Hijras, de la mitología a la marginación

Por Laura Fornell.

Fotografías: Óscar Espinosa.

Edición 464 – enero 2021.

Bhoomiku, de veintiún años, se maquilla en su habitación después de acabar su turno en la cocina. Ella es una de las cinco internas que viven y trabajan en el hogar de acogida.

En medio de una ciudad que aparenta estar en continua construcción, donde los símbolos cristianos y comunistas parecen luchar por adueñarse del espacio público, un edificio de cuatro plantas de aspecto gris y casi olvidado sirve de refugio para una pe­queña parte de la comunidad transgénero de la ciudad de Kochi, en el sur de India. Un lugar de acogida y punto de partida para las personas transgénero que buscan una nueva oportunidad de vida, en una sociedad que poco a poco empieza a aceptarlas de nuevo.

India posee una de las culturas más an­tiguas y fascinantes de la humanidad, con figuras ancestrales como las hijras que han trascendido hasta la actualidad. Oficial­mente reconocidas como tercer género, las hijras son personas de género disidente que no se identifican con el binomio hombre-mujer: se maquillan, visten con ropa de mujer y durante siglos gozaron de gran res­peto y un cierto estatus social.

Pero hace 150 años su suerte cambió y pasaron a formar parte de uno de los secto­res más marginados de la sociedad, cuando en 1871, durante el dominio colonial britá­nico, la Ley de tribus criminales clasificó a toda la comunidad transgénero como de­lincuentes. Los británicos las vieron como una amenaza a la moral y lanzaron una campaña para borrarlas de la conciencia pública, llevándolas a la clandestinidad.

Antes de la colonización británica, el tercer género no estaba estigmatizado. La ambivalencia sexual y la fluidez de los géne­ros está muy presente en la mitología hin­dú, con divinidades que cambian de género o incorporan dos sexos en una sola perso­na. Las hijras aparecen en las dos princi­pales epopeyas sánscritas de la antigua In­dia, el Ramayana y el Mahabharata, obras profanas que se recitan de manera ritual y teatral o a modo de versos. También están presentes en el Kama Sutra, el antiguo texto sánscrito indio sobre sexualidad, erotismo y satisfacción emocional en la vida.

Durante el Imperio mogol en la India medieval, las hijras desempeñaron un pa­pel destacado en las cortes reales como cuidadoras de los hijos de los emperadores mogoles y guardianas de confianza de sus harenes. Además, algunas llegaron a ocupar posiciones poderosas como consejeras de Estado, perteneciendo a las clases altas de la sociedad, con propiedades y sirvientes.

Aunque en 1949, dos años después de la Independencia, se derogó la ley que las de­nigró y las excluyó de la sociedad, las hijras no recuperaron su antiguo estatus y han seguido viviendo marginadas y apartadas de la sociedad, dedicadas en su mayoría a la mendicidad y la prostitución.

Muchas aprovechan la creencia popular que existe sobre sus poderes para bendecir o maldecir, así como para favorecer o impedir la fertilidad, como modo de subsistencia. Son requeridas para cantar y bailar en bodas y nacimientos para atraer la buena suerte. Los supuestos poderes sobrenaturales de las hijras están consagrados en la mitología hindú, y despiertan tanto admiración como temor en una cultura muy supersticiosa. También se acude a ellas para librarse del mal de ojo o para solicitar su influencia an­tes de una decisión importante. A cambio, reciben dinero o generosas ofrendas, ya que una ofrenda escasa puede repercutir en una maldición.

En la actualidad se tiende a usar el tér­mino hijra para referirse a todas aquellas personas que se identifican como transgé­nero, transexual, travesti o eunuco, aunque eso no es del todo correcto. “Nosotras so­mos personas transgénero pero no todas somos hijras”, nos aclara Adithi Achuth, de 35 años, “estamos juntas en una misma lucha y coincidimos en muchos aspectos, pero no somos lo mismo”. Adithi es la coor­dinadora de la comunidad transgénero del distrito de Ernakulam en el estado de Kera­la. Gestiona el hogar de acogida para per­sonas transgénero en Kochi, el único que hay en la ciudad. “Tenemos capacidad para albergar a veinticinco personas y solo en la ciudad de Kochi hay una comunidad de más de trescientas personas transgénero”.

En 2014, en un fallo histórico, la Corte Suprema de India reconoció a las personas transgénero como un tercer género. Los jueces pidieron al Gobierno que las trata­se como a otras minorías para permitirles obtener cuotas en empleos y educación, y asegurarse de que tengan acceso a aten­ción médica. “Los transgénero también son ciudadanos de India y se les debe brindar igualdad de oportunidades para crecer”, dijo el tribunal. “El espíritu de la Constitu­ción es proporcionar igualdad de oportuni­dades a todos los ciudadanos para crecer y alcanzar su potencial, independientemente de su casta, religión o género”.

El fallo judicial recomendó al Gobierno central y a los estados desarrollar sistemas efectivos de asistencia social y realizar cam­pañas públicas de sensibilización para bo­rrar el estigma social que existe en el país. Aunque al día de hoy queda mucho camino por recorrer, Kerala ha sido uno de los es­tados que ha empezado a tomar medidas al respecto.

“Tenemos que completar la tarea de ha­cer de la comunidad transgénero los socios naturales del público en general”, expresó el ministro de Finanzas, doctor T. M. Tho­mas Issac, en su discurso presupuestario del ejercicio 2019-2020. “La confianza y visibi­lidad ganadas por esta comunidad en los últimos años es un avance esperanzador”. Según el presupuesto de ese año se destina­ron cincuenta millones de rupias (unos 585 mil euros) en el proyecto Mazhavillu, que incluye varios programas destinados a la capacitación vocacional, la asistencia para el autoempleo, viviendas y asistencia para cirugía basada en asesoramiento médico.

En el discurso presupuestario del ejer­cicio 2020-2021, el ministro de Finanzas también comprometía cincuenta millones de rupias para destinarlos a los progra­mas de Mazhavillu, pero ese discurso se formuló el 7 de febrero de 2020, antes que estallara la crisis sanitaria generada por la covid-19. “El coronavirus lo ha paralizado todo”, nos dice sin poder ocultar su preo­cupación Adithi, “ahora hay otras priori­dades y no estamos recibiendo los fondos para poder llevar a cabo nuestros distintos proyectos y programas”.

Con el cierre nacional el Gobierno central anunció un paquete de estímulo de veintidós mil millones de dólares que in­cluía medidas específicas para los grupos vulnerables (los que están por debajo del umbral de pobreza, las personas discapa­citadas, viudas y personas mayores, los que ganan su jornal diariamente y los agricul­tores), pero omitió una respuesta específica para la comunidad transgénero, compuesta de unos 490 mil miembros según el último censo de 2011. El estado de Kerala anun­ció la entrega de kits de ayuda para las mil personas transgénero registradas allí, de los cuales 127 fueron entregados por medio del hogar de acogida en Ernakulam. “Esto no soluciona el problema, ya que solo es una pequeña ayuda, pero de momento es lo único que podemos hacer”, explica Adithi, mientras va entregando kits a las personas que se acercan al refugio.

Además de proporcionarles comida, alojamiento,
asistencia jurídica y asesoramiento psicológico de forma
gratuita, el hogar de acogida les incentiva a participar
en programas de formación y capacitación. Uno
de los talleres que ha tenido más éxito es el de pintura,
con el que las internas han aprendido a expresarse a
través del arte.

Uno de los proyectos que ha quedado interrumpido en el hogar de acogida de Ernakulam es el restaurante que estaban a punto de abrir en el mismo edificio y que iba a emplear a trabajadoras transgénero para capacitarlas y darles herramientas para encontrar trabajo en el sector de la hostelería. “Serviremos cocina tradicional utilizando solo vegetales orgánicos, pes­cado, carne y especias caseras”, nos cuen­ta muy ilusionada Archana de diecinueve años. Antes de entrar en el hogar de acogi­da, en mayo de 2019, vivía en la calle; ahora es una de las cinco internas que trabajan en el refugio. “Mi familia me rechazó y ter­miné en la calle”, nos cuenta sin perder la sonrisa, “pero yo tuve suerte de entrar en el refugio y conseguir una plaza fija como personal del centro, el resto de mis com­pañeras solo pueden estar por períodos de tres meses”.

Este es el caso de Ameya, de veintidós años, que llegó a la casa de acogida en di­ciembre de 2019 por medio de una amiga que le habló del lugar. “Me tendría que ha­ber ido en marzo, pero justo coincidió con el confinamiento establecido en todo el país por la covid-19 y me he podido quedar unos meses más”, nos explica en su peque­ña habitación compartida, donde apenas caben tres camas y un par de sillas donde dejar sus cosas. En junio de 2019 empezó el tratamiento para hormonarse y la situa­ción en su casa se hizo insostenible. Ella es la única del refugio que está estudiando, “estoy a punto de terminar mis estudios de Comercio y espero encontrar trabajo en una oficina cuando termine, aunque soy consciente que no será fácil ya que lamenta­blemente la sociedad todavía nos tiene muy estigmatizadas y no nos tienen confianza”.

Como Ameya, la mayoría de sus com­pañeras tendrán que buscar otro lugar donde quedarse cuando se levanten las res­tricciones impuestas por el Gobierno para combatir la propagación del virus en India. Estos últimos meses ha compartido habita­ción con Sanui Merin de veintiún años, y con Mumds de veinte años, y se han vuelto inseparables. “Cuando tengamos que dejar el hogar de acogida buscaremos una habi­tación en un hostal para compartir las tres, ojalá pudiéramos seguir siempre aquí, pero ahora somos más fuertes que cuando llega­mos y entre las tres conseguiremos man­tenernos”, nos cuenta Ameya entre risas, rodeada de sus amigas.

Sanui Merin, de veintiún años; Ameya, de veintidós,
y Mumds, de veinte , comparten habitación en el centro
de acogida de Ernakulam. Debido al confinamiento por
la covid-19 han podido permanecer en el refugio por
más de tres meses y se han vuelto inseparables. Planean
compartir una habitación en un hostal cuando tengan
que dejar el centro.

El hogar de acogida, lanzado bajo el proyecto general Mazhavillu del Gobier­no estatal, puede albergar a veinticinco personas durante tres meses, aunque, si es necesario, la estadía puede extenderse de­pendiendo de la situación, como ha pasado ahora con la emergencia sanitaria, ya que la idea es ofrecerles apoyo hasta que puedan encontrar un trabajo decente y un refugio propio. Se les proporciona comida, aloja­miento, asistencia jurídica y asesoramiento psicológico de forma gratuita, y durante su estancia se les incentiva a participar en los programas de formación y capacitación que ofrece el Estado. Brinda refugio tempo­ral a personas de la comunidad transgénero que se acaban de someter a una cirugía de reasignación de género, así como a perso­nas que están en crisis o en situaciones de emergencia. “Gracias al centro pude dejar la prostitución y la calle”, nos cuenta Mikhas­he de veintidós años, mientras acaba de prepararse para ir al mercado. Ella es la más veterana del lugar, llegó al hogar de acogida cuando lo abrieron en mayo de 2018 y sigue ahí ya que, como Archana, forma parte del personal del centro.

A sus veintidós años, Mikhashe es la más veterana
del hogar de acogida. Fue de las primeras en entrar al
refugio cuando lo abrieron en mayo de 2018, y gracias
a eso pudo dejar las calles y la prostitución.

El proyecto de implementar hogares de acogida para miembros de la comunidad transgénero fue creado por el Departa­mento de Justicia Social de Kerala en 2018, después de que el Estado dio a conocer su Política Transgénero. Según el plan, el de­partamento planea establecer cinco hoga­res de acogida en cuatro distritos del esta­do: dos en Thiruvananthapuram, la capital de Kerala, y el resto en los distritos de Ko­zhikode, Ernakulam y Kottayam. Hasta la fecha solo se han abierto tres, y con la ac­tual coyuntura es probable que la imple­mentación de los otros centros se retrase más todavía.

Gowri, de veintisiete años, aprovecha un momento
de tranquilidad para descansar en la habitación que
comparte con otras cuatro compañeras.

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