el confinamiento. En el empleo, que mantenía desde el año 2018, enviaron al personal de su departamento a teletrabajar.

Así empezó el tratamiento. Al inicio no veía cambios. Ansiaba que aparecieran, pero le asustaba que lo notaran.

Poco antes del decreto que restringió la movilidad, Lucas —que nunca se maquillaba y siempre usaba pantalones— llegó con el cabello muy corto a la multinacional. Pensó decirles que lo donó, pero imaginó que pasaría el tiempo y se lo volvería a cortar y no tendría excusas. Sonrió ante ciertos comentarios, sin explicar nada. Supone que pensaban que era lesbiana.

En los primeros meses de la pandemia mantuvo apagada su cámara en las reuniones, pero al teléfono le cuestionaban: ¿Y esa voz? ¿Tienes gripe? ¿Suena más grave o no? “No les respondía, pero sentí miedo de perder el trabajo. A veces me decían: ‘¿Ximena o marqué el número equivocado?’. Mi timbre de voz sonaba masculino”.

Lucas decidió tomar vacaciones, pero antes se sinceró con su jefa. Ella le agradeció la confianza. Lo trataron según su identidad de género y le explicaron que no guardarían el cambio en reserva pues debía relacionarse con el equipo.

Un abogado de la compañía le pidió que enviara una carta formal solicitando tramitar los cambios de nombre en el Seguro Social y en el Ministerio de Trabajo. Le garantizaron que no perdería aportes ni tiempo de servicios.

El confinamiento y el trabajo no presencial —relata Lucas, quien bordea los treinta años— le han ayudado. Sin pandemia, reflexiona, no habría tenido la fortaleza para ir a trabajar.

“Habría sido duro ver la sorpresa de mis compañeros y yo habría estado incómodo con ese cambio en el trato, con las confusiones. De pronto ver que la compañera aparece con barba, no debe ser fácil”.

Una vez superados los miedos y mostrando al mundo su identidad, este joven se siente en paz. Algunos colegas lo han llamado para decirle que lo respetan. Quiere iniciar el trámite de cambio de nombre en el título universitario para estudiar una maestría.

Jael

Jael a asegura no haber sentido agresiones o burlas. También la pandemia y el estar frente a la pantalla, en su casa, le han dado la oportunidad de expresarse como es, sin miedo. Fotografía Juan Reyes

Jael Cando se proyecta al futuro, pero disfruta de su presente y ya no quiere mirar atrás, incluso borró su antigua cuenta de Facebook en la que aparecía su vida en femenino.

En junio de 2020 llegó a la mayoría de edad. En la mañana recibió un peluche, regalo de su padre; en la tarde compartió un pastel con la familia. Y en la noche los reunió para contarles que es transmasculino.

Nunca quiso lastimar a sus padres, solo ser feliz. En las vacaciones, tras terminar el segundo de bachillerato, se cortó el cabello, poco a poco, hasta que llegó con un look varonil que ocultaba con una gorra. Fue un golpe duro para sus padres, que han ido aceptando su transformación.

Al inicio del año lectivo, en septiembre pasado, él y su madre hablaron con sus profesores. También con el Departamento de Consejería Estudiantil y en el colegio no ha sentido discriminación.

A Jael lo conocieron como chica durante un año lectivo que se vivió mitad de forma presencial y mitad virtual. Algunos chicos lo contactaron para decirle que su transición no afecta lo que piensan de él.

En los últimos días de noviembre empezó el tratamiento con testosterona. En seis meses —le ha informado su médico— sentirá más cambios. Por ahora el impacto es emocional, ve apenas una nueva configuración de su rostro, algo de barba y vellos en las piernas.

Jael asegura no haber sentido agresiones o burlas. También la pandemia y el estar frente a la pantalla, en su casa, le han dado la oportunidad de expresarse como es, sin miedo.

“Ya se han acostumbrado a mí”, cree. Recuerda que al inicio del año solo un profesor lo llamó con su anterior nombre. Pese a que hizo el cambio de género en su documento de identidad, el proceso con el Ministerio de Educación no ha terminado. No vio conveniente corregir al maestro frente a tanta gente, no le parece que lo hizo de modo intencional.

Para lograr la aceptación de sus padres ha sido de gran ayuda la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad. Otros padres incluso les han ayudado a entender que no todos, ni siquiera los parientes, merecen respuestas sobre la decisión de Jael. Sentían temor de que alguien le hiciera daño, pero cada día lo afrontan mejor.

Monica Helms durante la Marcha del Orgullo en Nueva York, 2019. Foto: Shutterstock.

Los especialistas

En el Ecuador desde 2016, en el artículo 94 de la Ley Orgánica de Gestión de Identidad y Datos Civiles, se señala que voluntariamente, al cumplir la mayoría de edad y por una sola vez, cualquier persona podrá sustituir el campo sexo por el de género: masculino o femenino. Requiere dos testigos que acrediten la autodeterminación contraria al sexo del solicitante, por dos años.

Christian Paula es abogado y presidente de Pakta, organización que defiende a la población de la diversidad sexual. Apunta que las personas transexuales sufren una vulneración a su derecho a la identidad autopercibida. El Estado, dice, no debería exigirles que su género lo certifique un tercero.

Recuerda que la Asamblea debía tramitar legislación acorde al dictamen de 2017, que ordena cambiar no solo los nombres en su cédula sino en la partida de nacimiento.

Nua Fuentes, socióloga y activista del Proyecto Transgénero, afirma que la legislación es incompleta en el tema trans. Falta reconocimiento a esas identidades, lo que da paso a que no se respete la privacidad de quienes no desean visibilizarse. “Es bueno que personas de la diversidad sexogenérica hayan podido aprovechar la pandemia para la transición. Pero eso no implica que no existan problemas por resolver en los ámbitos educativo y de trabajo”.

Édgar Zúñiga, coordinador de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad Lgbti, comenta que los protocolos de atención vigentes hablan de que el proceso de transición mejora la calidad de vida, favorece el autoconcepto, autodeterminación, autoestima y competencias sociales. “La transición social es un primer paso que se recomienda, necesitan gestionar los retos de vivir con el género con el que se sienten identificados”. Desde junio de 2018, la transexualidad dejó de ser catalogada como trastorno mental por la Organización Mundial de la Salud. “Es una variante de la sexualidad humana, no se diagnostica, se identifica, nosotros los ayudamos de forma gratuita”, dice Zúñiga.

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