Una comunidad de aficionados a las producciones japonesas transforma esa pasión en un arte que, poco a poco, va poblando tierras guayacas con personajes extraídos de la fantasía nipona.
Por Ekaterina Coello
Fotos Ricardo Bohorquez
Ataviarse con un traje de ocho o más piezas, cubrirse el rostro con varias capas de maquillaje, ponerse lentes de contacto, usar una peluca y maniobrar un arma de madera de varios kilos de peso es incómodo en cualquier parte del mundo, y en el húmedo calor de Guayaquil, podría considerarse como parte de un castigo de justicia huancavilca. Sin embargo, en la ciudad hay aproximadamente doscientos jóvenes dedicados al cosplay, que cada cierto tiempo se imponen el reto de personificar a sus seres favoritos del anime, el manga y los juegos de video.
El término cosplay es una abreviación del término inglés costume play y describe la combinación de traje e interpretación requeridos para que un personaje de fantasía cobre vida en la piel de sus fanáticos. El origen de esta práctica está en discusión, pero fue Japón el país que proporcionó la mayor cantidad de producciones que extendieron mundialmente esta cultura, al tiempo que lo hicieron series de televisión como Dragon Ball Z, Pokemon, Los caballeros del zodiaco y otras, en los noventa.
Los sábados por la tarde, el Parque Japonés de Kennedy Norte es el refugio de varios cosplayers y otakus (aficionados las manifestaciones audiovisuales japonesas) que son agrupados por el dueño de la radio en línea Konata, un chico de 19 años conocido como Ingus, quien complace a seguidores de toda Latinoamérica reproduciendo varios géneros de música nipona que van desde el retro anime hasta el kei pop. Reunidos revisan los eventos que se avecinan, convenciones o concursos con premios simbólicos que igual nunca cubren el valor de sus trajes, que siempre supera los cien dólares entre confección, pelucas y accesorios.
Christian Nuques es uno de los organizadores del Bakuhatsu Cultural, destinado a seleccionar entre 75 cosplayers de todo el Ecuador al representante que irá a en 2012 a Brasil a competir por la Copa Yamato Cosplay entre concursantes de Uruguay, Chile, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay y España. Es la tercera vez que él y su grupo llamado Anim-e-motion asumen el reto de financiar el concurso y el viaje, sin ningún auspiciante. En años anteriores lograron saldar las deudas con bingos y rifas, esta vez esperan recaudar el dinero con un concierto de la artista chilena Salome Anjari, quien canta los temas de populares series niponas de los ochenta y posteriores.
En un pequeño local del mezzanine de un decadente edificio céntrico, Christian instaló un espacio donde hace páginas web, diseña material promocional, repara computadoras, y recibe a los otakus que acuden para jugar o ver sus series preferidas sin ningún costo. Está consciente de que la exacerbada pasión por ese tipo de productos visuales socialmente los despacha a la sección de los nerds, pero añade: “Tratamos de crear un mundo donde nosotros podamos pertenecer”. Una de sus colaboradoras es Margarita, una frágil muchachita de lentes, que a sus 24 años aparenta tener diez menos y tiene el tono de voz de Pikachu. Ella coincide con Christian en que su gusto por el anime la ha catalogado como infantil o rara frente a su familia y amigos.
En el Facebook, estos fanáticos se esconden tras cuentas que combinan términos japoneses ininteligibles y se muestran tímidos para una entrevista. Quizás por el temor a la ignorancia, que los han involucrado en situaciones como la expulsión de centros comerciales o la comparación con los emo cuando trataron de ofrecer sus cosplays a un público nuevo.
Al igual que a un artista, la responsabilidad, la humildad, la conciencia… son algunas cualidades que definen a un cosplayer. A continuación, un breve sobrevuelo al universo y guardarropas de tres de ellos.
Suigintou
Athrun Zala es un gran combatiente y piloto de mobile suits de la Era Cósmica, en la cual se desarrolla la serie de anime Gundam Seed, creada en 2002.
La actitud y el uniforme de este personaje engancharon a Karin Arévalo hace cuatro años para realizar su primer cosplay, cuando ella tenía 20. Se cortó el cabello, lo coloreó con spray azul y se vendó el busto para que su traje formara una figura masculina. Así participó en un concurso y obtuvo el segundo lugar. El siguiente también fue un hombre, Kamui de la serie Naruto. Cuando en mitad de un concierto empezó a desvanecerse, sus amigos intentaron persuadirla de que se quitara las vendas, pero ella se negó: “Si me quito las vendas, voy a ser una chica”.
Karin tiene varios blogs donde publica noticias, entrevistas a colegas y sus propias experiencias como jurado en varias competencias del país. Por las madrugadas trabaja en un call center y, desde que una española a la que admira le dijo que un verdadero cosplayer debe coser sus trajes a mano, ella los hace así.
De sus más de 40 cosplays, el más complicado que realizó fue Suigintou, una muñeca sádica y arrogante, que interviene en la serie Rozen Maiden, tan popular en Japón que hasta los políticos la siguen. Un conjunto que tardó más de tres meses en armar, compuesto por un traje de terciopelo azul con crinolina, botas, ligueros, un tocado y una larga peluca blanca hasta la cintura. Con el calor guayaco concentrado en esta infinidad de capas de ropa, la malvada Suigintou succiona las energías de su médium, la hacendosa Karin.
Lima
María de los Ángeles Caamones (Machi) es una estudiante de Diseño gráfico que debutó hace dos años en el cosplay encarnando a L, el mejor detective del mundo según la serie japonesa Death Note.
Su madre se convirtió en su cómplice, con cada nuevo traje se enfrentó con retos de confección para acercar cada vez más a la realidad a esas figuras de fantasía.
Una delgada silueta, el tono rojo sintético de su cabello y sus amplios ojos la hacen muy versátil para realizar sus cosplays y su perfeccionismo ha sido vital para sacar adelante proyectos grupales de hasta ocho personas.
De sus 15 cosplays, al que más cariño tiene Machi es Lima, una marioneta hiperactiva y alegre de la saga Saber Marionette J. Brincar de un lado al otro y reírse sin parar seguramente le es menos complicado que lidiar por horas con el sonido de los dos cascabeles que guindan de sus botas acolchadas.
Simón y Simón
Felipe Muñoz, de 20 años encontró la compañía perfecta para hacer cosplay en su hermano Jaime, diez años menor. La oportunidad se dio en una convención que tuvo lugar en el Palacio de Cristal en 2009.
El primer personaje que escogieron fue Link del videojuego Legend of Zelda. Jaime lo interpretó de pequeño y Felipe de adulto. Al principio hubo cierta resistencia por parte del padre de que sus hijos usaran pelucas, pero su mamá supo esquivar los desatinados comentarios de él con tres sabias palabras: “Abre tu mente”.
Algunos de sus cosplays implican ciertas dificultades. Por ejemplo, siendo derecho, a Felipe le tocó aprender a maniobrar con el brazo izquierdo una espada de madera de metro y medio de longitud, cuando representó a Naruto, que es zurdo.
Encontrar el material para el atuendo, confeccionarlo y completar todos los detalles que requería Simón, el protagonista de Gurren Lagann, fue un gran desafío que les tomó casi un año. Una vez concluido, cuando Jaime sintió un poco de vergüenza de que los vecinos lo viesen con la chaqueta de cuero y el pelo azul del pequeño Simón, Felipe le dio un ejemplo de valor: se lanzó a caminar con su larga capa a la vista de los clásicos vagos de esquina que se encuentran cerca de una que otra tienda de Sauces 8. Aunque le silbaron, lo insultaron y se burlaron de él, Felipe caminó orgulloso porque sabía que en el corazón de su hermanito esa sería la manera en la que actúa un verdadero héroe.