Hernán Pérez Loose

Fotografías: Amaury Martínez / Archivo.

Edición 423 / Agosto 2017.

“No ha habido dictaduras que se vayan por la puerta grande”

Entrevista 1
Estudió un doctorado en Ciencias Jurídicas en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts.

En Internet una búsqueda en Google de imágenes suyas deja un resultado de mu-chos primeros planos, el tipo de fotos que acompañan a las columnas de opinión de los medios, impresos o digitales. Su rostro tam-bién figura en una especie de ficha, de esas que la Secretaría Nacional de Comunicación (Secom) elaboraba para ilustrar el discurso sabatino del correísmo, ahí su nombre fue unido a dos etiquetas “Abogado de Chevron, Abogado de El Universo”, el diario al que está vinculado por su familia paterna y en el que mantiene una columna de opinión semanal desde hace algo más de veinte años en la que analiza la política, a los políticos, locales o de otros Estados-nación. También ahí tiene un espacio quincenal para otras disecciones: la de libros de literatura.

Es Hernán Pérez Loose, de 64 años, abogado especialista en derecho constitucional con maestrías de la Universidad de Nueva York y de Harvard, donde también obtuvo un PhD. Aunque intermitentemente, ha estado relacionado con la función pública: trabajó como asesor en los Gobiernos de Jaime Roldós y de Osvaldo Hurtado, fue miembro de la Comisión diplomática formada para lograr el Acuerdo de Paz con Perú y —aunque no como asambleísta titular porque perdió las elecciones, sino como reemplazo de Ricardo Noboa—, participó en los debates de la Asamblea que redactó la Constitución de 1998.

Pero son sus artículos los que reflejan una especie de ADN heredado: ser anti es-tablishment. El día de esta entrevista, a inicios de junio, publicó un artículo que llevó un título en italiano, uno de los tres idiomas que domina: “Capo di tutti capi”. Se refería a quien considera el jefe de todos los jefes de la corrupción en el país, con un guiño de ojo a sus lectores que no necesitan nombres sobre el personaje aludido. Nos recibe envuelto en un paisaje privilegiado, la vista al río Guayas desde el piso 24 del edificio La Previsora que fue hasta hace poco el más alto del Ecuador y donde atiende asuntos del estudio de abogados de la firma Coronel & Pérez, del que es socio fundador.

—Desde su columna en El Universo, especialmente, usted ha hecho opinión en lo que podríamos llamar los tiempos de un colérico. ¿Cómo lo ha enfrentado, cuando ha habido riesgos de juicio y cárcel?

—Tengo muchos años de hacer esto. Hay que recordar una época muy dura que pasó el país que fue la de (León) Febres Cordero, no tanto en su Gobierno, porque yo no estuve en el país, pero sí posteriormente; toda la llamada época de la partidocracia, en la que había una fuerte presencia de él y de su grupo en la vida pública. Yo estuve combatiendo y recibimos cartas de él fuertes. Y en el caso actual, en el que hemos tenido este nuevo caudillo, yo he tenido cuidado en expresarme, reviso mis artículos varias veces, los voy puliendo y me aseguro que lo que digo tiene fundamento.

—¿Cómo no caer en la autocensura?

—Nunca he tenido ese problema, es verdad que el correato nos ha hecho a algunos tener cierta aprensión, pero no he sentido la autocensura.

—Usted fue asesor del procurador del Estado en el 79 y 80, y luego lo fue del presidente Osvaldo Hurtado. ¿Cómo ve su cercanía al poder en aquel Gobierno?

—Era totalmente diferente. Yo estuve inclusive desde un poquito antes, vinculado con el Gobierno de Jaime Roldós, como secretario privado del ministro de Educación Pública, el doctor Galo García Feraud. Ese fue mi primer trabajo en el sector público. La diferencia es que este era un Gobierno no solamente democrático en su origen, sino también en el ejercicio del poder. Tan­to Jaime Roldós como Osvaldo Hurtado fueron líderes ejemplares que tuvo el país en esa época, una época muy difícil.

—Era una democracia muy frágil.

—Claro, en esa época más bien era el retorno a la democracia de muchas dicta­duras en América Latina y recuerdo que por años la gran discusión era esa, la pro­fundización de la democracia, la problemá­tica de salir de los militares, los acuerdos con los militares, el nuevo rol de las fuerzas armadas; había una constante preocupa­ción; había hasta palabras cliché, como ‘la consolidación de la democracia’. Ese era el eje de todos los debates.

—También estuvo en la Procuraduría.

—Después pasé a trabajar con Nicolás Parducci, que también había sido mi profe­sor en la universidad. Y ahí fue un trabajo más acorde a mi preparación; pero decidí algo inusual en esa época, irme a Estados Unidos a aprender inglés y luego hice las maestrías. Luego falleció Jaime Roldós y subió a la presidencia Osvaldo Hurtado y debido a que ese período duró cinco años, a mi regreso todavía estaba el Gobierno, pero de Osvaldo Hurtado. Volví a la Procuradu­ría y después me llamaron a la Presidencia porque necesitaban asesoría jurídica. Ahí conocí más a Osvaldo Hurtado e hicimos una excelente amistad.

—Esa democracia en peligro, ame­nazada, además, enfrentó la muerte del hombre que había llegado a la Presiden­cia. ¿A qué atribuye el que se haya soste­nido?

—Se sostuvo gracias, curiosamente, al interés de los otros actores de ganar el poder, la presidencia. Creo que a la épo­ca de Osvaldo Hurtado ya los temores de un golpe de Estado, el que podía regresar la dictadura militar se fueron desvane­ciendo. También había un compromiso del Departamento de Estado de Estados Unidos, la política de Jimmy Carter y, créalo o no, la política de Ronald Reagan, quizá a él no lo hemos comprendido mu­cho, pero el Gobierno de Reagan fue muy duro con respecto a lo que pasaba en Ni­caragua, de que tenía que haber eleccio­nes, que las gane quien sea, pero tenía que haber elecciones. La política de defensa de la democracia en América Latina, por parte de Estados Unidos, también fue un factor; otro factor fue, obviamente, la cri­sis económica, los militares ya no tenían manera de manejar y prefirieron retirarse del poder.

—Usted está vinculado por su familia paterna a El Universo, ¿cómo vivió es­tos últimos diez, pues más allá de que la prensa fuera atacada en general, este dia­rio fue el blanco principal?

—Ha sido como emblemático para el Gobierno. Ha sido muy duro, realmente; lo que han tenido que soportar los nuevos directores ha sido titánico. El diario ha tenido en su vida muchos problemas, en especial con Gobiernos autoritarios: fue cerrado por la dictadura militar, cuando recién fue inaugurado, inclusive estuvo varios días cerrados por orden del Go­bierno de turno hasta que no se pidieran disculpas; la dictadura del Gobierno del sesenta también intentó cerrarlo, hubo bombas, mi padre estuvo apresado, mis tíos estuvieron presos. Ha sido difícil. Pero nunca tuvo el diario algo como lo de ahora, porque esto fue un enjambre jurídico que sofocaba a los medios de co­municación en general, y luego, un ataque permanente, directo, a la familia, a los di­rectores, a los empleados, a los periodis­tas, a todo el mundo. Era una obsesión, prácticamente, que culminó, o que arran­có, con el famoso juicio por la columna de Emilio (Palacio).

—Usted también era mencionado en las sabatinas.

—Permanentemente (ríe).

—Se exhibía una especie de ficha suya como abogado de multinacionales.

—“Vendepatria”, “traidor”, sí. Todo eso es parte de este discurso. Si yo hubiese sido, imaginemos, un columnista rabioso co­rreísta, nada de eso ocurría. Todo eso es el precio que se tuvo que pagar por defender principios.

—¿Cuál fue específicamente su rela­ción con la petrolera OXY?

—Yo fui un experto. Las partes, en estos arbitrajes internacionales, tienen derecho a nombrar un experto en derecho local, en este caso, ecuatoriano. El Ecuador tenía un experto, el doctor Juan Pablo Aguilar y la OXY me pidió que yo fuera el experto de ellos para producir informes sobre el de­recho ecuatoriano, sobre la ley, sobre cuán ajustado a la ley había sido la decisión del Ecuador de sacar a la OXY, cosas así. Yo produje algunos informes. Esa fue la rela­ción.

—En el caso de Chevron, por lo que representa y con toda esta campaña de La mano sucia, ¿no lo hace sentir incómodo como ecuatoriano?

—¿Como un “vendepatria”? (ríe). No, imagínese. Soy abogado, esta es mi profe­sión, defender casos. Obviamente, yo es­tudié el caso de la OXY antes de aceptar, y me di cuenta de que se había cometido una ilegalidad, un abuso de poder de parte del Gobierno y por eso lo tomé. En el caso de Chevron a mí se me hacían preguntas (consultas) muy concretas sobre el caso de corrupción que hubo en el Ecuador, eso fue todo, en el juicio internacional yo no fui ex­perto.

—Como articulista el riesgo fue muy alto en determinados momentos. ¿Qué cree que ha estado en juego en todo este tiempo?

—Hay algo que es más fuerte que uno. Simplemente, si yo tengo una columna en un diario y no digo lo que yo creo que debo decir, me siento muy, no sé, como que es­toy traicionando. También debe ser que hay una tradición familiar. Mi padre fue Efraín Pérez Castro, él fue columnista de El Uni­verso por años, y escribía antes en otros dia­rios. Él se ganó la vida siendo periodista, no teníamos muchos medios a pesar de que él estaba relacionado con los señores de diario El Universo, pero nosotros vivimos una vida muy estrecha económicamente, porque, básicamente, el ingreso de la familia era por sus artículos. No tenía otra profesión, así es que creo que ha habido una combinación de varias cosas.

Entrevista 3
De bebé, en Alausí, con una señora que lo cuidaba.

—Exactamente, yo en eso sí no, no… me sentiría pésimo si yo me pongo a usar la columna para hablar, no sé…

—Para hacerse de la vista gorda.

—Exacto, hablar de otras cosas.

—¿No cree usted que, en 2006, la prensa se enamoró, de alguna manera, de Rafael Correa y que él llegó, en parte, de la mano de los medios?

—Claro, yo sí creo. Y creo, es más, que, le va a parecer raro, en general, pero la prensa, aunque no toda, ha sido muy bené­vola con Rafael Correa.

—Le cedió poder.

Entrevista 4
En su habitación en Harvard.

—Sí, y ha sido muy benévola. Ha habi­do presidentes o Gobiernos que han sido sometidos a un escrutinio mucho más se­vero que al que han sometido a Correa, se le permitieron muchas cosas… Quizás, en parte, por el fenómeno populista, por te­mor. Y, obviamente, Correa había venido de un desastre institucional y era evidente que tenía que suceder algo en el país que estaba muy mal. Ese escenario del que nace Correa había sido criticado por los medios muy duramente y (sonríe) creo que eso lo ayudó.

—¿Por mirar a ese pasado no se vio el presente?

—Exactamente.

—Actuales opositores respaldaron al presidente Correa para la Constituyen­te, aunque esta vino de la mano de una desinstitucionalización, del Congreso de los manteles que desmanteló la institu­cionalidad.

—Sí, sí, es una buena forma de relacio­narlo.

Entrevista 2
Con su esposa en Harvard.

—Nos hace falta eso. Creo que ha ha­bido mucha comodidad. Nos hemos acos­tumbrado… vivimos mucho de tomar atajos. Entonces, se les hacía difícil a mu­chos políticos distinguir. Decir: “las cosas estaban mal antes, pero este no es el cami­no que nos va a llevar y vamos a ir por otro camino”. Yo sí recuerdo que, desde el inicio no me dejé llevar por este entusiasmo; sí veía los riesgos, veía lo que estaba pasando en Venezuela que era saludado con mucho entusiasmo. Entonces, volvemos al tema de la ley del menor esfuerzo, es muy fácil des­truir todo, mandar a la punta del cuerno a todas las instituciones, esa sensación, que podemos estarla viviendo ahora, también, de querer que se vayan todos, de volver a hacer, o que el país tiene que refundarse… todos esos cantos de sirena.

—Hacerse cargo, reconocer cada quien su parte.

—Reconocer errores de uno, hacerse autocrítica, inclusive ceder espacios, ceder compromisos. Ahora último ha habido un cambio, pero antes era imposible. La izquierda no podía darse la mano con la derecha ni con el centro, porque cada uno tenía que ir solo… Todas esas cosas, que en otras partes se ven naturalmente, porque te­nemos esta actitud de todo o nada. Inclusive los minoritarios (sonríe) quieren todo o nada. Pero no hay un sentido de largo pla­zo, de que la sociedad se construye. Hay una hermosa metáfora de un jurista argen­tino que ya falleció que dice: “Las constitu­ciones se crean como catedrales”, es decir, a largo plazo, y eso, lamentablemente, en la vida pública ecuatoriana no lo tenemos.

—Tal vez, porque faltó entender, en ese retorno a la democracia, la importan­cia de las instituciones.

—Exactamente. Y si no hay institu­ciones sólidas es una lástima. Eso no lo entienden ni quienes están en la oposi­ción ni quienes están en el poder o solo lo entienden por un interés de corto pla­zo. Se acuerdan de las instituciones cuan­do son minoría o están en la oposición, entonces ahí reclaman los derechos, pero cuando están en el poder arrasan con ellas.

—Tras diez años de correísmo, más allá de si hubo fraude o no y del manejo del aparato electoral, el Ecuador elige al candidato oficialista y casi todos los aná­lisis van hacia Correa y su partido, ¿pero qué pasa con la sociedad que sigue apos­tando?

—Yo creo que, lamentablemente, la sociedad va a tener que pasar por estos procesos de aprendizaje. Son dolorosos, y creo que vamos a pasar de nuevo por un problema muy serio con el actual Gobierno del señor (Lenín) Moreno. No lo veo pre­parado para enfrentar la crisis económica. La ilegitimidad de Correa era en cuanto al ejercicio del poder, no en cuanto al origen del poder. Y ahora hay una duda sobre su origen, de legitimidad, entonces ya es más seria la cosa, porque, imaginémonos que hacemos una especie de trade-off; entonces digamos, bueno, dejemos entre parénte­sis la forma en que fue elegido, porque va a ser un excelente Gobierno; sin embargo, no vemos claro si tiene control del poder, del Gobierno, si realmente quiere sentar las bases democráticas.

—Si, por ejemplo, cuando, tras un terremoto un sector de la sociedad tiene sed y le reclama al mandatario que no hay agua y este amenaza con mandarlos presos por quejarse, y luego votan masi­vamente por él, ¿no estamos frente a un caso de tiranía aceptada?

—Puede ser, sí. Hay una sumisión, hay algo en nuestra psiquis colectiva de necesi­dad, porque, al final del día, es más cómodo vivir en una dictadura porque el dictador es el que entrega.

—La zona de confort de la sociedad.

—Es la zona de confort y él resuelve to­dos los problemas, como estos dictadores benévolos que tenemos ahora. Con ellos, con tal de que no se piense diferente, que no se los cuestione, las cosas van bien; y eso pasa no solo con las personas que sufrieron el terremoto, sino también con los empre­sarios que han vivido haciéndose de la vista gorda.

—En una columna, usted hace un tiempo, habló de la izquierda boba, ¿es esa a la que Correa llama la izquierda in­fantil?

—Yo no he hablado de la izquierda boba (sonríe).

—Lo dijo en un artículo y se refería a un tipo de izquierda.

—Habría que ver el contexto, pero, cla­ro, la izquierda que no puede aceptar. Va­mos a un caso: por años, la izquierda no re­conoció nunca el valor de los derechos civi­les, de las libertades públicas, las veía como unas libertades de la burguesía, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la prensa libre, el derecho a la propiedad. Es decir, todos esos derechos, la izquierda, de alguna manera, los subestimó, que eso era un asunto de la burguesía, y que los dere­chos sociales eran los únicos que importa­ban. Así mismo, usted, a la derecha, nunca le escuchó criticar a Pinochet, como no le escucha a la izquierda criticar a Chávez y a Venezuela en general; a eso me refería pro­bablemente cuando hablaba de la izquierda boba, que no se da cuenta de la importan­cia de la disciplina fiscal, de la separación de poderes. Hoy, finalmente, hay un avance porque los grupos de izquierda más radi­cales terminaron aceptando la importancia que tiene la separación de poderes en el Ecuador, los derechos civiles; es decir, todos estos derechos que parecían derechos de la burguesía, porque ahora ellos también han sido víctimas.

—¿Para eso sirvió el correísmo?

—Puede ser que para eso sirva. Ojalá sirva para algo (ríe). Para hacernos meditar sobre la importancia de muchas cosas que antes no se les ponía atención.

—Usted fue retenido fuera del CNE en las últimas elecciones, ¿por qué?

—Sí, en la primera vuelta. Yo estaba en casa y comencé a ver que el tema este de que no daban los resultados electorales se detuvo en la primera vuelta y que no se sabía si íbamos a la segunda vuelta, y créa­me que sentí un deseo… yo no fui afiliado a partido político, no estuve en ninguna campaña, pero créame que me vino una, una…

—Indignación.

—Exacto. Y me fui esa noche con mi señora al CNE. Lo habían cercado para que la gente no se aproximara demasiado, lo que me pareció un absurdo, entonces yo me puse un poco necio con uno de los guardias que me llamó la atención porque logré pasarme unas barreras y me acerqué más. Entonces, uno de los oficiales, de bue­nas maneras comenzó a decirnos que, por favor, nos retiremos más (atrás) y me volvió a llamar la atención, y me entró mi vena de abogado y le dije: “Yo tengo derecho como ciudadano a estar aquí, deme la orden en la que yo no…” Y, bueno, entramos en esa discusión. Le dije: “no me voy a retirar”. “Entonces lo detengo”, dijo. “Deténgame nomás”, respondí. Y terminé detenido un par de horas.

—La impotencia que puede generar este tipo de situaciones, como está ocu­rriendo en Venezuela, ¿no vuelve al ciu­dadano más emocional?

—Son situaciones en las que ya no hay otra salida que ir a la calle. No ha habido dictaduras que se vayan por la puerta gran­de, hay que ir a las calles. Y si algo intere­sante hemos tenido (en este tiempo) en el Ecuador ha sido el salir a las calles.

—Usted ha seguido también el caso Venezuela, un país donde mucha gente por una camiseta roja respalda el chavis­mo, porque el reparto de la riqueza antes había sido hasta groseramente dispar, ¿no hay que mirar el porqué?, ¿qué cree que le falta a la oposición venezolana?

—Le faltan las armas. Porque han ga­nado las elecciones, el Gobierno perdió las elecciones de la Asamblea y, en realidad, es indignante que la Asamblea prácticamente vaya a ser arrasada. Lo que están pidiendo en Venezuela son simplemente elecciones libres. Imagínese, un país que tenga que estar en la calle, 80 muertos, solo pidiendo que haya elecciones. Pero en el otro tema, la élite venezolana, con un cinismo terrible, puso a ese país en los abismos sociales que se crearon durante tanto tiempo y debe ha­ber un cúmulo de resentimiento enorme en Venezuela ante semejante riqueza de un país.

—En el Ecuador, ¿cuáles son las nor­mas de política y ética que requiere el mo­mento actual?

—Tener claro qué nos pasó en estos diez años. Creo que debe haber una seria reflexión y una seria aclaración de dón­de fueron a terminar los 300 mil millones de dólares que se gastaron en diez años. Esa es una cosa que, si no hacemos, en el Ecuador, no solo que estamos ya condena­dos a convivir con gente que ha vivido de la corrupción, sino que vamos a tener que, probablemente, experimentar en el futuro cosas similares. Segundo, la importancia de las instituciones políticas, porque aquí lo que pasa es que hay una frase: el que gana gana todo, y de eso, debemos ya olvidarnos. Además, creo que, tarde o temprano, Co­rrea va a tener que responder ante tribuna­les internacionales por sus violaciones a los derechos humanos.

—Tal vez mucho de lo que nos ha pa­sado se asemeja a la historia del país, in­clusive leyendo a muchos historiadores es evidente que cada quien tira agua para su molino.

—Sí, de alguna manera ha habido dife­rentes lecturas de nuestra historia y a veces sesgada de lado y lado, y no tenemos un consenso.

—¿Guayaquil o el Ecuador?

—Las dos cosas (ríe). Mi abuelo y mis tres tíos mayores son orenses, pero mi abuelo fue expulsado de su tierra, porque en esa época se expulsaba a la gente, como revoltosa.

—¿Qué hizo como revoltoso?

—Era anti establishment. Él tenía vo­cación periodística, entonces había una costumbre terrible que era el destierro. Se sacaba al revoltoso, digamos así, y el castigo era desterrarlo y llevarlo a una provincia lejana del país. A él le ordena­ron que abandonara Machala y que fuera a Esmeraldas, pero como tenían que pa­rar en Guayaquil, se encontró con amigos y logró cumplir el destierro aquí. Y mi abuelo por parte de madre era alemán, de ahí el apellido Loose. Mi esposa es de Quito.

—¿Cuán importante es conocerse?

—Muchísimo. El pedido de Sócrates “conócete a ti mismo” sigue vigente.

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