Máquina del tiempo

La editora de Granito y arcoíris, viajes por el Ecuador de los siglos XX y XXI nos propone un recorrido por un libro difícil de clasificar: por momentos crónica de viaje, por otros memoria, autobiografía o ensayo. Difícil de clasificar, pero siempre fascinante.

Libro Granito Arcoiris sobre viajes por el Ecuador.
Ilustración portada libro: Carlos Villarreal Kwasek

Hay ciertas cosas que no sabemos cuánta felicidad nos pueden dar hasta que no las conocemos. Por ejemplo, mirar a un par de nutrias bajando por la corriente de un río mientras flotan sobre sus espaldas y se toman de las manos para no separarse. O que el general Frank Vargas Pazzos —a un año del secuestro del presidente León Febres Cordero en Taura— les haya pedido a Támara Navas y a Christoph Baumann que le hicieran una demostración de taichí en las oficinas del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas del Ecuador para ver si esa técnica podía ser de utilidad en la preparación del ejército.

Luego de ver algunos movimientos, decidió que no. Así lo cuenta Christoph Bauman: “Después de un momento, nos interrumpió y dijo que este arte era demasiado suave y relajado para sus tropas. Entonces, nos invitó a sentarnos para apreciar una demostración práctica de kung-fu, según sus palabras, más apta para los militares. Ver al general desarrollando su rutina marcial frente a nosotros fue irreal, como si la realidad se hubiera convertido en una película de ficción”.

El libro Granito y arcoíris, viajes por el Ecuador de los siglos XX y XXI (editorial El Fakir, 2022) está lleno de historias que llegan al mismo nivel de surrealismo desbordado que el que narra uno de los actores más queridos del teatro nacional. El teutón-ecuatoriano es uno de los diez autores —todos extranjeros, todos afincados permanentemente o por largos períodos en el país— que, a lo largo de trescientas páginas, nos llevan no solo por las múltiples geografías del Ecuador, sino por distintas décadas de su historia reciente.

Los autores y sus viajes

El libro abre con un texto de Moritz Thomsen, un escritor norteamericano de culto que vivió tres décadas en el Ecuador. Distintos peregrinos, entre ellos el reconocido cronista Paul Theroux, llegaron al Ecuador solo para visitarlo. El texto de Thomsen narra un viaje desde su casa en Río Verde a Limones (Esmeraldas), un viaje que no solo involucró recoger un motor fuera de borda, sino sumergirse en un paisaje ahora irreconocible: “Era un mundo de agua, neblina y pájaros. Las aves marinas volaban en círculos sobre nosotros, largas columnas de tijeras, pelícanos y garzas planeaban a baja altura sobre el agua y se alejaban a la distancia.

Las garzas blancas, empapadas de sol, brillaban en el cielo. Las casas de bambú construidas sobre altos pilotes a la orilla del agua eran tan pocas que encontrarse con una de estas edificaciones solitarias provocaba un suspiro de dolor; su presencia solo resaltaba la desolación de un mundo que se hundía lentamente en el fango de la creación”. Es el texto más distante en el tiempo, el viaje tuvo lugar en 1966.

Viajes por Ecuador.
Ilustración: Beto Val

El siguiente texto de Mary Ellen Fieweger —traductora, cronista, vecina de Íntag— narra un viaje de Quito a El Paraíso. No al paraíso celestial, sino a un complejo turístico en el bosque tropical a la altura del kilómetro 27, entre Los Bancos y Puerto Quito, cuando ambos poblados, allá por los años ochenta del siglo pasado, recién se fundaban. Fieweger no es solo una gran narradora, sino que forma parte de la gran tradición satírica norteamericana que se remonta a Franklin y Twain: “La conversación se centró en las festividades de Los Bancos.

Nuestros compañeros de viaje, quienes asumieron que estas eran el propósito de nuestro viaje también, nos aconsejaron que no nos perdiéramos el baile y, sobre todo, el concurso de pasillos. El pasillo es un género musical ecuatoriano; la regla más importante al componerlo es asegurar que no tenga un final feliz, tampoco un comienzo o un intermedio así. Todos los pasillos cuentan una historia de amor: amor perdido, amor nunca hallado, amor traicionado, amor rechazado. La víctima es siempre un hombre ingenuo, el victimario es siempre una pérfida mujer. El rey del pasillo es Julio Jaramillo, conocido afectuosamente como J. J.”.

La siguiente crónica, de Christoph Baumann, “Diario de un huayrapamushca”, narra, a través de distintos episodios, sus casi cuarenta años en el país. El suceso junto al general Vargas Pazzos es solo uno de los tantos incidentes en los que se vio involucrado en su país de adopción.

El texto de Kathy Capello es una obra maestra de la tragicomedia narrada en dos tiempos. Primero seguimos la historia de un atropellamiento, cuando ella y su marido acaban de llegar al Ecuador, después de un largo viaje que atravesaba la carretera Panamericana desde Estados Unidos con tres niños pequeños. El retrato de finales de los setenta pone en evidencia la rigidez de los roles de género en ese entonces, los vericuetos de la burocracia y la corrupción, sumados a los aprendizajes a los que estos conducen. La segunda parte involucra la tortuosa renovación de una cédula, una vez que su marido ha fallecido, en épocas mucho más recientes de la refundación del país: “Después de firmar cinco veces, el juez constató que ya estábamos casados. Luego, me indicó que fuera a la ventanilla 17B para retirar el certificado de matrimonio. Pero antes de que saliera, me tomó de la mano y dijo, con una voz muy benévola:

—Mire, señora Capello, sé que esta ha sido una experiencia muy difícil para usted. Usted es la primera viuda a la que he ayudado a casarse con su marido fallecido. Tampoco me agrada la situación. Desde los cambios en la cedulación, nadie sabe qué está haciendo y tampoco qué esperar, así que esto lo hace más difícil para todo el mundo. Existen tantos obstáculos. Y nadie logra acertar la primera vez”.

Antes de continuar con el contenido del libro quisiera hablar sobre la razón de ser de Granito y arcoíris. Una tarde, hace algunos años, mientras tomábamos café en la casa de Matthias Abram —lingüista, filósofo, propulsor de la educación bilingüe en el Ecuador y coleccionista—, nació la idea de hacer esta antología. Nació porque él, en su generosidad, me prestó varios de los volúmenes que había recolectado a lo largo del tiempo sobre viajeros que habían escrito sobre el Ecuador.

Siempre fascinantes, pero siempre atrás del exotismo, creando una realidad que solo existía en la cabeza de sus narradores. Todo lo contrario al conocimiento profundo que tenía Matthias del país, luego de vivir más de cuarenta años aquí. Lo comprometí a escribir una crónica y, mientras él lo hacía, hablé con Mary Ellen Fieweger y ella habló con otras personas, y siete años después tuvimos el libro, pero en ese tiempo Matthias murió repentinamente.

Su crónica es un testamento al descubrimiento de un país: “Quito encerraba también muchos misterios. Una vez entendida la relativa relevancia de las historias del padre Velasco, me propuse encontrar los vestigios incas de la ciudad. Había vivido aquí el emperador Huayna Cápac durante muchos años. Era improbable lo que me decían mis amigos, que hubiese vivido en chozas de adobe con techos de paja. Además, cuenta Cieza de León que había visto impresionantes palacios en su camino de Bogotá a Lima.

Un día leí en El Comercio que en la loma del Placer habían encontrado restos de una piscina inca. Tomé el carro y me fui volando, solo para ver cómo unos tractores y excavadoras aplanaban el terreno, sepultando los vestigios de una construcción que ya no se reconocía. Eran piedras pulcramente labradas, algunas en forma de medio círculo. Me quedé hasta el momento en que ya todo quedó bajo tierra (…) Con el tiempo vi las piedras reutilizadas que hay en casi todas las iglesias y conventos, también en el palacio de Carondelet y en el pretil de la Catedral. Me sorprendía el poco interés de los quiteños por reconstruir en planos la ciudad inca. En Roma se compraban planos de la ciudad actual, con hojas transparentes encima que mostraban la ciudad imperial anterior. ¿Por qué en Quito no se hacía lo mismo?”.

Viajes por Ecuador.
Ilustración: Beto Val

La crónica de Moya Foley, artista canadiense afincada en Manabí, está llena de agudas observaciones sobre las diferencias entre el mundo de “afuera” y las creencias y costumbres ecuatorianas. Es un regalo leer sobre un puñado de sus vivencias en el país: “Algunos de los mayores dijeron que se trataba de malhumores. Podían verlo en mi cara. Lo que querían decir, creí yo, fue que había un asunto irresuelto o de infelicidad en mi vida que estaba afectando mi salud. Nunca se me ocurrió que hablaban del concepto medieval del equilibrio de humores. Luego supe que la enfermedad probablemente había sido leishmaniasis”.

El padre José Miguel Goldaraz se ha enfrentado a tigres; a hacendados que, en los años setenta del siglo pasado, aún acuñaban su propia moneda, y a las petroleras, en su afán por defender las tierras de los pueblos originarios: “Me empeñé en luchar contra el petróleo, pero no pude. Perdí en redondo. Comenzamos por hacer paros contra la petrolera, hacíamos unos impresionantes, de meses, de los trabajadores y colonos. Nos tomábamos las carreteras o cerrábamos las válvulas de las tuberías para que no pasara el petróleo. Cuando llegaban los militares y los policías, había que saber los caminos para escapar de ellos. Teníamos que bajar en barca de noche y, luego, por el monte, llegábamos a la carretera. Estábamos, una vez, en el kilómetro 15 de la vía Aucas —los militares no nos dejaban pasar del puente— y decidimos abrir una zanja en la carretera para cortarla en ese preciso kilómetro (…) Eran tácticas del cine, del neorrealismo italiano. Las imitaba porque yo había visto esas películas”.

Carole Lindberg, reconocida artista norteamericana, llegó a finales de los años setenta a la Amazonía ecuatoriana. Su crónica-ensayo busca dilucidar el punto de encuentro entre la categoría de lo real maravilloso con sus vivencias en el Ecuador: “Un día nos dimos cuenta de que el cajón entero estaba lleno de gorgojo. Desconcertados y con nuestras esperanzas de solvencia económica cayendo en picada, intentamos exterminar la plaga con un polvo blanco, un insecticida que, lastimosamente, no tuvo efecto alguno. Nuestros esfuerzos parecían ser obstaculizados por fuerzas misteriosas mucho más grandes que nuestras pobres capacidades para enfrentarlas. No obstante, la tortilla comenzó a virarse de manera milagrosa. Ignoradas por nosotros, millones de hormigas se acercaban, resueltas, a nuestra casa (…) Treparon por los pilotes hasta la terraza, entraron al cajón y comieron todo el gorgojo antes de seguir su marcha a la selva, unas horas después, esa misma noche. El maíz se salvó”.

Tom Crosby, profesor de ciencia en un colegio de la capital en los años ochenta, entabló una amistad, que subsistió el paso del tiempo, con el pintor de Tigua Julio Toaquiza. Años después de haberse conocido se convirtieron en compadres: “Habíamos conversado sobre cómo mis creencias religiosas no tradicionales estaban más cercanas a sus creencias indígenas que al catolicismo”.

La canadiense Ángela Gómez colaboró con el Proyecto Oso Andino. Pronto se dio cuenta de que iba a chocar una y otra vez con su país de adopción: “No me malinterpreten, seguía curiosa, conocía a un montón de personas buenísimas, tenía excelentes experiencias laborales, comía platos deliciosos, pero la Ange canadiense insistía en sacar la cabeza. Y no quería callarse”.

Anna Pavlova en Guayaquil

Ilustración: Beto Val

El libro cierra con una sección dedicada a la resolución de un misterio de más de un siglo. ¿Qué ocurrió en el puerto principal cuando la bailarina rusa Anna Pavlova llegó a la ciudad junto a su troupe en 1917 y Medardo Ángel Silva le escribió un poema? Recordemos el inicio de “Danse d’Anitra”: “Va ligera, va pálida, va fina,/ cual si una alada esencia poseyere/ Dios mío, esta adorable danzarina/ se va a morir… se va a morir… se muere”. Esteban Crespo-Jaramillo descubrió, en la biblioteca de la Universidad de Yale, la biografía de Pavlova que escribió uno de sus bailarines. Tradujimos el capítulo dedicado a su temporada en Guayaquil, “En la estela del cisne”, y Crespo-Jaramillo, estudiante de esa universidad, escribió un ensayo sobre las circunstancias del viaje y el texto de André Olivéroff.

La editorial El Fakir preparó dos volúmenes: uno en español y otro en inglés para que nuevos viajantes —tanto ecuatorianos, como extranjeros— puedan descubrir un Ecuador que no solo se expande en el multiverso del libro, sino que sigue vivo entre sus páginas.

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