Historia de la bicicleta: feminismo y liberación

Fotografía: Shutterstock.

La bicicleta ha sido uno de esos grandes inventos que han transformado los modos de ser y de estar de la población a nivel mundial. Pese a la relativa sencillez de sus mecanismos, continúa prestando grandes servicios en una época caracterizada por un despliegue tecnológico y una sofisticación sin precedentes.

¿Quién puede hablar mal de ella? No hace falta abundar en elogios y relievar la utilidad que actualmente tiene para millones de personas. Si en algo ha contribuido la bicicleta, ha sido a democratizar la movilidad. Actualmente ha cobrado aún más importancia debido a que se ha visto en ella una solución para los acuciantes problemas de transporte en los grandes centros urbanos. Pero no solo eso, los colectivos ecologistas y ambientalistas han hecho de las dos ruedas una bandera de lucha para volver más sostenibles a las ciudades. Incluso los movimientos feministas han visto en la bicicleta una fiel aliada para alcanzar sus reivindicaciones.

Evolución y popularización

Si obviamos los viejos modelos de madera y los famosos monociclos, esos aparatos provistos de una inmensa rueda delantera de hasta metro y medio de diámetro, las primeras bicicletas modernas aparecieron en la década de 1860. El éxito de estos nuevos modelos fue su geometría: ahora las dos ruedas eran del mismo tamaño, algo que las hizo más seguras y ergonómicas. Años más tarde se incorporaron nuevos artilugios técnicos como la cadena de transmisión y la rueda con radios de alambre.

John Dunlop y luego Michelin diseñaron los modernos neumáticos de caucho y con cámara de aire, una técnica que permitió más adherencia al suelo. Posteriormente se desarrollaron mecanismos más sofisticados como los cambios de marcha.

Gracias a todas sus prestaciones, el uso de la bicicleta se difundió muchísimo, de modo que hacia fines del siglo XIX ya formaban parte del paisaje urbano europeo. La gran demanda que empezó a ejercer el mercado dio lugar al tránsito de la fabricación artesanal a la industrial. A partir de este tiempo, las fábricas se multiplicaron y las bicicletas se producían en masa. Para hacernos una idea de su éxito, en 1897, se vendieron en Estados Unidos dos millones de unidades. Los costes bajaron, eso las hizo más accesibles para los sectores populares.

Dicha producción industrial permitió su democratización, ya que dejaron de ser artículos de lujo para personas bien posicionadas. Desde luego, no hay que perder de vista eventos como el Tour de France, que contribuyeron aún más a su popularización. Las carreras levantaron auténticas pasiones y se convirtieron en un deporte de masas que, de hecho, marcaron un antes y un después en la historia de la bicicleta. De hecho, en 1896 el ciclismo fue incorporado como disciplina olímpica.

El éxito de la bicicleta no solo se explica por su función lúdica o deportiva, sino también por sus utilidades prácticas. Fue valorada por los servicios de movilidad que prestó tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Los empresarios alentaron su uso entre los obreros de las fábricas, puesto que reducía los atrasos.

Pero, asimismo, su buena propaganda provino de consideraciones medioambientales y sanitarias que, a fines del siglo XIX, ya preocupaban. La bicicleta no solo fue vista como una buena alternativa al transporte en las ciudades, sino también como una forma de liberarse de los molestos caballos que se habían convertido en un problema sanitario. Los excrementos de los equinos ensuciaban las calles y las llenaban de malos olores.

Las bicicletas no son aptas para las mujeres

El mundo de la bicicleta y el de la mecánica fueron en sus inicios campos muy masculinizados en los que las mujeres poco tenían que decir. De hecho, los primeros modelos que se hicieron se diseñaron para uso exclusivo de los hombres. En realidad, las mujeres solo hicieron suyos los pedales hacia el último tercio del siglo XIX.

Si por algo tardaron tanto en utilizarlos, fue debido a los fuertes prejuicios que albergaban hacia la bicicleta los sectores más conservadores de la sociedad. Un periodista de una vieja revista norteamericana, la National Review, publicó un artículo cuyo título lo dice todo: “Los oscuros peligros del ciclismo”. Para las sensibilidades de la época, la imagen de las mujeres sobre ruedas no parecía muy decorosa. La bicicleta tenía un difícil encaje en una sociedad donde ellas debían mantener un perfil muy determinado, y en el que la feminidad y la delicadeza eran sine qua non.

Pero el centro de la polémica también tuvo que ver con consideraciones de tipo médico y moral. Los galenos de la época atizaron aún más los prejuicios y tabúes para desaconsejar a las mujeres la práctica del ciclismo. Argumentaron que el traqueteo provocaba trastornos en la pelvis, apendicitis, bocio y severos daños en el aparato reproductor. Llegaron al colmo de anunciar el “síndrome de la bicicleta”, una afección que provocaba malformaciones, ojos saltones, mandíbulas tiesas y rostros demacrados.

Sin embargo, una de las piedras de toque fue la obsesión por “proteger la virtud”. Una de las razones esgrimidas era que el sillín de la bicicleta provocaba estímulos sexuales no deseados. Esto llevó a que sus detractores la llamaran “máquina del Diablo”. Desde luego, aquí es de justicia destacar que hubo otro grupo de médicos e higienistas que más bien recomendaron su uso, argumentando que el ejercicio resultaba muy beneficioso para dar a luz hijos más fuertes y sanos.

Bicicletas y feminismo

Algo que destacar es cómo las bicicletas cumplieron un papel protagónico en los procesos de autoafirmación y liberación femenina. Estos artefactos terminaron siendo una poderosa arma para hacer frente al puritanismo y a las restricciones impuestas a las mujeres de la época. Inesperadamente las bicicletas se convirtieron en una poderosa herramienta de transformación social, un desafío a las reglas establecidas. Si para los hombres había sido un juguete nuevo para entretenerse, para las mujeres fue el artilugio que les abrió las puertas del paraíso.

Desde fines del siglo XIX fueron un puntal en su lucha por el derecho a elegir cómo vivir, cómo vestirse y cómo desplazarse en libertad. La bicicleta ayudó a desfogar muchas represiones y a gozar de un margen mucho mayor de autonomía. Gracias a ella empezaron a cuestionarse los roles de género que las habían reducido al ámbito privado, al hogar y a la familia.

La movilidad generó una mayor sensación de libertad, diversificó las opciones de diversión y sobre todo las animó a apropiarse del espacio público. Por fin podían hacer paseos a solas y sin estar sujetas a las molestas dependencias de familiares o al incordio de maridos tóxicos y controladores. A la larga, la movilidad se convirtió en una metáfora de sus luchas emancipadoras. Como dirían las modernas feministas, la bicicleta fue un desafío frontal al patriarcado. Susan Anthony, una sufragista, declaró que nada había hecho más por la emancipación de la mujer que la bicicleta.

Un buen ejemplo de este matrimonio tan bien avenido entre mujer y bicicleta es el de Annie Cohen, mejor conocida como Londonderry. Esta letona empoderada y todo un ícono del libre pensamiento pedaleó en solitario por media Europa, cruzó Estados Unidos de extremo a extremo. Su espíritu aventurero e intrépido la llevó a recorrer una gran parte del continente asiático.

Más tarde, la italiana Alfonsina Strada también hará historia en el Giro de Italia. Este tipo de proezas no eran vanas, se trataba de una demostración de lo que podían llegar a hacer las mujeres independientes. Más allá de lo meramente deportivo, eran argumentos convincentes que hicieron añicos el mito del “sexo débil”, ese sambenito que marcaba la identidad de lo femenino en términos de fragilidad.

El impacto de la bicicleta en el mundo femenino fue tal que hasta incidió en las formas de vestir y en la moda. Los bombachos, las medias de lana y los zapatos por encargo las liberaron de esas faldas anchas que entorpecían su movilidad. Muchas incluso se decidieron a eliminar las apretadas fajas y brasieres. Los nuevos atuendos, sin embargo, generaron polémica entre los sectores más conservadores. En esos círculos se consideraban esperpénticos disfraces que rompían con el decoro y daban a las mujeres una apariencia ridícula.

Actualmente la bicicleta sigue siendo un arma política de reivindicación femenina. Ahora sus luchas han tomado un nuevo cariz. Sus proclamas son una protesta en contra de unas ciudades que, a su juicio, han sido diseñadas a partir de una masculinidad arrogante, violenta y opresora. Pero los pedales también forman parte de las luchas contra el automóvil al cual le han asignado un carácter patriarcal.

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