Diners 462 – noviembre 2020.
Por Víctor D. Cabezas
Esta podría ser una obra de ficción escrita por Agatha Christie o Raymond Chandler, es decir, una novela negra de esas que incluyen jueces, tribunales, gente que pierde la razón y hasta algún cadáver. Además, es una pieza de época, pero resulta sospechosamente actual: ¿podemos confiar en la ley?, ¿qué grado de intimidad deben tener la justicia y la política?
Washington D. C., 14 de septiembre de 1973. El New York Times reporta: “Un número considerable de documentos valiosos se han extraviado de la Colección Félix Frankfurter, en la Librería del Congreso. Aparentemente fueron robados por un académico”. Un robo poco común. Mil documentos escritos a máquina que ni siquiera tenían valor en el mercado de coleccionistas.
Las autoridades pronto se darían cuenta de que el robo había empezado hacía más de un año. El FBI intervino y, a pesar de las investigaciones, nunca se encontró al académico obsesionado con los documentos de Félix Frankfurter. El autor del robo permanece anónimo hasta hoy, pero la historia tejió un relato maravilloso detrás de este evento misterioso.
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Los sucesos se remontan a 1901. El estado de Tennessee emitió la resolución de distritos legislativos a partir de un censo desarrollado en 1900. La Constitución del Estado requería que cada diez años se actualizaran los distritos electorales de acuerdo con las variaciones demográficas. La idea era que los territoritos tuvieran una representatividad proporcional a su población en la Asamblea General de Tennessee. Aquello no sucedió. El Estado no actualizó los distritos y hasta 1960 la representatividad fue un reflejo de la población de 1901 y de los valores imperantes por esos días.
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