Las guardianas de la selva ecuatoriana

En el Amazonas la conga es muy brava pica por las noches y en la madrugada”.

La Sonora Dinamita

El dolor de su picadura es treinta veces más intenso que la de una avispa o una abeja. La conga es una hormiga tropical que vive en grandes colonias en la Amazonía. También la llaman hormiga bala: quienes han sido atacados por este insecto dicen que la intensidad es casi la misma que de un disparo. No son agresivas, siempre y cuando no asalten su nido. El 10 de julio de 2020, en Napo, nacieron las mujeres conga.

El camino para llegar a La Serena es imprevisible y poco señalizado. Es normal perderse al menos una vez, antes de llegar. Se trata de un caserío de alrededor de sesenta familias a orillas del río Jatun Yaku

A las afueras de la sala comunal de este pueblo kichwa, cuatro personas llegaron en un auto de lujo. Eran mineros ilegales.

Ofrecían compensaciones a cambio de los permisos para ingresar maquinaria y remover el suelo en busca de oro. Querían hacer piscinas gigantes en la selva húmeda del pueblo, en su cancha de fútbol, en la playa del río, en sus cultivos.

Cuando estaban a punto de cerrar el trato con el presidente de la comunidad, Elsa Cerda, una de las mujeres conga, apareció en escena.

―Y ustedes, ¿qué quieren? ―preguntaron los mineros ilegales al ver a Cerda.

―Aquí nosotras ordenamos porque somos las dueñas de la tierra; cuidamos las chacras para sembrar yuca, el plátano y las plantas medicinales con las que nos curamos —les increpó Elsa Cerda, acompañada de quince mujeres más.

―Queremos hablar con el presidente, no con ustedes ―exclamaron los mineros.

Al presidente, ya retenido por las mujeres, no le quedó más remedio que reconocer que, si el pueblo quiere ignorar sus ofrecimientos, él no puede hacer nada.

Ese álgido momento fue documentado por Leo Cerda, un joven de la comunidad, que muestra por WhatsApp videos y fotos.

―Recuerde la fecha ―dice por teléfono Leo―: “10 de julio de 2020. Estábamos en medio de la pandemia. Yo vivía fuera del país, pero por la covid-19 regresé a mi hogar, donde nací. Ese día, se les preguntó a las mujeres si querían aceptar el trato con los mineros ilegales y dijeron que no, porque son ellas las que luego se quedarían sin agua y sin tierra”.

Haciendo alusión a ese episodio, Elsa dice que “desde ahí no han vuelto”.

Custodias de la Amazonía

Elsa Cerda. Fotografía: VAN CASTANEIRA / AGENCIA TEGANTAI

La voz de Elsa es suave. Lleva el cabello recogido. Usa blusa roja con una cinta de tres colores en los bordes de la manga y el cuello. Sus largos aretes terminan en punta y un collar amplio y colorido, tejido por ella, cubre su pecho.

El día que ella y sus colegas echaron a los mineros ilegales se autodefinieron como guardianas de la Amazonía y crearon la asociación Yuturi Warmi. De eso, hace ya tres años. Esta asociación se creó en 2021. La iniciaron las dieciséis mujeres y ahora ellas son 35 y 25 son hombres. Se han sumado personas de otras comunidades vecinas como San Pablo y Sinchi Pura, que tampoco están de acuerdo con las industrias extractivas.

Su nombre junta Yuturi, que quiere decir hormigas bala o congas, y Warmi, que significa mujeres. Usan uniforme rojo que simboliza la sangre y la fuerza de la lucha por la vida.

―Pensamos varios nombres y nos quedamos como las Yuturi ―recuerda Elsa mientras mira de reojo cómo se desarrolla la asamblea del pueblo en el interior de la casa comunal.

Al frente de La Serena se levanta, imponente, un cerro verde. Detrás de esta masa amazónica hay una especie de laguna en la que decían que se escuchaban cantos de sirenas, de ahí el nombre del pueblo.

La Serena pertenece a Carlos Julio Arosemena Tola, un cantón que junto al de Tena tienen más del 80 % de todos los frentes mineros de la provincia. De acuerdo con los colectivos sociales que luchan contra la minería, estas poblaciones han perdido 1445 hectáreas de suelos, cultivos y bosques. Lo equivalente a más de dos mil canchas de fútbol profesional.

―Aquí ya estamos a menos de dos kilómetros del desastre de Yutzupino. La minería ilegal nos rodea y cada vez se nos acerca más. Es por eso que nos convertimos en guardianas de la Amazonía. Vamos a luchar hasta la muerte, si es necesario, para que la minería no entre acá.

Mientras Elsa conversa, los niños corren a jugar lanzando piedritas a un río que más adelante ya es solo montañas de rocas, lodo y escombros. Pero eso no lo saben los pequeños que todavía tienen acceso al agua cristalina de la parte alta del Jatun Yaku.

Nashle Alvarado es otra de las guardianas de la Amazonía. Con el pecho inflado de orgullo afirma que es una más de las Yuturi y que su objetivo principal es defender el territorio para que las empresas ilegales no lleguen a destruir sus ríos. “Queremos que nuestros hijos se sigan bañando en las aguas cristalinas del Jatun Yaku y que no dejen de disfrutar de la naturaleza”, insiste Alvarado.

Zona de minería en Napo. Fotografía: DIEGO ROBLES / ARCHIVO ORGANIZACIÓN NAPO RESISTE.

Con el fin de contrarrestar la tentación de las ofertas ilegales, las Yuturi hacen mingas para mejorar las rutas, las chacras y las áreas sociales. También promueven el turismo comunitario. Es decir, hacen guaysupinas a grupos extranjeros por cien dólares la noche. Este ritual implica reunirse alrededor del fuego desde las dos de la mañana y tomar guayusa mientras se cuentan historias tradicionales de su cultura.

―Antes eran solo los hombres los que decidíamos lo que queríamos hacer y ahora las mujeres, desde la organización Yuturi, también están siendo parte activa de las decisiones de esta tierra ―confirma Nelson Cerda, actual presidente de la comunidad de La Serena―. Ya conocemos la fuerza de las mujeres que antes eran la última rueda del coche. Hoy ellas tienen poder.

Cerda cuenta que las Yuturi Warmi crearon un grupo en WhatsApp: “cualquier miembro de la comunidad puede reportar una actividad ilegal o gente extraña que quiera ingresar a La Serena”.

Al chat de las Yuturi se sumó toda la comunidad de La Serena. En ese espacio virtual organizan eventos, transfieren saberes ancestrales, planean el cuidado del territorio y ponen en marcha iniciativas económicas para reemplazar la tentación de aceptar el dinero de los operadores ilegales.

De hecho, Leo Cerda, sobrino de Elsa, las ayudó a abrir una página web para que vendan sus artesanías por catálogo.

La maldición a sus pies

Fotografía: FACEBOOK YUTURI WARMI.

La selva, debajo de toda su riqueza natural, está llena de oro, bendición y maldición. Las comunidades rurales como La Serena tienen oro subterráneo, pero sus habitantes no cuentan con trabajo, servicios básicos ni buenas carreteras. Ocho de cada diez personas en esa zona viven con menos de dos dólares diarios. Son herederos de una riqueza cultural y de hectáreas de selva, pero necesitan recursos para comprar útiles escolares, uniformes, teléfonos celulares, electrodomésticos…

Pepe Moreno, presidente de los colectivos sociales de Napo, dice que el problema es que las comunidades han sido abandonadas por el Estado. Con una alta tasa de pobreza y baja calidad de vida, es fácil que caigan en las redes de la extracción ilegal.

―Cuando comenzamos a fortalecer nuestra asociación, nos dimos cuenta de que debemos producir dinero ―sigue contando Elsa—. Entonces, decidimos hacer artesanías que vendemos en ferias. Actualmente, las socias estamos en talleres de cerámica. Si somos económicamente activas, podemos seguir luchando. Si no tenemos plata, no sirve de nada.

Al inicio, los varones no querían que sus mujeres trabajen y se reúnan tanto. Decían que estaban descuidando la casa y los hijos.

―Cuando las mujeres se quedaban hasta tarde haciendo su bisutería, los hombres les apagaban la luz ―recuerda Leo.

―A veces, los esposos les botaban los mullos de la mesa. Ahora que ya ven que hay platita, los mismos maridos les levantan los mullos caídos ―dice Elsa con una sonrisa cómplice―. En Yuturi Warmi nos estamos empoderando.

Fotografía: FACEBOOK YUTURI WARMI.

―Ahora la broma del pueblo es que son los hombres los que le piden prestado dinero a las mujeres ―cuenta, con picardía, Leo.

En las trescientas hectáreas de la comunidad se siembran yuca, verde, plátano. Sin embargo, cuentan que se les complica salir a vender, porque deben ir al Tena y eso no resulta rentable. Los pobladores dan un ejemplo: llevan una cabeza de verde que se vende a cinco dólares en el mercado de la ciudad. Sacar de la huerta al centro de La Serena les cuesta un dólar. De allí a Tena, deben tomar un segundo transporte por 1,50 más. El puesto en la feria vale otro dólar. “Imagínese, todo eso para ganar cincuenta centavos. Y a veces lo hacemos para decir que ganamos algo, pero es muy poco”, dice la presidenta de Yuturi Warmi.

Mientras tanto, los operadores ilegales les ofrecen quinientos dólares por hectárea para “lavar el suelo” y les prometen que al final les rellenan el terreno. Sin embargo, eso no sucede. El Estado ecuatoriano ha sido acusado de no hacer cumplir los proyectos de reforestación de las mineras, por lo que tiene una acción de protección levantada por los colectivos sociales en la Corte de Justicia de Napo.

―Algunos vecinos caen y reciben el dinero. No se dan cuenta de que, a futuro, no vamos a tener dónde sembrar nada. Nos quedaremos más pobres. Los mineros ofrecen reforestar el terreno y eso no pasa. Dejan todo revuelto. Es terrible.

Entre 2015 y 2021 se deforestaron aproximadamente quince hectáreas por mes. La tendencia ha aumentado. Ahora se calcula que, en Carlos Julio Arosemena Tola, se pierden veintidós hectáreas de bosque y zonas agrícolas cada treinta días.

―Mire, aquí hay tanta belleza. Nuestras montañas nos dan sabiduría, nuestros árboles tienen poder. Esta es nuestra propia farmacia natural. Para una herida está la planta de kilunkilun que son hojas de las que sale una especie de salivita. Eso pega como taipe y cura rápido. Tenemos medicinas para el dolor de estómago, para la gripe… Cuando alguien se enferma nos reunimos todas y hacemos un preparado de plantas, les damos de comer y las personas se sanan. Si nos vendemos, perderemos todo esto.

Vulnerables a las negociaciones

―A nosotras no nos compran con una botella de cerveza, a los hombres sí. Ellos simplemente se dejan vender porque solo piensan en el dinero. Les entiendo, ese ha sido su rol: trabajar para la comida o ir de cacería. Somos nosotras, las mujeres, las que mantenemos la casa en orden, cuidamos la chacra, hacemos la comida y los remedios para los hijos. Somos nosotras las que sabemos cuánto vale y cuánto necesitamos de nuestra tierra ―dice Elsa y, de inmediato, recuerda a una anciana que la inspiró.

Rita Tapuy era parte de la asociación y como una abuela para Elsa. Cada vez que Rita la veía, le decía “Mi uniforme está bien guardado, tú nos dices y salimos a luchar. Yo siempre estaré al lado tuyo. Solo cuando me muera dejaré de ser de las Yuturi Warmi”.

Fotografía: GABRIELA VERDEZOTO LANDÍVAR

Esa unión y ese compromiso infinito es el que intentan mantener y despertar estas mujeres amazónicas. Se acaba la reunión, los pobladores de La Serena empiezan a salir de esa sala comunal de paredes rojas y techo de paja, junto a la pequeña escuela que desde hace meses no funciona por falta de profesor.

Elsa se pierde entre la gente. Aunque la llaman la comandante, confesó que a veces se siente cansada; aunque ha recibido amenazas y ha sido perseguida, debe cuidar a sus cinco hijos y dar fuerza a las mujeres de su comunidad, y no deja de nombrar a la muerte como una posible consecuencia de su lucha. Elsa se mimetiza entre ese grupo de kichwas que, a pesar del panorama gris, se permite sonreír.

Te podría interesar:

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual