Cuando llegaron los ‘cowboys’

Cowboy

Su habilidad era única y se hizo legendaria en todo el ‘Far West’: disparaba su rifle con una sola mano —sin fallar un tiro— mientras perseguía a caballo una manada de bisontes en estampida. La leyenda dice que en un solo día, en 1881 ó 1882, mató 69 bisontes. No mataba por diversión, aunque —según él mismo lo confirmó muchas veces— disfrutaba cabalgando y disparando. Lo hacía contratado por las compañías que construían las líneas de ferrocarril para unir las grandes ciudades de la costa este (Nueva York, Boston, Filadelfia, Washington…) con el Lejano Oeste norteamericano.

Los bisontes, popular e incorrectamente llamados búfalos, habían reinado desde siempre en las grandes planicies que desde la creación de los Estados Unidos —a finales del siglo XVIII— habían sido ocupadas sin pausa por inmigrantes europeos que cada año llegaban, barco tras barco, atraídos por ese país inmenso, casi despoblado y que ofrecía un sinfín de oportunidades a quienes quisieran aprovecharlas. Con el ferrocarril, el joven país avanzó raudamente hacia el oeste, sobre todo desde 1948, cuando el hallazgo de una veta causó una vertiginosa fiebre de oro en California.

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Pero en esas planicies vivían tribus de indios a las que, desde la época colonial, se les había arrebatado sus tierras, primero de las regiones costeras atlánticas y después de toda la cuenca del Mississippi. Siempre se les dijo que las áreas que les iban quedando no serían violadas, y siempre se les incumplió. No sólo eran expulsadas por la fuerza, sino que la matanza de bisontes destruía su base económica, porque los indios tenían en ellos su fuente principal de alimento y vestimenta. Hasta un millón de bisontes fueron matados cada año, durante casi medio siglo, en el avance blanco hacia el oeste.

Y nadie fue tan eficaz como Búfalo Bill: no sólo mató 69 bisontes en un solo día, sino que en una estación de trenes que debía ser “limpiada de bestias” liquidó 4.862 bisontes en los tres meses de una primavera. Se llamaba William Frederick Cody, había nacido en Iowa en 1846, participó en las “guerras indias” y adquirió notoriedad en 1876 cuando, en una pelea hombre a hombre, mató a Pelo Amarillo, un temido cacique indio. Pero su fama mayor (y su sobrenombre) se lo dio la cacería de bisontes, fama con la que incluso se convirtió en empresario de espectáculos, negocio del que vivió hasta su muerte, en 1917.

La matanza de bisontes siguió hasta 1890, año que es llamado el del “fin de la frontera”: la quebrantada población india ya vivía en unas reservaciones sin porvenir. Y, además, para entonces ya quedaban cinco mil de los cincuenta millones de bisontes que habitaban las praderas cuando empezó la conquista del oeste. Al mismo ritmo que esos pastizales se vaciaron de bisontes, se llenaron de ganado vacuno. Y se llenaron, también, de mitos y leyendas sobre los hombres a caballo, los cowboys, que conducían las vacas hacia las estaciones de trenes para trasladarlas a los mercados de las ciudades del este.

La era de los cowboys terminó también en 1890, cuando el número siempre creciente de los colonos que querían tener cada uno su pedazo de tierra ya había parcelado las planicies y propagado las alambradas, mientras la multiplicación de los ferrocarriles había vuelto innecesaria la conducción por tierra del ganado. Los vaqueros se extinguieron. Pero dejaron una infinidad de relatos —unos pocos ciertos (como el de Búfalo Bill), la mayoría imaginados— de esos hombres rudos y siempre listos con la pistola, enredados en duelos constantes, que hicieron del ‘Far West’ el escenario de una saga inagotable de novelas, películas y series de televisión que sigue viva muchos años después de que muriera hasta el último de los vaqueros.

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