Hillbilly, una elegía rural

Las personas, igual que las plantas, tenemos raíces que nos sostienen y alimentan. De esto habla Ron Howard en su nueva película Hillbilly, una elegía rural. Una producción que demuestra que, incluso sumidos en las más tumultuosas circunstancias, los seres humanos somos libres de forjar nuestro camino.

Hijo de Bev (Amy Adams), una mujer drogadicta, J. D. Vance (Gabriel Basso) es víctima de maltrato psicológico. Su madre es incapaz de controlar la frustración que le suscita el haber sido la mejor estudiante de su clase en la escuela y haberse quedado estancada en la vida. Chilla, insulta y se pone en riesgo. Salta de una relación de pareja a otra, sometiendo a sus hijos a una doble ausencia: la de un padre y la de una madre que no cumplen su función. Abandonado, aunque pidiendo ayuda a gritos, J. D. Vance no ve otra alternativa que incrustarse en el molde que toda su vida le ha estado preparando su cultura: la droga, la modorra y la resignación.

Luego, tenemos un J. D. Vance que triunfa. ¿Cómo? Gracias a la sabiduría que nos trae el tiempo. Para entender esta historia es importante comprender que los años pueden deshacer lo que la herencia y la cultura muchas veces nos hacen.

La abuela del protagonista (Glenn Close) es quien lo demuestra. Vieja, pero casi resucitada, tiene la oportunidad de criar dos veces. La primera, en sus treinta; la segunda, treinta años después, cuando se percata de sus errores y de las consecuencias casi irremediables que estos causaron. Acostada en la cama de un hospital y con los signos vitales pendiendo de un hilo, se levanta como un zombi y decide cambiar el curso de la historia.

Reseña de la película.

Hasta ese momento parecía estar en segundo plano. Pero una deslumbrante actuación de Glenn Close hace que, en cuestión de minutos, el espectador comprenda la ambivalencia emocional que la ha estado carcomiendo durante años: por un lado, la culpa. El remordimiento de su propio pasado la ha invalidado y casi le ha prohibido intervenir en la crianza de sus nietos, obligándola a hacerse un lado y permitiendo que su hija se equivoque a borbotones. Por el otro, el aprendizaje. La adquisición del conocimiento por medio de su propia experiencia y la capacidad de entender que los patrones se repiten si no se hace algo al respecto.

La comprensión de esta duplicidad es, quizá, lo que le permite a J. D. Vance esforzarse por triunfar. Para nadie es fácil buscar el beneficio propio cuando las personas que uno más quiere piden compañía y, hasta cierto punto, una renuncia por lealtad.

En este sentido, obviamente, el amor por su madre es un factor que lo retiene. A lo largo de la cinta, se puede ver que Bev hizo lo posible por ser una mujer exitosa, pero una terrible equivocación de los médicos la convirtió en adicta a la heroína.

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Esta problemática, que es algo generalizada en algunos sectores de Estados Unidos, no se profundiza en la película como una crisis de cultura, sino como un problema familiar. Este puede ser un fallo importante en la cinta, ya que el director no aprovecha su oportunidad para denunciar el círculo vicioso en el que este sector de la población estadounidense vive, muchas veces a costa de las decisiones del Estado. El poco interés que muestran los doctores por sus pacientes, la casi nula accesibilidad de la gente a programas gratuitos de salud mental, el deficiente control del Estado sobre el uso de las drogas… Todo es parte de un problema que trasciende la circunstancia específica de una realidad familiar que, aparte de mostrar una historia con final feliz, revela la crisis de un sistema que se ahoga a sí mismo.

Pero si de la historia personal de J. D. Vance se trata, lo importante en esta película es comprender el valor de las segundas oportunidades. El niño, que, por un momento, nos hizo creer a todos que perpetuaría el modelo de su abuelo y de su madre, sumido en las drogas y sin motivación alguna para salir adelante, se convirtió en un héroe, y demostró que su abuela fue la piedra angular de esta historia.

Las raíces en el caso de J. D. Vance no se alimentaron de la apatía y la desolación propias de las equivocaciones de sus antecesores, sino del deseo de su abuela por brindarle el futuro que no pudo darle a ningún otro integrante de su familia, pese a sus buenas intenciones. Y, en este sentido, como él mismo lo menciona en la cinta, su futuro se convierte en un legado compartido con toda su familia. En otras palabras y como diría Zygmunt Bauman: “La identidad brota en el cementerio de las comunidades, pero florece gracias a su promesa de resucitar a los muertos”. Sobre sus hombros, J. D. Vance carga el deseo de su madre y sus abuelos por salir adelante.

Hillbilly, una elegía rural es una película basada en hechos reales que habla acerca de la resiliencia, la autoestima y la resurrección, esa capacidad de resurgir de nuestras propias cenizas. La conexión con nuestras raíces no solo nos dice quiénes somos, también nos permite continuar con los esbozos de sus esperanzas que, muchas veces, se convierten en las nuestras.

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