Gustavo Larrea, político desde la cuna.

Por Pablo Cuvi.

Fotografía: J. Reyes y archivos de Gustavo Larrea.

Edición 446 – julio 2019.

Entrevista--1

Un político profesional como Gustavo Larrea (Quito, 1956) tiene respuestas para todo, aunque no siempre nos convenza, faltaba más. Bajo su óptica, en los sonados casos de los manteles, Dayuma y el coman­dante Juan fueron otros los responsables, con nombres y apellidos. Y fue el narci­sismo autoritario de Rafael Correa lo que echó a perder el proyecto revolucionario.

Eso ya lo habíamos oído; lo que igno­rábamos es que Larrea tuviera una galería de arte en su juventud, que llevó adelan­te con la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (Aldhu) todo un pro­yecto de defensa de los pueblos amazóni­cos y que, si no hubiera sido político, se habría dedicado a la literatura. Confiesa, además, que es hincha de Liga y de su nie­ta Luciana y que, si las fuerzas de centroiz­quierda crean un frente y lo consideran apropiado, será candidato a la Presidencia en 2021.

Tiene la risa fácil, la lengua rápida y a ratos se emociona con su propio discurso, como todo orador. ¿Cuánto de eso pasará al papel?

—Veo que desciendes de los Larrea de la Independencia. Rafael Correa también es de nobles ancestros, Alberto Acosta, Ja­vier Ponce. ¿O sea que la revolución ciuda­dana fue de niños bien?

—(Ríe con ganas). Mi familia tiene una corriente republicana desde esa épo­ca: Juan, Manuel y Montúfar Larrea eran primos. Igual en el tema liberal porque mi bisabuelo Camilo Larrea y mis dos tíos bisabuelos, Roberto y Julio Andrade, par­ticiparon en la revolución de Alfaro.

—¿Tu papá fue ministro de Educación de Velasco Ibarra? 

—Y fue también ministro de Gobier­no, pero en el 72 vino la dictadura, la per­secución de Rodríguez Lara y mi padre salió al exilio con la familia. En Venezuela terminé el bachillerato y entré a Derecho en la Universidad Católica porque en la Central había que esperar muchos años por los cupos para los extranjeros.

—¿Siguiendo las huellas de tu papá?

—Uno, cuando muchacho, cree que el derecho es un instrumento para luchar por la justicia y resulta que no es así. Para luchar por la justicia sirve el derecho, el periodismo, la ingeniería… no es un tema de carrera sino de compromiso con la hu­manidad.

—Te tocó el primer Gobierno de Carlos Andrés Pérez y la época de la abundancia.

—Exactamente. Y de la nacionaliza­ción del petróleo y del hierro en un Go­bierno socialdemócrata. Además, confluía el exilio chileno, uruguayo, argentino. Me involucré en la solidaridad en el momento de las dictaduras feroces del Cono Sur.

—¿Cuándo regresaste a Quito?

—En el año 77, y entré a Sociología.

—Y fuiste alumno de Alejandro Morea­no y Alfredo Castillo…

—Claro. Yo, que siempre he tenido una formación antimanual, debatí mucho con ellos porque creía en una visión más amplia y la Escuela de Sociología era muy sesgada.

—En esa época te hiciste amigo de Le­nín Moreno, ¿no?

—Sí, él estudiaba Administración de Empresas pero nos unió la lucha en las ca­lles contra la dictadura militar. Formamos parte del Frente Revolucionario Estudian­til, paramos Quito veintiún días en la gue­rra de los Cuatro Reales, nuestra consigna era “Democracia sí, dictadura no”. Vino el Gobierno de Jaime Roldós y me incorpo­ré a la Aldhu creada por Roldós como un instrumento político para intervenir en esa lucha.

—¿Era parte de la doctrina Roldós?

—Así es. Y en los años ochenta parti­cipé en algunos cambios legislativos im­portantes, se reformó la Ley de Seguridad Nacional, que consideraba delito usar pelo largo, ¡una barbaridad! Y me vinculé al trabajo educativo, a la creación del primer colegio bilingüe quichua-castellano que funcionó desde Carchi hasta Loja porque era de autoeducación, los estudiantes se reunían semanalmente con los profesores, iban a las comunidades.

—En el Gobierno autoritario de Febres Cordero hubo el alzamiento de Frank Vargas. ¿Qué hiciste tú?

—Lo apoyamos, fuimos a la base aé­rea. Cayó preso, luchamos por la libertad de él y de los comandos de Taura, que fue­ron amnistiados por el Congreso.

—Hay un encantamiento de la izquier­da con los militares golpistas.

—A ver: el comandante de la Fuerza Aérea hizo una denuncia de corrupción en la compra del Fokker y eso animó a muchos jóvenes a apoyar esa causa contra el Gobierno autoritario de Febres Corde­ro. De ahí nació Acción Popular Revo­lucionaria Ecuatoriana (APRE) y Frank fue candidato con los socialistas, pero yo me incorporé después y el año 94 fuimos diputados con Frank. Al año siguiente se produjo la guerra del Cenepa y fui a Washington con una comisión a defender las tesis ecuatorianas.

—¿Cómo así entraron luego al Gobier­no de Abdalá Bucaram?

—Porque varias fuerzas políticas que participaron en la campaña del 96: la DP, PRE, ID y APRE llegamos a un acuerdo, que a cualquiera de las cuatro que pasara a la segunda vuelta, el resto la apoyaría. Frank Vargas fue ministro de Gobierno en esos pocos meses, yo fui su subsecretario y Lenín fue el director administrativo.

—¿Qué hacías en la Aldhu?

—Trabajaba como director de proyec­tos para los países andinos. Hubo un cam­bio en Naciones Unidas, la Aldhu partici­pó activamente y surgieron los derechos ambientales, denominados de cuarta ge­neración. Ahí creamos Iniciativa Amazó­nica para visibilizar a la Amazonía y a sus pueblos. Elaboramos la enciclopedia de 374 pueblos, que incluían a los de Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, las Guyanas, Venezuela; pusimos el tema en la Unión Europea y Naciones Unidas. Logramos que se declarara a la Amazonía como área protegida y reserva de la humanidad y que recibieran a los pueblos indígenas para vi­sibilizar sus problemas, sobre todo su pe­ligro de extinción a causa de la urbanidad, la explotación de la selva, la deforestación masiva para la agricultura. Por eso gané el Premio Mundial de Derechos Humanos en 2002.

Entre la Aldhu y las organizaciones indígenas de la Amazonía lanzamos toda una campaña de protección de nuestros pueblos y logramos que varios Gobiernos les devolvieran sus territorios. Un Gobier­no pionero fue el de Rodrigo Borja por­que les devolvió territorios importantes y fue un ejemplo para otros países de Amé­rica Latina.

—¿Y el problema con Texaco-Chevron?

—Desde luego: la contaminación de los ríos y otras áreas. Fuimos un grupo de antropólogos, sociólogos, lingüistas a trabajar con el pueblo cofán, para elabo­rar el cofán escrito y que ese idioma no se perdiera, pero nos dedicamos a resolver otros problemas: la gente se moría porque el agua estaba contaminada y en las no­ches se oían los gritos de desesperación de niños y ancianos, porque el estómago les quemaba: estaban tomando agua con petróleo. Tuvimos que buscar fuentes de agua pura, hacer canalizaciones con caña guadúa para llevar el agua.

Marcha del APRE en Quito, en 1992. Detrás de Gustavo Larrea, aparece César Carmigniani y a la derecha, Lenín Moreno.
Marcha del APRE en Quito, en 1992. Detrás de Gustavo Larrea, aparece César Carmigniani y a la derecha, Lenín Moreno.

DE PANA A ENEMIGO

—¿Quién se inventó a Rafael Correa: tú, Alberto Acosta, Vinicio Alvarado?

—La realidad del país, la crisis políti­ca, la crisis de los partidos que no com­prendieron que había que reinventarse, salir del letargo. Había un vacío político y ese vacío lo llenó Correa, lo pudo haber llenado otro. No fue un invento, hubo un contexto que empujó a eso, no la sabidu­ría ni la habilidad. Había un país que re­clamaba un cambio. Nuestra función fue creer que era posible ese cambio con una figura como Correa.

—Yo no le creí el cuento nunca, dije a alguna gente que con tipos como Alexis Mera y Vinicio Alvarado no se iba a hacer ninguna revolución.

—Así es. Pero inicialmente era un proyecto de cambio en democracia. Mera estaba en la campaña de Cynthia Viteri, y Alvarado asomó como publicista. Quería­mos impulsar la producción y el empleo, fortalecer las instituciones…

—¿Tú le recomendaste a Lenín Moreno para vicepresidente?

—La palabra no es recomendar. Yo planteé a Correa y al grupo que formába­mos Alianza País su candidatura porque creía que se necesitaba un sello a favor de la inclusión social. Lenín era un ser huma­no comprometido que fue víctima, como muchos ecuatorianos, de la violencia y podía representar bien a los excluidos.

—Entraste como ministro de Gobier­no. Vino el caso de los diputados de los manteles y se entendió que tú lograste ese cambio legislativo.

—Según la Constitución y el Gobier­no, el presidente podía convocar a una Asamblea Constituyente; según el Con­greso, debía pasar necesariamente por su aprobación. Yo conversé con los distintos bloques parlamentarios y acordamos que nosotros pediríamos al Congreso que convocara a la consulta para que el pueblo decidiera en las urnas si quería o no una Constituyente. El Congreso aprobó y en­vió la convocatoria al Tribunal Supremo Electoral (TSE) y este convocó a la consul­ta popular. Pero un sector del Parlamento se arrepintió de la convocatoria y dijo: pá­rese y destituyó al TSE. Este dijo ustedes no nos pueden destituir porque estamos en un proceso electoral y destituyó a 57 diputados. Continuó la consulta y ganó abrumadoramente la Constituyente. A mí, como ministro de Gobierno, me en­dilgaron algo que no tenía la facultad de hacer.

—¿Pero te reuniste con los diputados de los manteles, que eran los alternos, en Puembo?

—¿Por qué se iban a poner manteles los diputados alternos? Eran los titulares que hicieron un acuerdo con el Gobierno, pero yo no estuve: envié dos delegados a esa reunión, que no quisieron ser identi­ficados. Probablemente habría uno que otro suplente, no te digo que no, pero yo no tenía nada que ver.

—(Con picardía). ¿Así que no les pro­veíste tú de los manteles?

—En absoluto. Ellos debían haber asumido su responsabilidad.

—Bien. ¿Y cómo te embarcaste en el caso Dayuma, que te hizo salir del minis­terio?

—Se produjo el paro de los trabajado­res que estaban construyendo una vía de acceso a Dayuma porque el contratista no les pagaba. Hice las gestiones, se transfirie­ron los recursos, ya les iban a pagar y yo tenía la información de que iban a depo­ner la medida de hecho, pero horas antes el presidente me dijo: “Hay que desalojarlos”. Le dije: “No es necesario porque ya está arreglado”. A él no le pareció, yo no iba a aplicar la fuerza porque no era necesario y presenté la renuncia…

—Y al día siguiente entraron a bala.

—Asumió el señor (Fernando) Busta­mante y entraron a pegar a la gente, inva­dieron las casas, cuando el paro ya estaba depuesto.

—¿Para qué entraron si ya estaba de­puesto?

—Porque la estupidez humana no obedece razones, sino órdenes. Era el uso abusivo del poder. Yo no sirvo para eso, soy un hombre de principios.

—¿Y por qué volviste en enero a ser ministro del mismo presidente abusivo y autoritario?

—Conversó conmigo, consideró que fue un error y me pidió que asumiera ese ministerio.

—Un error que te confesó solo a ti por­que los demás no nos enteramos.

—Desde luego. Nunca va a reconocer un error porque él cree que es infalible. A él, la gente en la que confiaba, le metieron un cuento: que un grupo armado había entrado, parado los pozos petroleros, ce­rrado las válvulas. ¡Falso! Fue un error de mala fe de la llamada Inteligencia.

—Poco después vino el ataque a Angos­tura.

—Y a mí, desde esa época, me lanza­ron una campaña diciendo que tenía rela­ciones con las FARC.

—Eso estaba en las computadoras del Mono Jojoy.

—Pero no era una relación mía, ¡¿quién diablos tendría la relación con él?! Yo no vengo de esa línea, no comparto el uso de la violencia, en mi vida he tenido simpatía por esa organización. He pelea­do por los derechos humanos, por la de­mocracia…

—¿Y quién era el comandante Juan?

—Eso fue un ataque contra mí: apa­reció una foto de un periodista argentino y dijeron que era una foto de Gustavo La­rrea con Raúl Reyes. Yo lo demostré y El Tiempo de Bogotá, que había publicado la foto en primera página, después desmin­tió esa información porque ni esa foto ni el texto que encontraron en la computa­dora de Raúl Reyes eran míos. La Fiscalía colombiana y el experto forense determi­naron que esos documentos ingresaron a la computadora dos días después del bombardeo de Angostura.

—Pero hubo también el caso de Chau­vin, que fue tu subsecretario y estuvo cedu­lando a gente de las FARC y tenía relación con los hermanos Ostaíza.

—Es lo que dicen. Chauvin trabajó en el Ministerio de Gobierno solo dos meses como coordinador de gobernaciones y tenencias políticas. Lo conocí en la cam­paña electoral, hizo un buen trabajo en los cantones del país. Las relaciones que él haya tenido fueron suyas, ¿qué tengo que ver con que un ciudadano…?

—Pero era tu funcionario.

—De enero a marzo de 2007, y eso pasó un año después. Lo relacionaron conmigo porque hubo mala fe, porque el correísmo lanzó una campaña en mi contra por las peleas internas de AP. Ahí intervinieron Alvarado, Mera, Patiño y alguna gente que montó una campaña de desprestigio.

—¿Las relaciones con ellos eran malas desde antes?

—Eran relaciones tensas porque te­níamos visiones distintas del país que queríamos. Yo creo que la democracia es una conquista histórica de la humanidad, que hay que mejorarla porque tiene fallas, sí, pero no hay que volver a la monarquía ni a regímenes de facto de ninguna mane­ra, sino ir hacia el respeto, la dignidad, el progreso.

—¿Cómo empezaste la oposición a Ra­fael Correa?

—Me separé del Gobierno y de AP en 2009 porque él ve la democracia utilitaria­mente, cree que hay que concentrar el po­der. Siempre he creído en la participación política de los ciudadanos, no somos un rebaño de borregos, queremos ser actores en la construcción del futuro. Tiene que haber división de funciones del Estado, pleno respeto a las libertades, me parece abominable romper un diario ante las cá­maras, es repetir el fascismo de Mussolini y Hitler; cualquier opinión debe ser res­petada.

—¿Cuál era el invento de Correa en po­lítica económica?

—Que el desarrollo es construcción de obra pública. Me parece una visión po­brísima.

—Pero ahí estaban las coimas.

—Seguramente. Puede haber creci­miento económico si te endeudas, tanto a nivel de familia como del Estado; el año que te endeudaste tienes más plata, sin duda, pero no desarrollas una economía sólida. Fue una bonanza ficticia, no se aprovechó el segundo boom petrolero, fue la misma corruptela del primer boom, y la misma falta de visión estratégica. Había que invertir eso en multiplicar la produc­ción agropecuaria, industrial, los servi­cios, la riqueza.

En la reciente campaña, desfila en Machala con Clemente Bravo, el actual prefecto de El Oro.
En la reciente campaña, desfila en Machala con Clemente Bravo, el actual prefecto de El Oro.

SU VENA ARTÍSTICA

—¿Si no te hubieras dedicado a la polí­tica, qué hubieras hecho?

—Creo que me hubiera dedicado a la literatura.

—¡Ah, carajo!

—Me encanta leer, me encanta escri­bir. En materia social escribo desde la ju­ventud; la literatura me cogió desde hace unos catorce años cuando empecé con un proyecto de novela, luego tres más, pero todos se han quedado truncos porque no he tenido tiempo. Espero poder terminar­los porque la vida es un acto de creación donde no hay que dejarse encerrar por ninguna ideología.

—¿Cómo descubriste tu vocación de novelista?

—Estábamos en Bahía. Por quedarnos más en la playa, salimos tarde y se dañó el carro más allá de Flavio Alfaro, en una oscuridad total. ¿Y ahora qué hacemos? Pasaban carros, nadie paraba, hasta que paró una camioneta y se bajó un hombre que no medía más de 1,45 de estatura, con tres dedos, jorobado. Dijo: “Soy el doctor Remediano Bonacolta, experto en magia blanca y negra”. Y se bajó su ayudante que tenía problemas al caminar. Traje­ron una vela y vieron que se había roto el resorte del acelerador. Buscamos un alambre, Remediano hizo la pieza y vino detrás hasta Santo Domingo. Ahí lo invi­té a comer y me contó parte de su vida. Empecé a investigar, él tenía un programa en radio Espejo de magia negra, magia blanca y otras cosas. Y empecé a escribir sobre este personaje tan rico que merece ser rescatado. (Bebe un sorbo de agua con satisfacción). También me gusta el cine. Mi esposa dice que no solo veo buen cine sino malo también y tiene razón (risas), veo el fútbol ecuatoriano, soy hincha de la Liga. Y tuve una galería de arte, Tiempo y Espacio, cuando tenía una relación de pa­reja con una pintora, Tania Roura, en los años ochenta.

—Era la gran época de las galerías.

—¡Claro! Nos iba bien, teníamos también librería y disquería ahí mismo, vendíamos colecciones de discos de los clásicos y música latinoamericana, eran todavía los acetatos. Pero yo me dedica­ba más a las cuestiones sociales y la po­lítica y, para sobrevivir, la galería. Tuve a Gilberto Almeida por muchos años, casi exclusivo porque no se dejaba. Tuve cua­dros de Endara Crow, de Viteri, de Gua­yasamín.

—¿Por qué dejaste ese negocio?

—Porque la actividad política te re­quiere mucho tiempo. También porque el negocio en los años noventa tuvo un bajón. Después me casé con Lourdes Endara To­maselli. Tenemos una hija, Camila, que es cineasta, y una hermosa nieta, Luciana. Ca­mila estudió en Argentina y está haciendo una película con mi esposa, que es antro­póloga especializada en audiovisual. Ella no conoció a su padre porque lo mataron antes de su nacimiento, en el año 62, en Sangolquí. Era una época turbulenta y él era dirigente de la FEUE. Nunca su fa­milia habló del tema. Pero hace dos años decidieron investigar y escribir el guion de ¿Quiénes mataron a mi padre? El docu­mental está bastante avanzado.

—¿Ya puedes contar quién lo mató?

—Todavía no saben quién mató a Ra­miro Endara, pero creo que lo mató una época de violencia política, de irrespeto absoluto. Él era militante de URJE y había la confrontación con la derecha…

—Gobierno de Carlos Julio, Philip Agee y la CIA, lucha religiosa. A propósi­to, ¿eres creyente?

—Siempre he respetado la religión quizá porque de niño acompañaba a mis abuelos maternos a misa los domingos. Vivían en El Dorado y bajaban al Belén. Mi abuela dijo: “Si me quieres, tienes que hacer la primera comunión”. Fui a estu­diar el catecismo, hice la primera comu­nión, tengo fotos. A ratos creo, a ratos no creo, no es un tema que… Fui amigo de monseñor Proaño, llegaba a dormir en Santa Cruz. Discutía afectuosamente con monseñor Luna. Hice amistad con él en la lucha contra la dictadura militar, porque él nos apoyaba.

Cuando trabajaba con la fundación Esquel en Paute, hubo un linchamiento y el padre Luna daba misa el domingo. Fui a verlo en la iglesia y él empezó diciendo: “No matarás” y se calló un minuto. Re­pitió: “¡No matarás!” y se calló, y así fue subiendo el tono: “¡No matarás! ¡Ustedes no han entendido nada! ¡Quedan exco­mulgados todos!”. Dirigiéndose al cielo: “¡Y vos, ¿por qué permites esto?!”. Fue impactante.

Con su esposa Lourdes Endara, su hija Camila y su nieta Luciana
Con su esposa Lourdes Endara, su hija Camila y su nieta Luciana

NO SOY ASESOR DE LENÍN

—¿Qué pasó en la campaña de 2011?

—Vino la consulta de 2011 y la metida de mano en la Justicia, cuando las fuerzas políticas del país se hicieron las mudas y las tontas, dijeron: “Él va a ganar” y nos dejaron a muy pocos. Yo dirigí la campa­ña: “Esta vez no, señor prepotente” y nos ganaron, con trampa, con el 50,3%. Si las fuerzas políticas hubieran apoyado el No, el correísmo hubiera sido derrotado mu­cho antes. Hubo periodistas que dijeron: “Es invencible”, y no lo apoyaban pero le hacían el juego; el PSC no hizo campaña por el No; el partido de Alvarito se calló.

—El año 2016, cuando visitaste a Lenín en Ginebra y le propusiste que fuera candi­dato de Democracia Sí, ¿qué te dijo?

—Que él creía que era necesario for­mar un frente amplio para esa candidatu­ra, veía insuficiente una sola fuerza polí­tica, y me pareció que era adecuado pero inviable porque Correa no iba a admitir un frente amplio que no fuera a su imagen y semejanza. Además, Correa no nos per­mitió legalizar a Democracia Sí. No pudi­mos participar en las elecciones de 2017 y apoyamos la candidatura, en la primera vuelta, de Paco Moncayo, y en la segunda, de Lenín Moreno.

—¿Y por qué no entraste al Gobierno de Lenín cuando ya se separó de Correa?

—Lenín vivió un proceso complicado porque, cuando llegó al Gobierno, la ma­yoría era correísta: ministros de Estado, la Asamblea; hubo meses muy complejos hasta diciembre de 2017. Nosotros sugeri­mos de manera pública la consulta popu­lar sobre la reelección indefinida, que era un dogal sobre el país, y sobre la necesi­dad de crear una comisión de participa­ción transitoria. Eso permitió designar a funcionarios del Estado independientes, no correístas.

—En esa época decían que tú eras el ce­rebro de Carondelet, que tenías una oficina al lado y mandabas mensajes telepáticos…

—Sí, telepáticos, porque esa fue la espe­culación. El hecho de que esté de acuerdo con una línea política y tenga afinidad con esa estrategia no le hace a uno ministro ni asesor. Con el presidente converso con re­lativa frecuencia, pero no abuso de esa re­lación. Conversamos sobre la amistad, nos reímos; también de política, desde luego. En muchos temas coincido con el presiden­te: en que este país vaya a lo productivo y a la inclusión social, en que hay que respetar las funciones del Estado. Pero no soy ni he sido su asesor.

—¿Cómo estuvo la última campaña, donde te fue bastante bien?

—Fue una campaña creativa, alegre, de sintonizar con la gente, de recorrer los cantones. Propusimos a la gente la solución de problemas que a veces parece inaudito que no se hayan resuelto: agua potable, alcantarillado. Nuestro movimiento no se basa en la clientela, no ofrecemos ninguna cosa que no sea dignidad, respeto, trabajar juntos por el futuro. No compramos votos con obras.

—¿Te vas a lanzar de candidato en la próxima campaña presidencial?

—Pensar en eso, ahorita, es acelerar la campaña innecesariamente. El país re­quiere estabilidad política, económica, hay que apostar por el diálogo y el acuer­do nacional, un acuerdo mínimo que es absolutamente necesario en materia de producción y empleo, en materia social, seguridad, educación. La educación no puede seguir de espaldas al país. Imagína­te: se cierran los normales. (Se emociona y alza la voz como para que le oigan le­jos). ¡El magisterio es vocacional, hay que abrir los normales! No puedes contratar profesores por la prensa, tienes que for­marlos por vocación. Me acuerdo que en la escuela tenía compañeros que querían ser profesores y se iban al normal Juan Montalvo. No es posible que la educación esté separada de la producción.

—¿Por qué hicieron eso, porque rom­pieron la educación y metieron las escuelas del milenio?

—Es una de las estupideces que hizo el Gobierno de Correa al no entender la raíz histórica de este país. Esas barbarida­des como Yachay, cerrar los normales y los colegios técnicos cuando todos los colegios deben ser técnicos. Así como es vital la for­mación en valores humanos, es vital la for­mación técnica. Producimos banano y no tenemos colegios en banano, producimos camarón y no tenemos colegio en cama­rón… en atún, en papa, en maíz, en arroz. No vamos a lograr competitividad si no logramos un cambio en el sistema educati­vo. Esos son los acuerdos básicos más allá de las ideologías. Somos primero nación, una república que requiere elementos de unidad mínimos entre todas las tendencias políticas, con madurez y sensatez.

—¿Cómo crees que se va a arreglar el problema económico, que es tan grave?

—La decisión de reducir el gasto públi­co y la inversión pública, que la única for­ma de mantenerlos sería con más endeu­damiento, es una decisión correcta, pero tienes que buscar otro tipo de inversión, que va lenta, que es la inversión privada. Es absolutamente imprescindible una ley de repatriación de capitales con un afán de inyección de recursos a la economía.

—¿Te parece que el desastre venezola­no es también el fin del mito cubano?

—Probablemente. Una periodista in­glesa le preguntó a Fidel Castro qué de­bía hacer América Latina con el ejemplo cubano. Y él dijo: “Nada, porque nosotros hemos fracasado”. Esos sueños de liber­tad, prosperidad, de superar la pobreza, esos cambios quedaron truncos.

—Ahora es peor porque están embar­cados con Gobiernos que torturan y matan a su gente, como en Nicaragua y Venezuela.

—Es injustificable y penoso que un Gobierno como el sandinista, que fue el resultado de una historia de lucha contra una tiranía como la de Somoza, repita el somocismo en el siglo XXI.

—Bueno, ya hemos hablado largo.

—Pero no te he hablado de mi nieta Luciana. Le escribí una carta cuando mi hija, su mamá, estaba estudiando en Ar­gentina. Le decía que me enamoré de ella desde el día en que la vi.

—¿No le aconsejaste que no se dedique a la política?

—Te cuento: caminábamos por Man­ta, en el feriado pasado, y me dijo: “Verás, abuelo, mi mamá no es de Democracia Sí, va a apoyarte pero no se va a meter en eso, ella es cineasta. Pero yo sí quiero ser de Democracia Sí”. (Risas).

 

 

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