Por Jorge Ortiz
Edición 458 – julio 2020.

La noticia, en un tono cauto y moderado, sin toques apocalípticos, había sido publicada en varios diarios, e incluso alguno de ellos incluyó una pequeña columna de opinión sugiriendo tomar precauciones. Pero ni la noticia impactó ni nadie la recordó pocos días después. Y era obvio que así fuera: al fin y al cabo, ¿dónde queda el valle de Toluca y, más aún, México qué tiene que ver con nosotros? Irlanda, en efecto, tenía por entonces, primera mitad del siglo XIX, una actividad comercial muy restringida, limitada casi por completo a Inglaterra, y era un país predominantemente agrícola, que se bastaba por sí solo para dar de comer a sus algo más de ocho millones de habitantes.
Unas semanas más tarde, octubre de 1844, las noticias se volvieron inquietantes: la plaga que inicialmente había sido detectada en el valle de Toluca estaba afectando ya a los sembríos de papa en varios estados norteamericanos. La llamaban “tizón tardío” y contra ella no había remedio. Los campesinos irlandeses, en su mayoría inquilinos pobres de parcelas pertenecientes a terratenientes ingleses que vivían en Londres, poco podían hacer para prevenir la llegada de la plaga. Estaban, y lo sabían, tan indefensos como lo habían estado un siglo antes, cuando “la Gran Helada” (Mundo Diners #457, junio 2020) había matado de hambre, frío y enfermedades a un tercio de la población del país, a lo largo de veinte meses de un clima gélido, trastornado, que dejó a Irlanda rota, arrasada, abatida.
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